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Debate 

La agenda del desarrollo… o la excusa para la incapacidad

Por el Dr. Rubén Torres Rector - Universidad ISALUD.

 
2021 será un año complejo, en el marco de la pandemia y una elección de medio término vamos a enfrentar desafíos importantes, algunos vinculados a la pandemia y otros resultados de una larga herencia, e incluyen al mismo sistema de salud, la economía, seguridad, educación y debilidad institucional.
Las zozobras existenciales que venimos padeciendo hace largo tiempo dieron lugar a desempleo, caída del poder adquisitivo, inseguridad, falta de educación, dificultades de adaptación al aislamiento y el distanciamiento social, con una clase dirigente con una agenda que no contempla las necesidades de los argentinos.
Esa disociación entre dirigentes y dirigidos indigna al ciudadano de a pie, que desde hace tiempo ve funcionarios de los tres poderes del Estado, con un nivel de vida muy superior al que sus ingresos declarados permitirían, y cambios de bando político que desdicen valores antes defendidos como si el pasado no existiera.
Somos un país empobrecido y desigual a consecuencia de los desaciertos de quienes nos dirigieron. La pobreza es clara demostración del fracaso del modelo de país que fuimos y el triunfo del que no deberíamos ser. Pobreza no es solo falta de medios básicos para subsistir, ser pobre importa exclusión de una vida normal, genera sentimientos y enconos sociales, y los deja presos del asistencialismo del Estado como única forma posible de supervivencia. Al pobre no le queda más remedio que seguir al que lo asiste.
Desde la recuperación de la democracia han pasado muchos gobiernos, pero hubo una sola constante: cada año hemos tenido más pobres y desplazados hacia la periferia social. El fracaso es la única constante que se repite, y la gravedad terminal de los problemas que enfrentamos no resiste ambigüedades: se gobierna para ganar una elección o para tener un país mejor.
La degradación de las promesas electorales son el fuego que consume los restos morales de lo que una vez fue una Argentina rica y próspera. Si se pone primero el interés de la Nación y la superación de la crisis, hay esperanzas de encontrar un camino con luz al final del túnel. Pero, si lo que predomina es ganar las elecciones, y sostener un proyecto político, esa luz luce casi inalcanzable. No son tiempos de equivocar el rumbo nuevamente.
La crisis mundial por la expansión del Covid-19, su agravamiento con la segunda ola, y la mutación de las cepas, son hechos lo suficientemente relevantes como para poner un freno a los discursos salvajes de la política. Esta dicotomía, debe ser superada en una Nación empobrecida con 50% de la población colgada del Estado, no para vivir dignamente, sino solo para subsistir.
Nuestra clase dirigente tiene el desafío de ganarse la credibilidad, y la obligación de ser más morales y éticos que el resto de la sociedad. El modelo de dirigente político vigente hasta hoy ya no es viable, sólo puede mostrar como su logro más perdurable la acumulación de pobres, que nos fue convirtiendo en un país más pobre año tras año como consecuencia del fracaso de las políticas de Estado, y la degradación moral.
Se intentó hacernos creer que se iba a contener a los sectores sociales más postergados, sin comprender que la aplicación de un capitalismo temeroso y sin planificación de largo plazo se transforma en una fábrica de subsidios y gastos, con caídas abruptas de la producción e inversión, y que la asistencia estatal significa reconocer que se fracasó en proporcionarles un trabajo digno y colocarlos en una posición mejor.
Mucho peor fue el pretendido remedio de mantener las mismas variables, financiadas sólo con créditos externos. La mayoría de los argentinos incorporamos con éxito la aceptación cultural y jurídica de nuevos derechos, como la igualdad de género y la cuestión ambiental, que forman parte de la nueva agenda mundial. Pero mientras no seamos capaces de ordenar la comprensión de un nuevo modelo productivo en un nuevo Estado, con más educación, trabajo, crecimiento y calidad de vida, estos derechos carecerán de plena operatividad.
A los argentinos nos cuesta comprender; que, una vez concluida la lucha por la restauración democrática, no generamos un conjunto de ideas y esperanzas que en clave de futuro movilizarán a toda la sociedad para unificar un cambio histórico.
En más de treinta años no pudimos desarrollar una nueva utopía que movilizara a toda la sociedad en el nuevo siglo. Y tal vez deberíamos adaptar el concepto de aporofobia (1), como el rechazo a los pobres entendido en su falta de inclusión en un nivel de vida digno, ni darles los medios necesarios para obtener un empleo digno en lugar de la dádiva estatal, que sirve a la vez como elemento servil del clientelismo político.
Hay que resolver prioritariamente el problema de la pobreza y la exclusión social que la realidad nos impide disimular, y quizá valga la pena en tiempos de tanto desasosiego y de un pesimismo muchas veces bien fundado, intentar un inventario de ese país que se resiste a su propia decadencia y en la hora del dolor individual y colectivo emerge a través de la solidaridad, pese al deterioro moral y material que ha sufrido el tejido social.
En él, debemos colocar a un sistema de salud que no obstante evidentes fragilidades, ofrece respuesta y contención. Más que un sistema, mujeres y hombres que, aun exhaustos, sin la retribución que merecen ni todas las herramientas que necesitan, actúan con solvencia, entrega, sensibilidad y compromiso. Ello permite construir una certeza que tranquiliza: deteriorado, sobreexigido y desafiado por una emergencia para la que no estábamos preparados, el sistema público y privado de salud conserva grandes reservas de profesionalismo y calidad humana, y aunque la profesión médica se haya desjerarquizado, como tantas otras, y que corra de un lado a otro, casi sin tiempo de cultivar el vínculo personal con los pacientes, el humanismo médico no está extinguido, aunque pueda estar menguado.
Lo mismo cabe para enfermeros, técnicos y administrativos. Si bien se han perdido códigos de convivencia en la hora del dolor confirmamos que todavía hay una sociedad que valora la honradez, destaca trayectorias y distingue el coraje, la dignidad, la nobleza, y se resiste a juntar la Biblia con el calefón.
Hay que mirar lo que queda de la mejor Argentina, sin ignorar lo mucho que debemos reconstruir. A ese personal de salud le otorgó un bono especial de 5.000 pesos, el mismo Estado que decide pagarle a una expresidenta más de un millón de pesos libres de impuestos. La gran pregunta es si la clase política, que disputa por ejercer el poder del Estado, estará dispuesta a indagar el origen de los fracasos condición necesaria para poder resolver los problemas y diseñar la Agenda del Desarrollo, ¿o la pandemia se convertirá en la excusa de la incapacidad?

1) Aporofobia: rechazo al pobre, término acuñado por la filósofa española Adela Cortina Orts, para referirse al odio y rechazo hacia la pobreza y las personas pobres, especialmente los migrantes a países europeos.

 

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