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Llega esta época del año y las residencias para profesionales de
la salud son noticia. Por un lado, fuertes reclamos salariales,
por otro, las repetidas alertas sobre plazas sin cubrir. Estas
historias parecen vueltas a la noria. Siempre los mismos
problemas y seguimos en el mismo lugar corriendo sin avanzar.
De los más de 6.000 cargos que se ofrecen en el Examen Único
organizado por el Ministerio de Salud de la Nación, 40% se
vuelven a ofrecer en la readjudicación por no haber sido
cubiertos.
Este dato se hace más alarmante si miramos que pediatría con
todas sus variantes (articuladas con neonatología y terapia
intensiva) al igual que medicina general y familiar debieron
volver a ofrecer el 60% de los cargos. Para los cuidados
críticos el panorama es desolador: 75% de cargos sin cubrir.
Deberíamos analizar con profundidad por qué un sistema con una
larga tradición, que atrae profesionales de otros países, que
ofrece plazas suficientes para todos los graduados -al menos en
medicina- se ha degradado y está en crisis.
Las residencias, si bien en revisión, siguen siendo el camino de
formación especializada vigente en la mayor parte del mundo con
un funcionamiento adecuado. Probablemente la primera respuesta
venga del análisis global del sistema de salud devaluado,
fragmentado y sin horizonte.
En este contexto la residencia se ha constituido en una
invisibilizada red de contención asistencial, poniendo en los
hombros de jóvenes recién graduados responsabilidades que no les
corresponden.
La carga laboral, las bajas remuneraciones, el maltrato, la
violencia, las condiciones adversas del contexto y la falta de
supervisión por parte de profesionales formados, ha ido
dominando el panorama.
Hoy el ingreso de un residente, que recordemos tiene dedicación
exclusiva a veces con más de una guardia semanal, y en muchos
casos tiene familia, se encuentran por debajo del ingreso
necesario para ser considerado pobre.
Las residencias en la Argentina se han desarrollado con fuerte
base en el sistema de salud y con escasa participación del
sistema educativo. Esto fue positivo en términos de la expansión
del sistema, pero llevo paulatinamente a que predomine la visión
de las residencias como un salvavidas asistencial más que un
sistema de formación.
Las financian mayoritariamente el Ministerio de Salud de la
Nación, las provincias y los municipios con una participación
muy minoritaria de privados y universidades. A diferencia de la
mayor parte de los países del mundo, incluyendo nuestros
vecinos, los aspectos educacionales no están bajo la órbita
universitaria.
Cuando estas articulaciones se dan no son estructurales sino
iniciativas de orden local a nivel de los servicios y la
universidad se involucró poco en el rol asistencial de los
residentes.
La supervisión por profesionales formados en un contexto de
multiempleo y baja carga laboral por carreras hospitalarias
anticuadas y con mala remuneración de profesionales, pasa a
depender más de la vocación docente y las ganas de enseñar que
de un sistema organizado.
A todas estas dificultades generales se le suman problemas en
especialidades puntuales. Esto también se vincula a la crisis.
El horizonte de futuro para las especialidades vinculadas a la
atención en el primer nivel y en cuidados críticos desalienta.
Los salarios públicos no son atractivos y en el sistema de
seguridad social quienes dependen para su ingreso de la
retribución por consulta o por guardia difícilmente lo vean como
un futuro promisorio.
Todo este contexto adverso se da en medio de una crisis
fenomenal del país y en un contexto global en el que carreras
vinculadas a salud, con una duración entre grado y postgrado
superior a los 12 años, están siendo cuestionadas y atrayendo
menos postulantes.
Los jóvenes priorizan la inmediatez y tratan de preservar sus
tiempos de ocio y disfrute, lo que no parece algo para criticar
sino una evolución lógica de una sociedad que busca
satisfacciones a partir del desarrollo y la tecnología.
Es necesario repensar el sistema. Así como vamos la balanza se
inclina a un sistema que no forma los especialistas que
necesitamos, que ha perdido buena parte de su componente
educacional.
Sumar a las universidades a la discusión, mejorar las
condiciones laborales y de ingreso, es parte del camino, pero
sin una reforma integral del sistema de salud no será posible un
cambio significativo que permita que las residencias sean la
base de la planificación del futuro capital humano en salud.
La provincia de Buenos Aires acaba de hacer un intento con un
nuevo reglamento de residencias que toma en cuenta varios de los
aspectos mencionados. Tal vez no pueda cambiar la tendencia en
2022 con el proceso en marcha, pero es un paso.
Probablemente las mayores resistencias las encuentre en el
sistema de salud que no está preparado para que el residente se
concentre en formarse, tenga menos carga de guardias y retome el
camino que no debió perder.
Las mejoras salariales diferenciales, si bien con intenciones
correctas, tal vez resulten insuficientes para atraer residentes
en las especialidades y lugares donde cada vez resulta más
difícil hacerlo.
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