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La pobreza puede ser vista desde diversas miradas: la de
la capacidad de generar ingresos superiores al valor de
la canasta básica total, o la estructural en la que
existe persistencia de la incapacidad de generar esos
ingresos. En ambos casos, multidimensional, con
condiciones de vivienda precarias, sin acceso a
servicios sanitarios, bajos niveles de educación,
violencia, escasa formación y experiencia para el
empleo, etc.
También existen distintas posturas sobre el tamaño del
sector público en el país. Una sostiene que el actual es
excesivo, otra coincide en que el gasto es elevado,
aunque señala que se debe ser realista con el ritmo al
que es viable reducirlo; una tercera sostiene que el
nivel del gasto es adecuado, y que en todo caso se trata
de mejorar su calidad.
Un documento que examina los sectores públicos de los
países de la OCDE muestra que en ellos el gasto público
promedió 40,9% en 2015; prácticamente el mismo que en la
Argentina, donde el ingreso promedio por habitante es 3
veces más bajo que en la mayoría de aquellos países.
Luego de la crisis de 2009 todos los países aumentaron
el gasto en servicios sociales: en la OCDE el tamaño del
Estado creció 2 puntos. ¿Qué pasó en la Argentina en ese
tiempo? En 2007 el tamaño del Estado era 28,7% del PBI,
y llegó a 42,2% en 2015: creció 13,5 puntos. El número
de empleados públicos como porcentaje del empleo total
en los países más ricos aumentó a 18,1%, en la Argentina
es alrededor de 16%, y entre 2003 y 2015 el empleo
público en Nación creció 52% y en provincias 53%.
Casi 1 de cada 4 asalariados formales en el país son
estatales, el doble al promedio de Latinoamérica.
Estados Unidos tiene 3.143 condados con una población de
326 millones de habitantes (un condado cada 103.700
habitantes); en la Argentina hay 44 millones de personas
y 2.300 municipios (un municipio cada 19.130 personas):
el costo recae sobre mucho menos personas en la
Argentina.
Nuestra Cámara de Diputados tiene un presupuesto anual
equivalente a 208 millones de euros, y 257 diputados:
costo promedio por legislador 67.400 euros/mes (sueldo
propio y de colaboradores, teléfonos, secretarias y
movilidad, entre otros).
España tiene 350 diputados y un presupuesto de 91
millones de euros, una relación por legislador de 21.700
euros/mes. El costo por diputado argentino es 3 veces
mayor que el de un español. La Cámara de Senadores tiene
un presupuesto anual equivalente a 204 millones de
euros, y 72 legisladores: costo promedio 236.000
euros/mes; 13,5 veces mayor que el de un español (allí
ese cuerpo tiene un presupuesto anual de 56 millones de
euros, y 266 miembros: costo promedio 17.540 euros/mes).
El ingreso per cápita de la Argentina es u$s 14.400 y el
de España u$s 28.156, pero nos damos el “lujo” de tener
estructuras legislativas muchísimo más caras que España.
Desde 1975/76, la Argentina se desvió de lo que sucede
en los países vecinos, hasta ese momento, si bien había
problemas, la pobreza era baja y las posibilidades de
ascenso social elevadas. La dictadura generó, en el
plano económico, crecimiento de pobreza y desigualdad,
pérdida del 25% del poder adquisitivo, y crecimiento de
la deuda externa. El 10 de diciembre de 1983 dejábamos
atrás una pesadilla, y después de mucho tiempo el pueblo
argentino se encolumno detrás de un ideal y objetivo
común: construir una sociedad justa, moderna y
desarrollada.
35 años después, si bien se ha avanzado en la
consolidación de un régimen democrático y participativo,
las expectativas de crecimiento sostenido y de una
mejora en lo social, con creación de empleo y descenso
de la pobreza y desigualdad se han visto frustradas una
y otra vez. Los problemas sociales, lejos de mejorar,
han empeorado: la pobreza, 16% en 1983 (40% en A.
Latina) fue creciendo hasta llegar al 32, mientras en la
región se redujo 10 puntos; la informalidad laboral se
encuentra estancada en el 33% y la desocupación, se
redujo en los 2000, pero por expansión del empleo
público.
Entre 1983 y 2003 el gasto público consolidado fue de
alrededor del 28% del PBI, creció vertiginosamente
llegando en 2015 al 44%, mientras la presión tributaria
pasaba del 22 al 32% del PBI. Hoy son los más altos de
la historia, y la calidad de los servicios e
infraestructura han empeorado y dirigencia y sociedad no
han podido alcanzar un consenso sobre los problemas más
relevantes que aquejan a los ciudadanos, ni acuerdos
mínimos sobre temas económicos centrales, una estrategia
de desarrollo, el rol del estado, o la mejora de la
educación, la salud, la justicia y el federalismo.
En la primera mirada sobre la pobreza, cabe esperar, que
una mejora económica baje nuestros niveles de pobreza
entre hogares vulnerables, y la estabilidad de precios
indispensable, pero no suficiente, ayude a paliar esa
vulnerabilidad, y la posibilidad de sostenerla en el
tiempo, pero no lo hará automáticamente en el 20%, que
requiere mucho más que mejoras de la economía.
Resolver el problema de esa segunda mirada requiere de
políticas estructurales, y allí resulta imprescindible y
urgente la presencia de un Estado nacional, provincial y
municipal que mejore sustancialmente la calidad de su
gestión, más profesional en la gestión del gasto público
y de los sistemas de salud y educación. En salud, esta
transformación requiere una autoridad con poder real, y
una política sanitaria que no puede concretarse sin
voluntad política, capacidad para integrar recursos y
generar acuerdos que sobrevivan más de una
administración. La pérdida de jerarquía de esa autoridad
puso en evidencia la falta de ideas, liderazgo y
respaldo político al sector.
El ejercicio efectivo de las funciones de rectoría
constituye un requisito básico, en un país federal, en
el cual la compensación de desigualdades es tarea clave.
El gobierno debe recordar, su deber irrenunciable en el
cumplimiento cabal de las funciones esenciales de Salud
Pública, con independencia de las dimensiones del
Estado, en términos de número de trabajadores o volumen
de gasto que insuma. Olvidarlo hizo que un Ministerio de
Salud sin gobierno, llevara a un gobierno sin Ministerio
de Salud..
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