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Columna


Balances y proyecciones

“Quien cae en la insinceridad, cae en la atrofia”
Edmund Husserl

Por el Doctor Ignacio Katz

 
Otro año comienza a despedirse, y si hacemos un fugaz repaso de lo que la prensa relevó como noticias más significativas a lo largo de este 2010, encontramos los siguientes puntos: la problemática de la desnutrición, cuyo cortejo desencadena infecciones por inmunodeficiencia y bloqueo del desarrollo físico y mental; infecciones hospitalarias, aumento de cuotas de prepagas, cuestionamientos de compras en hospitales, saturación de pacientes en clínicas privadas, abuso en la prescripción de antibióticos, muerte de mujeres por complicaciones en partos, reforma de salud impulsada por el presidente estadounidense Barack Obama, y otras cuestiones. En cierto modo, nada nuevo, aunque los medios busquen a toda costa instalar cada noticia como una ruptura con todo lo conocido.
Pero esa compulsión por descubrir supuestos fenómenos, nuevas tendencias, o frases altisonantes, excede a las empresas periodísticas. Ocurre también en el propio ámbito de la atención médica. Y uno de estos ejemplos lo encontramos en la idea de practicar una “medicina basada en la evidencia”, como panacea actual para resolver los problemas sanitarios. “Evidencia”, claro está, genera la sensación de claridad, de testimonio irrefutable de algo, de prueba concreta que nos lleva a descubrir la causa, sea de un crimen, sea de una patología. ¿Cómo resistirse ante esa promesa?
Esta llamada “medicina basada en la evidencia”, se apoya en normas y reglas producto de la demostración de probabilidades significativas estadísticamente; el intento de descartar la simple influencia del azar; y permitir una generalización que posibilita conclusiones provisorias. En suma, esta modalidad termina siendo utilizada por la actividad gerencial para el tratamiento de enfermedades, y no de enfermos. Con estos rasgos, la “medicina basada en la evidencia” propone, peligrosamente, mecanizar el accionar médico al pretender una infalibilidad que en la ciencia no existe.
Pareciera ser más un tipo de asistencia médica impulsada para ofrecer una falsa sensación de seguridad y de racionalidad, y que promete soluciones categóricas. Por eso decimos que surge más de criterios gerenciales que de criterios médicos. Si algo tiene la evidencia científica es que nunca es irrebatible. Al contrario, la irrebatibilidad es contraria a la ciencia.
Recordemos que Karl Popper decía que una hipótesis es científica cuando admite situaciones que, en caso de darse, la demostrarían falsa. Nada más alejado de la idea de una “medicina basada en la evidencia”, entendiendo a ésta como algo irrefutable, como un camino sin desvíos que va desde el hallazgo de un síntoma hasta la cura total.
Por el contrario, “la medicina basada en la investigación científica”, se apoya en la percepción a través de la exploración, y de la elaboración de síndromes y diagnósticos diferenciales, utilizando exámenes complementarios según criterios de sospecha, aproximación y certeza. Estas técnicas posibilitan la reflexión, y ésta, sumada a la experiencia, permite el discernimiento, para aplicarlo al caso singular. Se emplean los aportes científicos, pero sin transportarlos al caso individual. Y, lo que es más importante: si para el arte no hay evidencias, para la ciencia no hay certidumbres. En la ciencia, la verdad es provisoria y aproximativa.
Sin duda, hay que recolectar las evidencias científicas y aplicar criteriosamente a los casos clínicos. Pero no hay que pretender que reemplacen a la medicina basada en la investigación científica, verdadero baluarte que, por aproximaciones sucesivas, enriquece nuestro conocimiento del campo de la salud, y en particular del cuerpo humano.
Hay que dejar la obsesión por tratar de seguir supuestas novedades, y volverlas un fetiche al que habría que adorar. En lugar de desesperarse por soluciones mágicas, hay que reforzar el vínculo entre los distintos componentes del campo sanitario, para que conformen un verdadero sistema. Retomando el pensamiento de Karl Popper: “Más que trabajar por bienes abstractos, se debería trabajar por la eliminación de males concretos”.

TRIADA

Aplicar el conocimiento científico, decíamos, es indispensable, En ese sentido, desarrollar un eje científico-productivo en la Argentina es un paso clave para el fortalecimiento de la Nación. Se debe buscar una mayor articulación académico-empresarial, con miras a diseñar el país del presente, a través de una interacción fértil entre el sector público, el privado y las universidades.
Revitalizar la ciencia implica consolidar un escenario con cuatro actores principales: el gobierno (ya sea a nivel nacional, provincial o regional), la Universidad, los empresarios y la sociedad civil. Hay que generar el cambio cultural que produzca la interacción entre estos actores, para que esta alianza enfrente la pobreza y la degradación social que ella arrastra.
Se trata de un sendero genuino de desarrollo social, cultural, económico, para ir más allá del poder político, de la simple educación e investigación y de la especulación financiera. La capacidad regional generada por una tríada de actores tiene que impactar y estar al servicio de una vida digna. Amalgamar e integrar los componentes esenciales de este campo reducirá las brechas que acentúan la injusticia y la inequidad.
En este sentido es fundamental la inyección de recursos hacia las universidades. La salud del país necesita casas de altos estudios con investigaciones bien establecidas, departamentos académicos sólidamente acreditados, y con una infraestructura eficiente. Innovar, incentivar e involucrarse en un plan maestro deben ser las tareas de la Universidad en una nueva configuración sanitaria.
La Universidad posee el insumo clave del conocimiento y la formación de los recursos humanos. Debe poder generarse, entonces, una serie de nuevos negocios, con el apoyo del Estado y del sector privado, para que a la vez contribuyan aumentando los ingresos fiscales. Ese circuito implica desplegar verdaderas “sociedades y economías del conocimiento”.
Sabemos que el Estado no puede monopolizar la salud. Pero también sabemos que el sector privado no debe liderarlo. El rol del Estado es armonizar las singularidades y evitar la segmentación de la sociedad, para ser el garante del derecho a la salud, que debe ser entendido como: el derecho a un acceso equitativo, adecuado y oportuno a los servicios de salud, con igualdad de utilización para igual necesidad, garantizando su calidad.
En definitiva, se trata del bienestar de las personas que viven en nuestro suelo. Recordemos que el preámbulo de la Constitución habla de: “promover a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Y la reforma constitucional de 1949, le agregó la siguiente frase: “la irrevocable decisión de constituir una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”.
Por lo tanto, la salud es un derecho humano y al mismo tiempo un derecho social, que debe ser promovido con una iniciativa pluralista, una actividad participativa y con instrumentos y herramientas que se asienten en estructuras adecuadas, con planificaciones estratégicas basadas en las posibilidades científico-técnicas que hoy poseemos. Una planificación estratégica, que incluiría la interacción antes mencionada entre sector público, sector privado y universidad, podrá afrontar tanto la distorsión en la distribución de la riqueza, la inequidad en el acceso a los servicios de salud, y la ineficiencia en la asignación de recursos que llevan al malgasto de recursos dentro del plano sanitario.
Más que de buscar novedades al servicio del marketing, es tiempo de invertir en ciencia y en potenciar el trabajo en conjunto de los eslabones del sistema sanitario, para que la búsqueda del bienestar social deje de ser una mera intención.

Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de: “En búsqueda de la Salud Perdida” (EDULP, 2006). “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la salud” (Edhasa, 2004). “La Fórmula Sanitaria” (Eudeba, 2003)
 

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