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LA SALUD Y LOS PESOS ARGENTINOS

Por el Dr. Carlos Javier Regazzoni (*)


De acuerdo con los economistas enfrentamos una crisis histórica que amenaza con destruir para siempre el valor de los “pesos” argentinos. Concomitantemente se derivan de la crisis graves consecuencias sanitarias. Ante la eventualidad de la destrucción del peso y el salto al precipicio, también asistiríamos al epílogo de gran parte de nuestro contrato social. Y esto por una sencilla razón; no hay forma de sostener en adelante aquello que supimos conseguir durante un siglo en materia de salud.
La salud es en estos momentos el invisibilizado campo de batalla donde la crisis hace sus mayores estragos. La pandemia provocó unas 150.000 muertes en la Argentina, luego es razonable asumir que de 300.000 a 400.000 personas sobrevivieron a una neumonía grave, más de la mitad con requerimiento de asistencia ventilatoria mecánica. Esto no había sucedido nunca. Además, no existen antecedentes de una infección que haya alcanzado al 90 por ciento de la población en el lapso de dos años, con 2 a 5 por ciento de reinfecciones (¡Dos veces por el mismo virus en dos años!). A esta carga de enfermedad respiratoria debemos agregarle la crisis de salud mental con aumento de las incidencias de depresión, ansiedad, intentos de suicidio, y suicidio, como no se tiene memoria en nuestro país. Están por verse los efectos (con toda seguridad inmensos) de la pandemia sobre la morbimortalidad por cáncer evolucionado, enfermedad cardiovascular desatendida, y diabetes mal controlada, debido a la disrupción del sistema de salud durante los peores momentos del Covid-19.
La crisis económica, por su parte, tendrá severos efectos sobre la salud de la población. En reiteradas ocasiones los estudios han mostrado que las crisis económicas del 1989, 2001 y del 2018, aumentaron la mortalidad precoz entre los argentinos. Ese aumento de mortalidad ocurrió especialmente (no exclusivamente) en las personas de 45 a 65 años varones y provenientes de barrios pobres. Este efecto no hace más que repetir aquello evidenciado en la abrumadora mayoría de los estudios internacionales; una crisis económica produce aumento de la mortalidad en general. Las causas son múltiples, algunas desconocidas, pero la relación es clara.
Ahora bien, pobreza, inflación, y deterioro del tipo de cambio, producen un profundo impacto en el propio sistema encargado de prestar servicios de salud. Se trata de efectos serios que vienen a coronar el desatendido crepúsculo del que supo ser el mejor sistema de salud de América Latina. Aquello que construimos durante décadas se desvanece entre nuestros dedos con la misma inercia con que economía e indolencia política destruyen el pacto social de los argentinos.
El pacto social consiste en una serie de conductas esperables de ciudadanos y gobierno en virtud del cumplimiento de una serie de obligaciones recíprocas. Su fundamento es una colección de valores compartidos. Huelga entrar en detalles; todos sabemos qué cosas no se cumplen, quienes incumplen, y cuáles son las conductas esperables que hoy ya no suceden. Pero no es tan evidente su correlato en el sistema de salud. Sistema de salud que constituye, por otra parte, una pieza fundamental del pacto social del cual hablamos, toda vez que honra el valor fundamental del derecho a la vida. Nada es tan opuesto a la cooperación originaria de la comunidad política como dejar de brindar un cuidado posible a quien lo necesita para no sufrir o morir. Si la sociedad no cumple un pacto para la vida entonces ya no puede comprometerse a nada. Desde estos goznes se erige el sistema de cuidados médicos y los resortes complementarios que conforman el sistema en su conjunto.
El sistema de salud es el conjunto de agentes y procesos que directamente y basados en la práctica médica en sentido amplio producen finalmente una vida más larga y saludable en la comunidad. Eficacia y eficiencia del mismo se conocen por sus resultados. La expectativa de vida en nuestro país supo ser diez años mayor a la de Corea del Sur; hoy es de cinco años menos. La estatura del varón de 18 años promedio era 7 centímetros superior a la del coreano; hoy es dos centímetros inferior. La mortalidad infantil de la Argentina era la mitad de la de Corea del Sur, hoy es tres veces superior. Podemos compararnos con Chile o Uruguay y advertiremos tendencias parecidas. Adicionalmente, en treinta años la eficiencia de cada peso argentino invertido en salud ha sido casi la mitad del real o los pesos chilenos o colombianos usados a tal fin. Ni hablar de la eficiencia del Won surcoreano.
El mensaje es claro. Sintomáticamente denunciamos emigración de talentos, graves defectos en la formación del recurso humano, remuneración irrisoria a todo nivel, deterioro de las instalaciones públicas, funcionamientos con niveles de calidad muy por debajo de lo deseado, una corrupción sin parangón, parquedad de información indispensable para la toma de decisiones, relegamiento de la profesión, fragmentación del sistema financiador con sospechosas superposiciones, y demás. Aquí también, huelgan los detalles. En lo profundo hay otra cosa. En realidad, sucede que se debilita la fuerza arquitectónica que dio origen al mismo. La vocación es atacada con condiciones de trabajo muchas veces humillantes, la planificación es reemplazada por prioridades políticas de coyuntura y mezquinas, y la obligación con el ciudadano es sustituida por oscuros compromisos con intereses sectoriales.
Con el debilitamiento de la moneda se resquebraja el pacto social, y con él cruje nuestro sistema de salud. El resultado final es el mismo. Los argentinos no solo podremos adquirir menos bienes; más dramático aún, podremos procurarnos menos salud. Lo lamentable es que se desatiende la enorme energía que nos vendría del esfuerzo colectivo por atender al que sufre. Finalidad última del ámbito sanitario
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(*) Médico - Doctor en Medicina - Extitular del PAMI

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