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Hemos hablado muchas veces en
estas columnas sobre la fragmentación del sistema, pero
no nos hemos referido y cuestionado de la misma manera
sobre las consecuencias que trae la segmentación del
sistema, generando profundas desigualdades en la
accesibilidad y la calidad de los servicios de salud.
Existe una gran variabilidad en la calidad y el acceso a
los servicios de salud según el segmento donde uno esté
ubicado (entrada al sistema).
El affaire del vacunatorio vip ha mostrado ante amplios
sectores sociales de clase media y altos ingresos la
indignación que se debería sentir cuando uno es
marginado y excluido por no estar en un determinado
segmento y esto no se puede comprar. En este caso la
política y su sistema endógeno de amiguismo generó un
mecanismo de discrecionalidad en la distribución de las
vacunas que no se puede sortear con dinero sino con
relaciones. Un sistema sanitario en una democracia
implica que el acceso y la calidad de los servicios
públicos debería intentar ser igual para todos con
independencia de su estatus económico y social.
El sistema sanitario carece de una mirada sistémica que
estuvo ausente del debate político y discutiéndose como
compartimentos estancos (público, privado y seguridad
social) durante toda la década del 90 y ya iniciado el
año 2000 con esa misma tónica. Los intentos de reforma
que vinieron apoyados por el Banco Mundial estuvieron
fragmentados en recursos para el sector público, para la
seguridad social y para el PAMI de manera
compartimentalizada y sin buscar mecanismos de
articulación que podrían ser más eficientes y eficaces
para ganar capacidad de gobernanza que resulta una
carencia importante del Ministerio de Salud de la
Nación.
El ministro de Salud en la realidad está sentado en un
trono vacío solo conduce una fracción del sistema y no
tiene injerencia sobre la seguridad social (2% PBI) y
menos sobre el PAMI (1% PBI).
El Ministerio hace como que conduce el sistema con un
0,5% del PBI, en tanto que las provincias y municipios
manejan un 2,2 % del PBI. Como se puede dirigir y
gobernar un sistema sin tener poder de decisión y
control sobre los subsectores que lo integran. El
peronismo tiene dentro de sí mismo esas contradicciones
que juegan a favor de la fragmentación en primer lugar
con las obras sociales nacionales que se han negado
históricamente a ser controladas, supervisadas y
dirigidas por las políticas nacionales de salud y en
segundo lugar el PAMI que es una institución que la
política en general trata como una gran caja separada
del sistema sanitario custodiada y cerrada a
integraciones más amplias horizontales y verticales con
salud.
Seguimos siendo todavía una democracia imperfecta que
tiene mucho por aprender y una sociedad civil que debe
crecer y debe poner límites a los avances de la política
sobre el Estado exigiendo transparencia y rendición de
cuentas. Nos enfrentamos diariamente a la confusión de
algunos políticos que entienden el Estado como el ámbito
donde hacer negocios y ganar privilegios. Hasta que la
sociedad civil no comprenda que debe poner límites a la
utilización del Estado por parte de la política no
tendremos solución. Es cierto que la política en
Latinoamérica utiliza la pobreza y la marginación para
restar ciudadanía plena. Una persona que mendiga para
comer o sobrevivir no puede ser un ciudadano empoderado.
Respecto de la política pública para enfrentar la
pandemia que aplicó el Gobierno, para analizarla debemos
apartarnos un momento de las categorías absolutas no
todo es negro, pero tampoco todo es blanco. Debemos
tener la capacidad de analizar la tonalidad de gris que
tiene la política y si se acerca más a algunos de los
extremos grises más claros u oscuros.
Las políticas partidarias tienden a poner las cuestiones
en términos de contradicción porque necesitan movilizar
y lograr identificaciones fuertes de sus bases con
determinados postulados. Poco importa si coinciden con
la racionalidad o el sentido común. Se trata de una
confrontación por un lado los que defienden las
propuestas gubernamentales de manera ciega y por el otro
lado el rechazo ante todo lo que diga y haga el
Gobierno, sólo porque se está en la oposición.
En primer lugar, debemos decir que la pandemia fue una
gran oportunidad de convocar a las fuerzas políticas
nacionales a una verdadera cruzada, al estilo de lo que
sucede en las guerras donde es necesaria la unidad para
enfrentar un enemigo común. El Gobierno de Alberto
Fernández no lo hizo porque no está en su ADN convencido
que el que gana las elecciones tiene que imponer las
políticas y el resto apoyar u oponerse, no hay márgenes
para la construcción conjunta ni siquiera en tiempos de
tanta incertidumbre y vacío de poder como el que se
vive.
Hace unos días el periodista Ignacio Zuleta escribía que
“Las instituciones no se cambian por mayoría más uno”, y
me permito agregar que se requiere capacidad de
articular amplios y trabajados consensos sino las
reformas tienen corta vida. Gobernar sobre el filo de la
mayoría produce una democracia de patas cortas. Las
votaciones de las leyes jubilatoria, despenalización del
aborto, recorte de fondos a CABA, impuesto a la riqueza
e incluso el mismo presupuesto son aprobaciones “jugando
sobre el fleje”. Se podría pensar en otro método que
estuviera por encima de victorias legislativas a lo
pirro y que le diera mayor solidez y fortaleza a las
reformas tan necesarias en la realidad política,
económica y social argentina. Me atrevería a decir sin
minimizar la importancia del sistema sanitario que hay
tres líneas que tienen clara prioridad desde hace muchos
años: la cuestión previsional (se lleva el 50% del
presupuesto nacional), la reforma fiscal y la laboral.
Tampoco estuvo en el ADN del Gobierno de Macri que dejó
pasar importantes oportunidades para construir grandes
consensos. Y repito las reformas en la Argentina
requieren mayorías importantes y consensos amplios para
luego poder avanzar en un camino cimentado hacia la
construcción de un círculo virtuoso de crecimiento con
equidad.
La política en mundo basado en la información requiere
de una comunicación democrática, abierta y transparente.
Los ciudadanos ya no soportan que la política juegue a
las escondidas diciendo algo y callando otras o
utilizando los privilegios de información para
familiares y amigos.
Esto puede ser posible en algunas de las provincias
feudales argentinas donde el poder omnímodo de los
gobernadores y el entorno hacen y deshacen a su antojo
sin tener ningún tipo de límites y controles. Sólo
cuando suceden tragedias y abusos de poder flagrantes
(como fue el caso María Soledad en Catamarca para dar un
solo ejemplo) pueden producirse ciertos efectos
políticos saludables como es la alternancia del poder.
Sin embargo, en algunos casos se corre el riesgo que un
feudalismo reemplace a otro como terminó sucediendo en
Santiago del Estero que la salida de un peronista
permitió que un radical se encumbrara y terminara
actuando de la misma manera. No tengo que mencionar la
perversidad de regímenes como Santa Cruz o Formosa donde
el poder absoluto controla todas las variables que
pueden llegar a amenazar su supervivencia.
La principal fortaleza del feudalismo político argentino
es el escaso desarrollo productivo capitalista que
permitiría la aparición de un sujeto político nuevo que
es el asalariado privado que es más consciente de la
importancia de lo que requiere la economía para poder
funcionar correctamente. Ese sujeto político se hace
ciudadano y deja de ser llevado de las narices por el
puesto de trabajo y sometido en sus íntimas convicciones
por necesidad.
Los gobernadores y algunos presidentes argentinos
arrastran un comportamiento patrimonialista. El
patrimonialismo es la condición del ejercicio del poder
que le hace suponer a su detentador la propiedad de los
bienes, servicios y personas asignadas a su cargo. (1)
La suposición de propiedad de lo público está tan
presente en los regímenes democráticos, como lo estuvo o
lo está en los despóticos. Quien ocupa una posición por
efecto de las urnas, los concursos o las designaciones,
meritorias o no, puede suponer que tiene tanto derecho a
la apropiación o al beneficio, como lo tuvo un señor
feudal, un encomendero o un califa. El problema no fue y
no es de tiempo ni de rango. Es de cultura. Del modo
generalizado en que se entiende el ejercicio del poder y
se asumen sus beneficios.
Desde la aparición del Covid-19 hemos aprendido muchas
cosas. Lo que está pasando con las vacunas, los acomodos
y privilegios son comunes en otras áreas como la
educación, la salud o la seguridad. Ahora se ha dado
sobre un bien escaso que es demandado por la población y
donde los recursos individuales o familiares no son
suficientes para poder comprarlos. Pero también con una
política económica y social que no acompaña las
especiales circunstancias que vive el país y el mundo.
Los días venideros nos dirán si el cambio de ministro y
las declaraciones de mayor transparencia, seguimiento y
control apuntan a cambiar el funcionamiento de la
política de asignación, a reorganizar el sistema de
distribución de vacunas y mejorar la eficiencia en el
gasto sanitario o si en cambio constituyen una
declamación buscando un posicionamiento político interno
diferente e intentando cambiar los ejes de la
problemática diaria tan apabullantes para el ciudadano
(inflación, manejo de la pandemia, seguridad,
instituciones judiciales y caída del empleo).
Los márgenes se han hecho más estrechos y no hay espacio
para las mezquindades e improvisaciones. Aquí se juega
realmente la capacidad política de establecer reglas de
juego claras y transparentes que despierten la adhesión
ciudadana o se terminen de hundir las últimas esperanzas
de construir una democracia republicana.
Fe de erratas: Una intelectual a quien respeto mucho me
hizo una observación que me pareció importante rescatar
para no quedar como arbitrario dado que omití incluir
una excepción en el listado de leyes “aprobadas en el
fleje” y se trata de la interrupción legal del embarazo.
Como me recordaban ese proyecto fue presentado 10 veces
en el Congreso desde el año 2007, en 2020 hubo más de 72
expertas/os de todo signo invitados a dar su opinión y
evidencia en las Cámaras de Diputados y Senadores. En el
año 2018 hubo 845 expertas/os en total. Ha sido el
debate más democrático que hemos tenido en los últimos
10 años. La primera vez se perdió y la segunda vez que
llegó a recinto, se ganó la votación. No fue el gobierno
el impulsor sino la lucha del movimiento de mujeres y la
sociedad civil que le dieron preeminencia al tema y lo
impusieron en la agenda política.
REFERENCIA:
José Ramón Cossio Diaz Miembro de la Corte Suprema de
Justicia de México.
https://elpais.com/internacional/2015/10/06/actualidad/1444158961_579846.html
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(*) Economista sanitario.
Postgrado en Economía y Gestión de la Salud.
Profesor Universitario. Director del Instituto
de Economía del Bienestar (IdEB)
www.ideblatam.org
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