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La evidencia sobre los mejores indicadores de aquellos países
con fuertes estrategias de atención primaria es abrumadora. No
importa el modelo político del país o la organización del
sistema de salud. Las bases racionales para estos beneficios se
basan en la mejora en la accesibilidad, el foco en la prevención
y el manejo temprano y oportuno de los problemas de salud.
Impulsada desde los organismos internacionales, las estrategias
de atención primaria se han vinculado a las iniciativas
destinadas a que la cobertura universal sea realmente una
cobertura efectiva.
Los modelos de atención primaria de la salud han poblado los
discursos de todos los sanitaristas y funcionarios, sin importar
su simpatía partidaria y sin solución de continuidad desde el
regreso a la democracia. Sin embargo, seguimos fracasando. Los
motivos del fracaso son multifactoriales. Hay elementos que se
vinculan al financiamiento, a la gestión y a la organización de
los sistemas prestadores en los diferentes subsectores.
En primer lugar, esta estrategia ha sido promovida casi en forma
exclusiva en el sector de gestión estatal. Tal vez esta
limitación a un grupo de la población sin cobertura de la
seguridad social, y por ende desvinculado del mercado de trabajo
formal, ha sido parte de su estigma. Esta puede ser la causa de
que la población con opciones de elegir la vea como una
estrategia de baja calidad, destinada a ahorrar recursos y
prefiera utilizar en forma directa el servicio de múltiples
especialistas y sostenga la libre elección como bandera de
clase.
A esto se suma el bombardeo publicitario y mediático vinculado a
las bondades de la tecnología, de la mano de su explosión en la
segunda mitad del siglo XX. Todo esto ha construido una tácita
aceptación que la medicina más especializada, más tecnológica,
siempre es mejor, desconociendo las consecuencias derivadas de
la aplicación de procedimientos innecesarios. La prevención
cuaternaria sigue siendo la preocupación de unos pocos
académicos.
Si bien los equipos de atención primaria son claves para ayudar
a navegar en el sistema de salud, no deben ser considerados como
meros administradores de recursos tecnológicos.
Esta mirada simplista es la que ha predominado en el subsector
de la seguridad social, y PAMI en particular. Reducir el modelo
a un primer nivel de atención con un médico de cabecera con
función de “portero” del sistema, es otra de las causas de su
rechazo.
Modelos de auditoria obsoletos, basados en la autorización
previa de estudio, promueven la saturación de cuestiones
administrativas redundantes que llevan por un lado al desaliento
para los profesionales, y por otro, a una pérdida de su imagen
frente a los pacientes. Todo esto deteriora un principio clave
como es la confianza en la relación médico paciente. La falta de
sistemas informáticos y el uso de estos procedimientos de
auditoría, como forma encubierta de programación y desaliento,
desmerecen cualquier modelo que contemple un primer nivel de
atención.
Para el caso del subsector público la falta de redes eficientes
de referencia y contrarreferencia, en muchos distritos, y las
demoras, impulsan al paciente a buscar atención en guardias
hospitalarias que aparecen saturadas de consultas no urgentes.
No es posible analizar este fenómeno sin analizar el capital
humano con el que contamos en términos de calidad y cantidad.
Los datos son desalentadores. Por un lado, las residencias de
medicina general y familiar no han logrado atraer a los
graduados de medicina. Las reformas curriculares en el grado
tienen un tibio efecto sobre los estudiantes. Pese a una
creciente oferta de plazas de residencia con buena calidad
formativa en todo el país, el número de ingresantes
prácticamente no ha sufrido variaciones, incrementándose solo el
número de vacantes no cubiertas. Por otra parte, la mitad de los
egresados de las residencias de medicina general no continúan en
la práctica activa de la especialidad. Esto genera un déficit
que requiere políticas activas de capitación y llevara años
revertir. A esto se suma que las políticas erráticas de
atracción y retención, en lugares alejados y desatendidos, hayan
llevado a que esos lugares solo consigan profesionales que no
han completado una formación en la especialidad o en el ocaso de
su carrera profesional.
Hacen falta políticas activas e intervenciones en diversos
aspectos y niveles. Pero sobre todo es necesaria una revolución
cultural en todos los niveles, los gestores, los profesionales y
la población. Hace falta convencer a la población que el éxito
en salud se consigue cuando predominan los logros colectivos
sobre las miradas individuales.
Hay ejemplos a seguir tanto en el subsector de gestión estatal
como en el ámbito de la atención de la seguridad social y
privada. Debemos estudiar esos procesos y detectar las claves de
su éxito. Esa evidencia empírica debe utilizarse como piloto y
escalar las intervenciones. En primer lugar, es necesario una
inyección de recursos en todos los subsectores destinado a la
APS con dos objetivos.
Por un lado, generar estímulos para atraer y retener
profesionales y, por otro lado, dotarlos de las condiciones para
resolver los problemas de la población. Un aumento de la
accesibilidad con capacidad resolutiva, jerarquizar la tarea,
generará confianza en la población. La promoción de la salud
digital, la historia clínica electrónica y la telemedicina
pueden ser herramientas poderosas en este sentido. Integrar
subsectores también resulta clave, romper barreras y promover
una percepción de un modelo de salud más homogéneo.
Sólo si los beneficios son evidentes lograremos la adhesión de
los ciudadanos al modelo.
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