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Tras haber transcurrido casi todo el año 2020, y la 1ª
mitad de 2021, en un intenso ejercicio de virtualidad,
empresas privadas, agencias estatales y servicios
públicos, observaron con admiración los beneficios de
haber logrado significativos ahorros en tiempos de
trabajo presencial, evitando procedimientos ociosos en
los circuitos administrativos, un acelerado
entrenamiento en el uso de tecnologías a distancia y
—quizá comentando discretamente— la expectativa de
futuros ajustes en costos operativos y contratación de
personal. En los establecimientos educativos (primarios
y secundarios), parece evidenciarse una polémica sobre
el nivel de aprendizaje logrado. Algunos afirman que los
alumnos han alcanzado un salto de conocimientos a través
de medios virtuales, seguramente influidos por el
interés de los gremios docentes en reducir el riesgo de
sus afiliados al contagio “laboral”. Curiosamente estos
mismos “educadores” opinan que hay que dar por cumplidos
los ciclos 2020 y 2021, sin someter a los alumnos a
pruebas de aprovechamiento, porque se correría el
“riesgo” de evidenciar la escasez de conocimientos
adquiridos.
En el campo universitario, los institutos privados han
hecho grandes esfuerzos para inducir a los docentes a
organizar clases que requieren diálogo, intercambio y
mostraciones simuladas o materialmente reales. Muchos
docentes, por razones generacionales, tienen
dificultades para adaptarse a la enseñanza virtual,
sencillamente porque se formaron con otra dinámica de
aprendizaje. En las universidades públicas es posible
que se encuentren grandes disparidades, porque son
entidades tan voluminosas, que difícilmente puedan
implementar plataformas virtuales, que alcancen a todas
las carreras y cátedras. De modo que es posible que las
hayan reemplazado por redes virtuales fragmentadas,
según la disponibilidad de recursos de cada región.
En la educación primaria y secundaria también se
reemplazaron las clases presenciales por encuentros a
distancia, suponiendo que lo prioritario es cuidar la
salud de los educandos que, aunque son menos vulnerables
a los contagios o cursan cuadros leves, pueden actuar
como transmisores del Covid-19 a sus familias y adultos
mayores. La vinculación por WhatsApp ha quitado toda la
riqueza atribuible a la presencialidad escolar donde,
con mayor intensidad, el contacto personal tiene un
valor educativo y de socialización, que ninguna
comunicación a distancia puede suplantar. A diferencia
de otros países, en la Argentina se dio mayor
importancia al riesgo de contagio que al atraso
cognitivo, determinado por el cierre de escuelas y
universidades. Los gremios docentes evitaron considerar
a las tareas educativas como prioritarias y alentaron la
inactividad escolar. No sostuvieron el mismo criterio
para otros servicios públicos, como trabajadores de
salud, transporte y seguridad. Los estudiantes
pertenecientes a hogares de bajos recursos, quedaron
prisioneros del medioambiente doméstico —y a sus
celulares—, sin posibilidad de mejorar su bagaje
cultural a través del intercambio con otros niveles
sociales. Las comunicaciones virtuales no hicieron más
que congelar las inequidades educativas y acentuar las
diferencias.
En medianas y grandes empresas, durante las jornadas de
trabajo presencial en grupos humanos numerosos,
naturalmente se dedican intervalos de tiempo no
productivo, que los empleados invierten en diálogos
sobre circunstancias personales, relaciones afectuosas o
conflictivas, comentarios triviales —que suelen
descalificarse como “radio-pasillo”—, y también
coincidencias o discrepancias sobre ciertos
procedimientos. Es un error suponer que estos contactos
interpersonales carecen de todo valor. Por el contrario,
contribuyen a mantener el clima de convivencia laboral,
a elaborar criterios operativos comunes, y a veces —tal
vez las menos frecuentes— a iniciar aportes innovativos
que mejoran procedimientos. Las reuniones de evaluación,
análisis o discusión de directivas han sido sustituidas
por encuentros en plataformas virtuales, que permiten la
participación de los integrantes desde sus domicilios,
limitados por la ausencia física, pero que reciben con
entusiasmo la libertad de invertir tiempo en viajes
prolongados. La carencia de diálogo personal fue ocupada
por intercambios grupales por WhatsApp, que pueden tener
efectos más nocivos que el tiempo no productivo en los
espacios laborales. ¿Los contactos físicos —dar la mano,
besos, abrazos, borradores manuscritos— quedarán
descartados por improductivos?
Las comunicaciones a distancia han ampliado los alcances
de la participación, tanto en el campo laboral como el
educativo, pero en sentido inverso, han limitado la
riqueza del intercambio a los objetivos estrictamente
agendados. La empatía —un componente sustancial de los
vínculos humanos— se ha reducido a comentarios
protocolares. Uno de los aspectos más innovativos de la
industria japonesa en la década del 70, fue el de
complementar en la estructura de las empresas, las
comunicaciones verticales —asciende información y
descienden directivas—, con comunicaciones horizontales
(empleados de un mismo circuito administrativo discuten
su mayor eficiencia). Estas reformas se concretaron a
través de procedimientos que denominaron “círculos de
calidad”. En realidad, se estaban incorporando a la
organización empresarial, vías de intercambio que
incrementaban su dinamismo y su creatividad. Algo
similar ocurrió en los hospitales cuando se integró la
organización por departamentos (clínico, quirúrgico,
materno-infantil, diagnóstico, emergencias), con el
seguimiento de los pacientes por la modalidad de
“cuidados progresivos”, brindando una mayor continuidad
de la atención y un enfoque clínico más integrado, que
el resultante de una sumatoria de especialidades.
El analista económico Jorge Castro (Clarín, 21-02-21)
destacaba que el salto tecnológico provocado por la
retracción económica de 2020 determinó un incremento del
30% en la productividad de EE.UU. y China, como
consecuencia de la digitalización de los procesos de
manufactura y servicios, en el marco de la Cuarta
Revolución Industrial. Cabe preguntarse si esa
aceleración se logró a expensas de la calidad y la
satisfacción de los clientes. Como contraparte, éstos
sólo encuentran productos estandarizados por técnicos
informáticos, en general no predispuestos a atender
inquietudes particulares, interlocutores con frases de
libreto y bloqueo de vínculos humanos con los
productores, que permitan personalizar esas necesidades.
Pareciera que un salto revolucionario similar, se está
aplicando en servicios necesariamente personales. ¿Se
espera que puedan influir positivamente en la educación
y la atención de la salud?
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(*)
Médico sanitarista.
Miembro del Grupo PAIS. Autor de “Un sistema de
salud de más calidad” (Prometeo, 2020). Director de
la Maestría en Salud Pública, Instituto
Universitario de Ciencias de la Salud - Fundación
Barceló. |
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