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Independientemente de las presiones de la industria
farmacéutica, es difícil encontrar un gobierno -aun de los
países más desarrollados y mayor gasto per cápita en salud- que
no esté luchando con el alto precio de los medicamentos.
Se ha necesitado enfrentamientos entre gobiernos de países como
la India y la propia industria para obligar a que los
medicamentos reduzcan significativamente el precio de aquellas
moléculas de las que las empresas desean rápidamente obtener un
blockbuster que supere el billón de pesos en ventas, como
ocurrió con el sofosbuvir.
Ya a finales de 2014, los medios de comunicación españoles
destacaban las protestas de los enfermos de la hasta entonces
incurable hepatitis C, por acceder al nuevo fármaco que prometía
alta eficacia de éxito, aunque con un precio de u$s 1.000 por
píldora y un costo total de u$s 84.000 el tratamiento completo
de 12 semanas en Estados Unidos.
En el mercado sanitario español, el costo resultaba de 60.000
euros. El Ministerio de Sanidad de ese país inicio entonces
negociaciones con el dueño de su patente - Gilead Sciences -
para acordar un esquema de financiamiento destinado al sistema
público, cuyo precio final nunca se dio a conocer por pedido del
laboratorio. Una de las opacidades habituales del mercado
farmacéutico.
Lo único concreto fue que, en 2015, el laboratorio logró
alcanzar una cifra de negocio de 1.755 millones de euros, que lo
colocó como número uno en ventas, con un crecimiento del 268%
respecto del año previo.
El enorme empuje venía de su producto estrella. Pero casi
paralelamente el gobierno de Egipto, país con la mayor
incidencia mundial de hepatitis C (alrededor de 9 millones de
personas equivalente a un 10% de la población) consiguió que
Gilead le vendiera la misma molécula a u$s 900 el tratamiento o
sea u$s 10 el comprimido. ¿Cuál es entonces el verdadero costo
de producir el sofosbuvir?
En 2018, un informe publicado por la OMS referido al precio de
las nuevas e innovadoras drogas oncológicas admitía que las
empresas fijaban el precio de sus moléculas especialmente de
acuerdo con sus expectativas de ingresos, en lugar de lo que
costaba realmente fabricarlas.
Afirmando inclusive que, frente al costo supuesto de I+D, los
rendimientos resultaban ser muy superiores. Más de lo requerido
para generar incentivos y financiar nuevos desarrollos.
Especialmente teniendo en cuenta que el costo de utilizar
moléculas oncológicas en pacientes terminales con pocas
expectativas de vida supera ampliamente el de los medicamentos
para otras enfermedades crónicas de alta incidencia, en un
promedio hasta 2,5 veces mayor.
En el mismo año, la ministra de Salud de Italia efectuó un
llamamiento que fue respaldado tanto por países ricos como
pobres, destinado a mejorar la transparencia de precios y costos
reales de I+D, al igual que los costos de producción de los
denominados Medicamentos de Alto Precio (MAP).
Es sabido que tales costos -especialmente en I+D- ocultan otros
gastos, y que sería oportuno conocer la realidad de los mismos.
Las empresas del sector se defienden argumentando enfáticamente
que tanto costos como riesgos de desarrollar moléculas más
complejas justifican precios extremadamente altos.
Por lo cual transparentarlos significaría no poder mantener la
capacidad de extraer su enorme tasa de rentabilidad tanto desde
los países más ricos como desde los menos desarrollados. Más
cuando se desconoce la capacidad de estos últimos de enfrentar
procesos confidenciales de negociación de precios.
Tanto la OMS con el regulador italiano planteaban que una menor
opacidad permitiría reducir los precios de lista, ciertamente un
tanto ficticios ya que siempre se encuentran en condiciones de
ser negociados.
El problema es que tal confidencialidad y el secreto sobre tales
negociaciones y del descuento final operado por gobiernos o
aseguradores, lleva incluso que a compradores de un mismo país
se les puedan establecer precios finales muy diferentes.
Y si bien en teoría los países menos desarrollados podrían
lograr negociar precios más bajos, lo habitual es que dicha
confidencialidad establezca todo lo contrario.
Cualquier empresa, más aún en posición monopólica y sin control
regulatorio, tiende a aprovecharse de la opacidad del mercado y
la inelasticidad de la demanda para ciertos medicamentos -como
los oncológicos o los requeridos para tratar enfermedades
huérfanas- negociando precios que no se fijan según los costos
de investigación sino en razón de lo que el mercado esté en
condiciones de soportar. Es decir, un esquema precio-aceptante.
Esta situación puede ponerse en evidencia analizando los precios
relativos de lista de diferentes países. Tomemos el caso del
pavilizumab 100 mg/1ml, un monoclonal de elección para el
tratamiento del virus sincitial respiratorio que produce la
bronquiolitis y afecta en este momento a nuestra población
infantil.
El Cuadro 1 muestra las comparaciones de precios por unidad y mg
respecto de idéntica presentación entre once países, de los
cuales seis son de América Latina (incluyendo a la Argentina).

Se observa que el precio en la Argentina se sitúa en el
percentilo 90, ampliamente superior al de Uruguay, Brasil y
Colombia, y también en relación con Suiza, España, Nueva
Zelanda, Alemania y Chile.
Entonces. ¿Cuál es el precio real de lista del pavilizumab en
esta combinación de países? ¿Podemos estar a casi el doble de lo
que cuesta en Uruguay o Brasil, o directamente duplicar el
precio de Colombia? ¿Qué diferencia nuestro mercado de salud de
otros de Latinoamérica, sin siquiera compararnos incluso con los
europeos, que nos lleva a estar en el percentil 90 de la
distribución de precios?
La explicación este probablemente en nuestra condición de
mercado precio aceptante con regulación ausente, que solo los
precios de referencia o benchmarking permiten demostrar con
claridad.
Podríamos extender el análisis del Cuadro 1 a todas las
moléculas que se definen como Medicamentos de Alto Precio (MAP)
y evaluarlas periódicamente, lo que permitiría construir un
Observatorio de Precios Internacionales permanente, destinado a
clarificar estas mismas diferencias y posiciones relativas.
De esta forma se llegaría a avanzar en mecanismos para ajustar
la vigilancia comparativa de cada precio y aumento aplicado, y a
la par establecer las regulaciones necesarias por parte del
Estado a fin de evitar abusos y negociar en forma transparente.
Es posible que la búsqueda de mayor transparencia en cuanto a
precios - comparándolos entre países - permita a los ciudadanos
juzgar si sus gobiernos han tomado decisiones correctas y
regulaciones acertadas sobre los medicamentos que compran y lo
que pagan por ellos.
Más allá de las negociaciones confidenciales que se celebren con
el Estado o los seguros sociales y privados y los descuentos
obtenidos por cada sector, este enorme aumento sostenido que
vienen soportando los Medicamentos de Alto Precio - considerando
su principio de inelasticidad - debiera convertirse ya en una
preocupación para la autoridad regulatoria.
Más cuando regular el mercado farmacéutico no puede limitarse a
los mecanismos más tradicionales de fijación administrativa del
precio, sino que requiere considerar todas aquellas nuevas
formas de intervención pública que puedan afectar directa o
indirectamente la formación del mismo.
Por ejemplo, adoptar mecanismos de fijación de precios en
función del valor, o utilizar el ejemplo de los precios
comparativos internacionales que tan bien aplicó en su momento
Colombia y también llevan adelante Chile y Brasil.
Los países con menos influencia negociadora terminan pagando
siempre más y mal. Sabiendo además que no regular un mercado con
fallas bien marcadas implica propiciar desigualdad y exclusión.
Sobran conclusiones. Los instrumentos existen. Solo hay
que aplicarlos.
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