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A nadie escapa la necesidad de cambios profundos en la sociedad
argentina, pero mientras que algunos ejes (como ser educación,
justicia y seguridad, por ejemplo) alcanzan cierto estado de
debate público, la salud parece blindada a cualquier propuesta
de revisión, incluso tras la pandemia de Covid-19. ¿Cómo romper
con este estancamiento? ¿Hacia dónde mirar para inspirar un
cambio? ¿Añoramos el pasado? ¿Qué pasado? ¿Qué futuro
imaginamos? ¿Qué futuro tememos? ¿Queremos acelerar el futuro o
retrasarlo?
Tal como ha señalado recientemente el filósofo español Daniel
Innerarity, mientras que la modernidad se ha afirmado siempre
como un presente superior al pasado y un devenir igualmente
provisorio, los tiempos actuales nos encuentra nostálgicos del
pasado y temerosos del futuro. Incluso el progresismo se volvió
conservador y la derecha disruptiva, al menos en lo discursivo.
¿Cómo podemos, pues, recuperar el futuro?
Lo cierto es que el presente se halla condicionado por el
pasado, aún cuando no lo sepamos o lo hayamos olvidado. Así como
el futuro no es una fatalidad sino un resultado de decisiones y
acciones (que no es lo mismo), el presente no es natural sino la
síntesis de lo acaecido. Es decir que si pretendemos transformar
nuestro futuro debemos actuar en el presente sobre los
condicionantes del pasado. No podemos simplemente torcer el
rumbo. La metáfora de senderos en el bosque no se apresta a la
marcha civilizatoria. Más bien se trata de autopistas que no
podemos abandonar al costo de reducir la velocidad de manera
inadmisible. Se trata de construir nuevas autopistas que nos
conduzcan a donde queremos ir, o al menos nos acerquen allí.
Para ello necesitamos de un accionar racional que evalúe las
consecuencias. Vale traer a colación la reflexión de Jon Elster
que distingue la racionalidad de los actores con la razón
histórica. La sumatoria de acciones racionales no garantiza un
resultado racional. El paciente que decide ir a la guardia y
esperar horas para que lo atiendan por una consulta menor y
termina contagiándose de algún virus estacional, lo mismo que el
que desiste de asistir y deja de detectar una patología grave,
tienen motivos racionales para hacerlo. Así como el médico que
debe atender a las apuradas responde a una lógica laboral, y la
farmacéutica que remarca los precios no lo hace por capricho
sino por una estricta racionalidad económica.
Pero la resultante sanitaria de todo ello, claramente, no es
razonable. Exuda irracionalidad, inequidad, derroche, falencias,
ignorancias, y una profunda injusticia y desigualdad. Nadie
procura actuar mal, pero lo que resulta conveniente para uno no
lo es para el otro, y aun el que actúa con miramientos
altruistas cae preso de las limitantes estructurales.
Cada graduado de medicina elige una especialidad según criterios
diversos (económicos, de afinidad, de altruismo, incluso) pero
falta un centro neurálgico que sin imponer decisiones que son y
deben seguir siendo individuales, genere diversos mecanismos
(informativos, de incentivos económicos, hasta restricciones por
cupo con criterios de selectividad, etc.) que ayuden a generar
una mejor distribución de las especialidades médicas a lo largo
y ancho del país. Ese centro se llama Estado, con sus múltiples
instituciones y actores.
¿Pero qué pasa cuando el Estado incurre en faltas,
tergiversaciones, ocultamiento de información? Un joven abogado
ha denunciado recientemente con seriedad y rigurosa información,
graves procederes en la auditoría de los ensayos clínicos de
vacunación ocurridos en nuestro país en 2020 que alcanzan nada
menos que el encubrimiento de información sobre casos de
fallecidos.
Ante esta, así como muchas otras experiencias frustradas de
gobiernos y gestiones varias, cabe la indignación que llega a
pretender abstenerse de las herramientas públicas para la vida
social. Nada más ingenuo y peligroso. Las instituciones,
estatales y no gubernamentales, son indispensables. Lo que
debemos procurar es su mejora y reforma, no su anulación.
Reconocer y detallar las falencias, negligencias y errores, debe
ser el puntapié (autocrítico) para trazar un plan de
recomposición. La crítica es fructífera cuando incluye un
horizonte de superación, aunque más no sea de carácter
implícito. El solo señalamiento de la falla sin detenerse en el
proceso fallido, deviene pura catarsis y augura malos remedios o
incluso los mismos resultados.
Debemos retornar a un pensamiento crítico como sustento de una
planificación estratégica acorde a fines concretos en
confluencia con un pensamiento operacional administrado con
honestidad, idoneidad y responsabilidad. Para alcanzar así un
nuevo paradigma sanitario que conjugue la diversidad coordinando
un sistema de salud dinámico en correspondencia con las pautas
científico técnicas y una población en constante evolución. La
división tripartita del área sanitaria, por caso, refleja a su
modo la división en tercios socioeconómicos del país: un sector
de ingresos medios y altos, otro con cierta estabilidad de un
empleo formal, y otro con trabajos precarios hasta la miseria.
Suponer que los problemas de unos pueden aislarse de la realidad
de los otros resulta no sólo ingenuo, sino cínico e injusto.
A su vez, el planteo antinómico de lo público versus lo privado
resulta improcedente. Se trata, por el contrario, de lograr su
integración eficiente. Como señalaba Karl Popper, el mercado
libre solo existe en el marco de un orden jurídico creado y
garantizado por el Estado. Se requiere, pues, una renovación del
rol del Estado para evitar la indefensión sanitaria de gran
parte de la población que vivimos desde hace años, que no
debería significar la existencia de los polos extremos de
monopolización estatal, por un lado, y de la cartelización
corporativa, por el otro.
En el área de la salud, es necesario una reconceptualización de
abordaje comprehensivo sobre dos pilares que componen la
ecuación sanitaria: Salud Pública y Gobernanza Sanitaria; y con
políticas públicas estratégicas que aborden desde el corto hasta
el largo plazo. Se debe establecer un Plan de Contingencia
siguiendo particularidades específicas (atendiendo a la
heterogeneidad territorial, por ejemplo) pero en correspondencia
con un Plan Maestro de reconversión estructural que fije el
objetivo final, aunque no los pasos intermedios que se
ajustarán, en definitiva, por ensayo y error, pero con un
seguimiento constante. En un área de tal complejidad, no se
trata de variables de estado (estáticas), sino de variables de
control (dinámicas), es decir, de monitoreo y regulación. En
otras palabras, debe contemplar tanto las circunstancias
fácticas y concomitantes a un estado de cosas, como así también
las contingencias, es decir, las eventualidades que pueden
surgir sobre la marcha.
Necesitamos asimismo un Gabinete Estratégico de Gestión
Operativa, un órgano a nivel nacional al servicio de la salud
pública que por su fortaleza y control priorice las políticas
públicas mediante su capacidad de gobernanza, superando así
estructuras ministeriales en las que habitualmente prevalecen
conductas administrativas sin capacidad de gestión. Debe
erigirse sobre pilares científicos y tecnológicos, que obren con
pericia en la coordinación interjurisdiccional articulando así
un real federalismo que contenga la complejidad multifocal
existente. En este sentido, bien podría localizarse en el
Consejo Federal de Salud (COFESA), en correlación con su visión
específica y su misión operativa.
(*) Doctor en Medicina por la Universidad Nacional de Buenos
Aires (UBA). Director Académico de la Especialización en
“Gestión Estratégica en organizaciones de Salud”; Universidad
Nacional del Centro - UNICEN; Director Académico de la Maestría
de Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del
Aconcagua - Mendoza; Coordinador del área de Salud Pública, del
Depto. de Investigación de la Facultad de Ciencias Médicas,
Universidad de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Co Autor
junto al Dr. Vicente Mazzáfero de “Por una reconfiguración
sanitaria pos-pandémica: epidemiología y gobernanza” (2020).
Autor de “La Salud que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital,
el rostro oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y
Asistenciales para la conformación de un Sistema Federal
Integrado de Salud” (2012); “La Fórmula Sanitaria” (2003).
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DDoctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”; Universidad
Nacional del Centro -
UNICEN; Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza;
Coordinador del área de
Salud Pública, del
Depto. de Investigación
de la Facultad de
Ciencias Médicas,
Universidad de
Concepción del Uruguay,
Entre Ríos. Co Autor
junto al Dr. Vicente
Mazzáfero de “Por una
reconfiguración
sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de “La Salud que
no tenemos” (2019);
“Argentina Hospital, el
rostro oscuro de la
salud” (2018); “Claves
jurídicas y
Asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “La Fórmula
Sanitaria” (2003). |
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