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A
principios del siglo XX la Argentina
tuvo un destino de gran potencia,
pero nuestra carencia de objetivos
estratégicos y las periódicas crisis
provocadas por el desacierto o
imprevisión de los gobernantes, nos
han llevado a que hoy, sólo
conservemos nuestro octavo lugar
mundial por extensión territorial, a
la vera de 7 estados que nos
preceden, todos los cuales han hecho
cierto aquel destino para nosotros
malogrado.
Como en muchos otros campos, también
en salud, la falta de cohesión
social, fruto de aquellos
desaciertos o imprevisiones, nos
lleva a mirar de reojo los
verdaderos desafíos que enfrenta la
Argentina de hoy y acometer
tercamente a los chivos expiatorios
del morboso pasado, o aun del
aparentemente resplandeciente
presente.
La garantia del derecho a la salud
es en nuestro país una obligación
resultante del juego armónico de
diversas disposiciones de nuestra
Constitución Nacional y de varios
tratados internacionales a los que
se les ha reconocido jerarquía
constitucional; la jurisprudencia de
nuestra Corte Suprema ha señalado
que el Estado se encuentra obligado
a proteger la salud pública. Sin
embargo, el progresivo deterioro de
la infraestructura y las
prestaciones del hospital público,
tanto a nivel provincial como
municipal, hace que esa garantía no
pueda cumplirse en algunos casos, y
en otros se realice con marcados
desniveles de calidad. Existen
además, otras razones fundamentales
que se derivan de un
intervencionismo estatal errado y de
decisiones judiciales que, en aras
de proteger situaciones
individuales, pierden de vista sus
efectos nocivos sobre todo un
sistema solidario y el conjunto de
la comunidad.
En 1996 se creó el Programa Médico
Obligatorio (PMO), a partir del cual
se estableció que tanto las obras
sociales como las empresas de
medicina prepaga deberían brindar a
todos sus beneficiarios o asociados
un conjunto de prestaciones médicas
en forma obligatoria. Pero esta
iniciativa no exenta de
razonabilidad, nació desnaturalizada
con la incorporación acrítica e
injustificada de numerosos
procedimientos y medicamentos de
dudosa eficacia y se continuó
desnaturalizando con el paso del
tiempo a raíz de la sucesiva y
progresiva inclusión de prácticas,
tratamientos y medicamentos, que
parecen desconocer que la actividad
de las obras sociales (como la de
las empresas de medicina prepaga) se
estructuran bajo las reglas de un
seguro cuyos costos resultan de un
cálculo actuarial ajeno a cualquier
voluntarismo bien intencionado,
cuando no demagógico.
Así, por ejemplo, tratamientos como
los de sida, adicciones y
dependencia de drogas, de
discapacidad, de enfermedades que
requieren costosísimos medicamentos,
prácticas quirúrgicas como la
colocación de la banda gástrica, o
tratamientos de fertilización son a
veces imposibles de ser cubiertos en
términos económicos, sin afectar la
calidad, los costos o aún el acceso
a servicios realmente prioritarios
(en términos de prevalencia e
incidencia) del conjunto de los
afiliados al sistema.
El actual presidente de la Corte
Suprema, ha manifestado (definición
básica de textos elementales de
economía de la salud) “que las
prestaciones de salud constituyen un
recurso escaso: no es actualmente
posible que todos los individuos
tengan acceso a todas las
prestaciones que desean en lo
atinente a la salud”. Claramente no
ha tratado, por cierto, de negar el
derecho a acceder al tipo de
tratamientos o prácticas mencionadas
como ejemplo, sino que seguramente
ha llamado a que funcionarios,
legisladores y jueces tomen
conciencia de que éstas no pueden
ser impuestas a la fuerza, a menos
que el Estado arbitre los medios
para compensar económicamente a
quienes las brindan a través de un
sistema de seguros (obras sociales y
medicina prepaga); o lo que es más
importante, desde el punto de vista
ético y moral, que le brinde similar
garantía de prestación a aquellos
que no poseen cobertura de estos
sistemas (40% de la población sólo
tiene cobertura del sistema público,
y un gran porcentaje de ellos son
pobres, cuando no indigentes).
Dos situaciones en los últimos días
merecen ser observadas a la luz de
esta visión:
1. El fallo judicial que
obligó a una obra social a la
cobertura (sin límite de intentos)
de fertilización asistida. Más allá
del legítimo derecho que a todos
asiste de la posibilidad de tener
hijos, de los partos múltiples y
consecuentes necesidades de
asistencia neonatal; de que de
acuerdo con un reporte del British
Medical Journal (entre muchas otras
evidencias) las parejas con
infertilidad de causa desconocida no
tienen más probabilidades de tener
un parto con citrato de clomifeno
(14%) o inseminación (23%) que con
actitud expectante (17%) después del
ajuste de factores (edad materna,
paridad, y duración de la
infertilidad), cabría preguntarse si
el sector público está en
condiciones de garantizar el mismo
tratamiento a todos los ciudadanos,
aunque no tengan cobertura de la
seguridad social o de la medicina
prepaga.
2. Tras más de ocho meses de
debate, la obesidad, la bulimia y la
anorexia serán considerados
enfermedades y deberán ser
incorporadas al Programa Médico
Obligatorio, según establece la ley
que aprobó el Senado. Según la
norma, las obras sociales y las
empresas de medicina prepaga tendrán
obligación de incluir entre sus
prestaciones “todos los tratamientos
médicos necesarios, incluyendo
nutricionales, psicológicos,
clínicos, quirúrgicos,
farmacológicos, y todas las
prácticas médicas necesarias para la
atención de las enfermedades”. En
referencia a la observación que
hacíamos respecto a un sistema de
seguros, la ley aclara que no se
obligará a la Administración de
Programas Especiales (APE) a hacerse
cargo de los costos. La “aclaración”
surgió de una propuesta de la Cámara
baja (las comillas se deben, a que
el hecho de que se exima de
cobertura a la APE, no modifica el
compromiso financiero de los entes
financiadores, pues las obras
sociales -por otra parte dueñas de
los fondos que nutren la APE-
deberán asumir los costos de sus
propios -y mismos- fondos, poniendo
en disputa nuevamente el equilibrio
actuarial).
La ley fue aprobada por unanimidad,
y ante claras expresiones de alegría
(bajo la atenta mirada de las
cámaras televisivas) de la titular
del INADI, quien manifestó que en el
país la obesidad está en 3er lugar,
después de la pobreza y la xenofobia
hacia los residentes bolivianos,
como causa de discriminación y de la
actriz conductora del programa
“Cuestión de peso”.
En algunos países, donde esta
enfermedad recibe garantía de
cobertura, además, se toman medidas
de prevención (aumento de impuestos
a los alimentos que hacen engordar;
incorporación de educación
nutricional a la currícula escolar y
fomento de la actividad física de
los niños). Como bien indicaba A.
Cormillot: “…faltaría promover la
prevención de la obesidad”, “La
televisión, las comidas rápidas, el
estrés y el aumento del sedentarismo
son los principales motivos de que
cada vez haya más personas con
trastornos alimentarios”, y destacó
la necesidad de un diseño urbano que
favorezca una vida menos sedentaria.
En todos los casos, es fundamental
que exista un compromiso por parte
del paciente de modificar sus
conductas alimentarias, y el último
recurso es el lugar que se asigna
hoy a las cirugías de la obesidad,
cuya cobertura por parte de obras
sociales y prepagas fue el eje de la
discusión de la ley aprobada por el
Senado. Un último recurso, que
apunta a ofrecer una oportunidad más
a aquellas personas en las que la
prevención y los tratamientos
médicos y nutricionales han
fracasado tras haber estado
efectivamente en acción por lo menos
durante dos años. Por eso, deben
realizarse tras preguntarse en cada
caso si los beneficios de la
intervención son mayores que los
riesgos. Pero a medida que el Indice
de Masa Corporal baja, la relación
riesgo-beneficio va dejando de ser
tan terminante. Hoy la indicación
aceptada es aquel paciente con un
IMC mayor a 35, que presenta
enfermedades asociadas (diabetes,
hipertensión), y que ha fracasado
tras por lo menos dos años de
tratamientos médicos, y siempre debe
ser el psicólogo, como integrante de
un equipo multidisciplinario, el que
oriente sobre el compromiso del
paciente con la cirugía.
Esta garantía obtenida a la luz y en
plenas sonrisas televisivas ¿podrá
ser otorgada a aquellos, que
padeciéndola, no tienen cobertura de
obras sociales y prepagas, por el
sistema público? (En la Argentina,
casi el 50 por ciento de la
población padece sobrepeso, de ese
total, el 30% es obeso y alrededor
de 1 % tiene obesidad mórbida… y la
mayor parte de esa población
pertenece a los estratos más bajos
de la sociedad). Parece difícil en
un medio donde los nombramientos,
por ejemplo de psicólogos, son tal
vez los menos frecuentes, y donde
pobres dotaciones de otros
profesionales no alcanzan a resolver
problemas “más sencillos” como las
infecciones respiratorias agudas de
los niños o el control adecuado del
embarazo.
Otra legisladora impulsó además la
obligatoriedad de que los centros de
salud deben disponer de al menos una
ambulancia y una camilla de
quirófano adecuada para personas con
hiperobesidad (que representan el 1
% de la población argentina)
explicando que “No se trata sólo de
una cuestión médica, también es un
problema social y hay que combatir
la discriminación hacia quienes lo
padecen, y que todas las personas
tengan la oportunidad que hoy no
tienen”. Legisladores de todas las
provincias y todos los partidos se
sumaron a la iniciativas: “estamos
abordando un tema de alta
importancia social”, “las ONG y
programas como Cuestión de peso,
ayudaron a crear conciencia”; “se
busca mejorar la salud de la
población”, fueron algunas de sus
justificaciones.
Sin duda, la arquitectura social y
la calidad institucional están
desquiciadas, cuando el Estado, a
través de sus poderes festeja con
sonrisas y a la luz de las cámaras
de TV, defender de la discriminación
y mejorar la salud de los obesos e
infértiles (con cobertura de salud y
los de mayores ingresos), mientras
no puede garantizar la atención
digna, por ejemplo de una infección
respiratoria o de una discapacidad
de sus ciudadanos más pobres.
Más cobertura para algunos y falta
de acceso para otros parece ser el
resultado y el motivo de sonrisas y
festejos de algunos funcionarios y
legisladores, que en medio de un
aparente fluir de riqueza, parecen
no acertar en las políticas para
cuidar a la población. La política
sanitaria, como todas las otras,
debe responder a intereses
estratégicos, de largo plazo y no a
intereses coyunturales; sólo así
alcancemos probablemente aquella
meta de que hablábamos al comienzo.
Con una Argentina emocionalmente
desorientada y políticamente
desestructurada, la posibilidad de
construcción de un horizonte
colectivo y solidario en salud,
parece cada día más lejano.
Posiblemente ante la pregunta de por
qué esa riqueza no vuelve en mayor
calidad de vida, se apaguen las
luces televisivas y desaparezca la
sonrisa. Y ésa sí es una cuestión de
peso. |