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Opinión


Metamorfosis, el reverso de la evidencia (Conclusión)
Por el Licenciado
Víctor Norberto Cerasale [MBA R&D]
 

Y como no puede ser de otra manera, llega la conclusión. La metamorfosis está instalada en el ámbito de la Industria Farmacéutica, en las instituciones de salud públicas o privadas, en las empresas de servicios de salud, en las instituciones académicas que impulsan y/o se sustentan en modelos de investigación y desarrollo, en los sectores de gestión comprometidos con la problemática, y desde luego en todos aquellos nichos vinculados con cualquier expresión común a la salud humana. Muchas veces este proceso tiene la consciencia de los actores que participan en él, mientras que en otras ocasiones y dependiendo de la condición sociopolítica de los países, pasa desapercibido o directamente es negado como algo utópico, o sencillamente ignorado.
Más allá de los estados de consciencia, quedan pendientes algunas apreciaciones y/o reflexiones que aparecen como prudentes compartir.
Concomitante con la “metamorfosis” instalada a partir de un cambio de paradigma en las ciencias médicas, existen variables que tienen entidad propia e impulsan per se cambios donde ejercen, o pueden hacerlo, influencias directas o indirectas sobre servicios clínicos o sobre estamentos políticos. Estos cambios son paralelos al proceso original, pero inciden decisivamente en la gestión, modificando estrategias, tácticas, o proporcionando nuevos escenarios de planificación.
Se discute por estas horas la capacidad de daño del drama económico desatado en el mundo hace escasos dos años. Esta crisis ha puesto de manifiesto que las naciones más ordenadas padecen la misma (crisis), de manera semejante a las pobres, desordenadas u olvidadas. Finalmente las víctimas genuinas de los desajustes se traduce en las personas (pacientes) y sus enfermedades, pero además afectando frontalmente las estructuras de salud y desde luego, sus recursos humanos, formados para entender, atender e interpretar, pero no formados para asumir consecuencias político-sociales de incapacidades en la gestión integral. Así las cosas, se quiebran los puentes que vinculan a los extremos favoreciendo la aparición de conflictos que se traducen en agresiones desde pacientes y familias no contenidas (¿incomprendidas?) hacia un personal médico impotente ante la realidad que se les impone (desmerecer la actividad profesional mediante distintos mecanismos es inducir a la misma a un estado de indefensión extremadamente grave, que algunos traducen como burn out, pero que es mucho peor que eso).
Aquí aparecen situaciones paradójicas, donde los tratamientos imponen ciertas realidades que los estados no están dispuestos a asumir, produciéndose un temible abismo entre las necesidades de los enfermos (y sus familias) y las desidias de un modelo que no está capacitado para financiar los mismos por diversos motivos. El primero de ellos es porque el sistema que dice incluirnos y considerarnos como personas, ni nos incluye como tampoco nos considera, dejándonos librados a nuestra suerte al entender que tratamientos caros son sinónimo de gastos catastróficos que ellos no quieren reconocer. Esta falacia parte del principio que el tratamiento de una enfermedad es un “gasto”, y que el paciente es descartable hasta que aparezca el próximo... sin darse cuenta, que dicho criterio habilita a un tsunami de demandas contenidas para las cuales no alcanzará presupuesto alguno, nunca, fabricando más y más excluidos.
La realidad que esconde lo antedicho es que las instituciones de salud se hallan sometidas a modelos presupuestarios que indican una cosa pero en verdad proponen una bien distinta, siendo que lamentablemente aquello que proponen es lo que desarticula al sistema que enuncia el “comprender” a la sociedad y sus potenciales demandas, la que finalmente deberá iniciar un largo camino hacia ninguna parte ya que los propios estados fabrican obstáculos y/o anticuerpos para evitar que esos pacientes sean tenidos por tales.
Este fenómeno de causa-efecto, que padece una metamorfosis integral y al mismo tiempo con efectos desintegradores, prefiere habilitar a la judicialización de la medicina (recursos de amparo, mala praxis, etc.) antes que reformar sus mecanismos de gestión para aceptar que los enfermos crónicos ameritan la prioridad absoluta de la consideración, desde el presupuesto hasta la atención. Nuevamente, la medicina que ha regido hasta aquí se sustentaba en los agudos, sin embargo la realidad está indicando algo bien distinto, desconocido desde que las coberturas sociales adquirieron importancia “social”.
Acompañando este proceso contradictorio, aparece una Industria Farmacéutica que, asociada a modelos académicos que contienen polos de investigación, avanza frontalmente en el control (no podemos hablar de cura) de enfermedades que hasta hace poco tiempo consumían vidas, sin atenuantes. Esta sociedad fabrica conocimientos, métodos y procesos terapéuticos, que guardan importancia capital para las ciencias médicas, por ende para los pacientes y sus enfermedades... lo cual se contrapone a la situación de los estados que se reconocen como “deficientes” de recursos, exigiendo entonces a que los “padecientes” reciban tratamientos perimidos pero que no afectan significativamente los costos de un modelo quebrado, desde mi punto de vista por impericia manifiesta y negligencia en la consideración (puede haber otras razones, todas aceptables, pero la evidencia enseña que son tantas las impericias como las negligencias... y el patear un problema hacia adelante, hace que éste se transforme en un monstruo de varias cabezas).
Tenemos entonces, una ciencia revelada en soluciones terapéuticas, por una parte, y un sistema de coberturas sociales que las niega por falta de presupuesto... y junto con ello, un universo de excluidos (cada vez mayor) que contienen enfermedades que nadie atiende porque no forman parte de la “agenda” política de ningún gobierno, justamente porque es necesario aumentar el rango de excluidos para poder seguir atendiendo a los cada vez menos incluidos. Ciertamente una paradoja, pero más que ello un disparate que niega la evidencia que se alienta desde las investigaciones, las patentes, y todo lo que ello implica.
Al mismo tiempo, ese mismo estado que niega los tratamientos y desconsidera a los enfermos “excluidos”, desatiende las estructuras comprometiendo a los recursos humanos, recursos formados para entender y comprender el sentido del perfeccionamiento, la evolución y el progreso permanente de las ciencias, talentos que no pueden ser expresados porque el propio estado desconoce el sentido de las fuentes, lo cual se traduce en frustraciones. Frustraciones en los miembros del equipo de salud tanto como en los pacientes, donde las razones convergen sin atenuantes.
No falta quien responsabiliza de esto a la Industria Farmacéutica, aduciendo que las ganancias son muchas. La realidad es que el modelo empresario con el cual se sustentó la Industria de los medicamentos hasta fines del siglo XX, hoy por hoy es impracticable. Esto significa que no es posible “fabricar” ciencia y pretender “venderla” sin fabricar “gestión” concomitante. Cuando me refiero a la gestión, no hablo de libros contables, planificaciones y/o presupuestos... antes bien, me enfoco en los pacientes, sus enfermedades y los recursos genuinos que ellas demandan y lo harán como consecuencia de un mundo globalizado donde pensar que la gripe H1N1 permanecerá neutralizada es una entelequia propia de los mecanismos políticos (y las evidencias nuevamente se ponen a la vista y consideración de quien las quiera atender).
Mientras las evidencias indican una realidad y un modelo evolutivo, los estados fabrican anticuerpos para descalificar y desmerecer aquello que finalmente se convertirá en un problema y de éste en drama. Se restarán presupuestos y se detendrán investigaciones científicas a cambio de salvaguardar pérdidas y dibujar nuevos resultados, expresados en estados contables que no son otra cosa que el reflejo de estados deplorables. Sucedido esto, personas que podrían ser salvadas no lo han sido, a manos de fundamentos injustificables, al tiempo que otras que podían ser atendidas no lo fueron para no comprometer los recursos adecuados al fin.
La conclusión es simple. La prioridad son las personas y sus necesidades. Para ello existe una ciencia que produce avances concretos, que son la mejor evidencia a favor de una mejor calidad de vida, o al menos de una supervivencia digna. Pretender negar la prioridad o las consecuencias clínicas de la investigación científica, definitivamente es negar las evidencias, pero éstas siguen siendo inapelables.
 

Licenciado [MBA R&D] Víctor Norberto Cerasale, 2010-11-07. Copyright by Cerasale, 2010. Derechos reservados. Exclusivo para Revista Médicos, Medicina Global.
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