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Y como no puede ser de otra manera,
llega la conclusión. La metamorfosis
está instalada en el ámbito de la
Industria Farmacéutica, en las
instituciones de salud públicas o
privadas, en las empresas de
servicios de salud, en las
instituciones académicas que
impulsan y/o se sustentan en modelos
de investigación y desarrollo, en
los sectores de gestión
comprometidos con la problemática, y
desde luego en todos aquellos nichos
vinculados con cualquier expresión
común a la salud humana. Muchas
veces este proceso tiene la
consciencia de los actores que
participan en él, mientras que en
otras ocasiones y dependiendo de la
condición sociopolítica de los
países, pasa desapercibido o
directamente es negado como algo
utópico, o sencillamente ignorado.
Más allá de los estados de
consciencia, quedan pendientes
algunas apreciaciones y/o
reflexiones que aparecen como
prudentes compartir.
Concomitante con la “metamorfosis”
instalada a partir de un cambio de
paradigma en las ciencias médicas,
existen variables que tienen entidad
propia e impulsan per se cambios
donde ejercen, o pueden hacerlo,
influencias directas o indirectas
sobre servicios clínicos o sobre
estamentos políticos. Estos cambios
son paralelos al proceso original,
pero inciden decisivamente en la
gestión, modificando estrategias,
tácticas, o proporcionando nuevos
escenarios de planificación.
Se discute por estas horas la
capacidad de daño del drama
económico desatado en el mundo hace
escasos dos años. Esta crisis ha
puesto de manifiesto que las
naciones más ordenadas padecen la
misma (crisis), de manera semejante
a las pobres, desordenadas u
olvidadas. Finalmente las víctimas
genuinas de los desajustes se
traduce en las personas (pacientes)
y sus enfermedades, pero además
afectando frontalmente las
estructuras de salud y desde luego,
sus recursos humanos, formados para
entender, atender e interpretar,
pero no formados para asumir
consecuencias político-sociales de
incapacidades en la gestión
integral. Así las cosas, se quiebran
los puentes que vinculan a los
extremos favoreciendo la aparición
de conflictos que se traducen en
agresiones desde pacientes y
familias no contenidas
(¿incomprendidas?) hacia un personal
médico impotente ante la realidad
que se les impone (desmerecer la
actividad profesional mediante
distintos mecanismos es inducir a la
misma a un estado de indefensión
extremadamente grave, que algunos
traducen como burn out, pero que es
mucho peor que eso).
Aquí aparecen situaciones
paradójicas, donde los tratamientos
imponen ciertas realidades que los
estados no están dispuestos a
asumir, produciéndose un temible
abismo entre las necesidades de los
enfermos (y sus familias) y las
desidias de un modelo que no está
capacitado para financiar los mismos
por diversos motivos. El primero de
ellos es porque el sistema que dice
incluirnos y considerarnos como
personas, ni nos incluye como
tampoco nos considera, dejándonos
librados a nuestra suerte al
entender que tratamientos caros son
sinónimo de gastos catastróficos que
ellos no quieren reconocer. Esta
falacia parte del principio que el
tratamiento de una enfermedad es un
“gasto”, y que el paciente es
descartable hasta que aparezca el
próximo... sin darse cuenta, que
dicho criterio habilita a un tsunami
de demandas contenidas para las
cuales no alcanzará presupuesto
alguno, nunca, fabricando más y más
excluidos.
La realidad que esconde lo antedicho
es que las instituciones de salud se
hallan sometidas a modelos
presupuestarios que indican una cosa
pero en verdad proponen una bien
distinta, siendo que lamentablemente
aquello que proponen es lo que
desarticula al sistema que enuncia
el “comprender” a la sociedad y sus
potenciales demandas, la que
finalmente deberá iniciar un largo
camino hacia ninguna parte ya que
los propios estados fabrican
obstáculos y/o anticuerpos para
evitar que esos pacientes sean
tenidos por tales.
Este fenómeno de causa-efecto, que
padece una metamorfosis integral y
al mismo tiempo con efectos
desintegradores, prefiere habilitar
a la judicialización de la medicina
(recursos de amparo, mala praxis,
etc.) antes que reformar sus
mecanismos de gestión para aceptar
que los enfermos crónicos ameritan
la prioridad absoluta de la
consideración, desde el presupuesto
hasta la atención. Nuevamente, la
medicina que ha regido hasta aquí se
sustentaba en los agudos, sin
embargo la realidad está indicando
algo bien distinto, desconocido
desde que las coberturas sociales
adquirieron importancia “social”.
Acompañando este proceso
contradictorio, aparece una
Industria Farmacéutica que, asociada
a modelos académicos que contienen
polos de investigación, avanza
frontalmente en el control (no
podemos hablar de cura) de
enfermedades que hasta hace poco
tiempo consumían vidas, sin
atenuantes. Esta sociedad fabrica
conocimientos, métodos y procesos
terapéuticos, que guardan
importancia capital para las
ciencias médicas, por ende para los
pacientes y sus enfermedades... lo
cual se contrapone a la situación de
los estados que se reconocen como
“deficientes” de recursos, exigiendo
entonces a que los “padecientes”
reciban tratamientos perimidos pero
que no afectan significativamente
los costos de un modelo quebrado,
desde mi punto de vista por
impericia manifiesta y negligencia
en la consideración (puede haber
otras razones, todas aceptables,
pero la evidencia enseña que son
tantas las impericias como las
negligencias... y el patear un
problema hacia adelante, hace que
éste se transforme en un monstruo de
varias cabezas).
Tenemos entonces, una ciencia
revelada en soluciones terapéuticas,
por una parte, y un sistema de
coberturas sociales que las niega
por falta de presupuesto... y junto
con ello, un universo de excluidos
(cada vez mayor) que contienen
enfermedades que nadie atiende
porque no forman parte de la
“agenda” política de ningún
gobierno, justamente porque es
necesario aumentar el rango de
excluidos para poder seguir
atendiendo a los cada vez menos
incluidos. Ciertamente una paradoja,
pero más que ello un disparate que
niega la evidencia que se alienta
desde las investigaciones, las
patentes, y todo lo que ello
implica.
Al mismo tiempo, ese mismo estado
que niega los tratamientos y
desconsidera a los enfermos
“excluidos”, desatiende las
estructuras comprometiendo a los
recursos humanos, recursos formados
para entender y comprender el
sentido del perfeccionamiento, la
evolución y el progreso permanente
de las ciencias, talentos que no
pueden ser expresados porque el
propio estado desconoce el sentido
de las fuentes, lo cual se traduce
en frustraciones. Frustraciones en
los miembros del equipo de salud
tanto como en los pacientes, donde
las razones convergen sin
atenuantes.
No falta quien responsabiliza de
esto a la Industria Farmacéutica,
aduciendo que las ganancias son
muchas. La realidad es que el modelo
empresario con el cual se sustentó
la Industria de los medicamentos
hasta fines del siglo XX, hoy por
hoy es impracticable. Esto significa
que no es posible “fabricar” ciencia
y pretender “venderla” sin fabricar
“gestión” concomitante. Cuando me
refiero a la gestión, no hablo de
libros contables, planificaciones
y/o presupuestos... antes bien, me
enfoco en los pacientes, sus
enfermedades y los recursos genuinos
que ellas demandan y lo harán como
consecuencia de un mundo globalizado
donde pensar que la gripe H1N1
permanecerá neutralizada es una
entelequia propia de los mecanismos
políticos (y las evidencias
nuevamente se ponen a la vista y
consideración de quien las quiera
atender).
Mientras las evidencias indican una
realidad y un modelo evolutivo, los
estados fabrican anticuerpos para
descalificar y desmerecer aquello
que finalmente se convertirá en un
problema y de éste en drama. Se
restarán presupuestos y se detendrán
investigaciones científicas a cambio
de salvaguardar pérdidas y dibujar
nuevos resultados, expresados en
estados contables que no son otra
cosa que el reflejo de estados
deplorables. Sucedido esto, personas
que podrían ser salvadas no lo han
sido, a manos de fundamentos
injustificables, al tiempo que otras
que podían ser atendidas no lo
fueron para no comprometer los
recursos adecuados al fin.
La conclusión es simple. La
prioridad son las personas y sus
necesidades. Para ello existe una
ciencia que produce avances
concretos, que son la mejor
evidencia a favor de una mejor
calidad de vida, o al menos de una
supervivencia digna. Pretender negar
la prioridad o las consecuencias
clínicas de la investigación
científica, definitivamente es negar
las evidencias, pero éstas siguen
siendo inapelables.
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