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Calificar la pandemia de Covid-19 como la mayor
catástrofe de los últimos 100 años de la historia
sanitaria mundial dista de ser sólo una expresión cuasi
apocalíptica. Pocas veces las diferentes sociedades y
sus sistemas de salud han debido enfrentar a un enemigo
poco conocido, pero no menos contagioso y letal, y
hacerlo desnudando la fragilidad de sus tradicionales
esquemas asistenciales. A lo que se sumó un enorme
desconocimiento respecto de terapéuticas y necesidad de
recursos. No había suficiente componente humano
especializado para enfrentar tremenda demanda, y el
intento de resolverlo comprando toneladas de
equipamiento médico demostró su endeblez. No muy alejada
en el tiempo la última gran causa de muerte en el mundo,
ocurrida entre 1957 y 1958 y producto de un brote de
influenza A H2N2 también originado en China y con
estimaciones de alrededor de 1 – 4 millones de personas
fallecidas, se abandonó a la memoria sanitaria tan
rápidamente como el evento fue superado. Y el mundo no
se puso en alerta respecto de la posible aparición de
una nueva crisis de este tipo. Como resultado, la
mortalidad actual por irrupción del Covid-19 -aún lejos
de su control- ha llegado a los 2.5 millones. Y nadie
puede aún prever con seguridad cuál será su número
final.
Ya se habla de una nueva Enfermedad X, mientras
sucesivas oleadas del Covid-19 siguen asolando Europa y
Estados Unidos, cada una con mayor incidencia y
letalidad. Mientras América Latina acompaña este
derrotero con cierta dosis de retrasos favorable
respecto de su aparición, pero no sin menores tasas de
gravedad. En este escenario complejo, los medios de
comunicación y las redes sociales han resultado claves
en la percepción de la magnitud del problema. Pero
también en generar confusión respecto de un tema muchas
veces tratado de manera inadecuada, superficial y hasta
sensacionalista. Con el agravante que éste no depende
sólo de su particular naturaleza, sino también del tipo
de manejo informativo y del grado de politización y
sectarismo que debió enfrentar. Cuestión asociada a que
la modelización de su comportamiento epidemiológico ha
venido fallando en las predicciones de las autoridades
sanitarias, acompañado de errores de comportamiento
estratégico por parte de los líderes políticos. En ese
contexto, las medidas preventivas se fueron justificando
más por incertidumbre que por conocimiento preciso, y a
veces hasta relativizando ciertos efectos adversos
inevitables.
Inicialmente, la consigna del dar valor a la salud por
sobre el impacto económico se transformó en una falsa
premisa, producto de errores e improvisaciones que
derivaron en falsas promesas. La contención y el
confinamiento bajo distintos esquemas de abordaje,
respuesta imperante en la fase inicial de la primera ola
-si bien contribuyó a reducir la propagación del daño y
la mortalidad- tuvo un efecto devastador sobre muchas
economías que quedaron paralizadas. La pandemia demostró
que no incorporar en forma rutinaria principios de buen
gobierno en todos los niveles jurisdiccionales lleva a
tensiones institucionales y sanitarias de tal magnitud
que terminan condicionando la calidad y efectividad de
la actuación sanitaria. De allí que el dinamismo de los
conocimientos y prácticas de la salud pública futura
vaya a demandar profesionales con adaptabilidad,
independientemente de que haya especializaciones,
particularmente en las áreas investigadoras y
académicas, que deban establecer una guía
científico-técnica.
El conocimiento actual respecto de la ecología
microbiológica y la tendencia bajo la cual va
evolucionando naturalmente la humanidad y su medio
ambiente indican que inevitablemente ocurrirán nuevas
pandemias de naturaleza impredecible de su evolución.
Más allá del reconocimiento que la mejor manera de
detener la explosión demográfica de un patógeno es el
corte abrupto de su cadena de transmisión, en un mundo
globalizado y altamente interconectado sumado al alto y
continuo flujo de tránsito inter-países de personas y
mercancías, hacerlo efectivo se torna un gesto difícil y
complejo. A lo que se suma que no hay estrategias
supranacionales claras, conjuntas y de diseño correcto
en ese sentido. Como tampoco parece haber colaboración
estrecha entre servicios veterinarios y médicos, frente
a lo que en forma cada vez más frecuente resulta un
fenómeno disruptivo derivado de la interacción estrecha
del ser humano con alguna de las especies animales con
las que convive. Esto obliga a pensar en forma
perentoria a disponer de un sistema de vigilancia
epidemiológica “on time” a nivel mundial respecto de
cuestiones como son la interacción con la fauna
silvestre, el uso y manipulación cada vez más frecuente
de agentes biológicos en laboratorios de investigación
tanto civiles como militares, y el control y asilamiento
inmediato de toda población donde se refiera la
aparición de un brote de etiología desconocida. Y
también en relación con la manera de conformar reservas
estratégicas de equipos de protección individual y
mascarillas, coordinando su compra y la de las vacunas
necesarias y explotando al máximo las economías de
escala que el poder de monopsonio confiere a países
enlazados como socios estratégicos. El mayor
inconveniente para lograrlo no sólo son las diferentes
respuestas de salud pública ante un agente emergente,
sino los prejuicios respecto de la capacidad real de los
países para contenerlo o de su asociación con cuestiones
altamente ideologizadas o politizadas.
La experiencia marcada por el titubeo inicial para
enfrentar esta pandemia muestra lo farragoso de las
formas de disponer y distribuir equitativamente y sin
argucias políticas las escasas pruebas de detección a su
inicio, de la utilización política de las cifras de
infectados y muertos, de cierta y poco disimulada
incomprensión respecto de utilizar para estériles
batallas políticas errores de gestión, de la limitada
disponibilidad de equipos de protección del personal, de
la falacia sobre falta de evidencia para ciertas medidas
sociales (el uso de mascarillas por ejemplo) y de la
distancia entre ética y derechos cuando hubo que tomar
decisiones profesionales sobre los pacientes. Las altas
cifras de fallecidos fueron exhibiendo crudamente como
las residencias y centros socio sanitarios para adultos
mayores carecían de respuestas adecuadas para puntos
críticos como los que caracterizaron al target etáreo
del Covid-19, y no estaban preparadas ni integradas para
una situación de tensión como la que supuso el tránsito
del virus. Pero también la misma experiencia puede
resultar valiosa para ciertas cuestiones futuras, aun
presentes. En primer lugar, que las medidas de
distanciamiento social deben mantenerse durante un
tiempo prolongado sin mensajes confusos ni difusión de
opiniones múltiples que apunten a relajaciones, para que
efectivamente se contenga la transmisión del virus y
baje su mortalidad. Segundo, que el éxito pasa por
combinar varias intervenciones, y no privilegiar una
sola. Tercero, que no puede asegurarse que una medida no
farmacológica ni inmunizadora destinada a “aplanar la
curva” pueda tener influencia suficiente -en una u otra
forma- respecto de no perjudicar severamente cuestiones
estratégicas como la actividad económica. Y que se torna
indispensable anticipar la ecuación costo-beneficio de
diversas estrategias y escenarios de intervención. Por
ejemplo, el cese abrupto de una parte importante del
entramado productivo especialmente con altos niveles de
informalidad más el confinamiento domiciliario,
impidieron modular el impacto que llevó a la economía a
la destrucción de varias actividades medio y pequeño
empresariales y al desequilibrio simultáneo de los
recursos fiscales.
El Covid-19 ha dejado al descubierto la vulnerabilidad
de nuestro sistema de salud para enfrentar similares
desafíos sanitarios que tarde o temprano deberán volver
a ser resueltos. Pero hemos aprendido la imperiosa
necesidad de tener un esquema no de poder, sino de
gobernanza efectivo. Copiar lo importante de la
estrategia de los mejores y aprender a trabajar sin
mezquindades en soluciones propias y locales. Disponer
de sistemas de información (tanto epidemiológicos como
clínicos) capaces de monitorear en forma anticipada y
precisa la evolución de la transmisión a nivel local,
para decidir sin dilaciones ni jugadas políticas entre
continuar el desconfinamiento o volver atrás. Evitar por
parte de voceros en los medios el uso de seudofuentes
científicas y cierto sensacionalismo, interpretando
conceptos equívocos y privilegiando la fascinación por
“la actualidad” y el “minuto a minuto”.
La próxima pandemia está -eufemísticamente- “a la vuelta
de la esquina”. No se podrá mejorar la salud de las
personas si vivimos en un mundo enfermo. Alcanzar el
derecho a la salud y al bienestar pasa a ser un desafío
global cuando la crisis desatada por esta pandemia
actual exponga en el corto plazo una cara conocida: la
de la pobreza y la desigualdad. Con cada vez más
dificultades no sólo de acceder equitativamente a
“nuevas tecnologías” sino simplemente a una vacuna, en
medio de condiciones globales de ley “selváticas” para
su disponibilidad con la mayor celeridad. Las patentes
no pueden ser la condición para que el sector privado
relativice su contribución a la investigación,
fabricación y distribución masiva sin mezquindades, y
con todo su potencial. Los argentinos estamos sufriendo
en carne propia estas situaciones no deseadas. En
política sanitaria, sólo la unión hace la fuerza. Las
grietas anemizan la energía social necesaria para hacer
frente a desafíos donde está de por medio la salud y la
vida de miles de compatriotas. Volvamos a ser
inteligentes como sociedad, y que lo vuelvan a ser
quienes nos conducen.
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(*) Titular de Análisis de Mercados de Salud. Universidad ISALUD. |
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