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Entre las décadas del 60 y 80 algunos sanitaristas
sostenían que los Sistemas de Salud dependían de las
estructuras económicas predominantes en cada país, por
lo que vinculaban a la asistencia pública con el
precapitalismo, los seguros de enfermedad con el
capitalismo y los servicios nacionales de salud con el
socialismo. A través de este razonamiento, en el Siglo
XXI los resultados vinieron a mostrarnos que, en
realidad, las monarquías eran de izquierda.
En efecto, los modelos actuales de protección social más
equitativos se encuentran en países monárquicos:
Inglaterra y los países de la Commonwealth (Canadá,
Australia y Nueva Zelanda), los países escandinavos,
España, Bélgica, Holanda y Japón. Otro modelo
capitalista —la Seguridad Social alemana— casualmente
surgió en pleno Imperio Prusiano (1883) y hoy, aunque
dentro de una democracia republicana, es la más avanzada
—en términos de equidad y sustentabilidad— entre las
organizaciones de Seguridad Social (financiadas con
alícuotas del salario).
De estos ejemplos, el que más similitudes tiene con la
Argentina, es el alemán: está financiado por
trabajadores y empleadores con algunos subsidios del
Estado, forma parte de un país federal y su operatoria
se ejecuta por medio de unas 300 cajas de enfermedad,
que dependen del ente recaudador, pero mantienen
autonomía respecto a la administración de sus servicios.
Las diferencias con la Argentina son sustanciales.
El federalismo de Alemania se basa en la estructura
productiva de las provincias y un gobierno
parlamentario. En nuestro país la mayor parte de las
provincias dependen económicamente de la Nación, varias
no tienen una productividad sustentable y el principal
empleador es el Estado. Son independientes en materia de
salud y educación, tienen su propia Obra Social para
empleados públicos y se mantienen al margen de las
regulaciones nacionales de cobertura. El ente recaudador
para Obras Sociales nacionales es la ANSeS (y el
fiscalizador la AFIP); sin embargo lo recaudado es sólo
un asiento contable, no establece normas generales para
los destinatarios de esos fondos.
En Alemania el ente recaudador es solo uno para todas
las cajas (krankenkassen), a las que asigna un monto por
cada beneficiario ajustado edad, sexo y riesgos,
mediante un régimen de premios y castigos. Con esos
fondos las cajas compiten entre sí mediante mejores
servicios. Una modalidad similar de recaudación y
federalismo funciona en Canadá, pero el plan de
cobertura del Seguro Nacional de Salud es diferente.
Ante los incontenibles incrementos de los costos de la
atención médica, los países mencionados reservan fondos
específicos para afrontarlos y cuentan con agencias de
evaluación de nuevas tecnologías, lo que está facilitado
por la unidad administrativa de la recaudación.
En la Argentina, la fragmentación recaudatoria es de
difícil abordaje: ninguna autoridad ejecutiva tiene
poder suficiente para unificarla. La propia
Superintendencia de Servicios de Salud, que regula las
Obras Sociales Sindicales, las de Dirección y la
Medicina Prepaga, no tiene alcance para las de las FF.AA.
y de Seguridad, universidades nacionales y poderes
legislativo y judicial. Además, la mayoría de las Obras
Sociales Sindicales tercerizan la atención de sus
afiliados de mayores ingresos en empresas de prepago.
De modo que, para llegar a un Sistema más equitativo y
sustentable, la Política de Estado debería concentrarse
en dos instrumentos nucleares: a) arbitrar los medios
para concentrar todos los ingresos de Salud en un solo
ente recaudador, que fije normas de cobertura comunes, y
b) establecer un reaseguro obligatorio para gastos
catastróficos común a toda entidad aseguradora (todas
las obras sociales y prepagos), incluyendo la Cobertura
Universal de Salud (CUS).
Por supuesto, los actores e intereses políticos se
opondrían férreamente a tal concentración autoritaria:
las provincias preferirán mantener el formidable caudal
político de su Obra Social; lo mismo puede esperarse de
los sindicatos que administran a discreción su Obra
Social, aunque éstas legalmente sean “sujetos de derecho
público no estatal”; más aún la Medicina Prepaga, que
son empresas de seguros privados con fines de lucro. La
CUS parte de suponer que cuenta con los servicios
públicos, sin que haya definido cómo se van a brindar
tratamientos de alto costo disponibles en el ámbito
privado. La esperada Agencia de Evaluación de
Tecnologías no tiene todavía un formato definido y corre
el riesgo de agregar mayor burocracia a la equidad del
Sistema.
Aplicando el principio de “no unir por el amor sino por
el espanto”, la amenaza de una medicina judicializada
—donde los jueces fallan siempre a favor del
peticionante (aunque científicamente no se justifique)—,
parece avanzar a pasos agigantados. Un reaseguro
obligatorio para gastos catastróficos podría seducir a
los actores del Sistema, no sólo porque garantizaría una
mayor sustentabilidad de los seguros, sino también
porque la escala universal de la población cubierta,
terminaría por reducir el actual gasto global del Sector
Salud.
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(*)
Hugo E. Arce - Médico sanitarista - Miembro del
Grupo PAIS |
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