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Columna


Los riesgos de eludir la presencialidad

 Por el Dr. Hugo E. Arce (*)


Tras haber transcurrido casi todo el año 2020, y la 1ª mitad de 2021, en un intenso ejercicio de virtualidad, empresas privadas, agencias estatales y servicios públicos, observaron con admiración los beneficios de haber logrado significativos ahorros en tiempos de trabajo presencial, evitando procedimientos ociosos en los circuitos administrativos, un acelerado entrenamiento en el uso de tecnologías a distancia y —quizá comentando discretamente— la expectativa de futuros ajustes en costos operativos y contratación de personal. En los establecimientos educativos (primarios y secundarios), parece evidenciarse una polémica sobre el nivel de aprendizaje logrado. Algunos afirman que los alumnos han alcanzado un salto de conocimientos a través de medios virtuales, seguramente influidos por el interés de los gremios docentes en reducir el riesgo de sus afiliados al contagio “laboral”. Curiosamente estos mismos “educadores” opinan que hay que dar por cumplidos los ciclos 2020 y 2021, sin someter a los alumnos a pruebas de aprovechamiento, porque se correría el “riesgo” de evidenciar la escasez de conocimientos adquiridos.
En el campo universitario, los institutos privados han hecho grandes esfuerzos para inducir a los docentes a organizar clases que requieren diálogo, intercambio y mostraciones simuladas o materialmente reales. Muchos docentes, por razones generacionales, tienen dificultades para adaptarse a la enseñanza virtual, sencillamente porque se formaron con otra dinámica de aprendizaje. En las universidades públicas es posible que se encuentren grandes disparidades, porque son entidades tan voluminosas, que difícilmente puedan implementar plataformas virtuales, que alcancen a todas las carreras y cátedras. De modo que es posible que las hayan reemplazado por redes virtuales fragmentadas, según la disponibilidad de recursos de cada región.
En la educación primaria y secundaria también se reemplazaron las clases presenciales por encuentros a distancia, suponiendo que lo prioritario es cuidar la salud de los educandos que, aunque son menos vulnerables a los contagios o cursan cuadros leves, pueden actuar como transmisores del Covid-19 a sus familias y adultos mayores. La vinculación por WhatsApp ha quitado toda la riqueza atribuible a la presencialidad escolar donde, con mayor intensidad, el contacto personal tiene un valor educativo y de socialización, que ninguna comunicación a distancia puede suplantar. A diferencia de otros países, en la Argentina se dio mayor importancia al riesgo de contagio que al atraso cognitivo, determinado por el cierre de escuelas y universidades. Los gremios docentes evitaron considerar a las tareas educativas como prioritarias y alentaron la inactividad escolar. No sostuvieron el mismo criterio para otros servicios públicos, como trabajadores de salud, transporte y seguridad. Los estudiantes pertenecientes a hogares de bajos recursos, quedaron prisioneros del medioambiente doméstico —y a sus celulares—, sin posibilidad de mejorar su bagaje cultural a través del intercambio con otros niveles sociales. Las comunicaciones virtuales no hicieron más que congelar las inequidades educativas y acentuar las diferencias.
En medianas y grandes empresas, durante las jornadas de trabajo presencial en grupos humanos numerosos, naturalmente se dedican intervalos de tiempo no productivo, que los empleados invierten en diálogos sobre circunstancias personales, relaciones afectuosas o conflictivas, comentarios triviales —que suelen descalificarse como “radio-pasillo”—, y también coincidencias o discrepancias sobre ciertos procedimientos. Es un error suponer que estos contactos interpersonales carecen de todo valor. Por el contrario, contribuyen a mantener el clima de convivencia laboral, a elaborar criterios operativos comunes, y a veces —tal vez las menos frecuentes— a iniciar aportes innovativos que mejoran procedimientos. Las reuniones de evaluación, análisis o discusión de directivas han sido sustituidas por encuentros en plataformas virtuales, que permiten la participación de los integrantes desde sus domicilios, limitados por la ausencia física, pero que reciben con entusiasmo la libertad de invertir tiempo en viajes prolongados. La carencia de diálogo personal fue ocupada por intercambios grupales por WhatsApp, que pueden tener efectos más nocivos que el tiempo no productivo en los espacios laborales. ¿Los contactos físicos —dar la mano, besos, abrazos, borradores manuscritos— quedarán descartados por improductivos?
Las comunicaciones a distancia han ampliado los alcances de la participación, tanto en el campo laboral como el educativo, pero en sentido inverso, han limitado la riqueza del intercambio a los objetivos estrictamente agendados. La empatía —un componente sustancial de los vínculos humanos— se ha reducido a comentarios protocolares. Uno de los aspectos más innovativos de la industria japonesa en la década del 70, fue el de complementar en la estructura de las empresas, las comunicaciones verticales —asciende información y descienden directivas—, con comunicaciones horizontales (empleados de un mismo circuito administrativo discuten su mayor eficiencia). Estas reformas se concretaron a través de procedimientos que denominaron “círculos de calidad”. En realidad, se estaban incorporando a la organización empresarial, vías de intercambio que incrementaban su dinamismo y su creatividad. Algo similar ocurrió en los hospitales cuando se integró la organización por departamentos (clínico, quirúrgico, materno-infantil, diagnóstico, emergencias), con el seguimiento de los pacientes por la modalidad de “cuidados progresivos”, brindando una mayor continuidad de la atención y un enfoque clínico más integrado, que el resultante de una sumatoria de especialidades.
El analista económico Jorge Castro (Clarín, 21-02-21) destacaba que el salto tecnológico provocado por la retracción económica de 2020 determinó un incremento del 30% en la productividad de EE.UU. y China, como consecuencia de la digitalización de los procesos de manufactura y servicios, en el marco de la Cuarta Revolución Industrial. Cabe preguntarse si esa aceleración se logró a expensas de la calidad y la satisfacción de los clientes. Como contraparte, éstos sólo encuentran productos estandarizados por técnicos informáticos, en general no predispuestos a atender inquietudes particulares, interlocutores con frases de libreto y bloqueo de vínculos humanos con los productores, que permitan personalizar esas necesidades. Pareciera que un salto revolucionario similar, se está aplicando en servicios necesariamente personales. ¿Se espera que puedan influir positivamente en la educación y la atención de la salud?

(*) Médico sanitarista. Miembro del Grupo PAIS. Autor de “Un sistema de salud de más calidad” (Prometeo, 2020). Director de la Maestría en Salud Pública, Instituto Universitario de Ciencias de la Salud - Fundación Barceló.

 

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