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El pasado 24 de febrero el ejército ruso comenzó la invasión a
Ucrania. Al menos para los legos, la enorme disparidad de fuerza
militar a favor de los invasores auguraba una corta y exitosa
campaña militar.
Sin embargo, a dos meses de aquella fecha los combates continúan
con gran intensidad, y la situación geopolítica en la región
luce cada vez más inestable. Mientras rusos y ucranianos
combaten fieramente en el terreno, las operaciones de
desinformación y la ciberguerra suman su cuota de destrucción.
Y, en un alucinante viaje hacia atrás en el tiempo, se ha
reflotado el fantasma de la guerra nuclear.
Por otra parte, múltiples sanciones económicas aplicadas a los
agresores por países que respaldan a Ucrania impactan
negativamente, e impactarán más, sobre la economía de buena
parte del planeta.
Las consecuencias económicas y sociales de la invasión se
vislumbran ya en dimensiones catastróficas (especialmente en
territorio ucraniano pero también fuera del mismo, especialmente
en Polonia, principal receptor de familias ucranianas
desplazadas, y agravada además por lo que el gobierno polaco ha
denominado terrorismo de estado de sus vecinos bielorrusos).
Aún siendo impredecible el curso de los acontecimientos, la
eventual reconstrucción de la infraestructura destruida en
Ucrania requerirá un esfuerzo titánico. En ese contexto, ¿qué
sabemos del sistema de salud ucraniano?
En 2015, la OMS y el Observatorio Europeo de Sistemas y
políticas de Salud publicaron el informe Ukraine Health system
review. En el mismo se resalta que desde la independencia de la
URSS (1991) “los sucesivos gobiernos han tratado de superar los
déficits de financiamiento y modernizar el sistema de salud”
pero hasta la fecha del informe ninguna reforma estructural del
sistema había sido aplicada, por lo que conservaba “las
principales características del modelo Semashko”. Es decir, un
modelo totalmente centralizado, financiado por el presupuesto
estatal, sin participación privada, con el personal asalariado,
y cobertura universal. La constitución ucraniana reconoce el
derecho a la salud: “Toda persona tiene el derecho a proteger su
vida, salud y las vidas y salud de otras personas…” (art 27).
Sin embargo, aunque el gasto en salud (antes de la invasión) era
de aproximadamente 7,6% del PBI, relativamente alto en
comparación con sus vecinos, sólo el 55% de ese gasto era
público.
Aunque ciertos grupos vulnerables de la población y los
pacientes hospitalizados deberían estar cubiertos por la
provisión pública, la mayor parte del elevado gasto de bolsillo
(45,1% del total) se relacionaba con el pago de medicamentos,
frecuentemente sin ninguna cobertura efectiva.
En 2010 se había iniciado un programa de reforma, pensado para
desarrollarse en tres etapas durante cuatro años, orientado
fortalecer la atención primaria, las emergencias, y cambiar el
modelo de financiamiento “de uno basado en insumos a uno basado
en productos”. Los conflictos políticos y la inestabilidad
fueron los mayores obstáculos, y el programa se abandonó en
2014. Año de la invasión rusa en Crimea.
En 2015 el Ministerio de Salud publicó una Estrategia Nacional
para la reforma en Salud para Ucrania 2015-2020. El diagnóstico
inicial se resumía en: el país iba por detrás de sus vecinos
europeos en términos de esperanza de vida, con patrones de
mortalidad típicos de alta prevalencia de enfermedades crónicas
no transmisibles (en 2017 las enfermedades, diabetes, cáncer,
EPOC y trastornos de salud mental contribuían a casi el 84 % de
la mortalidad general); el gasto per cápita en salud era
significativo en términos de PBI, pero su PBI per cápita era
menor que el de los países europeos; y el sistema de salud se
basaba en el modelo Shemasko, con procedimientos de gestión muy
rígidos (una pesada herencia de la era soviética).
Los objetivos de tal estrategia se resumían en: centrar el
sistema en las personas, focalizando en la calidad, la
seguridad, la duración y profundidad del contacto con el
sistema, la cercanía con las comunidades, y la capacidad de
respuesta a los cambios; orientarlo a resultados, en términos
sanitarios, de protección financiera, rentabilidad y capacidad
de respuesta, lo cual incluía la evaluación del desempeño del
personal de salud, y la incorporación de reformas tales como el
mayor uso de proveedores privados en tanto se mejoraran los
costos prestacionales y el fortalecimiento de la gestión en base
a datos; y centrado en la implementación, fortaleciendo las
capacidades para planificar, implementar y monitorear planes de
acción y rendición de cuentas, incluyendo nuevos modelos de
financiación, eficientes y realistas para reducir las barreras
financieras de acceso y reducir los riesgos financieros de
enfermedad.
A fines de 2016 el gobierno aprobó cambios en el concepto de
financiación de la atención a la salud; un programa de
desarrollo de la asistencia sanitaria pública en Ucrania; y el
establecimiento de distritos hospitalarios.
A principios de 2017 se adoptaron nuevas medidas de reforma
sectorial, con el respaldo del FMI. Se creó el Servicio Nacional
de la Salud de Ucrania como principal administrador de los
fondos y los programas de atención, a través de un seguro
público solidario. El gobierno emitió unas Directrices relativas
a la reorganización de los centros sanitarios estatales en
empresas públicas sin ánimo de lucro.
Pero los sindicatos de salud rechazaron frontalmente estas
reformas, sosteniendo que implicaban reducción de personal,
pérdida de beneficios adquiridos por los trabajadores, y aumento
de la carga de trabajo y responsabilidades sin adecuada
remuneración.
Luego de dos meses de guerra, la OMS reporta que las
instalaciones sanitarias en Ucrania han recibido 164 ataques, de
ellos 138 fueron realizados con armas pesadas, en 149 se
afectaron edificios y en 14 a transportes. En 12 ataques se
impactó a pacientes (heridas o muertes), y en 24 al personal
sanitario. Se produjeron 73 muertos y 52 heridos.
Por ahora, todo indica que la tragedia se agravará, y aunque la
guerra no se extienda a otras regiones, los desafíos para la
salud pública serán enormes, y no solamente para Ucrania.
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