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La salud, integra el grupo de
derechos humanos inherentes a la
naturaleza del hombre. En la
Argentina, esta prerrogativa está
garantizada por la Constitución
Nacional.
Hay dos indicadores sanitarios que
se usan clásicamente para medir la
condición de salud de las
poblaciones. A) Esperanza de vida al
nacer: para el 2.016 (OMS) 76,58
años (72,78 años para los varones y
80,31 para las mujeres). Los valores
difieren según las regiones y del
tipo de expectativa de vida,
saludable o no. B) Mortalidad
infantil: ha existido una
disminución muy acentuada en todo el
país en las últimas décadas (del
59,4 por mil en 1.970 al 9,7 por mil
en 2.016). Si se analiza por
jurisdicción se observa un 6,4 por
mil en Ciudad de Buenos Aires
contrastando con el 14,5 de la
Provincia de Corrientes, y el más
del 12% de Formosa y Tucumán.
O sea que los resultados en salud
contrastan en las diferentes
jurisdicciones, y muchas veces
dentro de ellas. Muestran grandes
brechas de equidad sanitaria.
Los últimos datos conocidos (OMS,
Banco Mundial 2017) siguen ubicando
a la Argentina entre los países de
la región con mejores indicadores de
salud. Lo que claramente se nota es
una pérdida de dinamismo en la
mejora y un retroceso relativo con
relación a otros países de la
región.
Si nos remontamos a 1950, salvo
Uruguay, ningún país de
Latinoamérica tenía mejores
indicadores de expectativa de vida
al nacer y de mortalidad infantil
que la Argentina. En el año 2017,
según lo recabado estamos en quinto
lugar luego de Cuba, Chile, Costa
Rica y Uruguay.
¿Esa pérdida de dinamismo es el
resultado de un sistema sanitario en
crisis? Los buenos indicadores de
los años 50 tuvieron que ver con la
calidad del acceso a la educación,
la mejor alimentación, el
saneamiento ambiental y el acceso al
agua potable, políticas
características de esa época, más
sociales que específicas de salud.
Son los malos indicadores sociales
actuales los que nos han hecho
perder posicionamiento dentro del
continente y en relación con los
países europeos. Siguiendo el modelo
de Lalonde (1974) y de Dever de
1976, los factores condicionantes de
la salud en las poblaciones abarcan
cuatro campos: la biología humana,
el ambiente (entorno, factores
sociales etc.), los estilos de vida
y la organización de los sistemas de
salud. Según los mismos la
contribución potencial a la
reducción de la mortalidad en la
población en el caso de los sistemas
de salud es de sólo un 11%.



La
asistencia sanitaria encaminada a
diagnosticar y tratar a la persona
individualmente no tiene demasiado
efecto sobre la salud de la
población, y sin embargo es la que
más recursos económicos recibe (los
gastos en salud están afectados en
un 90% para los sistemas de atención
y sólo un 10% para los otros
determinantes).
Los múltiples factores que
determinan el estado de salud y la
enfermedad en la población
trascienden la esfera individual y
se proyectan al colectivo social.
Los determinantes sociales de la
salud y sus indicadores explican la
mayor parte de las inequidades
sanitarias en nuestro país, y
explican los resultados de los
indicadores sanitarios.
La Argentina fue durante muchos años
un país en crecimiento, dotado de
una clase media activa, y con
escasos problemas de desigualdad y
pobreza extrema. Pero poco a poco
nuestra historia ha ido cambiando.
Cada vez la clase media es menor y
los indicadores de pobreza han
oscilado desde hace alrededor de 40
años entre el 16 y el 28% con picos
(89/90 40%) y la máxima expresión en
2001, cuando la pobreza superó el
50%. El país no ha logrado vencer la
pobreza y si bien hasta el 2010 algo
se recuperó, hoy nos encuentra en
valores de alrededor del 32%.
La pobreza es un fenómeno
multicausal, que abarca diversos
aspectos de la vida de las personas,
y por lo tanto muy difícil de
definir. No es sólo un núcleo básico
de necesidades no satisfechas
(alimentación, educación, vivienda,
agua potable etc.) sino que también
incorpora otras carencias
indispensables para un correcto
desarrollo. No es de extrañar
entonces que su medición ofrezca
diversas alternativas.
En la Argentina primero se establece
el valor de una Canasta Básica de
Alimentos (CBA), que estima el
ingreso mensual que debe alcanzar
una persona para cubrir sus
necesidades alimenticias. La CBA
marca la línea de indigencia, y a
partir de ella se elabora la Canasta
Básica Total (CBT), que incluye
todos los bienes y servicios que una
persona necesita consumir para no
ser pobre.
Examinando la alimentación, la
Argentina es un país que produce
alimentos para 400 millones de
personas y donde solo viven poco más
de 40 millones. Sin embargo, aún
existen casos de desnutrición
extrema en las provincias del norte
más pobres como son Formosa o Chaco.
Asistimos ahora a otro tipo de
malnutrición referida a la pobreza,
que se denomina “inseguridad
alimentaria” (UCA) observada en
áreas urbanas (lo padecen uno de
cada cinco chicos) que es la
necesidad de reducir la alimentación
por problemas económicos (en el 7,7%
de ellos en forma severa). Un 27% de
los niños recibe alimentación
escolar que sirve para paliar estas
carencias. Otra alteración es el
sobrepeso por alimentación mal
equilibrada, con preponderancia de
harinas y/o grasas. Hay carencia de
nutrientes, observándose menor talla
y muchos retrasos madurativos. En el
nordeste el 40% de la población vive
en hogares con necesidades básicas
insatisfechas, cifra que se eleva
casi al 50% en los niños y niñas
menores de cinco años. En muchas
provincias, especialmente en las del
noroeste y noreste, se observa un
porcentaje cercano o superior al 20%
de niños y niñas nacidos de madres
adolescentes sin primario completo.
En la mayoría de los países de
Latinoamérica la forma de medir la
pobreza se basa también en los
ingresos. Los que hoy prevalecen han
conseguido descender los indicadores
de pobreza en forma importante. En
el caso de Costa Rica en el período
1980/95 de más del 50% al 25%
amesetándose hasta la fecha.
Si bien, como hemos dicho y visto,
hay factores o campos esenciales en
los resultados de salud poblacional
(sobre todo la pobreza), también
debe fortalecerse el sistema
sanitario, aumentando su equidad y
haciéndolos más costo-efectivos.

Nuestro sistema sanitario es
fragmentado, poco armónico y con
grandes brechas de equidad
sanitaria. De estructura federal,
sufre los altos costos incrementales
de la medicina y se encuentra
crónicamente en crisis. Si bien ha
conseguido algunos buenos resultados
(indicadores de vacunación por
encima del 85%) y mejorar los
indicadores sanitarios, es regresivo
(el gasto de bolsillo en relación
con el gasto total en salud
representa alrededor de un 22% e
impacta proporcionalmente más en los
sectores más desprotegidos.) La
cobertura de prestaciones de salud
es muy diferente en accesibilidad,
oportunidad y calidad entre los
beneficiarios formalmente cubiertos
(Obras Sociales y Prepagos) y los
informalmente cubiertos o “sin
cobertura”. El PMO no se asegura a
los informalmente cubiertos (38%),
que son las personas que en general
tienen el nivel socioeconómico más
bajo y por lo tanto mayor riesgo de
enfermar. Se necesita un estado
afianzado en su capacidad
reguladora, cumpliendo sus roles de
gobernanza y rectoría y formulando
políticas saludables, orientadas a
erradicar enfermedades o reducir su
incidencia.
Se espera a futuro un progreso
científico y desarrollo tecnológico
de complejidad creciente, aumento de
la prevalencia de enfermedades
crónicas, mayor longevidad. En la
Argentina con un perfil
epidemiológico dual, se seguirán
observando problemas de salud
típicos de países en desarrollo, y,
por otro lado, aumento de
situaciones de salud características
de países desarrollados (aumento de
la prevalencia de enfermedades no
transmisibles, enfermedades
mentales, adicciones, etc.). Además,
modificaciones epidemiológicas
paulatinas pero consistentes, tanto
genéticas, medioambientales,
nutricionales, y conductuales. Sin
embargo, disponer de más y mejores
médicos y medicamentos no
necesariamente se traduce en más y
mejor salud. La mayoría de los
abordajes sobre el futuro de la
salud caen en el reduccionismo de
suponer que el mismo sólo es función
de la innovación tecnológica. Ya
está demostrado de forma contundente
que por sobre todo la salud es una
cuestión social y que la
organización social influye mucho
más sobre la cantidad y calidad de
vida de las personas que cualquier
dispositivo tecnológico.
Es por eso que se debe priorizar el
abordaje social de la salud a la par
que mejorar al sistema sanitario con
nuevas acciones articuladas para
perfeccionarlo, tales como la
Cobertura Universal en Salud,
abordaje del Gasto Catastrófico en
Salud, la construcción de Redes
Integradas de Servicios de Salud de
tipo público-privadas, basadas en la
Atención Primaria de Salud (APS) de
la población, orientar la formación
de los RR.HH. en esa dirección,
acceso bio-psico-social de los
Modelos de Atención ,etc. Las
Tecnologías de la Información y la
Comunicación (TIC) mejorarán los
procesos, la información y la
integración, a la par de apoyar a
los profesionales a cambiar la
práctica clínica y hacerla más
segura, facilitando la información
al paciente y colaborando en su
atención a distancia.
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