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LA SALUD COMO UNA OSADIA HUMANA
Los seres humanos, en tanto especie del reino animal,
estamos preparados para vivir poco más de treinta años
en condiciones naturales. Cada año adicional que una
determinada población consigue agregar en su expectativa
de vida al nacer es una importante conquista sanitaria y
social, que tiene también repercusiones políticas y
económicas. El desarrollo tecnológico contribuye mucho a
tales logros. Lo hicieron primero el jabón y la ropa de
algodón. Luego el uso de la penicilina nos regaló casi
diez años más de vida. Y otro tanto hicieron las vacunas
que integran el Programa Ampliado de Inmunizaciones y
los medicamentos esenciales.
Pero esta cruzada que emprendimos los animales humanos
por nuestra salud constituye una osadía. Desde la
religión hasta la mitología así lo registraron. Los
griegos atribuyen al médico Asclepio (Esculapio para los
romanos) la audacia de hacer inmortales a los hombres.
Esto causó la ira de los dioses y, para no alterar el
orden universal, Zeus acabó tanto con el médico como con
todos sus pacientes resucitados.
A su vez, en la tradición judeo cristiana, se asume en
el libro del Génesis así como en textos midrásicos, que
los hombres decidieron coordinar sus saberes y
habilidades para construir una torre que les permitiera
llegar al cielo. Dios, entendió que en la contracara de
aquel laborioso esfuerzo humano se ocultaba la ambición
de conquistar la inmortalidad haciéndose dioses. Por eso
decidió turbar sus mentes de modo que lo que unos
dijeran a otros ya no lo entendieran igual.
Desde entonces, tanto evitar la muerte como organizar a
los seres humanos puede entenderse como un encuentro
milagroso. Pero el milagro permanece en libertad y la
salud se convirtió en una osadía de los hombres, una
conquista que requiere esfuerzos. Difícil pero no
imposible. Al fin y al cabo, también veníamos
programados para andar en cuatro patas y conseguimos
erguirnos. La mitología griega describe bien ese
desencuentro. Asclepio dividió su legado entre dos de
sus hijas, Yaso (Panacea para los romanos) e Higia, que
asumieron perfiles diferenciados y complementarios. La
primera fue docta en el manejo de las técnicas y en el
uso de drogas, insaciable en sus pretensiones económicas
y cada vez más hábil en producir vida artificialmente,
prolongando existencias vegetativas y resucitando
muertos por pocas horas. Mientras que Higea se convirtió
en mensajera del orden natural, partidaria del vivir en
armonía para conservar la salud y ferviente defensora de
los cambios sociales, culturales, económicos y políticos
para mejorar la salud individual y colectivamente.
TECNOLOGIAS BLANDAS Y DURAS EN
EL COMBATE A LA ENFERMEDAD
Aún hoy nuestras respuestas a los problemas de salud de
la población siguen diferentes caminos valiéndose
también de herramientas distintas. Por un lado,
tecnologías duras (aquellas que se plasman en artefactos
y materiales y se basan principalmente en el
conocimiento de las ciencias duras, como la física y la
química), y por otro lado, en tecnologías blandas
(aquellas que se concretan como organización, vínculos,
formas de relacionamiento de las personas).
El discurso de los medios de comunicación prioriza la
difusión de las tecnologías duras, construyendo un
fetichismo tecnológico. Así parece que son sólo los
medicamentos y vacunas los que vencen las enfermedades.
Por ejemplo, una estrategia de expansión de controles
como el PAP para detección precoz, puede resultar más
efectiva que la vacuna contra el HPB y mucho más
económica. Así también, las acciones más efectivas
contra las enfermedades transmitidas por mosquitos están
vinculadas con tecnologías higienistas de base
territorial y acción comunitaria.
La forma en que las tecnologías blandas necesitan
combinarse con las duras se ilustra en la ecuación
formulada por Peter Tugwell para medir la efectividad de
las intervenciones ante una determinada enfermedad. La
misma considera que la efectividad , es decir el impacto
de la acción sobre la salud de la población, es función
directa de: a) la eficacia de la tecnología dura en
condiciones del diseño experimental, b) la precisión
diagnóstica, c) la prescripción correcta, d) el
cumplimiento de los tratamientos por parte de los
pacientes y e) la cobertura del programa. En otras
palabras un medicamento que a través de estudios
clínicos constata una eficacia del orden del 86%, sólo
logra una efectividad del 3,2% si: a) se diagnostica
bien en el 75% de los casos, b) es prescripto de forma
adecuada en el 50%, c) sólo un 20% de los pacientes
completa el tratamiento de forma adecuada, d) dentro de
un programa que llega al 50% de la población objetivo.
En conclusión, el desarrollo de tecnologías duras es
conveniente pero no hace milagros. Es necesario
coordinarlas con esquemas organizativos adecuados para
lograr vencer a la enfermedad. Solo cooperando Higea y
Panacea consiguen los resultados milagrosos que obtenía
Asclepio.
ABORDAJES VERTICALES VERSUS
HORIZONTALES
Los Programas Verticales, surgen durante la década del
40 para erradicar la viruela y la malaria. Es un
abordaje técnico de inspiración taylorista. Un comando
central y un equipo altamente entrenado que
estandarizaba procesos para combatir un reducido grupo
de enfermedades, en un plazo temporal corto o mediano.
La autoridad central controlaba el financiamiento y
monitoreaba el desempeño del trabajo de campo como medio
para garantizar los resultados esperados.
La contracara de este modelo organizativo eran
tecnologías duras como la vacuna antivariólica
resistente liofilizada, además del DDT y la cloroquina
para combatir la Malaria. Sin embargo, los resultados no
siempre fueron buenos. En unos casos por baja cobertura
de los servicios de salud, en otros por debilidad de las
instituciones. Para superar este último problema, los
financiadores externos impulsaron unidades ejecutoras
externas al entramado organizacional existente.
En los sesenta surgen las campañas de erradicación como
un ajuste al modelo. Los programas verticales dejaban de
ser “cosa de expertos” para bajar a terreno como
“propuestas enlatadas”, que, aplicados con rigor,
servirían en cualquier contexto. El nuevo modelo
concebía la intervención como una operación militar
conducida de igual manera en cualquier campo de batalla.
Se requerían menos recursos humanos calificados y esto
facilitaba la extensión de la cobertura y permitía
utilizar trabajadores voluntarios.
La emergencia sanitaria constituye una figura extrema
dentro de este modelo. Declara estado de sitio debido a
la amenaza y presupone que la propiedad privada, así
como los derechos individuales deben ser supeditados al
control de la epidemia. Aún en 2009 tanto Bolivia, para
combatir el brote de Dengue, como Estados Unidos y
México para combatir la pandemia del H1C1 recurrieron a
la disciplinada organización y logística militar para
garantizar una repuesta rápida y homogénea. Como en
otras situaciones de catástrofe, la comunicación
adquiere fundamental relevancia. Un solo emisor con
mensajes precisos, puesto que desinformar resulta tan
contraproducente como exagerar y causar pánico.
Alma Ata y la estrategia de APS cambiaron el paradigma.
A partir de entonces, se enfatizaron las actividades
intersectoriales, la participación de la comunidad y el
uso de medicamentos esenciales. Se proclamó la necesidad
de considerar en forma integrada y holística la
aproximación a la salud, en vez de aproximaciones
técnicas, de arriba hacia abajo y “autoritarias”. El
nuevo modelo de intervención adoptó en consecuencia un
carácter horizontal, centrado en acciones preventivas y
focales, con eje en las instituciones regulares del
sistema de salud como una forma de garantizar
sostenibilidad, es decir, mantener en el tiempo los
objetivos perseguidos.
Se críticó al modelo vertical por fragmentar al sistema
de salud, por distraer fondos y atención de los
servicios regulares, generando una débil
institucionalización y sostenibilidad. También se ha
hecho notar la superposición de recursos que genera la
omnipresente dificultad para coordinar burocracias. Los
estudios demuestran que la movilización social en un
territorio delimitado y sobre una población definida
conocida, constituyen los pilares más sólidos para
edificar respuestas sanitarias apropiadas e integrales.
La descentralización de los servicios y políticas de
salud desplegada a partir de la década del noventa vino
a agravar las tensiones entre abordajes verticales y
horizontales. Las reformas de salud constituyeron una
nueva epidemia que aplicó los instrumentos sin
diferenciar ni adaptar las particularidades de (i) los
servicios curativos, (ii) los servicios preventivos, ni
(iii) las funciones públicas esenciales. Las
características económicas de estos últimos implica que
no pueda aplicarse mecanismos de mercado (competencia
entre agencias, que por el contrario deberían cooperar),
ni de mercado simulado (esquemas de incentivos).
En una reunión de Ministros de Salud, convocada por la
OMS en 1992, se acordaba que el manejo de la enfermedad
(diagnóstico y tratamiento) debía recaer en los
servicios públicos locales, siendo responsabilidad de
los gobiernos garantizar el acceso. La prevención
movilizó su eje desde el control del medio ambiente
hacia los individuos y sus conductas riesgosas.
Finalmente, el control de epidemias continuó siendo
interpretado como vigilancia epidemiológica. El informe
de Desarrollo Humano del Banco Mundial publicado al año
siguiente terminó de modelizar el paradigma reformista.
Eppur si muove... El modelo vertical resistió. Resultó
atractivo para los financiadores externos. Una coalición
contra la polio reunió a UNICEF, el Rotary International
y la Agencia para el Desarrollo de EE.UU, el Banco
Mundial y el BID. Además, la alta visibilidad de las
acciones le otorgaron atractivo electoral. Por ejemplo,
presidentes de El Salvador, Ecuador, Zimbawe y Colombia
parecieron en los Días Nacionales de Inmunización,
también celebridades e incluso miembros de la realeza,
fueron desde entonces fenómenos comunes asociados a
estas campañas.
Además, el abordaje vertical se reinventó luego en el
disease management, un abordaje que ganó viabilidad
económica al vincularse con incentivos económicos a los
prestadores. Esto en un contexto en el que casi no se
forma más sanitaristas y donde los posgrados se inclinan
más a formar profesionales con competencias para
contratar y administrar prestaciones que para combatir
epidemias. Por eso, no es sorprendente que en los
últimos tiempos en medios periodísticos se haya
reclamado el refuerzo de los programas verticales como
paliativo para la precariedad sanitaria.
¿COMO CURAR LAS EPIDEMIAS?
El antídoto contra las epidemias no es otro que un
profundo debate sobre las políticas sanitarias. No es
cuestión de salir corriendo a comprar vacunas aún no
desarrolladas ni de añorar el retorno de modelos de
intervención caducos. No es sólo cuestión de obtener más
recursos sino de tener mejores ideas sobre cómo usarlos.
No es cuestión de más medicina sino de más sanitarismo.
Necesitamos que Panacea e Higea trabajen juntas. Porque
sólo la organización vence a las epidemias.
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