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El sistema de salud, como el económico o el educativo,
son sistemas artificiales creados por el hombre y por
ende tan imperfectos como su propio creador. No hay
ningún sistema de salud perfecto, aunque nos “vendan” y
“compremos” un “modelo” ideal en el que todos son
felices. Pero el hombre que reconoce su imperfección
busca permanentemente superarse a sí mismo y al medio
que lo rodea.
En nuestro país todo especialista en Salud Pública
coincide en que nuestro sistema de salud está segmentado
y fragmentado y que esta condición genera ineficiencia,
falta de calidad y fundamentalmente inequidad. Este
discurso utilizado por todo funcionario que llega al
poder no tiene su correlato en acciones concretas para
modificarlo. El sistema se mantiene inalterable,
perpetuando y garantizando esa ineficiencia e inequidad.
Siguiendo a Sarmiento cuando expreso “maestros a la
escuela” para iniciar el proceso de reforma educativa,
considero que para emprender la reforma del sistema de
salud hay que hacer una reingeniería o reconversión de
los reformadores. Múltiples han sido las excusas para
justificar el no haber contribuido a mejorar estas
debilidades persistentes del sistema: “con el poco
tiempo que duro mi gestión”, “con los escasos recursos
que me asignaron”, “con las presiones con que trabajé”.
Con recursos, tiempo y sin presiones hasta el tío Oscar
lo hubiera modificado. El secreto está en impulsar el
cambio en el contexto de estas adversidades, con una
preparación previa antes de asumir el cargo, y
fundamentalmente dispuestos a hacer el bien, haciendo
las cosas bien.
Algunos proponen comenzar por el famoso diagnóstico de
situación elaborado por alguna consultora internacional
para decirnos lo que todos nosotros ya conocíamos
previamente, proceso que dilata la implementación de la
reforma y vacía los recursos presupuestarios.
Soslayada esta etapa diagnóstica, todo proceso de
reforma requiere definir si la misma será por evolución
o por revolución. La Argentina tiene amplia experiencia
en procesos revolucionarios durante sus últimos años,
procesos dolorosos que solo se mantienen mientras que el
revolucionario conserva el poder.
Las reformas por evolución son más lentas, requieren
alcanzar consensos, pero finalmente todos se apropian de
ellas y le dan continuidad en el tiempo. En este
contexto la propuesta es avanzar en mejorar la
eficiencia, calidad y equidad dentro de cada uno de los
tres subsectores del sistema para luego crear vasos
comunicantes que los integren.
El lector, conocedor del sistema, sabe perfectamente
cuanto se puede hacer dentro del subsector público o el
de la seguridad social y también en el subsector
privado. Comencemos por allí, claro con una imagen
objetivo clara, sabiendo hacia dónde vamos y tratando de
dejar un terreno fértil para el que continuará con el
proceso. Esta pandemia nos recordó la fragilidad del
hombre, la finitud de la vida, pero también la fuerza
que le da la ciencia y la fe para proyectarnos a través
de las nuevas generaciones.
En 2019 el “gasto” en salud de la Argentina representó
el 9,4% del PBI. Cuando ese gasto se discrimina vemos
que el 2,7% corresponde al “Gasto Público”
(GP); el 3,9%
al “Gasto de la Seguridad Social” (Obras sociales
incluyendo PAMI) y el 2,8% al “Gasto Privado”
(prepagas
y pago directo de bolsillo).
El PBI para ese año fue de 402.273 millones de Euros y
el PBI per cápita de 9.142 Euros, por lo que el GP en
salud per cápita alcanzo los 243 Euros.
Para 2021 el presupuesto del Estado Nacional prevé que
un 5% del mismo será destinado a salud ($ 383.000
millones, con una paridad proyectada de $ 130 equivaldrá
a 2.946 millones de Euros). El aporte del Estado
Nacional para salud será entonces de 67 euros per
cápita. ¿Quién aportará la diferencia entre los 243
euros del 2019 y estos lánguidos 67 euros? ¿Serán los
estados provinciales? ¿Aumentará el pago directo del
bolsillo de la población? ¿O se va a expoliar de
recursos al sector de la seguridad social o de la
medicina privada?
En un mundo en que el gasto en salud se incrementa año
tras año por la mayor esperanza de vida, por la
transición epidemiológica hacia enfermedades crónicas y
por la irrupción de nuevas tecnologías esta diferencia
es preocupante. El deterioro actual de los equilibrios
fiscales y las pobres perspectivas de crecimiento
predicen restricciones presupuestarias en el futuro, por
lo que es muy probable que esta diferencia se incremente
y conduzca a un mayor gasto de bolsillo (pago de bonos
moderadores, copagos, pago directo en mostrador de
farmacias, prestaciones no cubiertas).
El gasto de bolsillo es la peor forma de gasto privado
en salud, representa una de las mayores barreras para
acceder al sistema y se manifiesta cuando la persona
enferma demanda atención médica. El “out of pocket”
visibiliza las inequidades de los grupos poblacionales
con menor capacidad de pago para tratamientos de alto
costo.
¿Será esta amenaza la que impulso en los últimos días al
Gobierno Nacional a promover una reforma del sector
salud? ¿O será una sana intención de ordenar el sistema?
El tiempo nos dará respuesta a estos interrogantes, así
como la amnesia colectiva, las fake news o la historia
que se reescribe, nos llevaran a caer en los mismos
errores de siempre.
(*) Rector de la
Universidad Católica Argentina.
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