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Con cada vez con mayor frecuencia en el
mundo desarrollado, el mercado sanitario va incorporando
medicamentos denominados “personalizados” tales como las
terapias génicas, que logran modificar el ADN del paciente para
corregir la mutación genética que causa enfermedad.
Este nuevo arsenal terapéutico, al cual se accede con mayor
posibilidad en los países de economías fuertes, no tardará en
llegar a nuestro particular espacio económico latinoamericano de
crecimientos relativos y recursos cada vez más finitos.
Durante el último quinquenio, la FDA ha aprobado más de 70
nuevas terapias génicas. Y para este año en curso se espera que
su market share alcance el 20% del gasto total en medicamentos.
En el marco de la extensión del conocimiento médico y la veloz
expansión acrítica de la tecnología asociada al complejo médico
industrial, la posibilidad de disponer de terapias adaptadas al
sistema inmunitario de cada individuo y su genética -además de
altamente específicas- ha abierto un nuevo horizonte de
oportunidades de mejora para muchas enfermedades raras y
huérfanas que por su evolución compleja se transformaban en
terminales.
Una sola dosis de alguna de ellas puede permitir beneficios
notables en comparación con todo el arsenal terapéutico
convencional que hoy se dispone. Incluso la posibilidad de
alcanzar la cura, aunque ciertamente persistan incertidumbres
respecto de su efectividad real para lograrlo en el largo plazo.
Lo que sí está probado es que, a la par que se incrementa el
número de tales terapias, también lo van haciendo sus precios,
combinación que potencia los desafíos asociados de los sistemas
de salud respecto del nivel de accesibilidad a ellas, y de la
incertidumbre financiera que generan para los aseguradores.
Hace tiempo se viene hablando también de otro tipo de efecto
secundario de estas terapias -inclusive las biotecnológicas- que
es la denominada “toxicidad financiera” sobre quienes de- ben
hacerse cargo de costear sus astronómicos precios de mercado,
que surgen de la posición monopólica otorgada por las patentes.
Más allá de suponer que idealmente precio y posición monopólica
serán temporales porque debería aparecer competencia a medida
que caduque la protección de la patente, esto no necesariamente
habrá de ocurrir en el mercado sanitario para la mayoría de
estas terapias destinadas a enfermedades oncológicas y crónicas
que amenazan la vida.
Precisamente porque cuando un medicamento de estas
características pierde su patente, aparecen barreras
adicionales. Sea por no contar con tiempo suficiente para
desarrollar un producto similar que requiere complejos procesos
de producción y habilitación. O porque el ingreso de una nueva
versión optimizada del original por parte de su fabricante
vuelve a estirar el plazo de patente y la condición de
monopolio.
El control de la tecnología será el factor más importante para
reducir los costos. Pero también la ética entra en este punto,
porque toda tecnología médica innovadora resulta altamente
valorada por cuatro actores. Los pacientes que la esperan, los
médicos que se entrenan para usarla, la industria que genera
miles de millones de dólares con su comercialización y los
medios científicos y masivos a quienes les seduce escribir sobre
ella. Pretender restringir a su real efectividad el uso de la
tecnología parecería incorrecto, incluso decididamente inmoral
para muchos.
A mediados de 2021 más de 350 terapias de este tipo se
encontraban en Fase II de ensayo clínico, por lo que si
resultaran clínicamente eficaces se aprobaría su
comercialización y pasarían a reemplazar los paradigmas clásicos
de control de síntomas de las patologías a las cuales están
destinadas.
Solamente del año 2025 en adelante, se estima que la FDA podría
llegar a aprobar un promedio de 15 terapias entre celulares y
génicas al año. Con lo cual sería factible que a 2030 el mercado
sanitario recibiera alrededor de 75 nuevas alternativas
terapéuticas. El problema es que la velocidad con que se conceda
su comercialización si bien hablará de una mayor disponibilidad
en el mercado sanitario, supondrá en forma paralela un horizonte
terapéutico con “cuellos de botella” dadas las dificultades de
acceso en función del precio que se les fijará.
Ahora, ¿Qué sucedería con un gasto ya erogado si desapareciera
el efecto de una terapia génica que se suponía curativa y se
produjera una recaída? ¿Es adecuado prescribir nuevamente el
mismo tratamiento con tan elevado precio frente al agotamiento
de una efectividad supuestamente permanente? ¿Cuál sería el
tratamiento adecuado entonces? ¿No se generarían nuevas
dificultades para el esquema de pagos por parte de los
financiadores?
Estas situaciones exigen un nuevo paradigma que permita
reconocer claramente el flujo esperado a largo plazo de la
utilidad (beneficios terapéuticos ciertos o inciertos), a cambio
de lo que corresponde habitualmente a un desembolso monetario
único y anticipado. En un escenario donde la presión tecnológica
se volverá cada vez mayor, fabricantes y financiadores quedarán
sometidos a mediano/largo plazo a un escenario donde la
alternativa será establecer con mayor frecuencia acuerdos
basados en el valor.
A través de los cuales la industria farmacéutica ya no podrá
utilizar solo el método tradicional de confiar en sus propios
estudios de efectividad, sino que deberá garantizar que sus
productos hagan lo que dicen. Seguramente tomará tiempo para que
los financiadores del sistema de salud y la industria superen
los clásicos modelos contractuales y esquemas de pago y hagan
evidente un salto cualitativo sobre tales esquemas, donde se
rastreen resultados y ponga mayor énfasis en el valor
terapéutico.
En el mercado sanitario latinoamericano - en comparación con
otros tipos de intervenciones de atención médica - los
financiadores, frente al riesgo creciente de default, deberán
solicitar mayores evidencias de efectividad, ciertamente más
sólidas en caso de las terapias génicas. La literatura está
plagada de evidencias sobre que muchas tecnologías novedosas
resultan ineficaces o redundantes y no mejoran los resultados de
salud.
El problema es que no siempre es fácil discriminar entre
tecnologías efectivas e ineficaces en el momento en que se
introducen. Si bien muchas terapias -especialmente para
enfermedades poco frecuentes- son aprobadas originalmente como
de “uso compasivo”, cualquier nuevo esquema contractual debiera
pasar por evaluar en forma adelantada los resultados esperados
sobre la cantidad/calidad de vida de los pacientes, el beneficio
clínico individual y social neto y el impacto presupuestario de
los tratamientos de única dosis con costos excepcionalmente
elevados.
De esta forma, a fin de modificar los métodos convencionales
para valorar y reembolsar los tratamientos predominantemente
crónicos, resulta altamente necesario proponer innovaciones
metodológicas que permitan evaluar fijación de precios y
rentabilidad basada en el valor (utilidad) real de tales
terapias innovadoras y disruptivas.
Al mismo tiempo, abordar la incertidumbre que surge de la
limitada evidencia disponible como respaldo respecto de la
efectividad contrastada de la dosis única que promete brindar
beneficios terapéuticos a largo plazo o directamente la
curación.
El sistema de salud argentino necesita urgentemente acuerdos de
este tipo basados en el valor terapéutico o bien en los siempre
escasos recursos disponibles. Más en un contexto donde el
mensaje es que “no hay plata”. Independientemente de ello,
ningún país por más rico que sea puede financiar todas las
terapias innovadoras supuestamente efectivas para todos por
igual.
Los sistemas de pago de cobertura total que eliminan el riesgo
financiero para el paciente e inducen a su uso, las conductas de
los profesionales frente a la asimetría de información, las
consideraciones legales y las demandas de los pacientes
contribuyen a profundizar el problema.
Frente a estas cuestiones, los presupuestos para la atención
médica comienzan a quedar limitados para sostener coberturas de
alto costo al ciento por ciento de su costo, en tanto la presión
tecnológica siga aumentando en los próximos años a medida que la
población envejezca y muchas tecnologías nuevas e innovadoras de
atención médica resulten cada vez más frecuentemente indicadas o
prescriptas.
El dilema asociado es que algunas traen mejoras significativas a
la salud para condiciones previamente intratables, mientras que
otras solo ofrecen beneficios clínicos modestos o marginales. De
allí la necesidad de aplicar métodos de compra inteligentes que
permitan asegurar menores desembolsos para aquellos medicamentos
de más alto precio que no estén claramente alineados con el
valor de su aporte clínico adicional.
Todas las decisiones que toman los profesionales tienen costos
no solo en términos de ganancias y pérdidas en vidas sino en
cuanto a la calidad de vida. Por lo tanto, es necesario incluir
el costo de oportunidad en la toma de decisiones para alinear
las políticas asistenciales de manera acorde.
Solo para las terapias génicas, a pesar de contar con pequeñas
poblaciones de pacientes elegibles con enfermedades raras, el
elevado impacto financiero acumulativo de obligarse a absorber
altísimos costos de tratamiento por adelantado y sin esquemas de
financiamiento adecuados vinculados a la utilidad del mismo
puede resultar insostenible.
Las preguntas que surgen indefectiblemente son: ¿cuál es el
costo de oportunidad de financiar al ciento por ciento
medicamentos de muy alto precio en países de ingresos bajos y
medios? ¿Debería ser tenido en cuenta tal costo de oportunidad
en el proceso decisorio?
De lo expuesto es posible concluir que resulta urgente para la
salud financiera de nuestro sistema de salud - en situación cada
vez más crítica por la complicada puja distributiva -
reconsiderar si es posible aceptar sin cuestionamientos el
financiamiento total y por adelantado de terapias e
intervenciones innovadoras de alto precio con beneficios
clínicos marginales y elevado costo de oportunidad, o urge
encontrar nuevas alternativas de pago contra efectividad real
contrastada.
Sobre todo, si frente a la finitud de los recursos escasos
paralelamente coexiste el costo de oportunidad de inaceptables
brechas de cobertura de servicios esenciales de salud, que
afectan en forma desproporcionada a importantes segmentos de
población en condiciones de alta vulnerabilidad sanitaria y
desprotección financiera.
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