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Consumidos por las
noticias de coyuntura, dejamos de pensar en las tareas
fundamentales. Como suele decirse, lo urgente desplaza a
lo importante, hasta que llega un momento en que las
eternas postergaciones desembocan en que todo se
convierte en una gran urgencia. En ese punto, todo es
para ayer, y ya nada se puede planificar racionalmente.
Existen muchas cuestiones relevantes en el campo de la
salud, que han caído en esa red de postergaciones. Una
de las principales es la referida a los recursos
humanos. Luego de años de falta de planificación, nos
encontramos con una escena en la que hay grandes
“baches” en determinadas áreas, y a su vez se registra
una pésima distribución nacional de las distintas
especialidades. Como país, no se ha pensado esta
situación, y ahora el cuadro nos muestra, con
contundencia, su irracionalidad.
Creo pertinente recurrir a una afirmación del pensador
alemán Kurt Lenk: “La conciencia falsa puede ser el
resultado de su falta de desarrollo general y se
caracteriza por su enfoque parcial separando el objeto
de investigación de la totalidad a la que pertenece”, es
decir por describir los hechos y eludir la esencia que
lo contiene.
En la Argentina no hemos asimilado las lecciones
históricas, y preferimos mantener convicciones
equivocadas o parciales sobre el campo de la salud,
evitando hacer las transformaciones necesarias para
construir un verdadero “Sistema Integrado”; por lo
tanto, se impone contar con un cuerpo de evidencia
científica que nos sirva de guía y para eso la
información clara y oportuna es la “llave estrella”.
Es importante resaltar que, en ese sentido, por primera
vez se están concretando dos bases de datos de suma
importancia; la primera es la elaboración de un registro
de efectores por nivel de complejidad y posibilidad de
internación, con el objetivo final de crear una base
sólida nacional donde todos los establecimientos tengan
su habilitación categorizante. La segunda es un registro
de pacientes con información esencial: el Conjunto
Mínimo de Datos Básicos (CMDB), que, en su etapa
inicial, se establecerá con las consultas médicas
ambulatorias del primer nivel de atención. Ambas bases
de datos servirán para modelar futuras acciones de
políticas de salud.
Por lo pronto, todo relevamiento acerca de los elementos
profesionales que intervienen en el campo sanitario nos
muestra una clara asimetría entre las necesidades
específicas y los recursos humanos de los que realmente
disponemos como sociedad. En algunas especialidades,
esta fisura es notoria: como casos paradigmáticos,
podemos mencionar la de anestesistas y la del personal
de enfermería. Estos desfases serían los síntomas de un
síndrome cuya tendencia nos muestra cómo día a día se
suman otras áreas de la medicina y sus disciplinas
auxiliares, tales como neurocirugía o neonatología. Todo
lo antedicho nos señala la necesidad prioritaria de
diseñar la red de atención médica que enhebre los
distintos niveles de complejidad.
El otro aspecto del problema reside en la distribución
geográfica de los profesionales. A contramano de lo que
anuncia el mito, no son médicos los que faltan, sino que
éstos están mal distribuidos. En determinadas zonas hay
una gravísima ausencia de todo tipo de especialistas,
mientras en otras hay una saturación de éstos.
Por otra parte, la capacitación y la formación de
quienes trabajan en el área sanitaria también son
elementos a contemplar en un proceso de reflexión y
reestructuración del campo de la salud nacional. Muchos
pueden poner el foco en la parte técnica, pero un
determinado aparato médico o un espacio para
operaciones, con la inversión adecuada, puede
corregirse. ¿Pero se puede “corregir” con la misma
celeridad una mala formación profesional?
Para fortalecer la capacidad profesional de un médico y
de un auxiliar en salud, lo que se necesita es una
estrategia planificada de educación médica continua, que
abarque todo el espectro de profesionales del campo
sanitario. Esa educación permanente es clave para darle
consistencia a este oficio.
Hoy se impone diseñar un “constructo” que soporte la
elaboración de una nueva arquitectura organizacional,
flexible, dinámica y adaptada al cambio continuo que la
profesión experimenta; en definitiva, hay que crear de
manera armónica un conjunto de estructuras formadoras y
reformadoras de profesionales, que vayan desde las
universidades hasta los consejos científicos, y que
pauten, sistematicen y protocolicen guías, además de
facilitar, regular y acreditar, según “evidencias
científicas”, el accionar médico.
Debemos enfatizar el rol que tienen que cumplir las
universidades. Quienes tienen la responsabilidad de
formar profesionales de la salud, deben preguntarse
claramente a qué tipo de políticas responden. Y, por lo
tanto, a qué modelo de salud pública tributan.
Del mismo modo, a los colegios médicos, tan extendidos
por todo el país, les cabe el interrogante ¿a quiénes
protegen? Los profesionales y auxiliares de la salud
necesitan sentirse realmente acompañados y estimulados
por las instituciones que los agrupan y los educan.
El bajo rendimiento de los profesionales de la salud es
una fuente importantísima de incidentes sanitarios, por
lo que hay que fortalecer saberes y prácticas. A esta
tarea de contención y acompañamiento además hay que
sumar a las sociedades científicas y a las asociaciones
de especialistas.
Cabe también pensar, como una posibilidad, para
distritos como la provincia de Buenos Aires, desarrollar
tecnicaturas en distintas disciplinas relacionadas con
la atención hospitalaria. En ese caso, habría que
diseñar alternativas para modificar el marco legal
vigente, y habilitar estas nuevas carreras intermedias,
necesarias para una mejor distribución de los recursos
humanos en salud en un área tan sensible como la
bonaerense.
Hay que construir un esquema de proposiciones
pedagógicas, que generen mecanismos de continuidad y
capacidad para generar respuestas a consultas
permanentes y que reviertan esta tendencia regresiva.
Hoy no hay área médica que no revele déficit. Las
observaciones que contienen estos escritos pueden
comprobarse en todas las regiones y se refieren tanto al
sector público como al privado. Ninguna zona queda
exceptuada de las irracionalidades de un campo sanitario
fragmentado en todos estos aspectos.
Distintas políticas erradas y mecanismos inapropiados
nos llevaron a esta situación. Ahora, debemos poner el
empeño en el desarrollo de estrategias que nos permitan
recuperar la capacidad resolutiva. Y eso se plasma con
programas de acción concreta, estímulos e incentivos
participativos y personalizados.
Otro aspecto a tener en cuenta es que resulta
imprescindible construir una Agencia de Evaluación de
Tecnología Médica, para que mensure, analice y monitoree
todo el parque tecnológico relacionado con la asistencia
médica. Sirva como ejemplo la necesidad de controlar
todo lo vinculado con la radiofísica, con el objetivo de
disminuir el impacto de las radiaciones ionizantes
generadas por los servicios de radiodiagnóstico en la
población o la necesidad de modernizar la aparatología
utilizada para la diálisis, ya que ésta impacta en su
eficiencia biológica de este recurso. Mencionemos que en
España existe desde 1994 la Agencia de Evaluación de
Tecnologías Sanitarias (AETS). Este ente estatal analiza
las implicancias que tendrían la incorporación de nuevas
tecnologías en la atención médica, como así también
define los criterios de uso apropiado del parque
tecnológico ya existente. No debemos olvidar que el
empleo de las innovaciones tecnológicas y de la ciencia
moderna requieren de una educación superior a fin de
evitar un “seudoprogreso” promovido por los negocios y
los medios que ellos involucran. No obstante, gracias a
la ciencia y sus aplicaciones se están resolviendo
problemas que parecían insuperables.
Por último, otra innovación interesante sería la de un
“Consejo Científico”, plural y participativo. Ese
organismo debería establecer cánones de seguridad
biológica para todos los establecimientos hospitalarios,
y protocolos de evidencia científica, así como también
adscribir tareas de vigilancia en la aplicación,
modificando los conceptos de “recomendaciones” por el de
“normatización”.
La realidad sanitaria no se puede estudiar parcelada.
Precisamente, analizar el campo de esa manera sería
reproducir la misma fragmentación que atraviesa la
atención de la salud en la Argentina. Es momento de
salir del eclipse e iluminar las partes más oscuras de
nuestra realidad sanitaria.
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Ignacio Katz,
Doctor en Medicina (UBA), Autor
de: “En búsqueda de la Salud
Perdida” (EDULP), Responsable
Científico Académico del
Observatorio de Economía y
Gestión de Salud de la
Universidad Nacional de La Plata. |
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