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Explicaciones para una trágica
historia de un proceso sin inocentes
Tarde, y lamentablemente creo que
mal, se está colocando en la agenda
de discusión el tema de la
abominablemente1 llamada
“desregulación”. En Mitos y
Realidades de las Obras Sociales2
dedicamos un capítulo entero a este
tema, pero desde mucho tiempo antes
opinamos desfavorablemente sobre
muchos de los aspectos del mismo, y
en esta misma revista, el año
anterior dedicamos una columna a él3
. Además, la llamada “desregulación”
fue asimétrica, pues no se
“desreguló” el funcionamiento de las
obras sociales (es más, se
incrementó su regulación: creación
de la Superintendencia de Servicios
de Salud, ley de funcionamiento, PMO,
etc.) mientras que otras
instituciones privadas participantes
de este sector de mercado irregular
quedaron huérfanas de regulación
hasta el día de hoy (empresas de
medicina prepaga). Si bien es cierto
que fueron sometidas al cumplimiento
del PMO (ley 24.754), (con el
pequeño “olvido” de no definir la
autoridad de policía de esa
obligación…) y no se tomaron los
recaudos necesarios para adecuar el
cumplimiento de ese PMO a las
condicionalidades elementales de un
sistema de seguros (por ejemplo,
valorar su costo antes de garantizar
su derecho), las obras sociales se
vieron obligadas a su cumplimiento
con ingresos fijos (aportes y
contribuciones), mientras las
entidades prepagas lo afrontaron
durante mucho tiempo con un mercado
de precios libre.
En pleno auge de las políticas
neoliberales, la “desregulación” se
estableció en el entendimiento de
que la ausencia de competencia entre
las entidades financiadoras-prestadoras
que gozaban del derecho sobre los
aportes de poblaciones cautivas
provocaba una gran oportunidad de
corrupción, y que su instalación
reduciría drásticamente la misma,
además de provocar una disminución
de los costos con el consecuente
efecto sobre las cargas sociales4 .
Este último efecto no se produjo, y
demás está decir que respecto de los
costos resulta realmente gracioso (o
inocente o ¿malintencionado?), que
economistas avezados puedan opinar
esto. Además, si bien la
transparencia y la correcta
información de los beneficiarios
mejoran las condiciones para el
ejercicio de la libre elección de
los usuarios y acentúan los
incentivos para evitar el desarrollo
de conductas discriminatorias u
oportunistas, en un mercado
irregular como el de la salud, la
competencia es condición necesaria,
pero no suficiente para establecer
equidad, eficiencia y solidaridad.
El “poderoso” argumento esgrimido
para poner en marcha la
“desregulación”: terminar con la
cautividad de los beneficiarios, fue
claramente pervertido con la
instrumentación financiera y
regulatoria del traspaso (diseñada
por los “expertos” ¿con la
aquiescencia?, ¿o la ignorancia? del
resto de los participantes), y
realmente permitió el fin de la
cautividad…, pero sólo de aquellos
que por su nivel de aportes y/o
salarial pudieron acceder a ella
(pagando los copagos planteados por
las entidades privadas)5 . Esa
instrumentación (opción con la
totalidad del aporte y contribución)
vulnera íntimamente la concepción
básica de la seguridad social: el
que más gana más aporta, a fin de
establecer una compensación
solidaria que permita brindar a
todos una prestación en base a sus
necesidades e igualitaria en acceso
y calidad. En un sistema como el
nuestro, organizado por ramas de
actividad, el permitir el traspaso
con la totalidad del aporte rompe
ese criterio solidario hacia adentro
de cada obra social (sólo
mínimamente paliado con el subsidio
automático nominativo), y entre la
totalidad de los beneficiarios de la
seguridad social (más resguardado
por la utilización del Fondo
Solidario de Redistribución (FSR)
para el pago de prestaciones de alto
costo. En este aspecto la propuesta
de permitir la opción con sólo una
porción de la cotización (ya sea el
promedio salarial de la actividad,
el de la totalidad del sistema o el
del salario mínimo como se está
pensando) resulta una solución
adecuada para preservar la
solidaridad. La pregunta que cabe
aquí es si para el imaginario de una
parte de nuestra comunidad (los de
mayores ingresos) el acceso a la
salud ha dejado de ser un bien de
usufructo universal y solidario,
para convertirse en un bien de
consumo individual relacionado con
la capacidad de compra de cada uno
(no existen acaso entidades de
“consumidores” en salud…), ¿todos
querrán un sistema solidario? Ello
posiblemente explique la resistencia
de algunos sectores y legisladores.
En este mismo aspecto no puedo
coincidir con la intención de que el
porcentaje restante de la cotización
quede en poder de la obra social
abandonada por el beneficiario,
porque esto supone un clarísimo
incentivo a la ineficiencia. Ese
aporte debe ser derivado al FSR a
fin de formar parte del subsidio
automático por edad y sexo, que de
esta forma llegaría como
compensación a aquellas obras
sociales que por su buen desempeño
captan actualmente un gran número de
beneficiarios de bajos salarios de
otras obras sociales ineficientes,
provocando lo que he dado en llamar
“la trampa de la eficiencia o del
éxito”6 . Esto posiblemente explique
la resistencia de algunos dirigentes
sindicales, al igual que la decisión
de que el afiliado deba permanecer
no menos de 6 meses en su obra
social “de origen”. Cada sindicato
tiene el derecho a ser el marco
natural de contención de sus
afiliados; pero este legítimo
derecho no puede colisionar con otro
igualmente auténtico: el de cada
afiliado de tener acceso equitativo
al mejor servicio de salud posible.
Las obras sociales cumplen un rol
social que excede ampliamente el de
los gremios, y su gerenciamiento
profesional y el uso transparente de
los recursos nada tienen que ver con
el encuadramiento del trabajador: su
objetivo es otorgar a todos los
beneficiarios la mayor protección
sanitaria independientemente de su
actividad sindical. Alguna vez dije:
si las obras sociales quieren tener
cautivos a sus beneficiarios, que
los “cautiven” con la calidad de sus
servicios. Por supuesto, esto exige
una correcta regulación de la
medicina prepaga, especialmente que
apunte más a proteger a los muchos
que no pueden acceder a ella que a
los pocos que pueden hacerlo. Una
solución posible: incluir para las
EMPP que quieran participar del
sistema una regulación de control
financiero, gasto y obligaciones
similares a las de las obras
sociales, incluyendo su
participación en el FSR, pero con
aportes por la totalidad de lo
desembolsado de bolsillo por cada
beneficiario7 . Las EMPP utilizan el
financiamiento del FSR para las
prestaciones de alto costo y baja
incidencia de sus afiliados
“corporativos”, y además cobran un
copago adicional por sus planes,
además de la cotización social de
esos afiliados. En consecuencia, al
no aportar al FSR por esos copagos,
perjudican a los afiliados más
pobres de las obras sociales en
beneficio de los más ricos (o del
overhead de las compañías de
medicina prepaga). Esto (entre otras
cosas) posiblemente explique la
resistencia de las EMPP.
Creo que nadie duda del legítimo
derecho que asiste al beneficiario
de una obra social de abandonarla y
optar por otra, si la primera no le
brinda los servicios con la calidad
pretendida. Hoy, se plantea
nuevamente la discusión sobre la
legitimidad de este derecho, y desde
algunos sectores se coloca la
suspensión de los traspasos como
alternativa. Esto no representa una
solución, sino simplemente ignorar
el problema negando los derechos de
los beneficiarios. Faltó explicar
alguna otra resistencia, como la de
los dirigentes que asociados a las
EMPP comparten la “inocencia” de
ambos sectores. Y por último
explicar otra gran ausencia,
posiblemente la que dio lugar y
permitió las “resistencias”: la de
un Estado inteligente y presente,
que la mayoría de las veces se ha
limitado exclusivamente a denunciar
la corrupción de un sistema cuya
fiscalización, control y regulación
es su exclusiva responsabilidad… y
hasta ahora, por lo menos, no se ha
desregulado.
1 La adjetivo así,
porque más allá de su sonido
cacofónico, hablar de desregulación
en el espacio de la salud representa
uno de los caracteres
(lamentablemente) diferenciales del
sistema argentino, ya que hoy nadie
en el mundo discute la necesidad de
regular en este campo. Resulta
inexplicable (¿o no?), que los
referidos “expertos” ignorarán que
todos los países desarrollados
desregulan ciertas actividades, pero
jamás dejan de regular aquellos
bienes públicos, meritorios o
sociales que hacen a la cohesión y
protección social de sus ciudadanos,
o que por la irregularidad de sus
condiciones de competencia o
suministro no pueden garantizar el
acceso en condiciones igualitarias
para todos: y justamente la salud
cumple estas dos condiciones.
2 Ediciones ISALUD, Buenos Aires,
2004, pag. 181 a 197.
3 Véase “El tema de la
desregulación: preguntas y
respuestas”.
4 Al respecto véase: El sistema de
seguridad social. Una propuesta de
reforma. FIEL, Bs. As., 1995.
5 El 75% de los que optaron son
gerentes, directores o personal
“fuera de convenio”, con sueldos
promedio un 60% más alto del de
aquellos que no optaron; el 54% de
los que optaron forma parte del 25%
de la población con sueldos más
altos del sistema de seguridad; más
del 60% de los que optaron no lo
hicieron por decisión propia, sino a
través de mecanismos corporativos…y
el 47% está insatisfecho con esa
cobertura corporativa. Datos tomados
del “Estudio sobre opciones de
cambio” del programa de Reconversión
de las obras sociales, 2003.
6 La práctica demuestra que las o.
sociales que son correctamente
gestionadas y brindan los servicios
adecuados logran la fidelidad de sus
beneficiarios (excepto aquellos, que
por capacidad de pago y/o la visión
consumista descripta más arriba
deciden marcharse). El hecho de que
varias obras sociales incorporen
(por su calidad) casi tantos
afiliados como los que pierden, es
prueba de ello; y este último hecho
amerita incentivar positivamente a
estas o. sociales, que de persistir
el regimen actual estarán
condenadas; ¡increíblemente! a la
desaparición, como resultado de un
éxito de gestión que las torna
elegibles para una multitud de
beneficiarios de o. sociales
negligentes o inviables que provocan
la emigración de sus afiliados
(mayoritariamente de bajos
salarios), provocando una caída
notable de sus ingresos, atendiendo
a los más pobres y de mayor riesgo |