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El tiempo y la experiencia pasados desde el comienzo de la
pandemia no han rendido los frutos de sabiduría y superación que
nos gustaría ostentar. Lejos de ello, frente a las incesantes
mutaciones del coronavirus SARS 2, nuestra indefensión sanitaria
persiste impertérrita.
A lo largo de estos ya casi dos años y medio he advertido sobre
la absoluta insuficiencia y desviacionismo de centrar la
atención (tanto cognitiva como sanitaria) en el receptáculo de
“camas” y “respiradores” y en la expectativa desmedida sobre “la
vacuna”. El uso de comillas viene a remarcar que estos y otros
conceptos similares se llenan de contenido significativo y
valioso en la medida en que se activan como herramientas de una
aplicación planificada y supervisada de acuerdo a parámetros
sanitaristas y epidemiológicos en un marco de gobernanza
sanitaria.
En este sentido, vale la enseñanza de la teoría cuántica que
indica que las cosas son en su dimensión relacional, en un
contexto que las enlaza en un ambiente y junto con otras cosas.
Como afirma el físico y escritor Carlo Rovelli, “la realidad
está constituida por relaciones, antes que por objetos”. En
otras palabras, los objetos son lo que son en virtud de sus
relaciones, en un ambiente, en un contexto determinado y en una
dinámica diacrónica de mutabilidad constante. La física cuántica
enseña que el simple observador interviene en la medición,
incluso antes de ejecutar la medición. En síntesis, todos
intervenimos en la realidad por el simple hecho de ser parte de
la misma.
En lugar de abordar, bajo este prisma, un proceso de revisión
comprehensivo del funcionamiento de atención de la salud en
nuestro país y del tratamiento de la pandemia en particular,
hemos sucumbido a una contabilidad mediocre sobre fallecidos y
vacunados, y poco más. Efectivamente, ¿qué cambio significativo
ha atravesado nuestra área sanitaria? ¿Qué mejora sustancial
podemos medir en la atención de la población? ¿Qué política
pública federal podemos admirar? ¿Qué reestructuración
institucional? ¿Qué cambio en la gestión? ¿Qué plan de formación
profesional en especializaciones médicas, particularmente de
enfermería, tuvimos más allá de meros anuncios?
En cambio, nos sorprendemos de lo que ya sabíamos que iba a
ocurrir, pero preferimos no ver y hasta ocultar. Que la vacuna
no impide el contagio y recontagio (vale recordar el
señalamiento del inmunólogo francés Patrice Debré sobre que las
vacunas actuales por definición no cortan la transmisión porque
producen inmunoglobulina G, y no la A); que el virus muta sin
cesar, que las salas de terapia intensiva no son nada sin
médicos intensivistas, que todavía no contamos con registros
fehacientes del estado y evolución de la salud de nuestra
población (léase historias clínicas digitalizadas).
La información siempre estuvo disponible. Los brotes asiáticos
de SARS 1 en 2003 y de MERS en 2012 aportaron antecedentes
valiosos, que se eligió ignorar. Un estudio de 2007 advertía con
la expresión “bomba de tiempo” acerca de la probabilidad de un
nuevo brote de coronavirus. Y es conocida la propensión a la
mutación de este tipo de virus. La alarma por pandemias aumentó
también con el ébola, entre otros, e hicieron que la propia
directora de la OMS en 2015, Margaret Chan, indicara preparación
de los sistemas de salud.
Hoy, la “viruela del mono” nuevamente enciende alarmas que
preferimos desoír. No se trata de generar pánico. Su forma de
contagio por contacto directo lo hace más propenso a la
contención que los virus respiratorios, pero para ello hay que
preparar protocolos procedimentales de detección temprana y
aislamiento operativo inmediato, además de un adecuado control
migratorio. La dispersión de información periodística (y sobre
todo la más caótica por redes sociales) puede generar una mezcla
de angustia e indiferencia en la población por saturación. Pero
tampoco alcanza con la simple precaución de responsables de
gobierno o institucionales. Se requiere del funcionamiento de
una estructura sanitaria de la que carecemos.
Efectivamente, el estado de la salud en nuestro país, así como
el de sus instituciones en general, requiere de una decidida
transformación. No se trata de empezar todo de nuevo, lo que no
es deseable ni posible, pero sí de encarar una serie de cambios
estructurales y no rectificaciones parciales aquí y allá. En el
fondo, al decir de Siegfried Kracauer, se trata menos de que las
instituciones cambien como de que los hombres cambien las
instituciones.
Porque incluso más allá de la indispensable gobernanza
sanitaria, se requiere un cambio de fondo en la racionalidad
social mayoritaria. El propio proceso de transformación
sanitaria constituiría un caso de acción política en el marco de
lo que Benjamin Barber llama democracia fuerte. Significaría a
la vez una expresión democrática y un impulso a su propia
fortaleza.
Lo que Barber propone en su célebre obra de 1984, Strong
Democracy: Participatory Politics for a New Age, es comprender a
la democracia no como un mero conjunto de reglas de convivencia
y marcos institucionales, sino, y tal vez fundamentalmente, una
forma de vida comunitaria que busca intervenir públicamente para
mejorar la vida social. Es en este sentido que rescata la idea
republicana que subraya la importancia de la participación
democrática en lugar del liberalismo más llano que pretende
restringir los abusos estatales y resguardar las libertades
individuales, reduciendo la vida social a una combinación de
círculos de intimidad y vínculo comercial, donde lo público se
limita a una bifurcación de Mercado o Estado.
Rescatemos tres de varios aspectos propios de la política que
señala el teórico norteamericano:
-
La política como el ámbito de la acción.
Se trata de transformar el entorno y afectar el espectro de
posibilidades de las personas.
-
La política como el ámbito de la
elección. Una elección es política cuando es el resultado
consciente de una deliberación previa. Así, la conciencia y
la deliberación distinguen a la ciudadanía de la masa.
-
La política como el ámbito de la
razonabilidad. “La razonabilidad es una respuesta a la
ausencia de certidumbre epistemológica, un punto intermedio
entre la arbitrariedad y la racionalidad científica. La
razonabilidad implica algo más que la negociación entre
intereses exige la presencia de empatía para reformular en
términos públicos los intereses privados, para ponernos en
un contexto social que incluye los intereses de otros”, en
palabras de un comentarista de su obra. (1)
En definitiva, es con la acción política
y la participación democrática que las personas pueden
mejorar sus vidas y su sociedad, impidiendo caer en la
impotencia política, el nihilismo moral y el deterioro
social. Debemos superar las instancias de negociación de
intereses y resguardo de prerrogativas, que son válidas y
necesarias, para incorporar una noción más amplia de
libertad que busca mejorar la asequibilidad de bienes y
servicios de manera equitativa y eficiente. Pasar de la
inmediatez de los intereses individuales y del cortoplacismo
miope a la visión conjunta de los objetivos comunes.
Comprender que la libertad se expande en un espacio público
de construcción solidaria, y que no se contradice con
relegar el puro beneficio propio para priorizar el
florecimiento del bien común.
Es sólo sobre este entendimiento que la construcción de un
acceso sanitario de calidad para nuestro pueblo será
posible.
Referencia:
1) Antonio Chapa Lluna “El retorno a la política.
Incertidumbre, deliberación y acción política en la teoría de la democracia
de
Benjamin R. Barber”, Revista Veritas
nº31, sept. 2014
| (*) Doctor en Medicina por la
Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Director
Académico de la Especialización en “Gestión Estratégica
en organizaciones de Salud”; Universidad Nacional del
Centro - UNICEN; Director Académico de la Maestría de
Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del
Aconcagua - Mendoza; Co Autor junto al Dr. Vicente
Mazzáfero de “Por una reconfiguración sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “La Salud
que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro
oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y
Asistenciales para la conformación de un Sistema Federal
Integrado de Salud” (2012); “La Fórmula Sanitaria”
(2003). |
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