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Durante
mediados de los noventa,
importado bajo las premisas
y conceptos del marketing
americano y las aseguradoras
de salud, bajó para el
paciente la “calificación”
de “cliente”, subyaciendo
tras esta adjetivación la
intención de transformar al
acto médico en un “hecho
comercial” donde el paciente
“vende enfermedad” y el
profesional médico, a
cambio, “provee salud”.
Muchos salieron al cruce de
esta situación, entre ellos
el recordado Dr. René
Favaloro quien no dudó en
señalar que “la medicina sin
humanismo médico no merece
ser ejercida”. Sin embargo,
el objetivo estratégico
estaba cumplido y el
“cliente enfermo” se instaló
e hizo carne... ya que como
decían algunos por entonces
y lo sostienen aún, la
medicina es nada más que un
acto económico, una
transacción, una venta de
servicio profesional
calificado. Indudablemente,
allí muere el sentido
primordial de la profesión,
allí sucumben las ciencias,
allí perece la esencia de
las cosas.
Valdría la pena, reflexionar
cuánto nos ha costado
adoptar esta receta. Sin
duda alguna, el paciente
como tal no es cliente de
nada, sin embargo esa
definición implantó en
nuestro medio una segunda
intención, la del “reclamo”
permanente ya que el
“cliente siempre tiene
razón”, al tiempo que el
médico se transformó en algo
semejante a una “entidad
objetable” bajo cualquier
condición. Alguien me decía
una vez, por entonces, que
en Estados Unidos de
Norteamérica los cirujanos
tenían en una mano el
bisturí y en la otra el
Código Penal... De esta
forma llegamos a asumir que
el paciente puede agredir a
un médico a su antojo y
nadie hará nada a favor de
este último. Cuidado que
este fenómeno no es
únicamente argentino, antes
bien es mundial y se expresa
según las culturas y las
sociedades.
Detrás de lo antedicho
comenzó a cuestionarse el
contenido de las ciencias
médicas, partiendo de la
base que si quien la expresa
lo es, por carácter
transitivo el origen del
conocimiento también lo
será. Curiosamente, la
ausencia de jurisprudencia
apropiada y el oportunismo
de la industria del juicio
propiciaron que cualquier
“acto médico” estuviera en
condiciones de ser
alegremente puesto en duda,
objetado, enjuiciado, y
expuesto públicamente como
un acto delincuencial. La
consecuencia simple y única
ha sido que se rompió
definitivamente la relación
médico/paciente porque el
primero se ve obligado a
pensar hasta diez veces
antes de decir algo que se
le vuelva en contra,
mientras que el segundo
anota todas las opciones que
podrán favorecerlo en un
eventual juicio. Desde luego
todo esto no es lineal y se
mezcla una y otra vez en una
especie de solución de
venenos que aun no
ingiriéndolos afectan a la
mente de la sociedad en su
conjunto.
Muchos renombrados abogados
de nuestro medio hicieron
fortunas aprovechando las
debilidades de unos
[médicos], y de otros
[pacientes]. Ni qué hablar
de lo que vino detrás, casi
simultáneamente, el
monumental negocio de los
seguros. Nadie reparó que
todo ello, junto con la
desregulación del ejercicio
profesional (en general)
impuesta en los noventa,
tenía como intención
destruir la “ética” como
fundamento último de toda
acción profesional
facilitando la implantación
del “cualquier cosa es
posible”, o el “todo es
válido”. De esta triste
forma la “ciencia” se
transformó y fue invadida
por el “oportunismo”.
Establecidas las bases para
destruir los fundamentos de
la SALUD PUBLICA se
adoptaron decisiones
complementarias orientadas a
desmantelar la investigación
propia de las ciencias
médicas en nuestro país y
allí la Argentina perdió
(por una simple y casual
falencia administrativa) un
fondo de investigación
internacional de suculento
volumen que le había sido
asignado por años...
La conclusión es simple: el
médico y su paciente se
convirtieron en variables de
ajuste de un modelo perverso
donde la salud no sólo no es
un derecho sino que además
de ser cuestionable no
reviste el carácter social
de PUBLICA. En dicha
situación ambos actores
perdieron su “dignidad” como
personas. Lo expuesto aquí
se expande hacia todo el
equipo de salud de la misma
forma que alcanza a todas
las personas, cualquiera sea
su condición. Ahora, los
derechos sociales de cada
quién están “alienados” y
así como la gestión política
de los 90 y luego la de la
crisis de 2001 (con todos
sus actores políticos)
determinaron la pérdida
cuasi-definitiva del derecho
privado condicionándola por
el: “según de quién se trata
y cuánto tiene”, a lo que
habría que agregarle “a
quién le ha vendido el
alma”, o “a qué bandería
política pertenece”, etc.
Todas estas definiciones y
recetas provienen del BANCO
MUNDIAL entidad, que sin
embargo tiene como VISION:
“nuestro sueño es ver un
mundo libre de pobreza”.
Curioso cuando la misma
crece geométricamente y
donde dos tercios de la
humanidad están excluidos de
todo (ni qué hablar de la
salud).
El centro mundial que
“difunde” y sostiene las
“ventajas” del modelo enseña
la siguiente perspectiva,
paradójica y atroz. Veamos
una vez más los gastos
sanitarios nacionales por
rubro en el ámbito de los
Estados Unidos de
Norteamérica: Actualmente,
Estados Unidos de
Norteamérica cuenta con
cerca de tres mil
aseguradoras de salud que
“cubren” a aproximadamente
152 millones de
norteamericanos (±70,2%). No
obstante el autoseguro
habilita a los empleadores a
“burlar” la reglamentación
estatal del seguro a través
de la Ley de Ingresos y
Seguridad del Retiro de los
Empleados [ERISA], al tiempo
que 40% de dicho universo
poblacional está cubierto
por estos “autoseguros”.
El MEDICAID contiene un 8,8%
de varones y un 11,6 de
mujeres, pero es llamativo
que entre los 18 a los 34
años la frecuencia de
cobertura es reducida
significativamente en
relación con los niños y el
grupo de la tercera edad.
Incluso las coberturas de
seguro privado proveen una
póliza extendida desde los
padres hasta los 18 o 22
años (según el Estado)
siempre que sean estudiantes
a tiempo completo.
En este contexto la
reflexión sería: no es lo
mismo ser carenciente en un
país rico, que ser un
marginado en un país pobre.
Allá, tal como funciona el
sistema, no hay alternativa.
Aquí, mediados por el
imperio de la confusión,
quizás el paciente halle
alguna. A lo dicho habría
que agregar que en Estados
Unidos el endeudamiento
personal ha aumentado al
tiempo que los impuestos a
la riqueza y a las
corporaciones han decrecido
significativamente. En 2003,
los indicadores han mostrado
que la “SALUD SOCIAL” se ha
reducido en un 20% al tiempo
que los económicos medidos
por el PBI crecieron un
174%.
Detrás de todo esto, el
grado de satisfacción de los
usuarios del modelo no es un
buen indicador, y en el
mundo tan contradictorio que
transitamos por estas horas,
los “clientes” devenidos en
“pacientes” prefieren las
coberturas sociales propias
de los modelos públicos que
contemplan la asistencia
total y absoluta de los
cuadros clínicos crónicos
(aspecto no considerado por
el modelo americano).
En este punto, vale
detenerse y hacer referencia
a situaciones preocupantes:
-
En los últimos
años ha disminuido la tasa de
inmunizaciones (tanto en U.S.A.
como en los países
desarrollados).
-
Se ha
incrementado significativamente
la diseminación mundial de las
inmunodeficiencias.
-
Se ha
incrementado notablemente el
embarazo adolescente, en
especial en la etapa de 13 a 15
años de edad. Fenómeno
exponenciado en los sectores
sociales marginados, donde un
“hijo” es el único sentido de
“pertenencia”...
-
Se observa un
incremento dramático en el
porcentual de accidentes así
como de la violencia “familiar”
y social cuya consecuencia
directa son las lesiones
incapacitantes o la muerte.
-
Han aumentado los
trastornos de la conducta
elevando la tasa de suicidios.
-
Se han
incrementado epidemiológicamente
las expresiones tumorales. El
cáncer de pulmón aumenta entre
las mujeres y declina en los
varones. La tasa de
supervivencia de las mujeres de
raza negra e hispanoamericanas
con cáncer de mama es 18% menor
que entre las caucásicas.
-
Aumentan las
enfermedades transmitidas por
alimentos alcanzando niveles
epidemiológicos.
Podríamos seguir la lista pero no es
parte de nuestro objetivo transmitir
dramatismo sino llamar a la
reflexión. Seria. Profunda.
Consistente. Una vez más, si el país
más importante del planeta no cuenta
con un modelo de cobertura universal
que ASEGURE LA SALUD PUBLICA de su
gente, allá ellos... pero nosotros
aquí, lejos, en un país empobrecido,
ameritamos establecer de una vez por
todas un sistema de SALUD PUBLICA
con cobertura universal que no
dependa del antojo sindical, tampoco
de la calidad de la hotelería, sino
que garantice “calidad de la
atención médica para quien la
necesite”, hoy, mañana y siempre.
Prescindamos de las recetas del
marketing, por favor... nada es más
importante que las personas, único
capital cierto de un país que se
precie de tal. PERSONA = SOBERANIA...

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