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La propuesta de reforma sanitaria que lanzaron voces del
Gobierno hace menos de dos meses parece ya haber caído
en el olvido. Lo cierto es que se han hecho oír más
quienes la rechazan que quienes la promueven, mezclando
ataques al Gobierno con preceptos anti-estatistas un
tanto demodé. Resulta indispensable que se retome la
iniciativa y que sea abordada de manera consistente e
inteligente, con prudencia y audacia.
Como sostengo desde hace décadas, la reforma sanitaria
que necesitamos implica un arduo acuerdo político con
participación ciudadana y, desde luego, todos los
actores sanitarios, para alcanzar una negociación
gradual (y no un mágico e instantáneo consenso). Pero la
cuestión no debe limitarse a un enfrentamiento
corporativo centrado en los recursos (o, en términos
llanos, el dinero). Por supuesto que los intereses
particulares, económicos y políticos, son parte del
problema y deben ser parte de la negociación. Pero el
eje de la cuestión, lamentamos tener que recordarlo,
debería ser la salud. Para ser más precisos, el acceso
eficiente, oportuno y equitativo a la atención de salud
de nuestro pueblo, y cómo modificar algunas cuestiones
de nuestra particular estructura sanitaria, con sus
vicios y virtudes.
Claro que no se trata de modificarlo todo ni de imponer
nada de la noche a la mañana. Una reforma posible supone
la permanencia de los tres subsistemas (público, privado
y obras sociales) pero con una mayor articulación, lo
que implica un avance en la coordinación y regulación
(que de manera muy parcial y defectuosa ya existe), con
el objetivo de potenciar sus recursos. La idea general
es un beneficio mutuo, y no una competencia de “suma
cero”. Para dar un simple ejemplo: si un sector tiene un
tomógrafo subutilizado y otro sector cuenta con el
profesional capacitado para usarlo, ambos se verían
beneficiados en su complementación. Pero sobre todo, y
esto es lo más importante, se beneficiarían los
pacientes.
Por supuesto que el cambio puede implicar la
modificación de ciertas prerrogativas, pero el objetivo
final siempre debe ser la atención sanitaria del
paciente, y no los beneficios (válidos) de ganancia de
una empresa, la representatividad política de un
sindicato, o incluso las condiciones laborales de los
médicos y demás profesionales de la salud. Todo esto es
parte, y debe ser tenido en cuenta. Pero la finalidad es
la salud, no entendida como un difuso objetivo final
loable, sino como el complejo proceso de producción de
salud, que debe incorporarse de manera permanente en el
diseño de la reforma buscada y las consiguientes
políticas públicas. La atención primaria, la prevención,
la rehabilitación, la medicación, las intervenciones
quirúrgicas, la internación, las especialidades médicas,
y un largo etcétera, donde muchas veces la cuestión no
pasa por la ausencia de recursos, sino por el correcto
uso eficiente de los recursos que ya tenemos, pero
desperdigados en una dupla de carencia y derroche.
Para ser claros, podríamos extremar el argumento: sin
mover un solo peso de su lugar actual, podrían
realizarse muchos cambios en la gestión, logística,
control, monitoreo y demás que redunden en una mayor
eficiencia. O dicho al revés: si simplemente se
redistribuyeran recursos (e incluso si se acrecentaran)
sin modificar la estructura sanitaria, la estrategia de
gestión y la cultura laboral, los mismos problemas se
reproducirían (y hasta se agravarían).
Debería resultar llamativo que tanto la dirigencia
sindical de las obras sociales como los empresarios del
sector privado salgan a la defensiva, junto a voceros
mediáticos, a reclamar dinero y a defender su manejo de
la pandemia, y a criticar un supuesto estatismo,
mezclando críticas al gobierno con el papel
insustituible del Estado en las naciones modernas. Y
todo esto mientras se reconoce lo que nadie niega: que
el presente sanitario es ineficiente y desigual.
Hablemos de Salud Pública, entonces, y no sólo de
economía y política.
Se advierte sobre la supuesta monopolización estatal,
pero no se menciona la cartelización corporativa. Se
contraponen Estado y Mercado, como si no supiéramos que
el mercado libre solo existe en el marco de un orden
jurídico creado y garantizado por el Estado, para citar
nada menos que al liberal Karl Popper. Se teme una
supuesta “usurpación gubernamental”, cuando debería
alentarse una restitución del Estado para evitar la
expropiación de vidas que significa indefensión
sanitaria que vivimos desde hace años. Se cae en “la
grieta” política, cuando el problema de fondo es el
abismo que fragmenta nuestra sociedad desde hace
décadas.
La división tripartita del área sanitaria, de hecho, a
su modo refleja la división en tercios socioeconómicos
del país: un sector de ingresos medios y altos, otro con
cierta estabilidad de un empleo formal, y otro con
trabajos precarios hasta la miseria. Suponer que los
problemas de unos pueden aislarse de la realidad de los
otros, no resulta ya sólo ingenuo, sino cínico. Por
supuesto que el subsector público adolece de déficits
varios, pero no es limitándose a la refundación de
hospitales y creación de salas de atención primaria, que
se alcanzará una mejora global de salud de la población.
Es necesario una reconceptualización de abordaje
comprehensivo sobre dos pilares: Salud Pública y
Gobernanza Sanitaria, con políticas públicas
estratégicas que aborden desde el corto hasta el largo
plazo.
Tal como enseñan otros intentos de reforma como el
finalmente truncado (o “trumpeado”) intento de la
administración Obama, la partida no se define en el
ábaco político sino en el sentido común. Una ley se
modifica fácilmente tras un nuevo equilibrio político.
El objetivo de mejorar el acceso a la atención de salud
de la población en su conjunto se logra construyendo una
fuerza social que lo apoye y lo promueva, que no se
limite a los acuerdos políticos, ni a los acuerdos
médicos, que evidentemente deben incluirlos. Se necesita
el acompañamiento ciudadano y el sentir popular de una
nueva conquista democrática.
Para ello hay que buscar el sendero entre la razón y la
racionalidad, entre la intransigencia de ciertos
principios y la negociación de determinados intereses.
Entre el horizonte y el barro, o como decía Thomas S.
Eliot: “entre la idea y la realidad, entre la propuesta
y la acción, cae la sombra”. Hay que actuar en varios
frentes, con iniciativa, pero con prudencia. Encuentros
ciudadanos donde escuchar temores honestos, reconocer
fallas, lograr apoyos. Evitar las trampas del
anti-gobierno, el falso dilema entre moral y finanzas,
las falacias de oportunidad y tantas otras. Hay que
transparentar la ineficiencia, irracionalidad e
inequidad, no sólo con números y estadísticas, sino con
historias de carne y hueso, de esfuerzo y dolor. Y así
reafirmar lo dicho por Albert Camus: “no es gran cosa
lamentar una injusticia. Lo que hay que hacer es
repararla”.
En definitiva, hay que librar una estrategia que no sólo
busque enfrentar a los intereses particulares, sino
incorporar aliados institucionales. Más que una puja
política, debería ser una gesta cívica.
La salud de todos los que habitamos el suelo argentino
está en juego.
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(*) Doctor en Medicina por la UBA. Director
Académico de la Especialización en “Gestión
Estratégica en organizaciones de Salud”;
Universidad Nacional del Centro - UNICEN;
Director Académico de la Maestría de Salud
Pública y Seguridad Social de la Universidad del
Aconcagua - Mendoza; Co Autor junto al Dr.
Vicente Mazzáfero de “Por una reconfiguración
sanitaria pos-pandémica: epidemiología y
gobernanza” (2020). Autor de “La Salud que no
tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro
oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y
Asistenciales para la conformación de un Sistema
Federal Integrado de Salud” EUDEBA - 2012 “En
búsqueda de la salud perdida” (2009); “La
Fórmula Sanitaria” (2003) |
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