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La política desencanta a las sociedades, y esta
sensación se extiende más allá de nuestras fronteras,
como un fenómeno que incluso no está relacionado con el
sistema de gobierno.
Parece una “grieta” mundial que expone el rechazo de los
gobernados hacia una clase dirigente que no solo no los
contiene, sino que además está en discusiones cada vez
más alejadas de sus preocupaciones.
Desde los jóvenes que intentan escapar de la guerra de
Ucrania o las mujeres que protestan contra su
sometimiento en Irán, a los levantamientos contra la
falta de respuestas a sistemas de salud y educación más
comprehensivos en Chile, esa situación se expresa a lo
largo y lo ancho del planeta.
Esa grieta provocó un cambio en las democracias, con la
desaparición de partidos “tradicionales”, el surgimiento
de movimientos y coaliciones que desafían principios
elementales del sistema, montados en la antipatía hacia
la política convencional.
El Brexit, la llegada de Trump al gobierno en Estados
Unidos, y aun la de Bolsonaro al de Brasil, fueron
explicados como consecuencias de esa ira popular,
expresión de la incomprensión ante demandas que la
política no registra.
Ese sentimiento se registra en la Argentina, donde nueve
de cada diez ciudadanos piensan que los políticos solo
defienden sus intereses, y no se interesan por los
problemas de la gente común.
Surgen así voces que cuestionan las bases del sistema,
“odian” al Estado e incitan a su reemplazo con consignas
no muy claras, basadas algunas en el uso de la libertad
personal irrestricta, para disminuir la inequidad. La
clase política resiste aduciendo que se quiere avanzar a
la anarquía, destruyendo el valor de la política.
En un país agobiado por problemas económicos que han
conducido a casi la mitad de la sociedad a una vida de
pobreza e indigencia, y que, sumados a los culturales,
han empujado a los jóvenes a la indiferencia hacia un
sistema que no solo les impide progresar, sino que los
estimula a emigrar, la clase política se sigue mirando
con recelo en la discusión de diferencias que poco le
importan a la sociedad, evitando fijar su atención en
aquello que deben entender y transformar.
El Ministerio de Salud “tiene como uno de los ejes
centrales de su política el desarrollo de acciones que
favorezcan la implementación de políticas sanitarias con
perspectiva de género y diversidad...”, reza la
Resolución 952/2022, para lo cual utilizará de ahora en
más el “lenguaje y comunicación no sexista e inclusiva”
en todos sus documentos y actos administrativos.
¿Ese lenguaje inclusivo contribuirá a mejorar el estado
y gestión de hospitales a los cuales más del doble de
las mujeres que llegan a la primera consulta por cáncer
de mama, lo hacen en estadios avanzados, respecto de
aquellas que son asistidas en el medio privado?
¿Permitirá que los médicos de esas instituciones reciban
sueldos acordes a su responsabilidad, dedicación y
riesgos en el ejercicio profesional, que evite el
paulatino abandono de su formación en residencias?
¿Garantizará a toda la población una calidad de atención
que le impida ser empujada a una medicina prepaga, que
hoy compromete alrededor del 25% de los ingresos
familiares? ¿Logrará moderar el impacto del gasto en
medicamentos, que en el costo de oportunidad empuja a
que los médicos cobren migajas?
La principal tarea de la política consiste en establecer
prioridades, y habitualmente lo hace en base a las
preocupaciones sociales. En el caso de que lo prescripto
en la resolución citada, constituya una de esas
prioridades, que además haga más accesible a la
ciudadanía las comunicaciones oficiales.
Cabría recordar, que el cáncer de mama constituye la
primer causa de muerte de mujeres en la Argentina; que
el 25% de ellas consideró que llega tarde a la consulta
porque tiene dificultades para dejar sus compromisos
laborales o porque no tiene con quien dejar a sus hijos
(¿No debía el Estado garantizar educación preescolar
para todos y horarios prolongados?); que la demora entre
el diagnóstico y el inicio del tratamiento en el sector
público duplica al del sector privado, etc., cabría
pensar que estos últimos problemas no tienen esa
prioridad, y que la sociedad no los registra y exige.
También es posible que, en el mismo sentido, la no
aceptación del pago de ganancias por el poder judicial,
este fundamentada en poderosos principios
constitucionales y éticos absolutamente imposibles de
revertir, mientras casi cinco de cada 10 niños
argentinos carecen de seguridad alimentaria.
¿Problemas de la política, fundamental para mejorar la
vida de todos... o de la hipocresía de unos pocos que
impide mejorar la calidad de vida de todes...?
| (*) Presidente del
Instituto de Política, Economía y Gestión en
salud (IPEGSA). |
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