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Finalmente, en algunos días más, la
conducción sanitaria del país
cambiará de manos, y más allá de los
logros alcanzados en los últimos
cinco años (importante disminución
de la tasa de mortalidad infantil,
fortalecimiento de la capacidad de
rectoría del Ministerio de Salud
Nacional, etc.), resulta preciso
observar el futuro, y posiblemente
el enfoque que la Directora de la
Organización Mundial de la Salud
aplica al análisis de las Américas
resulte útil para visualizarlo.
Habla ella de la necesidad de
proteger los logros alcanzados,
enfrentar los nuevos desafíos y
saldar la deuda acumulada en
términos de problemas no resueltos.
Aplicada esta visión a nuestro
sistema de salud, la protección de
los logros alcanzados apuntaría a
sostener nuestros elevados niveles
de cobertura de inmunizaciones;
continuar avanzando en la
disminución de los indicadores de
mortalidad infantil y materna;
profundizar la política nacional de
medicamentos, en sus dos expresiones
más fuertes: la prescripción por
nombre genérico, avanzando hacia una
real política de genéricos, y el
programa Remediar; continuar la
abogacía y concertación con las
universidades en la implementación
del programa de Médicos
Comunitarios; sostener y fortalecer
el papel del COFESA como rector de
política sanitaria en nuestra
estructura federal, y muchos ítems
más, cuya enumeración posiblemente
excedería el espacio de esta
columna.
Los aspectos referidos a saldar la
deuda acumulada y enfrentar nuevos
desafíos no permiten establecer una
división tan clara y precisa como el
ítem anterior, porque muchos de los
desafíos no son nuevos (aunque hay
también de Éstos: el progresivo
envejecimiento de la población y sus
retos en política sanitaria, por
ejemplo), sino añejos, y una gran
parte de la deuda acumulada requiere
decisiones políticas previas
independientes de la conducción del
sector. A saber: un viejo desafío y
una deuda decisional no sectorial lo
constituye la necesidad de disminuir
la fragmentación y segmentación del
sistema, y ello requiere que tanto
el Pami, como el sistema nacional de
la seguridad social estén alineados
(y no sólo formalmente) con las
decisiones de la autoridad sanitaria
nacional: el Ministerio de Salud.
Esto implica, entre otras cosas, la
efectiva aplicación en los tres
subsectores de la política nacional
de medicamentos y la adopción de la
atención primaria de la salud como
modelo prestador esencial.
Requieren igualmente decisiones
políticas que superan el nivel
sectorial: rediscutir el diseño de
las leyes 23.660 y 61; el modelo de
aseguramiento del Pami; la patética
pobreza intelectual del modelo de
atención de la salud de los
monotributistas, etc. Tal vez, en
este caso, también el espacio
resulte estrecho para escribir lo
necesario.
Es probable , que entre otras cosas
que no son responsabilidad del
ministro del área, deban discutirse
la lógica de mantener “cautivas” a
miles de familias argentinas que
realizan aportes a dos, tres, y a
veces más obras sociales, y no
reciben ( pues resulta imposible
hacerlo con ese grado de
fragmentación del financiamiento)
servicios completos y de calidad de
ninguna de ellas, careciendo de la
posibilidad de elegir dónde
atenderse y fusionar sus aportes
(¿será que el federalismo y la
relación Nación-Provincias modifican
las condiciones de morbilidad de
estos argentinos respecto de los que
aportan al sistema nacional?). La
misma lógica es aplicable a los
jubilados y pensionados, que,
durante toda su vida activa (cuando
requieren menos de los servicios de
salud), permanecen en un sistema que
les da amplia posibilidad de
elección, y súbitamente al cumplir
60 o 65 años, y ante un horizonte de
riesgos en salud, deben cambiar
obligatoriamente de sistema, a uno
que además no les permite elegir.
Otro aspecto a discutir tiene que
ver con la lógica de distribución
“liberal” de los fondos
coparticipables: ¿no habrá llegado
el momento de llegar a acuerdos
adultos y profundos respecto de
niveles de inversión básicos en
salud, proporcionalmente
equivalentes en la totalidad de los
estados provinciales? Creo que los
resultados probables a obtener en
términos de mejoría de la red
hospitalaria y de servicios de
salud, amerita poner el mismo
esfuerzo colocado para la obtención
de resultados tan pobres, en
términos de calidad institucional,
como la creación de la figura de
Jefe de Gabinete o tercer senador.
Pero en esto también el espacio de
escritura es tirano.
Por último, y en relación con lo
anterior, posiblemente, (y tampoco
es resorte del ministro del área)
deberíamos decidir si creemos que la
salud pública es resultado de los
esfuerzos mancomunados de un
subsector público poderoso (en
términos de gestión), y un sector
privado y de la seguridad social
transparente y técnicamente
regulados, o sólo patrimonio del
sector público. En este último caso,
resulta poco feliz (por expresarlo
de alguna manera), el monumental
esfuerzo y dedicación desplegados a
controlar el alza de las cuotas de
medicina prepaga, sistema de
cobertura pagado exclusivamente de
bolsillo por el 2,5% de los
argentinos de mayor poder
adquisitivo, mayoritariamente
habitantes de la C.A.B.A. (sí, con b
larga), cuando sería posiblemente
más costo-efectivo (para expresarlo
en términos de evidencia
científica), o equitativo (en
términos sociales) dedicar ese
esfuerzo a mejorar la calidad de
acceso y atención de los 15 millones
de argentinos que dependen
exclusivamente del sistema público.
Pero, cómo era de prever, el espacio
de escritura se acabó, y cómo de
nada vale mirar a las advertencias
que nos hacíamos más atrás,
comencemos a caminar el futuro con
la vista hacia delante, como decía
José Martí (alcanzará el espacio?):
“Ver después no vale, vale ver
antes…y estar preparados”. Para mi
tranquilidad personal,
afortunadamente, y a diferencia de
lo que me sucedió con el espacio, lo
vi, lo escribí, lo ejecuté antes…y
lo sostengo. Se acabó el esp… . |