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“la fenomenología
llama “lo concreto”
no a los datos empíricos transmitidos
por los sentidos, sino a las estructuras
a priori que le dan sentido a esos datos”
Emmanuel Levinas.
Décadas de postergación en el campo sanitario necesitan
políticas abarcativas, racionales y activas para
conformar un verdadero sistema de salud para los
argentinos. Ninguna demora se justifica, cuando está en
juego el bienestar de la población, afectada por años de
indolencia y caos administrativo. Un pasado brillante se
encuentra con un futuro complejo, luego de atravesar 40
años de gradual desarticulación, resultante de haberse
apartado del pensamiento lógico y del pensamiento
médico.
Existe consenso acerca de que el nivel de salud depende
de las condiciones socioeconómicas, el trabajo, la
educación, los avances científicos y tecnológicos, los
hábitos y estilos de vida, los impactos recurrentes del
medio ambiente y la accesibilidad a los servicios
sanitarios, entre otros. Sin embargo, hubo momentos de
bonanzas económicas y numerosos adelantos científicos
pero éstos no redundaron en mejoras sustanciales al
sistema de salud. Podemos ver entonces cómo es
imprescindible un enfoque intersectorial y multiplanar
para afrontar el campo sanitario nacional y conseguir
logros nodales. Y sin embargo, entre las causas que
afectan la salud de la población nunca se menciona lo
fundamental: un sistema racional y una planificación que
desarrolle estrategias comunes de abordaje.
No hay que proponerle a la sociedad que el significado
de la vida deba buscarse individualmente a través de la
medicina. Y menos aún que hay que utilizar al cuerpo
humano como materia prima del mercado empresario, o, por
el contrario, que los cuerpos sean considerados
“propiedad” del Estado.
Pero quedarse en la etapa del diagnóstico es
insuficiente. Hay que pasar a la acción. Se necesitan
herramientas útiles para poner en marcha al sistema
sanitario. La planificación como estrategia situacional
que eslabona prioridades y establece relaciones lógicas
entre ellas, es un instrumento imprescindible para
conseguir tal fin.
La planificación no brota por germinación espontánea.
Para desarrollarla, hay que evaluar el generador de las
necesidades sanitarias, orientarse a la reducción de los
problemas y a la disminución de los factores de riesgo,
y evaluar el impacto en salud de las actividades no
sanitarias. También necesita establecer objetivos con
claridad, tener compromiso político, y servir de soporte
a la gestión pública.
Una planificación coherente debe ser capaz tanto de dar
respuestas estructurales como puntuales. Pero para
llevar adelante esta acción hay que poder pensar en una
nueva arquitectura organizacional, lo que implica un
nuevo modelo organizativo y de gestión. Este diseño debe
contemplar una regionalización, que permita delinear, a
partir del mapa sanitario, políticas en el campo de la
salud eficientes, oportunas y adecuadas, teniendo en
cuenta el nivel de complejidad, la accesibilidad, la
logística, la economía de escala y la segmentación,
según vulnerabilidad y riesgo, de las distintas partes
del país.
Este nuevo “edificio” sanitario también implica la
descentralización, la departamentalización y la
articulación en red por niveles de atención según las
necesidades de sus usuarios y la complejidad de las
prestaciones, conforme a una estrategia de
racionalización de los recursos, priorización de la
atención de la salud y de mecanismos de referencia y
contra referencia entre ellos, no dejando eslabones
ausentes.
El Sistema Integrado, que tiene como eje articulador al
usuario, necesita un ente coordinador de la atención
médica, que lleve a cabo las instancias ya mencionadas.
Este ente debe tener sus funciones claramente asignadas
y separadas de otros organismos, y debe tener como
objetivo inmediato la coordinación e integración en red
de los subsectores, los proveedores de servicios de
salud y los efectores.
La eficiencia es clave, y no solamente para evitar
desperdiciar recursos al superponer planes y organismos,
sino también para aquellas cuestiones más cotidianas,
como la duplicidad de estudios o las interminables
listas de espera para pacientes.
El trabajo reticular posibilita modelar y diseñar
culturas laborales y organizacionales que, a nivel de la
salud, permiten mejorar la promoción y prevención
sanitaria y el diagnóstico temprano. Una red dedicada a
cuidar la calidad de vida de los argentinos requiere una
decisión política que la sostenga y la impulse, y que
ponga al alcance de todo el que lo necesite los avances
científicos más recientes.
Como el campo sanitario y sus consecuentes mecanismos de
administración y regulación son áreas complejas, es
necesario contar con un instrumento dinámico de
planificación estratégica de los servicios de salud, con
una visión de conjunto, enfocado tanto a proponer las
infraestructuras necesarias en el territorio y la
ordenación territorial, como a dar orientaciones para
desarrollar y adecuar los servicios, permitiendo
anticiparse a las necesidades futuras. Esto es el Mapa
Sanitario.
PARA SALIR DEL OCASO
Como los tiempos apremian, la creación de un sistema
nacional integrado de salud, debe considerar la
instrumentación de políticas de rápido y significativo
impacto, como por ejemplo el control de las infecciones
en hospitales, tema nunca valorado en su justa medida.
Del mismo modo, hay que potenciar programas de detección
y atención de insuficiencias respiratorias, renales y
cardíacas.
Debemos ocuparnos de los males que nunca se fueron, o
incluso se incrementaron, como el mal de Chagas, la
tuberculosis, la lepra y la sífilis, pero sin olvidar
las enfermedades que “retornaron”, como la fiebre
amarilla, el dengue y la rabia. Por más que el
imaginario social las asocie al pasado, estas afecciones
existen, y es deber oficial luchar hasta erradicarlas.
Otras afecciones que hay que combatir son aquellas que
han aparecido, en términos históricos, en tiempos
recientes, como el Sida y el Hantavirus. Y en cuarto
lugar, hay que enfrentar las problemáticas que se
incrementaron por el hambre y la pobreza: la
desnutrición y sus consecuencias inmediatas como las
infecciones por inmunodeficiencia y el bloqueo del
desarrollo físico y mental.
Ya Saburo Okita decía: “Los argentinos se ocupan de
reforzar las terapias intensivas, cuando deberían poner
todo su ahínco en las incubadoras”. Siguiendo esa frase,
se desprende que a los problemas hay que encararlos
desde la raíz, y no esperar que se derramen sobre la
sociedad, cuando los costos económicos y sociales de
solucionarlos en ese punto son mucho más altos que al
principio del proceso.
En definitiva, para centrarse más en las “incubadoras”
que en las “terapias intensivas”, se necesita un Sistema
Nacional Integrado de Salud (SNIS), basado en la
diversidad, la universalidad y la solidaridad. Éste debe
estar organizado según una nueva arquitectura, con una
participación plural e interactiva, y una estructura
flexible y motivadora.
Este Sistema debe estar articulado en forma armónica y
dinámica en una sólida red, según grados de complejidad,
de servicios públicos y privados, eficientemente
coordinada por un Ente. El SNIS debe abarcar desde la
atención primaria (cuyo concepto exacto se refiere a la
atención primordial de la salud, y en la práctica,
verdadera puerta de entrada al nuevo sistema) hasta la
atención hospitalaria especializada, en el marco de una
eficiente administración de los servicios de
prestaciones, incorporando la atención sociosanitaria
(convalecencia, larga estadía y cuidados paliativos).
Por supuesto, la base de este Sistema es un rol activo
del Estado, que sea rector y garante responsable de la
provisión de servicios de atención médica, y que actúe
en la planificación del mercado sanitario.
Para terminar, quisiera recordar que en las guerras del
siglo XV, sucede un cambio que podemos extrapolar a la
realidad sanitaria argentina. En ese siglo, la armadura
que usaban los caballeros se hacía cada vez más
elaborada, y se volvió necesario levantar al jinete por
medio de palancas y poleas, para colocarlo en su
montura. Sin embargo, por esos mismos tiempos, comenzó a
popularizarse el uso de las armas de fuego, lo que
inutilizó las virtudes de la armadura con la que
combatían los caballeros. Esto es un ejemplo del “efecto
ocaso”, que implica la negación del valor de un
paradigma vigente. Si volvemos al campo de la salud en
la Argentina, no nos queda otra cosa que decir: “Que no
nos pase lo del caballero y la armadura”. Necesitamos
cambios concretos para el momento presente.
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Ignacio Katz,
Doctor en Medicina (UBA), Autor
de: “En búsqueda de la Salud
Perdida” (EDULP), Responsable
Científico Académico del
Observatorio de Economía y
Gestión de Salud de la
Universidad Nacional de La Plata. |
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