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Un problema es una situación en la que algo no encaja. Se
logrará resolver si se plantean sus condiciones con claridad.
Así, un análisis adecuado permitirá solucionarlo. Un dilema, por
el contrario, es una situación en la que hay que optar entre
caminos alternativos. Un dilema no tiene una solución, se lo
enfrenta tomando una decisión. Requiere más discernimiento que
análisis, más coraje que inteligencia, más una disquisición
ética que un análisis cognitivo.
La bioética nos enfrenta a dilemas más que a problemas. A tomar
decisiones que implican decisiones éticas (reflexiones sobre los
valores que implican las acciones) frente a dilemas donde la
moral tradicional (las conductas consideradas correctas) no
alcanza a zanjar la decisión. Pero muchas veces la bioética
queda reducida a situaciones particulares donde restricciones
puntuales requieren una decisión individual o institucional
específica. Queda un respirador disponible y dos pacientes que
lo necesitan. ¿Qué hacer? ¿Qué criterios sopesar para priorizar
la atención de uno u otro? ¿Su evaluación clínica solamente? ¿La
edad entra en juego?
Evidentemente, estas situaciones son delicadas e importantes y
como tales han sido tratadas por la medicina y la bioética, y es
positivo que sigan discutiéndose. Aquí, sin embargo, me interesa
más privilegiar las aristas sistémicas que generan condiciones
particulares y menos la disyuntiva última de decisiones de
atención, por caso, que funcionan como último eslabón en una
larga cadena de decisiones previas (consientes o no,
planificadas o no, monitoreadas o no), a niveles de política
pública.
Una institución médica puede argumentar el priorizar la atención
de uno u otro paciente en la sala de espera, pero no puede dar
cuentas de la no atención a los innumerables ciudadanos que no
están acudiendo al centro médico, por múltiples motivos. La
bioética no debería responder solamente a disquisiciones
individuales sobre valores morales, sino a planteos políticos
sobre intereses económicos. ¿A qué insumos e infraestructura se
destinarán las partidas presupuestarias?, ¿con qué laboratorios
se acordará una colaboración clínica sobre determinada vacuna o
fármaco?, ¿qué investigaciones priorizará la política científica
nacional, y cuáles especialidades médicas las universidades?,
¿por qué contamos con investigación para crear vacunas y
píldoras para determinadas enfermedades, dolencias o
limitaciones, y no para otras? Aquí no entran en juego
simplemente criterios profesionales, sino fuertes intereses
económicos (y políticos). ¿Por qué determinada población recibe
determinados medicamentos antes que otra? ¿Por qué algunos seres
humanos son usados como prueba de reaseguro para otros, por no
decir, conejillos de Indias?
Si adoptamos una mirada fractal, y alejamos el lente sobre cada
paciente e incluso sobre cada estudio particular, e indagamos el
mapa social de atención sanitaria, el agregado de estudios y
consultas, apreciaremos la sobremedicalización, los estudios
innecesarios, las intervenciones a veces incluso dañinas. En
definitiva, una sociedad medicalizada en la era del consumo; una
medicina tecnocrática.
Es precisamente en este contexto epocal que la bioética cobra
una importancia mayúscula. Con componentes en permanente
mutación y acciones y reacciones continuas y abiertas, debemos
señalar hechos (partícipes de procesos) como:
1. Auténtica proliferación de códigos morales en actividades
específicas donde los profesionales de la medicina se encuentran
involucrados.
2. Conductas que son producto de su educación (o falta de la
misma) para la salud y la ausencia de políticas de promoción de
la salud debidamente elaboradas.
3. Desde el paciente, con frecuencia se comprueba que éste
“regala su vida “y luego “le roban su muerte”, víctima de la
medicalización tecnocrática del ejercicio profesional.
Se trata en definitiva de una profunda reflexión sobre la
llamada por Hannah Arendt banalización del Mal, o, en otros
términos, la distinción que realizara Max Weber entre la ética
de la convicción (que se rige por los principios morales
internos inquebrantables en cualquier circunstancia) y la ética
de la responsabilidad, en que el actor político antepone las
consecuencias posibles de la medida a ejecutar sobre sus
ideales, reparando así el impacto general de su decisión. En sus
palabras: “La ética del político no es solo ser fiel a sus
principios, sino hacerse responsable de las consecuencias”.
Pensemos por caso en la biogenética: las mejores intenciones
pueden resultar peligrosas. Trocar genes es delicado. En
consecuencia, la biotecnología nos obliga a la valoración
conceptual de la bioética frente a situaciones ingenuas o
perversas, ya que el objetivo de la ciencia es mejorar la vida
sin negar la autonomía e identidad de la misma con
transparencia, a fin de evitar sujeción económica y, por qué no
decirlo, presión farmacéutica.
Somos seres en evolución y la salud es la base de la ética y
como seres biológicamente abiertos, la incertidumbre nos rodea.
De ahí la cautela de actuar para prevenir todo daño. Desde el
punto de vista de la investigación, un acto ético es el que se
ejerce responsablemente, evitando el perjuicio a personas, que a
veces se realiza inconscientemente, por estar vinculado el daño
a los métodos que el investigador utiliza para la consecución de
sus fines.
Vale señalar también que los llamados “conflictos” en esencia
ocultan una decadencia intelectual epocal. Al hablar de “juego
de intereses” nos referimos a conveniencias o necesidades de una
persona o corporación, por un lado, y al interés nacional que se
refiere al bienestar común, por el otro, cuando hoy es
imprescindible la reconstrucción de la Nación. La condición de
la Salud Pública torna pertinente la especificidad de su enfoque
en medio de una anomia en la que prevalecen desacuerdos
profundos y oposiciones irreductibles que hacen imposible
ocultar la ausencia de gobernanza y por lo tanto de decisiones
elaboradas estratégicamente válidas.
Así como no existe economía política del desarrollo sin política
económica del desarrollo, tampoco existe “economía del
conocimiento” sin “sociedad del conocimiento”, lo cual requiere,
como base de una sociedad nueva, rechazar una visión
mercantilista de la ciencia. Esta última solamente busca nichos
de rédito financiero, mientras que la economía del conocimiento
y la sociedad del conocimiento que deseamos es, en cambio, el
soporte sustentable de valores de la dignidad humana.
Las decisiones que van configurando aspectos de la vida y la
salud de la población se están tomando permanentemente, y muchas
veces de manera solapada e implícita. En vez de intervenciones
directas, muchas veces se trata de inercias institucionales y
tendencias económicas que conducen en una dirección y no en
otra. Se requiere de ponerse al frente de decisiones políticas
que señalen los dilemas bioéticos, con necesaria prioridad de
los profesionales e instituciones cualificados para comprender
los aspectos técnicos, pero poniendo a disposición de
conocimiento a la sociedad en su conjunto sobre las
consecuencias sociales y humanas, para permitir un debate
público.
La teoría de la comunicación dice que es imposible no comunicar;
toda conducta humana es interpretada. Así también, toda acción u
omisión es una decisión, y toda decisión es política. Con cada
paso en una dirección, evitamos todas las otras direcciones
posibles. Eso nos hace libres, pero también responsables.
Conocer los escollos en el camino o en los caminos posibles,
trazar senderos, planificar el viaje, preparar los pertrechos
necesarios; todo eso, además de libres y responsables, nos hará
mejores
| (*)
Doctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”; Universidad
Nacional del Centro -
UNICEN; Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza; Co
Autor junto al Dr.
Vicente Mazzáfero de
“Por una reconfiguración
sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de “La Salud que
no tenemos” (2019);
“Argentina Hospital, el
rostro oscuro de la
salud” (2018); “Claves
jurídicas y
Asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “La Fórmula
Sanitaria” (2003). |
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