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La Argentina gasta aproximadamente el 9,5% del PBI en salud.
Diversos análisis se han enfocado sobre la eficiencia del mismo,
sobre la equidad o los resultados logrados. La mayoría de estos
diagnostican un serio problema sobre el uso de los recursos en
salud y dejan entrever que el dinero será suficiente para el
sistema de salud argentino si se hace una eficiente gestión de
este.
Sin embargo, sin intención de tapar los problemas existentes, y
mucho menos de anular las posibilidades de mejoras que puedan
presentarse, creo que este mensaje es peligroso y contradictorio
con la necesidad del sector que requiere contar más recursos. A
continuación, les presento una breve reseña que justifica la
necesidad de más recursos.
1. Necesidad de mejores salarios en el sector: la realidad es
que el sistema de salud históricamente ha pagado bajos salarios,
haciendo que los profesionales recurran al pluriempleo. Es común
encontrar médicos, enfermeros, psicólogos o kinesiólogos, entre
otros, trabajando en varios establecimientos a lo largo de
jornadas que se extienden entre 12 y 16 horas diarias. Junto a
la coyuntura de pérdida del nivel ingresos frente a la
inflación, da como resultado un elemento que justifica de la
necesidad de más recursos.
2. Incorporación de tecnologías: es cierto que no toda nueva
tecnología es un verdadero avance en los resultados de salud, en
la Argentina se requiere inversión sobre tecnologías médicas y
de la información que permitan, entre otras cosas, conectar los
centros de salud más remotos con los grandes centros de salud
urbanos de alta complejidad. Por otro lado, en búsqueda de más y
mejor calidad de vida para la población, es necesario incorporar
tecnologías que permitan diagnosticar y tratar enfermedades ya
existentes como en aquellas que permanentemente aparecen.
También es menester recordar que la población envejece y
consecuentemente nos lleva a la aparición de nuevas necesidades,
con mayor cronicidad, más enfermedades no transmisibles y
mayores niveles de dependencia. Un párrafo aparte merece la
necesidad de mayor atención a la salud mental, cuya problemática
se expandió en las últimas décadas y se ha visto exacerbada con
la pandemia del Covid-19. En definitiva, la incorporación de
tecnologías (en forma racional) es una necesidad de incremento
de fondos en forma permanente.
3. Necesidad de renovar estructuras edilicias: muchos de los
centros de salud requieren mejoras en pos del confort del
paciente y los profesionales, incluso son necesarias ciertas
renovaciones para cumplir con la normativa actual. De todos
modos, hay una preocupación mayor, las reformas necesarias con
miras al mantenimiento del ambiente. Los centros de salud tienen
un gran impacto ambiental, debiéndose enfocar en corregir y
mejorar el consumo de energía o la generación de residuos. Sin
un ambiente adecuado para el humano, los prestadores de salud
estarán aún más saturados en el futuro. Recordando los
determinantes de la salud, es necesario ser ejemplo en el
cuidado del ambiente.
4. La crisis de financiamiento del sector: debido a la crisis
macroeconómica, especialmente debido a la inflación, todo el
sector tiene problemas financieros. En la actualidad ningún
subsector del sistema tiene ganancias extraordinarias, incluso
muchos enfrentan serios riesgos de supervivencia. Las obras
sociales han perdido afiliados (tenemos tasas récord de empleo
informal vs empleo registrado) e ingresos, ya que los salarios
han perdido frente a la inflación. Las prepagas, a pesar de los
aumentos acumulados, han quedado desfasadas frente a la
inflación desde el 2020. Las clínicas y sanatorios privados a
pesar de que están colapsados de trabajo, la gran mayoría tiene
pérdidas operativas, especialmente por el aumento de gastos en
medicamentos y descartables de internación. Finalmente, los
hospitales y centros públicos tienen déficit presupuestario que
se traduce en largas colas y listas quirúrgicas como mecanismos
para contener la demanda (y, por ende, el gasto).
5. La judicialización: este fenómeno, que afecta particularmente
el sector de la salud, generando una gran cantidad de gastos
directos (en pago de juicios y arreglos extrajudiciales o
respondiendo a amparos) como indirectos (en seguros y prácticas
no cubiertas). Son dos problemáticas. Por un lado, los juicios
de mala praxis, que además de los gastos mencionados generan
gastos por la llamada medicina defensiva, es decir, aquellas
prestaciones que no agregan valor para solucionar el problema
médico-sanitario, pero se realizan por miedo a enfrentar futuras
demandas. Por otro lado, los amparos por prácticas no cubiertas.
La gran mayoría de estos se debe a la falta de una normativa
clara y actualizada de cobertura que deben brindar tanto las
obras sociales como las prepagas. Es imposible planificar las
prestaciones sin un PMO estable, que no se modifique por leyes
paralelas que no prevean fuentes de financiamiento alternativas.
Más allá de mis consideraciones personales sobre la necesidad de
más recursos, lo cierto es que debemos mejorar el uso. Es
innegable que tenemos muchos flancos que trabajar, como
disminuir la variabilidad clínica o mejorar los incentivos para
la consecución de objetivos sanitarios. Pero también es
necesario transparentar el destino de los fondos, ya sea del
dinero público como privado. Si el lector se pregunta el por
qué, la respuesta es sencilla: Si no sabemos en qué se invierte
el dinero, jamás podremos corregir la equidad y eficiencia del
gasto. Ya lo dice la máxima “Lo que no se mide, no se mejora”.
En conclusión, debemos medir y mejorar nuestras ineficiencias e
inequidades en el manejo de fondos, pero de ninguna manera
debemos creer que mejorando esto solucionaremos todos los
problemas del sistema de salud, especialmente aquellos que
urgentemente requieren más fondos. La Argentina no gasta poco en
salud, pero resulta insuficiente para tener un sistema
equitativo que logre los resultados que deseamos.
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