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2021 será un año complejo, en el marco de la pandemia y
una elección de medio término vamos a enfrentar desafíos
importantes, algunos vinculados a la pandemia y otros
resultados de una larga herencia, e incluyen al mismo
sistema de salud, la economía, seguridad, educación y
debilidad institucional.
Las zozobras existenciales que venimos padeciendo hace
largo tiempo dieron lugar a desempleo, caída del poder
adquisitivo, inseguridad, falta de educación,
dificultades de adaptación al aislamiento y el
distanciamiento social, con una clase dirigente con una
agenda que no contempla las necesidades de los
argentinos.
Esa disociación entre dirigentes y dirigidos indigna al
ciudadano de a pie, que desde hace tiempo ve
funcionarios de los tres poderes del Estado, con un
nivel de vida muy superior al que sus ingresos
declarados permitirían, y cambios de bando político que
desdicen valores antes defendidos como si el pasado no
existiera.
Somos un país empobrecido y desigual a consecuencia de
los desaciertos de quienes nos dirigieron. La pobreza es
clara demostración del fracaso del modelo de país que
fuimos y el triunfo del que no deberíamos ser. Pobreza
no es solo falta de medios básicos para subsistir, ser
pobre importa exclusión de una vida normal, genera
sentimientos y enconos sociales, y los deja presos del
asistencialismo del Estado como única forma posible de
supervivencia. Al pobre no le queda más remedio que
seguir al que lo asiste.
Desde la recuperación de la democracia han pasado muchos
gobiernos, pero hubo una sola constante: cada año hemos
tenido más pobres y desplazados hacia la periferia
social. El fracaso es la única constante que se repite,
y la gravedad terminal de los problemas que enfrentamos
no resiste ambigüedades: se gobierna para ganar una
elección o para tener un país mejor.
La degradación de las promesas electorales son el fuego
que consume los restos morales de lo que una vez fue una
Argentina rica y próspera. Si se pone primero el interés
de la Nación y la superación de la crisis, hay
esperanzas de encontrar un camino con luz al final del
túnel. Pero, si lo que predomina es ganar las
elecciones, y sostener un proyecto político, esa luz
luce casi inalcanzable. No son tiempos de equivocar el
rumbo nuevamente.
La crisis mundial por la expansión del Covid-19, su
agravamiento con la segunda ola, y la mutación de las
cepas, son hechos lo suficientemente relevantes como
para poner un freno a los discursos salvajes de la
política. Esta dicotomía, debe ser superada en una
Nación empobrecida con 50% de la población colgada del
Estado, no para vivir dignamente, sino solo para
subsistir.
Nuestra clase dirigente tiene el desafío de ganarse la
credibilidad, y la obligación de ser más morales y
éticos que el resto de la sociedad. El modelo de
dirigente político vigente hasta hoy ya no es viable,
sólo puede mostrar como su logro más perdurable la
acumulación de pobres, que nos fue convirtiendo en un
país más pobre año tras año como consecuencia del
fracaso de las políticas de Estado, y la degradación
moral.
Se intentó hacernos creer que se iba a contener a los
sectores sociales más postergados, sin comprender que la
aplicación de un capitalismo temeroso y sin
planificación de largo plazo se transforma en una
fábrica de subsidios y gastos, con caídas abruptas de la
producción e inversión, y que la asistencia estatal
significa reconocer que se fracasó en proporcionarles un
trabajo digno y colocarlos en una posición mejor.
Mucho peor fue el pretendido remedio de mantener las
mismas variables, financiadas sólo con créditos
externos. La mayoría de los argentinos incorporamos con
éxito la aceptación cultural y jurídica de nuevos
derechos, como la igualdad de género y la cuestión
ambiental, que forman parte de la nueva agenda mundial.
Pero mientras no seamos capaces de ordenar la
comprensión de un nuevo modelo productivo en un nuevo
Estado, con más educación, trabajo, crecimiento y
calidad de vida, estos derechos carecerán de plena
operatividad.
A los argentinos nos cuesta comprender; que, una vez
concluida la lucha por la restauración democrática, no
generamos un conjunto de ideas y esperanzas que en clave
de futuro movilizarán a toda la sociedad para unificar
un cambio histórico.
En más de treinta años no pudimos desarrollar una nueva
utopía que movilizara a toda la sociedad en el nuevo
siglo. Y tal vez deberíamos adaptar el concepto de
aporofobia (1), como el rechazo a los pobres entendido
en su falta de inclusión en un nivel de vida digno, ni
darles los medios necesarios para obtener un empleo
digno en lugar de la dádiva estatal, que sirve a la vez
como elemento servil del clientelismo político.
Hay que resolver prioritariamente el problema de la
pobreza y la exclusión social que la realidad nos impide
disimular, y quizá valga la pena en tiempos de tanto
desasosiego y de un pesimismo muchas veces bien fundado,
intentar un inventario de ese país que se resiste a su
propia decadencia y en la hora del dolor individual y
colectivo emerge a través de la solidaridad, pese al
deterioro moral y material que ha sufrido el tejido
social.
En él, debemos colocar a un sistema de salud que no
obstante evidentes fragilidades, ofrece respuesta y
contención. Más que un sistema, mujeres y hombres que,
aun exhaustos, sin la retribución que merecen ni todas
las herramientas que necesitan, actúan con solvencia,
entrega, sensibilidad y compromiso. Ello permite
construir una certeza que tranquiliza: deteriorado,
sobreexigido y desafiado por una emergencia para la que
no estábamos preparados, el sistema público y privado de
salud conserva grandes reservas de profesionalismo y
calidad humana, y aunque la profesión médica se haya
desjerarquizado, como tantas otras, y que corra de un
lado a otro, casi sin tiempo de cultivar el vínculo
personal con los pacientes, el humanismo médico no está
extinguido, aunque pueda estar menguado.
Lo mismo cabe para enfermeros, técnicos y
administrativos. Si bien se han perdido códigos de
convivencia en la hora del dolor confirmamos que todavía
hay una sociedad que valora la honradez, destaca
trayectorias y distingue el coraje, la dignidad, la
nobleza, y se resiste a juntar la Biblia con el calefón.
Hay que mirar lo que queda de la mejor Argentina, sin
ignorar lo mucho que debemos reconstruir. A ese personal
de salud le otorgó un bono especial de 5.000 pesos, el
mismo Estado que decide pagarle a una expresidenta más
de un millón de pesos libres de impuestos. La gran
pregunta es si la clase política, que disputa por
ejercer el poder del Estado, estará dispuesta a indagar
el origen de los fracasos condición necesaria para poder
resolver los problemas y diseñar la Agenda del
Desarrollo, ¿o la pandemia se convertirá en la excusa de
la incapacidad?
1) Aporofobia: rechazo al
pobre, término acuñado por la filósofa española Adela
Cortina Orts, para referirse al odio y rechazo hacia la
pobreza y las personas pobres, especialmente los
migrantes a países europeos.
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