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En un
mundo envuelto en inequidades, donde
los sistemas antes que producir
“bienestar” generan excluidos, la
salud pública se ha convertido en la
víctima propiciatoria de modelos
económicos perversos y de conductas
políticas que colaboran a que éstos
impongan cortes, recortes y
limitaciones que no hacen otra cosa
que dañar aún más al conjunto
social.
Por estas horas se aprecian dos
expresiones terminales de la “salud
pública”:
1. Estados Unidos de
Norteamérica: la reforma Obama
no logra hacer pié, por ende la
expansión de eventuales beneficios a
personas o poblaciones otrora
separadas del conjunto social, está
contenida por un sistema que siempre
se sustentó con la producción de
“excluidos” (siempre creciente). Las
inequidades se sostienen sin
solución de continuidad y los
seguros siguen sin dar respuesta
adecuada a las necesidades de salud
de una población que acumula
demandas contenidas por diversas
razones (epidemiológicas en primer
término, ausencia de oportunidad en
la atención y más).
2. Europa: lo que estaba bien
o parecía estarlo ha ingresado en un
cono de sombra que se está comiendo
al sistema en sí mismo. La población
médica está técnicamente cercada y
presionada para cumplir con bajadas
de línea política que atienden a
recetas económicas que arrasan,
destruyen, pero no construyen ni
tampoco agregan valor. Cuestionan
aquello que se identifica como
fuente de “daño” contable y
financiero, lo circunscriben para
luego eclipsarlo y más tarde
liquidarlo... dando lugar a que la
historia se repita de manera
interminable, asegurando que las
recetas sobrevivan y los modelos que
funcionaban sucumban. La sociedad
que se contenía por un sistema
público que se retroalimentaba
dentro de ciertas pautas de equidad,
se ha visto invadida y luego
desbordada (en ese orden) por
idéntico mecanismo. Tanto es así que
se imponen listas de medicamentos,
listas de espera, y otros obstáculos
que prometen acrecentar la gravedad
de los cuadros clínicos tanto como
incrementar la incidencia esperable
de los gastos consecuentes al
criterio de “enfermedades
diferidas”.
Junto con lo dicho, la decisión
asociada entre políticas y economías
ha resuelto avanzar sobre los polos
de investigación científica en el
ámbito de la medicina (biología
molecular, genética, genómica, etc.)
y “cocinar” sus recursos a los que
estima como “impropios” en tiempo y
en espacio, lo cual cercena uno de
los ángulos (¿piedras?)
fundamentales de la medicina como
ciencia y de la salud pública como
inteligencia social. Ello deriva en
la pérdida de puestos de trabajo, de
programas de investigación, y
consecuentemente en la literal
evaporación del pensamiento
científico (hoy más necesario que
nunca) que al no hallar tierras
propicias para expresarse se consume
en frustraciones irrecuperables.
Acompañando la inconducta
estratégica, también se actúa sobre
los ámbitos académicos amurallando
sus estructuras y sus alcances, de
modo de limitar el acceso a los
claustros tanto como el consiguiente
acceso al conocimiento. La
consecuencia inmediata se expresa
como evidencia, socialmente se
confunden información con formación,
información con conocimiento,
conocimiento con interpretación
científica, y la mezcla produce
frustraciones en los extremos de los
ámbitos involucrados... por un lado
los aspirantes padecen la
incertidumbre creciente de un futuro
carcomido... por otro lado, los
pacientes ven que la formación
profesional camina en retroceso, lo
cual genera dudas de diversa índole.
Indudablemente, la salud pública
sufre hoy dos enfermedades de la
globalización:
-
La
clase política gobernante ha
establecido el criterio del “estado
ausente”, un estado que está pero no
escucha, no ve, tampoco atiende,
mucho menos entiende o interpreta la
realidad que se ha inducido a través
de políticas públicas eminentemente
deficientes, que insultan la
conciencia pública tanto como
desmerecen los derechos ciudadanos.
Léase, la clase política ha perdido
capacidad de lectura de la realidad
y sus circunstancias sociales. La
consecuencia directa es que las
gentes están libradas a su suerte...
aun cuando los discursos reciten
todo lo contrario.
-
El
modelo económico, perverso si los
hay, ha diseñado una ecuación donde
los médicos (el equipo de salud en
su totalidad), los pacientes, los
beneficiarios (como conjunto mayor),
las estructuras (y todo lo que ellas
contienen) son meras variables de
ajuste que producen pérdidas, por lo
que deben ser exterminadas
secuencialmente en escalas de
destrucción masiva por sectores...
Léase (una vez más), para que los
números cierren adecuadamente en los
libros contables, hay que cerrar los
servicios aparentemente
improductivos, hay que eliminar las
tecnologías, hay que restar calidad
en los medicamentos escudándose en
falsos conceptos de bioequivalencia
(donde bioequivalencia química poco
o nada tiene que ver con
bioequivalencia clínica), y nuevos
etcéteras que usted podrá enriquecer
a su entera discreción.
Pero
detrás de ello, se ocultan deudas
internas monumentales donde los
estados desconocen a los
proveedores, y al hacerlo
comprometen seriamente al resto de
las variables de nuestra ecuación,
esencialmente al cuerpo médico y al
universo de pacientes. Traducido, el
estado fabrica deuda, excluidos y
frustrados, y como a pesar de ello
los números siguen sin cerrar, las
variables se verán cada vez más
ahogadas en sus respectivas
circunstancias.
La evidencia indica que este modelo,
más allá de servirle o no al poder
político, más allá de servirle o no
al poder económico y sus
injustificables recetas, no le sirve
a la gente, a la sociedad y sus
necesidades genuinas.
Esa misma evidencia establece que
contener demandas sólo contribuye a
quebrar los sistemas... ¿entonces?
La salud pública debe ser tal en
toda su dimensión, ofreciendo
cobertura universal a todas y cada
una de las necesidades que una
sociedad expresa, ya que cada una de
ellas (necesidades) tiene una razón
de ser que no amerita discusión
alguna y que debe ser resuelta en
tiempo y forma, esto es no dilatando
ni tampoco diluyendo el “sentido de
prioridad”. Para ello, los estados
hoy ausentes deben regresar a una
presencia donde la salud pública sea
ángulo y piedra fundamental de
cualquier sociedad... ello conlleva
presupuestos que deben ajustarse
siempre de manera positiva (hacia
arriba), para lo cual los recursos
disponibles están (deben estarlo)
fuera de cualquier cuestionamiento
de oportunismos, clientelismos,
amiguismos, o conveniencias
sectoriales.
Más allá, los estados deben resolver
las deudas ya que acumularlas sólo
sirve a la justificación de extrañas
pérdidas y de desfinanciamientos que
suenan a dibujo, no más que eso. No
se puede insultar la conciencia
pública... no es prudente.
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