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La
frase que titula esta nota no fue dicha por un funcionario
crítico de un país subdesarrollado. Fue la forma que
encontró el Dr. Marc Mitchell, docente de Harvard School of
Public Health, para definir el sistema de salud de los
Estados Unidos.
Mitchell visitó la Argentina para participar del lanzamiento
del X Seminario de Gestión en Salud para Líderes y
Profesionales Argentinos, que se realizará en Boston durante
el mes de marzo de 2009. Especialista en gestión de la
salud, brindó una conferencia en la que describió las
características centrales del sistema de salud de su país y
de la problemática de los costos crecientes en el área.
Luego de realizar un resumen de su propia carrera no exento
de humor (relató cómo se ha ido cumpliendo su “sueño de
trabajar viajando”) Mitchell lanzó su drástica definición
sobre el sistema de salud del país del norte: “Tenemos un
sistema de salud horroroso pues no poseemos un sistema de
salud pública”, sentenció.
Puesto a identificar similitudes y diferencias entre el país
del norte y la Argentina, aclaró que mientras que el
norteamericano se caracteriza por ser el sistema de salud
más costoso del mundo, el argentino es el más caro de
Latinoamérica. Si en lo referente a los costos, entonces,
habría una cercanía, Mitchell inició su conferencia
señalando una diferencia fundamental: “Nosotros no tenemos
un sistema de salud pública significativo”.
EL SISTEMA NORTEAMERICANO
El profesor se encargó de delinear algunos de los rasgos
básicos del sistema de salud de su país. Aseguró que allí
rige la idea de que el mercado funciona como el mejor patrón
de planeamiento aunque, en su opinión personal, esta premisa
no puede aplicarse al sector de la salud: “El problema es
que, en salud, el mercado no siempre se ha ocupado de los
temas necesarios”.
El
sistema de salud de Estados Unidos está basado en el seguro.
El 70% de la población se encuentra asegurada a través de un
seguro que es costeado en parte por los empleadores y en
parte por el sueldo de los contratados. Esta gran mayoría de
la población se encuentra en el ámbito privado de la salud,
mientras que sólo el 25%, compuesto por mayores de 65 años y
por la gente de menores recursos, se encuentra cubierto por
dos dispositivos gubernamentales: Medicare y Medicaid. El
15% restante no se encuentra asegurado. “No son los pobres
los que no cuentan con seguro médico señaló Mitchell, sino
los jóvenes que se desempeñan en empleos part-time y cuyos
empleadores
no
pagan por su seguro”.
El costo básico del seguro médico anual para una familia
tipo es de 11.500 dólares, monto que, aclaró Mitchell,
resulta imposible de pagar para aquellos que no tienen la
posibilidad de estar asegurados a través de sus empleos.
Además, dicha suma no cubre el total de los gastos: los
usuarios abonan un copago cada vez que realizan una visita
médica o acuden a un centro de salud. “Esto ocurre porque
los costos son muy altos; antes, el seguro quedaba
totalmente a cargo del empleador, pero ahora su costo está
pasando cada vez más al empleado”.
El sistema de salud norteamericano se rige por prestadores
privados: la gran mayoría de los aseguradores, de las
clínicas y de los profesionales médicos forman parte del
ámbito privado. Son estas instancias privadas las que se
encargan de suministrar salud a la mayor parte de la
población puesto que no hay muchas entidades de gobierno. El
rol del estado se reduce al financiamiento de los
carenciados y los ancianos y a la realización de políticas
de prevención para la salud pública. “En un punto esto es
positivo -reflexionó Mitchell- pero también significa que no
tenemos un sistema establecido al estilo canadiense o
europeo”. Sin embargo, aunque los planes estatales cubren
sólo el 25% de los seguros, el doctor afirmó que el gobierno
es, en este momento, la entidad que cubre casi la mitad de
los gastos de salud. “Esto se debe a que los asegurados que
tiene a su cargo son los ancianos y los indigentes: las
personas que más se enferman”.
El papel del gobierno norteamericano en la salud, sin
embargo, tiene una inflexión más: se encarga de garantizar
la rematriculación periódica de los profesionales. En este
sentido, Mitchell expuso que la rematriculación es una
práctica no institucionalizada en nuestro país y que “se
trata de un área que podría producir un cambio positivo en
la Argentina”.
EL PROBLEMA DEL GASTO CRECIENTE
Ante la pregunta de por qué los sistemas de salud son
costosos, tanto en Estados Unidos como en la Argentina,
Mitchell listó una serie de razones y motivos globales que
resultaron esclarecedores. En primer lugar, el
envejecimiento de la población: con el crecimiento de la
expectativa de vida, explicó Mitchell, los costos de la
salud se elevan. En segundo lugar, el alto nivel de
confianza que los pacientes tienen depositado en la medicina
influye sobre los tratamientos que están dispuestos a
afrontar: “La mayoría de las personas -especificó el
profesor- no está dispuesta a decir que no a nuevos
tratamientos experimentales y costosos; la expectativa de la
gente marca que todo se puede curar”.
Otra de las modificaciones que impulsa los costos de la
salud es la producida en los tipos de enfermedades
prevalecientes. Afecciones como la diabetes y la cardiopatía
resultan problemas crónicos que requieren tratamiento
durante toda la vida. “Con el avance en los tratamientos,
enfermedades como el Sida ahora pueden pensarse como males
crónicos”, puntualizó Mitchell. Por otra parte, también los
avances en nuevas tecnologías y tratamientos, aunque proveen
mayor calidad de diagnóstico y resultado, influyen en el
aumento de los costos. Mitchell añadió que las drogas muy
costosas se usan para todo, sin que se racionalice su
utilización, lo que produce un aumento directo de las
mismas.
A la hora de puntualizar las razones particulares que hacen
del sistema de salud norteamericano el más caro del mundo,
Mitchell indagó en sus problemáticas centrales. “Dependemos
enormemente de la tecnología”, admitió el doctor; señaló que
también la abundancia de especialistas aumenta los costos:
“Si en nuestro país ustedes le preguntan a un cirujano si un
paciente necesita cirugía la respuesta será una sola: sí. A
los especialistas les gustan los juguetes caros”, resumió
Mitchell.
Otra de las disyuntivas del sistema norteamericano es la
falta de limitación con respecto a los tratamientos: “En la
Argentina tienen un sistema que dice que todo el mundo tiene
derecho al PMO (Programa Médico Obligatorio); en Estados
Unidos decimos que todo el mundo tiene derecho a todo. El
problema es que no hay sociedad que pueda darle todo a
todos”, sintetizó Mitchell.
Por otra parte, también los gastos del sistema de salud de
Estados Unidos en tratamientos de fin de vida impulsan los
costos. En muchos casos, explicó Mitchell, se trata de
cuidados que no van a modificar la situación del paciente y
que implican mucho dinero. “Hay que tener en cuenta que
mucha gente prefiere morir dignamente en el ambiente
conocido de su casa que en una unidad de cuidado intensivo”,
recordó.
Asimismo, en lugar de premiar a los que logran usar lo
necesario, el sistema privilegia a aquellos profesionales
que piden más estudios y procedimientos. Mitchell indicó que
esta disposición, sumada al aumento cuantitativo de los
médicos, resulta en el aumento de los costos: “A los médicos
les gusta hacer más; entonces, a más médicos, más
procedimientos. Esto hace acrecentar los costos”. Por
último, el no siempre necesario sobreequipamiento de las
clínicas, que compran equipos de última tecnología para
atraer pacientes, ayuda, una vez más, a conformar el sistema
de salud más costoso del mundo.
GERENCIAMIENTO Y GESTION PARA CONTROLAR EL GASTO EN SALUD:
Las medidas que se han tomado para controlar el gasto en
salud en Estados Unidos se han enfocado, según Mitchell, en
la reducción de los costos. “Muchas de ellas han fracasado”,
admitió, pues los costos siguen y seguirán en aumento. Sin
embargo, matizó el doctor, “estas medidas sí han cambiado un
poco el sistema”.
Las áreas que más gastos insumen en el sistema
norteamericano son tres: las clínicas, los profesionales
médicos y los medicamentos. Para controlar los gastos en las
clínicas, se acudió a una serie de cambios en las formas de
pago para los centros médicos; así, por ejemplo, se ha
aplicado la capitación, el pago en viáticos y el management
farmacéutico. Para regular la duración de las internaciones,
Mitchell especificó que se ha optado por un programa de
manejo o gestión de casos, que facilita que el paciente
pueda dejar el hospital y contar con los servicios
necesarios en su hogar. “Tenemos un gerente de casos que
organiza los servicios que el paciente va a necesitar en su
casa”, contó Mitchell.
Otro de los planes puestos en marcha para la reducción de
costos es el de gestión de enfermedades, para males
crónicos. Este plan apunta a que el paciente no permanezca
internado y a que pueda estar en su casa con el equipo
indicado para controlar posibles ataques. “El problema
-polemizó Mitchell- es que a los médicos no les gusta esta
modalidad porque les da el control a los pacientes”.
En relación al conflicto que genera un sistema en el que el
médico que más procedimientos ordena es el que más ingresos
percibe, se ha aplicado un programa para revertir esta
situación, que genera gran aumento de los costos: “Hemos
intentado desarrollar un sistema que dé incentivos a los
médicos que hagan menos; no menos de lo necesario, sino
menos de lo posible”, indicó Mitchell. El programa se aplica
a través de un nuevo modo de gerenciar a los profesionales
médicos: “Los médicos no son las personas más fáciles de
manejar; nosotros hemos encontrado que lo más exitoso es
gerenciarlos en grupos”. Cada grupo de profesionales acude a
reuniones periódicas en las que recibe información acerca de
los costos que sus prácticas significan al sistema global.
Asimismo, se les informa a los profesionales sobre su
desempeño individual y sobre el desarrollo de sus pacientes.
Por otra parte, cada grupo recibe un incentivo del pagador
en cuestión: el grupo más costoso es el que menos dinero
recibe. “De esta forma –aseveró Mitchell- logramos
configurar un perfil de cada médico. Son los mismos
integrantes del grupo los que van regulando a aquellos que
gastan más, lo que no sólo sirve para controlar costos, sino
también para garantizar la calidad de los servicios” .
EL CAMINO HACIA EL FUTURO
Hacia el final de su conferencia, Mitchell ilustró los
cambios que se han producido en el sistema de salud
norteamericano en los últimos años: si antes los pagadores,
las clínicas y los núcleos de profesionales eran numerosos,
ahora se verifica un movimiento de fusión en los tres
ámbitos. La presión que los pagadores ejercen sobre las
clínicas se ha trasladado a la que estas últimas ejercen
sobre los médicos, de tal forma que tanto los pagadores como
los centros médicos y los profesionales se han agrupado para
poder negociar con más peso. “Algunos aseguradores, junto
con ciertas clínicas y agrupaciones de profesionales
desaparecieron. Esta situación es bastante similar a la que
se está imponiendo en Buenos Aires”, recalcó Mitchell.
Por último, enfatizó que los costos siguen subiendo a pesar
de todas las medidas. En referencia al sistema de salud
norteamericano, el profesor expresó que “Bush no ha hecho
casi nada en este área; si tenemos un presidente demócrata,
creo que nuestro sistema de salud va a cambiar
significativamente”. En relación al sistema de nuestro país,
Mitchell afirmó que se encuentra menos organizado que el de
Estados Unidos: “Los sistemas no funcionan integradamente;
no hay planificación para el sistema total”. Por otra parte,
predijo que también en el caso de la Argentina los costos
van a seguir en alza y que se van a producir las fusiones
que han tenido lugar en Estados Unidos: “El mercado va a
seguir consolidándose; habrá actores fuertes y los actores
débiles desaparecerán”.
Fue una frase en particular la que se plasmó, hacia el
final, en la audiencia y dio cierre al Seminario: “Yo no
sugiero a nadie que adopte el sistema de salud de Estados
Unidos; además de ser muy costoso, es bueno para algunos y
no tan bueno para muchos”. |