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 Columna

    

UNA DEMOCRACIA FUERTE PARA UNA SALUD RESISTENTE

“La corrección de las fallas es el método más importante de la tecnología y el aprendizaje en general, el único método de progreso”
Karl Popper

Por el Doctor Ignacio Katz


El tiempo y la experiencia pasados desde el comienzo de la pandemia no han rendido los frutos de sabiduría y superación que nos gustaría ostentar. Lejos de ello, frente a las incesantes mutaciones del coronavirus SARS 2, nuestra indefensión sanitaria persiste impertérrita.
A lo largo de estos ya casi dos años y medio he advertido sobre la absoluta insuficiencia y desviacionismo de centrar la atención (tanto cognitiva como sanitaria) en el receptáculo de “camas” y “respiradores” y en la expectativa desmedida sobre “la vacuna”. El uso de comillas viene a remarcar que estos y otros conceptos similares se llenan de contenido significativo y valioso en la medida en que se activan como herramientas de una aplicación planificada y supervisada de acuerdo a parámetros sanitaristas y epidemiológicos en un marco de gobernanza sanitaria.
En este sentido, vale la enseñanza de la teoría cuántica que indica que las cosas son en su dimensión relacional, en un contexto que las enlaza en un ambiente y junto con otras cosas. Como afirma el físico y escritor Carlo Rovelli, “la realidad está constituida por relaciones, antes que por objetos”. En otras palabras, los objetos son lo que son en virtud de sus relaciones, en un ambiente, en un contexto determinado y en una dinámica diacrónica de mutabilidad constante. La física cuántica enseña que el simple observador interviene en la medición, incluso antes de ejecutar la medición. En síntesis, todos intervenimos en la realidad por el simple hecho de ser parte de la misma.
En lugar de abordar, bajo este prisma, un proceso de revisión comprehensivo del funcionamiento de atención de la salud en nuestro país y del tratamiento de la pandemia en particular, hemos sucumbido a una contabilidad mediocre sobre fallecidos y vacunados, y poco más. Efectivamente, ¿qué cambio significativo ha atravesado nuestra área sanitaria? ¿Qué mejora sustancial podemos medir en la atención de la población? ¿Qué política pública federal podemos admirar? ¿Qué reestructuración institucional? ¿Qué cambio en la gestión? ¿Qué plan de formación profesional en especializaciones médicas, particularmente de enfermería, tuvimos más allá de meros anuncios?
En cambio, nos sorprendemos de lo que ya sabíamos que iba a ocurrir, pero preferimos no ver y hasta ocultar. Que la vacuna no impide el contagio y recontagio (vale recordar el señalamiento del inmunólogo francés Patrice Debré sobre que las vacunas actuales por definición no cortan la transmisión porque producen inmunoglobulina G, y no la A); que el virus muta sin cesar, que las salas de terapia intensiva no son nada sin médicos intensivistas, que todavía no contamos con registros fehacientes del estado y evolución de la salud de nuestra población (léase historias clínicas digitalizadas).
La información siempre estuvo disponible. Los brotes asiáticos de SARS 1 en 2003 y de MERS en 2012 aportaron antecedentes valiosos, que se eligió ignorar. Un estudio de 2007 advertía con la expresión “bomba de tiempo” acerca de la probabilidad de un nuevo brote de coronavirus. Y es conocida la propensión a la mutación de este tipo de virus. La alarma por pandemias aumentó también con el ébola, entre otros, e hicieron que la propia directora de la OMS en 2015, Margaret Chan, indicara preparación de los sistemas de salud.
Hoy, la “viruela del mono” nuevamente enciende alarmas que preferimos desoír. No se trata de generar pánico. Su forma de contagio por contacto directo lo hace más propenso a la contención que los virus respiratorios, pero para ello hay que preparar protocolos procedimentales de detección temprana y aislamiento operativo inmediato, además de un adecuado control migratorio. La dispersión de información periodística (y sobre todo la más caótica por redes sociales) puede generar una mezcla de angustia e indiferencia en la población por saturación. Pero tampoco alcanza con la simple precaución de responsables de gobierno o institucionales. Se requiere del funcionamiento de una estructura sanitaria de la que carecemos.
Efectivamente, el estado de la salud en nuestro país, así como el de sus instituciones en general, requiere de una decidida transformación. No se trata de empezar todo de nuevo, lo que no es deseable ni posible, pero sí de encarar una serie de cambios estructurales y no rectificaciones parciales aquí y allá. En el fondo, al decir de Siegfried Kracauer, se trata menos de que las instituciones cambien como de que los hombres cambien las instituciones.
Porque incluso más allá de la indispensable gobernanza sanitaria, se requiere un cambio de fondo en la racionalidad social mayoritaria. El propio proceso de transformación sanitaria constituiría un caso de acción política en el marco de lo que Benjamin Barber llama democracia fuerte. Significaría a la vez una expresión democrática y un impulso a su propia fortaleza.
Lo que Barber propone en su célebre obra de 1984, Strong Democracy: Participatory Politics for a New Age, es comprender a la democracia no como un mero conjunto de reglas de convivencia y marcos institucionales, sino, y tal vez fundamentalmente, una forma de vida comunitaria que busca intervenir públicamente para mejorar la vida social. Es en este sentido que rescata la idea republicana que subraya la importancia de la participación democrática en lugar del liberalismo más llano que pretende restringir los abusos estatales y resguardar las libertades individuales, reduciendo la vida social a una combinación de círculos de intimidad y vínculo comercial, donde lo público se limita a una bifurcación de Mercado o Estado.
Rescatemos tres de varios aspectos propios de la política que señala el teórico norteamericano:

  • La política como el ámbito de la acción. Se trata de transformar el entorno y afectar el espectro de posibilidades de las personas.

  • La política como el ámbito de la elección. Una elección es política cuando es el resultado consciente de una deliberación previa. Así, la conciencia y la deliberación distinguen a la ciudadanía de la masa.

  • La política como el ámbito de la razonabilidad. “La razonabilidad es una respuesta a la ausencia de certidumbre epistemológica, un punto intermedio entre la arbitrariedad y la racionalidad científica. La razonabilidad implica algo más que la negociación entre intereses exige la presencia de empatía para reformular en términos públicos los intereses privados, para ponernos en un contexto social que incluye los intereses de otros”, en palabras de un comentarista de su obra. (1)

En definitiva, es con la acción política y la participación democrática que las personas pueden mejorar sus vidas y su sociedad, impidiendo caer en la impotencia política, el nihilismo moral y el deterioro social. Debemos superar las instancias de negociación de intereses y resguardo de prerrogativas, que son válidas y necesarias, para incorporar una noción más amplia de libertad que busca mejorar la asequibilidad de bienes y servicios de manera equitativa y eficiente. Pasar de la inmediatez de los intereses individuales y del cortoplacismo miope a la visión conjunta de los objetivos comunes. Comprender que la libertad se expande en un espacio público de construcción solidaria, y que no se contradice con relegar el puro beneficio propio para priorizar el florecimiento del bien común.
Es sólo sobre este entendimiento que la construcción de un acceso sanitario de calidad para nuestro pueblo será posible.

Referencia:
1) Antonio Chapa Lluna “El retorno a la política. Incertidumbre, deliberación y acción política en la teoría de la democracia de
Benjamin R. Barber”, Revista Veritas nº31, sept. 2014

(*) Doctor en Medicina por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Director Académico de la Especialización en “Gestión Estratégica en organizaciones de Salud”; Universidad Nacional del Centro - UNICEN; Director Académico de la Maestría de Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del Aconcagua - Mendoza; Co Autor junto al Dr. Vicente Mazzáfero de “Por una reconfiguración sanitaria pos-pandémica: epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “La Salud que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y Asistenciales para la conformación de un Sistema Federal Integrado de Salud” (2012); “La Fórmula Sanitaria” (2003).

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