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La pandemia causó el mayor daño económico, político y
social desde la 2da Guerra Mundial, en un mundo
convulsionado por la inequidad. La vida comunitaria se
deterioró a partir de la segregación producto de la
inequidad, la delincuencia que reduce la confianza entre
personas, el creciente individualismo que comenzó en la
década del 80, y el encierro en mundos digitales.
Con el debilitamiento de las comunidades parece haber un
recambio en los valores, somos una sociedad más abierta,
pluralista y que rechaza los extremos, lo cual es muy
positivo. Los viejos valores del honor y la palabra van
quedando atrás. Hace un siglo la gente llegaba a
suicidarse o batirse a duelo por cuestiones de honor. La
palabra era compromiso inquebrantable.
Hoy todo debe quedar por escrito y rubricado por
abogados para garantizar que nadie falte a la verdad. La
degradación de la confianza crece proporcionalmente al
debilitamiento de las comunidades y al aumento de la
complejidad del mundo.
Antes de la pandemia a nivel global los indicadores
económicos y sociales nunca fueron tan buenos, nunca
tantas personas fueron parte de las clases medias, la
pobreza extrema estaba en mínimos históricos y la
esperanza de vida nunca fue tan alta.
América latina fue la región en desarrollo más afectada
por la pandemia. Con el 8,4% de la población mundial
concentra 30% de las muertes por Covid-19. Sufre su peor
contracción del PIB que cayó 7,7% en 2020, se han
cerrado 2,7 millones de empresas, con dramática
destrucción de empleo principalmente de jóvenes y
mujeres y un desplome drástico del comercio, la
inversión extranjera y las remesas.
Se incrementó la desigualdad y la pobreza que se había
logrado reducir de un 45,2% en 2001 a un 30,3% en 2019,
aumentará en 28,7 millones de personas alcanzando un 33%
de su población. El impacto ha sido brutal y magnífico
en las brechas en materia de desigualdad afectando, en
particular a los sectores más vulnerables de la
sociedad.
El mundo en general se enfrenta a una pandemia
amplificada por la desigualdad, que requiere profundizar
no sólo en las causas estructurales profundas que en
cada sociedad han conducido a este impacto desparejo
sino también en los diversos efectos de la transición
que vive el sistema internacional.
La desigualdad que caracteriza a América latina y
propicia la propagación de la pandemia por la falta de
insumos médicos y vacunas que contribuyan a una
respuesta sanitaria consistente, no es una
particularidad de la región. La asimetría entre naciones
en su acceso a estos elementos marca la dinámica global
actual. Las naciones con economía más poderosas acumulan
insumos médicos en exceso agravando la escasez de
vacunas entre naciones marginadas y la brecha entre el
mundo desarrollado y en desarrollo.
Los países ricos con 14% de la población mundial
compraron más de la mitad de las dosis de vacunas
disponibles. En una región asolada por la desigualdad y
la ausencia de recursos sanitarios, la “diplomacia de
las vacunas” genera una lucha por proveer un bien
público global para reforzar el “poder blando” de
algunas potencias.
El vacío dejado por las naciones occidentales y algunas
grandes corporaciones farmacéuticas en asistir a la
región es ocupado por la creciente presencia e
influencia de Rusia y China, en un proceso de
desplazamiento del dinamismo económico mundial y la
influencia y proyección política desde Occidente a
Oriente.
En medio de la gran transformación histórica que
atraviesa la humanidad en la era del coronavirus el
desafío intelectual que se impone es poder imaginar hoy
una utopía post-pandemia. Los expertos vaticinan que en
el post-covid se producirán reformas tecnológicas que
permitirán acceder a verdaderas mejoras en condiciones
de salud y educación, el ámbito social y laboral.
La medicina se verá altamente favorecida, con sensores y
dispositivos que permitirán nuevos tipos de monitoreo
online, en tiempo real y permanente de la salud del
paciente, y máquinas inteligentes para diagnosticar
enfermedades en forma más rápida y segura.
Pero podría empeorar la desigualdad entre “conectados” y
“desconectados”, se crearán condiciones oligopólicas
para grandes empresas de tecnología y la inteligencia
artificial podría erosionar aún más la privacidad, la
libertad individual, y la formulación de políticas
públicas basada en evidencias.
Se mejorará considerablemente la calidad de vida porque
se crearán sistemas más inteligentes para la
administración de servicios públicos y el home office
reducirá el hacinamiento urbano y la contaminación
ambiental derivando en un mejor entorno para la vida
familiar y social.
A nivel global otra víctima de la pandemia ha sido la
cooperación internacional y su capacidad de proveer los
necesarios bienes públicos globales. Las desigualdades
persisten tanto al interior de las sociedades como en el
marco del sistema internacional mientras que, la salud
pública global pareciera pasar a ser la continuación de
la política por otros medios.
La batalla de la pandemia ha generado resultados muy
dolorosos, pero hay un futuro por delante, cuyas
batallas no disputarán fuentes de energía no renovables,
sino propiedad de datos, a partir de los cuales se
construirán la mayoría de los bienes, y sobre la base de
cada click cada elección, cada consumo, la inteligencia
artificial aprenderá nuestras preferencias y patrones de
comportamiento ordenando desde el tránsito hasta las
inversiones, pasando por la política y la comida, el
chequeo de la salud y el diseño de la mejor estrategia
de prevención para cuando llegue la próxima pandemia.
¿Qué le propone la política a la gente para entonces?
¿Cuál es el sueño, la meta, la ilusión con la que
imagina contener a una sociedad tan golpeada? ¿Lo que se
ve en estos días?: aduaneros del Estado revisando
documentos y valijas, mientras la importación del virus
quedó en manos privadas y con tarifa obligatoria.
Cabría recordar los factores que M. Gandhi mencionaba
como destructores del ser humano y el Estado: “La
política sin principios, la riqueza sin trabajo, los
negocios sin moral, la ciencia sin humanidad y la
oración sin caridad”
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