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Mientras la necedad alienta la
negación, la crisis avanza,
imparable. La cantidad de puestos de
trabajo perdidos desde el
establecimiento de la
desarticulación del modelo económico
mundial-global que instaló la
exclusión como principio básico de
funcionalidad, es realmente pavorosa
aunque lamentablemente promete más.
La crisis está operando al modo de
un tsunami sin pautas físicas,
dañando todo lo que toca y
sobrepasando el nivel de cualquiera
de las estimaciones.
A lo dicho debe agregarse los
problemas que acarrea el cambio
climático, los que aún negándose la
situación, han aumentado
significativamente tanto en la
cantidad como en su capacidad de
daño. Lo antedicho se refleja en
situaciones de emergencia reales,
que entre los años 2005 y 2007,
representaron para las Naciones
Unidas una participación en un
promedio de 276 situaciones de
emergencia máxima/año en al menos 92
países. El 50% de las mismas tuvo
lugar como consecuencia de desastres
naturales, un 30% se motivaron en
conflictos armados y un 20% en
cuestiones epidémicas que han
impactado los sistemas sanitarios.
No obstante ello, ya en 2008 se
percibía un incremento en las
primeras así como en las últimas.
El informe de Acción Humanitaria
2009 elaborado por el Fondo de
Naciones Unidas para la Infancia
confiere un valor de 700 millones de
euros a las necesidades provenientes
de niños y mujeres afectados por
situaciones de “emergencia” en al
menos 36 de los 92 países
comprendidos en las estadísticas.
Sin embargo, las personas no son
números y las estadísticas apenas si
reflejan unas pocas aristas de la
realidad. Las duras condiciones a
que se ven sometidos niños y mujeres
afectados por circunstancias
dramáticas, antes de verse
contenidas se desbordan de manera
creciente, esencialmente por la
incapacidad de acción y/o de gestión
de los estados.
Más allá de los desastres
climatológicos o de las epidemias,
otras cosas impactan diariamente a
niños, niñas y mujeres, ya que éstos
padecen distintos tipos de
violencias, por ejemplo: la
familiar, el ser ignorados por los
estamentos estatales, acumular
enfermedades, pobrezas y
esencialmente el hambre. La
malnutrición es una de las
principales causas de muerte en
Africa y luego en Asia, pero a ellos
se les suman las grandes áreas
marginadas de América latina. Todos
aportan a las estadísticas pero los
fondos que recoge la UNICEF apenas
si alcanzan para atender unas pocas
demandas provenientes de las áreas
críticas del Africa.
Cuando hago referencia a áreas
críticas del continente africano
incluyo únicamente a República
Democrática del Congo, Somalia,
Sudán, Uganda y Zimbabwe. Ello
implica que el resto queda librado a
su suerte. Por ejemplo, la situación
humanitaria desatada en la Franja de
Gaza consumió fondos previstos para
otros destinos y ello licuó
posibilidades de ayuda en
Afganistán, Pakistán, India, Irak,
Yemen, y otras regiones olvidadas
donde los excluidos se amontonan
como despojos en un altillo.
En este contexto el mundo parece no
entender que por cada puesto de
trabajo perdido, se comprometen
acciones sociales precisas que al
verse truncas incrementan el riesgo
sanitario, el asistencial, y
consecuentemente diezmando los
futuros de las personas.
Respecto de lo antedicho, no debe
perderse de vista dos factores que
golpean duramente a poblaciones en
estado crítico: el costo de los
alimentos y la carencia de los
mismos. El costo limita el acceso
pero la carencia condiciona
seriamente las posibilidades de
vida. “No se trata solamente de que
la persona consuma suficientes
calorías, sino que debe ingerir una
cantidad adecuada de nutrimentos.
Diversos estudios demuestran que si
un niño o niña menor de dos años no
consume suficientes elementos
nutritivos en sus primeros años de
vida, durante el resto de su
existencia tendrá menos capacidad
para aprender en la escuela y,
posteriormente, para ganarse la
vida. Por lo tanto, es necesario
tomar en serio el problema de los
alimentos” (UNICEF, Sra. Ann M.
Veneran, Directora Ejecutiva).
Se estima que en 2007 unos 850
millones de habitantes del mundo
sufrieron desnutrición, pero eso es
sólo un número. Dicho número se
acerca hoy a los 950 millones de
personas. Pero no escapa a los que
avalúan el crecimiento de la pobreza
y la marginación en el mundo que el
número total alcanza a las dos
terceras partes de la humanidad.
Mientras tanto entre mayo de 2007 y
mayo de 2008, el índice de precios
de los alimentos aumentó en un 50%,
y muchas familias no pueden adquirir
productos alimenticios básicos para
sus niños, al tiempo que los estados
ya no los consideran en sus
políticas públicas de auxilio.
Pese a que las consecuencias
inmediatas del aumento de los
precios de los alimentos resultan
obvias, el incremento guarda también
otros efectos. Uno de ellos es el
aumento de la vulnerabilidad de los
niños y niñas y sus madres, durante
los conflictos prolongados debidos a
crisis políticas, pero a ello debe
agregarse el crecimiento de la
hepatitis en sus distintas formas a
nivel global, la tuberculosis, el
VIH/Sida, el cólera, las fiebres
hemorrágicas, a lo que ahora se
agrega los primeros efectos
conocidos del H1N1 (gripe porcina)
sin omitir que hasta hoy hay otro
problema no resuelto con la H5N1
(gripe aviaria), y complementamos
con un etcétera que deja abierta la
posibilidad a que el lector agregue
aquello que considere prudente (chagas,
dengue, malaria, leishmaniasis y
otras), aún asumiendo que las
epidemias no son el único así como
tampoco el mayor de los problemas
sanitarios que enfrenta la raza
humana por estas horas.
Lo expresado indica que el aumento
de la “vulnerabilidad social” ha
sido dramático, pero permanece
sostenido de cara al futuro.
La alimentación y el crecimiento de
las necesidades insatisfechas se ven
a su vez afectados por los efectos
del cambio climático. En la mayoría
de los casos, las poblaciones en
situación de pobreza también se
llevan la peor parte de los efectos
del cambio climático, ya que sufren
de manera desproporcionadamente alta
el aumento de la frecuencia y la
intensidad de los desastres
naturales. La UNICEF estima que
tanto niños como mujeres representan
potencialmente el 65% de las
personas que en los próximos diez
años sufrirán consecuencias directas
de los desastres naturales.
Básicamente, haciendo referencia a
niños el número de damnificados no
sería inferior a los 175 millones.
Cada euro invertido en combatir el
cambio climático evita 20 euros de
costos sanitarios, pero una vez más,
los números directos o bien las
estadísticas enseñan la punta del
iceberg, mientras tanto las personas
permanecen en su condición de
víctimas.
Lo expuesto explica el extremo
creciente pero no enseña la gravedad
que los sistemas de salud enfrentan
por estas horas. Así como el modelo
económico global ha sido y es
“altamente excluyente”, del mismo
modo el desmantelamiento de los
sistemas públicos de salud se ven
reflejado en una mayor complejidad
de la expresión de las enfermedades
crónicas, sea ello por falta de
atención, por falta de oportunidad
en ejercer la AP, por falta de
precisión diagnóstica, por carencias
en los accesos a la atención, y
otros motivos no menos válidos que
los expresados.
La sostenibilidad del sistema
sanitario-asistencial mundial es un
problema de recursos económicos,
pero además también de modelo de
gestión. La escasa coordinación
(para no decir nula) sociosanitaria
impide optimizar los recursos
creando un círculo vicioso
interminable donde todos se echan
culpas pero nada se resuelve a favor
de nadie. Esto se reflejará
indefectiblemente en una mayor
exclusión, mal que nos pese.
Finalmente, tanto los economistas
como sus recetas y los políticos y
las suyas, organismos
internacionales por medio con sus
temibles academicismos, desconocen
la importancia meridiana del primer
nivel asistencial, enseñando por
ende la negación a ultranza del
enfoque integral que demanda la
salud pública, no teniendo ni la
cultura ni la formación específicas
para tratar el foco, ni el fondo del
problema planteado. Los equipos de
salud por su parte (incluyendo en
ello a los médicos), siguen viviendo
a espaldas de los mecanismos de
soporte comunitarios (engranajes y
su funcionalidad), en cuanto al
conocimiento de cómo es la
organización civil, cómo las
instituciones y cuáles los recursos
disponibles en función a sus fuentes
(ahora en extinción), aunque el
mayor de los problemas se centra en
que “no existe suficiente
coordinación para dar una asistencia
integral, hoy por hoy, en ninguna
parte del mundo”.
Y esto es sólo el comienzo.
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