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El panorama sanitario está cambiando exponencialmente.
Una de las mayores expectativas se centra en el impacto
de las denominadas tecnologías disruptivas. Se trata de
innovaciones que producen una ruptura brusca con lo
conocido, y dejan obsoletos procesos anteriores sea de
atención médica en el campo del diagnóstico y
tratamiento o bien de la propia gestión asistencial. Y
rompen con lo que existía hasta el momento. La
innovación en salud puede llegar por tres vías: mejora
de procesos, creación de nuevos productos e ideas que se
transforman en investigaciones aplicadas sobre
actividades antes no existentes pero que dan lugar a un
avance significativo respecto de poder cambiar la forma
en que se trabaja, vive, piensa y comporta respecto de
una enfermedad. Y da como resultado la transformación
del mercado donde se venía interactuando, que deja
totalmente atrás al que existía hasta ese momento. La
informática, por caso, ha condicionado muchos de estos
cambios, ya que se han llegado a digitalizar algoritmos
generando un cambio radical en la función de producción
de determinadas actividades.
En 1997, Christensen en su libro “The Innovator’s
Dilemma” separó la nueva tecnología en dos categorías:
sostenida y disruptiva. La primera se basa en simples
mejoras incrementales a una tecnología ya establecida.
La segunda, más innovadora y menos refinada, si bien
tiene problemas de rendimiento por su novedad y puede no
tener aún aplicación efectivamente demostrada,
potencialmente da lugar a una revolución en determinado
campo de la ciencia.
La tecnología disruptiva ha comenzado a cambiar la
historia tanto de la oncología como del tratamiento de
las enfermedades poco frecuentes. Y a su vez, a generar
importante rentabilidad a las empresas desarrolladoras.
Tomemos un caso complejo como la Atrofia Muscular
Espinal (AME) Tipo 1 en pacientes pediátricos, que puede
llevarlos a requerir ventilación asistida permanente. Su
causa radica en un defecto genético a nivel de las
neuronas motoras, que impide codificar la proteína SMN
esencial para su supervivencia. Se estima que uno de
cada 10.000 recién nacidos posee dicha enfermedad y en
nuestro país se estima hay unos 400 casos potenciales,
de los cuales 300 están registrados. La enfermedad
carecía de posibilidades terapéuticas efectivas, hasta
que en 2016 irrumpió el nusinersen (Spinraza°) de
Biogen, un oligonucleótido (pedacito de ADN de 18 bases)
que actúa aumentando la inclusión del exón 7 en el RNA
que produce el gen SMN2 de estos pacientes y ayuda a
generar más proteína, disminuida en la AME. Rápidamente
se transformó en la única alternativa terapéutica, al
enlentecer la progresión de la enfermedad, aunque no sin
cuestionamientos a la poca evidencia disponible acerca
de su efectividad en el mediano y largo plazo.
Hace apenas un mes se ha producido en el campo de la AME
una nueva disrupción tecnológica, cuando la FDA aprobó
la comercialización de la terapia génica onasemnogene
abeparvovec-xioi (Zolgensma°) de Novartis. Se trata de
una molécula biotecnológica adquirida al laboratorio
AveXis en 2018 y diseñada para atacar la propia raíz
monogénica de la enfermedad. El efecto terapéutico -a
partir de una aplicación única endovenosa- se logra al
proporcionar al organismo una copia funcional del gen
SMN1 humano utilizando el vector viral adenoasociado 9
(AAV9) que codifica dicha proteína SMN y resulta capaz
de transducir los tejidos en las dianas del SNC
previstas. Su aprobación se basó en la efectividad
estimada en base a dos estudios (STR1VE y START) con
seguimiento a lo largo de dos años, en los cuales 91.7%
de pacientes evaluados pudieron mantener la cabeza
erguida, 83.3% sentarse sin apoyo por más de diez
segundos, 75% por más de 30 segundos y 16.7% alcanzar a
caminar con ayuda. No se efectuó evaluación de la
calidad de la evidencia, por lo cual estos resultados
deben ser evaluados e interpretados con precaución.
Como fenómeno disruptivo novedoso, Zolgensma° ingresará
en una competencia terapéutica inmediata con el
nusinersen y aspirará a destronarlo. Al igual que Roche
con el ridisplam, otra molécula aún no aprobada que se
administra en forma diaria por vía oral. La debilidad
relativa que ofrece el Spinraza° es su necesidad de ser
administrado por medio de varias inyecciones
intratecales, procedimiento riesgoso e invasivo. Y su
alto costo, ya que un tratamiento requiere impregnación
inicial de tres dosis en un mes, luego a los 60 días, y
posteriormente cada cuatro meses, con un precio de u$s
750.000 en el primer año y u$s 375.000 por año
subsiguiente y por vida, que no incluye los costos
asociados de administración que varían según necesidades
individuales del paciente. Sólo en 2017, Biogen obtuvo
ganancias asociadas al nusinersen por más de u$s 435
millones.
El problema es que Zolgensma° sale a disputar el mercado
de la AME a un precio de u$s 2,1 millones por dosis
única/paciente, con lo que se convierte en el
medicamento más caro del mundo y constituye el último
ejemplo de la estrategia de precios monopólicos y
cuestiones poco éticas entre BigPharma y “medicamentos
huérfanos” (para enfermedades poco frecuentes), en base
a lo que el mercado sanitario pueda llegar
financieramente a soportar. Si bien el discurso de las
empresas gira siempre en torno a las cifras de I+Di,
Novartis no investigó ni desarrolló este medicamento,
sino que simplemente lo adquirió a AveXis (la
innovadora) por un precio que se estima recuperará en
relativamente poco tiempo. Tanto es así que se calcula
que la droga llegará a su posición de venta más alta -
u$s 2.03 billones - en 2025.
Con semejante precio aplicado a un medicamento que ya
entró al mercado de US y no tardará en ser requerido en
nuestro país, el impacto económico que significará sobre
sistemas de salud ya golpeados por el precio excesivo de
otras tecnologías innovadoras será tremendo. Pero en el
otro lado del debate están los beneficiarios del
Zolgensma°, los padres de niños afectados en quienes el
dilema económico y ético no tiene ninguna consideración
si se trata de la salud y de liberarse de la posibilidad
de una historia de vida compleja en cuanto a atención en
el hogar, ventilación asistida y hospitalizaciones
repetidas con desenlace a menudo fatal para sus hijos.
Si no hay regulaciones posibles que puedan poner límite
al dislate del precio de monopolio de una droga
innovadora -más allá de su efectividad- tampoco se puede
poner precio a la vida de un niño. Cualquier padre tiene
derecho a creer que u$s 2.1 millones es un precio justo
en comparación con la alternativa de vida de su hijo
enfermo. Y luchar judicialmente por su provisión.
Quizás los dilemas mayores surjan de las implicancias
médicas, bioéticas y económicas para nuestro sistema de
salud. Caben aquí varias preguntas ¿Demuestran eficacia
los resultados obtenidos por los trials? ¿Dará el
medicamento mayor calidad de vida a los pacientes? ¿En
qué casos corresponde negar o aceptar el tratamiento?
¿Por qué invertir tantos recursos en casos en los que el
pronóstico no es seguro, con el costo de oportunidad que
ello tiene respecto de otras enfermedades curables?
¿Cómo resolver las tensiones entre intereses
individuales y colectivos? ¿Puede nuestro sistema de
salud asumir esos costos? ¿Quiénes y cómo deben
considerar estas decisiones de vida o muerte?
En opinión del ex Ministro de Salud de Colombia
Alejandro Gaviria, “este asunto casi trágico debe
trascender las pasiones, las opiniones y la
indignación”. La tecnología disruptiva ha llegado para
quedarse, tras impactar significativamente en la salud.
En lo sanitario, generando mayores expectativas, en lo
ético provocando complejos dilemas, y en lo económico
complicando la ya de por si lábil sustentabilidad
financiera de los sistemas de salud. La gestión de los
retos institucionales que esto plantea requiere dotar de
la suficiente fortaleza y flexibilidad a los
financiadores para maximizar la capacidad de tratamiento
soportando su alto costo, pero ajustándolo en base a los
resultados. Por ejemplo, en base a diferenciación de
precios de acuerdo a qué tan efectiva sea una droga,
incluso potenciando los protocolos cuando el paisaje de
la terapia varíe debido a los altos costos y a los
nuevos datos sobre eficacia clínica. Y también formular
estrategias comunes para aplicar la suficiente presión
que permita reducir el precio y su efecto negativo
respecto de la potencial accesibilidad a tales
tratamientos. Un debate por cierto muy difícil, y aún
sin respuestas.
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(*) Mg. Profesor Titular Análisis de Mercados de
Salud. Universidad ISALUD. Buenos Aires. Argentina |
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