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De acuerdo con los economistas
enfrentamos una crisis histórica que amenaza con destruir para
siempre el valor de los “pesos” argentinos. Concomitantemente se
derivan de la crisis graves consecuencias sanitarias. Ante la
eventualidad de la destrucción del peso y el salto al
precipicio, también asistiríamos al epílogo de gran parte de
nuestro contrato social. Y esto por una sencilla razón; no hay
forma de sostener en adelante aquello que supimos conseguir
durante un siglo en materia de salud.
La salud es en estos momentos el invisibilizado campo de
batalla donde la crisis hace sus mayores estragos. La pandemia
provocó unas 150.000 muertes en la Argentina, luego es razonable
asumir que de 300.000 a 400.000 personas sobrevivieron a una
neumonía grave, más de la mitad con requerimiento de asistencia
ventilatoria mecánica. Esto no había sucedido nunca. Además, no
existen antecedentes de una infección que haya alcanzado al 90
por ciento de la población en el lapso de dos años, con 2 a 5
por ciento de reinfecciones (¡Dos veces por el mismo virus en
dos años!). A esta carga de enfermedad respiratoria debemos
agregarle la crisis de salud mental con aumento de las
incidencias de depresión, ansiedad, intentos de suicidio, y
suicidio, como no se tiene memoria en nuestro país. Están por
verse los efectos (con toda seguridad inmensos) de la pandemia
sobre la morbimortalidad por cáncer evolucionado, enfermedad
cardiovascular desatendida, y diabetes mal controlada, debido a
la disrupción del sistema de salud durante los peores momentos
del Covid-19.
La crisis económica, por su parte, tendrá severos
efectos sobre la salud de la población. En reiteradas
ocasiones los estudios han mostrado que las crisis económicas
del 1989, 2001 y del 2018, aumentaron la mortalidad precoz entre
los argentinos. Ese aumento de mortalidad ocurrió especialmente
(no exclusivamente) en las personas de 45 a 65 años varones y
provenientes de barrios pobres. Este efecto no hace más que
repetir aquello evidenciado en la abrumadora mayoría de los
estudios internacionales; una crisis económica produce aumento
de la mortalidad en general. Las causas son múltiples, algunas
desconocidas, pero la relación es clara.
Ahora bien, pobreza, inflación, y deterioro del tipo de cambio,
producen un profundo impacto en el propio sistema encargado de
prestar servicios de salud. Se trata de efectos serios que
vienen a coronar el desatendido crepúsculo del que supo ser el
mejor sistema de salud de América Latina. Aquello que
construimos durante décadas se desvanece entre nuestros dedos
con la misma inercia con que economía e indolencia política
destruyen el pacto social de los argentinos.
El pacto social consiste en una serie de
conductas esperables de ciudadanos y gobierno en virtud del
cumplimiento de una serie de obligaciones recíprocas. Su
fundamento es una colección de valores compartidos. Huelga
entrar en detalles; todos sabemos qué cosas no se cumplen,
quienes incumplen, y cuáles son las conductas esperables que hoy
ya no suceden. Pero no es tan evidente su correlato en el
sistema de salud. Sistema de salud que constituye, por otra
parte, una pieza fundamental del pacto social del cual hablamos,
toda vez que honra el valor fundamental del derecho a la vida.
Nada es tan opuesto a la cooperación originaria de la comunidad
política como dejar de brindar un cuidado posible a quien lo
necesita para no sufrir o morir. Si la sociedad no cumple un
pacto para la vida entonces ya no puede comprometerse a nada.
Desde estos goznes se erige el sistema de cuidados médicos y los
resortes complementarios que conforman el sistema en su
conjunto.
El sistema de salud es el conjunto de agentes y procesos
que directamente y basados en la práctica médica en sentido
amplio producen finalmente una vida más larga y saludable en la
comunidad. Eficacia y eficiencia del mismo se conocen
por sus resultados. La expectativa de vida en nuestro país supo
ser diez años mayor a la de Corea del Sur; hoy es de cinco años
menos. La estatura del varón de 18 años promedio era 7
centímetros superior a la del coreano; hoy es dos centímetros
inferior. La mortalidad infantil de la Argentina era la mitad de
la de Corea del Sur, hoy es tres veces superior. Podemos
compararnos con Chile o Uruguay y advertiremos tendencias
parecidas. Adicionalmente, en treinta años la eficiencia de cada
peso argentino invertido en salud ha sido casi la mitad del real
o los pesos chilenos o colombianos usados a tal fin. Ni hablar
de la eficiencia del Won surcoreano.
El mensaje es claro. Sintomáticamente
denunciamos emigración de talentos, graves defectos en la
formación del recurso humano, remuneración irrisoria a todo
nivel, deterioro de las instalaciones públicas, funcionamientos
con niveles de calidad muy por debajo de lo deseado, una
corrupción sin parangón, parquedad de información indispensable
para la toma de decisiones, relegamiento de la profesión,
fragmentación del sistema financiador con sospechosas
superposiciones, y demás. Aquí también, huelgan los detalles. En
lo profundo hay otra cosa. En realidad, sucede que se debilita
la fuerza arquitectónica que dio origen al mismo. La vocación es
atacada con condiciones de trabajo muchas veces humillantes, la
planificación es reemplazada por prioridades políticas de
coyuntura y mezquinas, y la obligación con el ciudadano es
sustituida por oscuros compromisos con intereses sectoriales.
Con el debilitamiento de la moneda se resquebraja el pacto
social, y con él cruje nuestro sistema de salud. El resultado
final es el mismo. Los argentinos no solo podremos adquirir
menos bienes; más dramático aún, podremos procurarnos menos
salud. Lo lamentable es que se desatiende la enorme energía que
nos vendría del esfuerzo colectivo por atender al que sufre.
Finalidad última del ámbito sanitario.
| (*) Médico - Doctor en Medicina -
Extitular del PAMI |
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