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Entendemos por salud pública el conjunto de instrumentos
y técnicas que permiten reconocer necesidades en la
salud comunitaria, evaluar los problemas que esas
necesidades generan y aplicar y monitorear recursos para
gestionar su solución. En este sentido, la salud pública
es responsabilidad de los gobiernos, hoy y siempre. Lo
que cambia es su alcance, principalmente por el
desarrollo de los instrumentos de ciencia y técnica que
permiten una mayor y mejor política sanitaria.
Efectivamente, dichos avances han permitido conquistas
envidiables para la humanidad de épocas pretéritas, como
crecimiento en la duración y calidad de vida con el
saneamiento ambiental y la vacunación masiva, entre
otros factores. Aunque la tecnología, al igual que el
dios Jano de la mitología romana, tiene dos caras. Por
caso, la contracara de los avances que trajo la
Revolución Industrial la vemos en el calentamiento
global; y a su vez, será apelando a otras tecnologías,
como las energías renovables, que podremos reducir el
daño. En definitiva, la ciencia y la tecnología implican
avances que conllevan también múltiples riesgos. En
medicina, el riesgo de uso acrítico, sin el monitoreo
adecuado, generando aplicaciones superfluas y hasta
nocivas, además de costosas. También existen los
conflictos bioéticos que surgen con la manipulación
genética, que nos enfrenta a las fronteras de la
legalidad, la ética y la decencia.
Desde hace décadas, sin embargo, los desafíos de las
políticas sanitarias en particular, y públicas en
general, pasan por lograr la equidad frente a un mundo
con crecientes recursos, pero con una igualmente
creciente desigualdad. Lo cierto es que las políticas
sanitarias se centran en paliar las enfermedades, pero
no suficientemente en sus causas. A lo sumo, se habla de
determinantes, como la OMS que en 2004 creó una Comisión
sobre Determinantes Sociales de la Salud, pero poco de
condicionantes y predisponientes. Ciertamente, el acceso
a agua potable y a red cloacal es una genuina política
sanitaria, pero incluso eso resulta insuficiente si la
política económica sumerge a la población en el
desempleo y la precariedad económica. Pues no se trata
meramente del entorno social, sino del sustento social,
de la trama misma que conforma la vida.
Baste señalar los datos en nuestro país sobre el
incremento de la tuberculosis, la disminución en el
consumo de carne y la consolidación del chagas(1) para
comprender que la frase de la OMS, “uno de los modos más
efectivos de combatir la pobreza es mejorar la salud”,
es tan cierta como su reverso: para mejorar la salud,
bien vale disminuir la pobreza. A este respecto, merece
mirar hacia Canadá, quien recientemente redujo su tasa
de pobreza con una metodología integral, un mecanismo
multisectorial de redes regionales, centrado en la
capacitación laboral y con un objetivo claro: no quieren
mejores pobres, sino menos pobres(2).
El Estado, en su rol de responsable y garante de las
políticas públicas a desarrollar, debe garantizar el
acceso a la atención sanitaria, como un bien privado
prevalente, y asegurar su acceso frente a las asimetrías
del mercado, como un gestor y productor de bienes y
servicios públicos. Debemos recuperar la noción de
Estado de Bienestar, no desde una ambición estatista
demodé, sino de manera crítica, pues bien sabemos que la
integración de los sectores público y privado resulta
ineludible desde hace décadas (cuando primó la
desestructuración estatal).
En ausencia de planificación estratégica e incapacidad
de gestión por desconocimiento en lo referente a las
herramientas contemporáneas de logística administrativa
(entendida como el conjunto de medios y métodos para
llevar a cabo un fin determinado en un proceso complejo)
debemos exigir, como mínimo, la responsabilidad estatal
en la regulación. Sólo así podremos enfrentar la
realidad de prácticas discrecionales, abusos ilegales y
ausencias sistemáticas en la cultura laboral, todo lo
que da lugar a la corrupción en sus múltiples formas y,
lo que es peor, a su normalización o aceptación banal.
En la actualidad, y como ejemplo concreto, esta
deficiencia logística queda demostrada en la
imperfección del desarrollo en los programas de
vacunación (ley 27491/2018)(3).
Como botón de muestra, merece señalar la tragedia del
IOMA que acumula denuncias de corrupción encajonadas
desde la gestión anterior, a lo que se suma una actual,
que incluye datos y nombres precisos de diversos
mecanismos de fraude, tales como la duplicación de
partidas de medicamentos para su venta en el mercado
negro, generando “cifras multimillonarias”(4).
Hace ya veinte años, planteaba sobre el cambio de
concepción y ejecución necesarios para revertir la
condición sanitaria. Sostenía entonces que las
herramientas de gestión, ¬como la informática y la
auditoría (fiscal, pero también médica, como herramienta
de investigación/acción), son imprescindibles pero
impotentes si no están acompañadas de una fuerte
decisión política que se sustente en el realismo, la
audacia y la capacidad de ejecución. Sólo así se podría
recuperar credibilidad social y enfrentar un orden de
situación dominado por intereses corporativos espurios.
La cuestión permanece más válida que nunca. Pero acaso
el mayor obstáculo no radique en los males, sino en
nuestra incapacidad para conjurarlos. En efecto,
padecemos de un verdadero síndrome de desmoralización.
La desmoralización nos desanima, nos quita la energía
necesaria para transformar las condiciones que la
producen, generando así un círculo vicioso. Nos atrofia
la inteligencia, nos anestesia frente a la realidad y,
confundiendo cinismo con sagacidad, hasta nos solazamos
en la mediocridad, como si se tratara de una
idiosincrasia eterna e inevitable, y por ello casi
entrañable (recordemos a nuestro Ingenieros quien
afirmaba que “la mediocridad es más contagiosa que el
talento”).
Debemos evidenciar cada vez todo acto de corrupción para
evitar así su normalización que antecede a su
aceptación, que implica lisa y llanamente, su impunidad.
Pero al mismo tiempo, debemos correr el velo de la
corrupción, que más que causa es consecuencia de la
falta de compatibilidad entre intereses económicos
corporativos y la democracia. Decía ya Juan Bautista
Alberdi: “El empobrecimiento en el que ha caído y está
la República Argentina no es una crisis, es un estado
crónico, normal, tradicional que la forma el orden
irregular en que viven sus intereses económicos”(5).
No tenemos la salud que merecemos, no contamos con la
política sanitaria que podríamos tener, no aprovechamos
los recursos que aún tenemos, no conformamos el lazo de
solidaridad que nos fortalecería como comunidad. En
definitiva, no llegamos a constituir una verdadera
Nación. Existe, pese a todo, la potencia para superar
esta situación. El éxito no está asegurado, pero nuestro
fracaso tampoco es un destino inmodificable; depende de
todos nosotros (aunque con responsabilidad diversa). Los
recursos están, hace falta aprovecharlos con
racionalidad y justicia. Se requiere una voluntad
colectiva lo más amplia posible que incluya y empuje a
la decisión política. La solidaridad como lazo
fundamental de la sociedad humana, como moral que nos
constituye mutuamente debe ser nuestro motor, y la
esperanza nuestro combustible. No desatendamos la
necesidad de iniciar la marcha.
Referencias
(1) “Vuelve a crecer la tuberculosis”, Clarín, 1/04/19;
“El consumo de carne vacuna cayó 13,4% en el primer
trimestre”, La Nación, 5/04/19; “Todavía nace un bebé
con Chagas cada 6 horas y buscan evitarlo con una
campaña”, Clarín, 28/03/19.
(2) “Ganar la guerra contra la pobreza”, Clarín, 8/4/19.
(3) “Prevención: faltantes de vacunas”, La Nación,
15/04/19
(4) “Inmorales”, en Noticias&Protagonistas, 24/02/19
(5) “Alberdi, J.B. Escritos póstumos, Ediciones Gizeh,
Buenos Aires, 1990, p.297.
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Ignacio Katz, Doctor en Medicina - UBA. Director
Académico de la Especialización en “Gestión
Estratégica de Organizaciones de Salud”
Universidad Nacional del Centro - UNICEN. Autor
de: “La Fórmula Sanitaria” Eudeba (2003).
“Claves Jurídicas y Asistenciales para la
Conformación de un Sistema Federal Integrado de
Salud” - Editorial Eudeba (2012). “Argentina
hospital. El rostro oscuro de la salud” - Visión
Jurídica Ediciones (2018) |
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