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La contingencia es compleja en el área de la salud –en
su significado más profundo– y es ella la que nos señala
la necesidad de priorizar la solidaridad y el progreso,
a fin de evitar (y revertir) las desigualdades que
ocasiona el aumento de la brecha entre lo público y lo
privado. Esto solo se alcanza a través de un diálogo
propositivo y una negociación acordada.
No bastan las fórmulas matemáticas para resolver la
actual situación, que por demás es conocida, pero -a mi
entender- debemos extender su comprensión mediante un
método que enlace la teoría y la acción. Si se logra que
interconectemos los componentes existentes, se habrá
construido una red asistencial que incremente su
potencia y eficiencia.
Las rupturas políticas permanentes que ha sufrido la
vida institucional del país, han tenido su correlato en
la consolidación de un campo sanitario fragmentado, en
donde los lineamientos nacionales se diluyen en pocos
años, o ni siquiera llegan a instrumentarse. De este
modo, cada distrito actúa como puede, a ciegas en muchos
casos, despilfarrando recursos y tiempos; cuando con una
política en salud mancomunada entre la Nación y las
provincias, se podría ayudar a revertir décadas de
atraso.
Las asimetrías que son evidentes entre distintos puntos
geográficos refuerzan las desigualdades sociales
preexistentes. Así, una persona empobrecida en lo
económico sufre además otra inequidad cuando está en una
zona con baja calidad sanitaria. Esta mala atención a su
vez potencia esa carencia original, a través de
enfermedades que se detectan tardíamente y que
incapacitan a la persona afectada, al mismo tiempo que
la sumerge en una serie de gastos extra en medicamentos
y traslados a los centros de atención.
Cabe recordar que un 36 % de la población argentina sólo
cuenta con el hospital público para resolver sus
problemas de salud. Esto significa que algo más de 14
millones de personas deben confiar en el Estado, en sus
distintos niveles (nacional, provincial y municipal)
para tratar sus enfermedades. Por lo tanto, cualquier
demora en lograr un verdadero Sistema Federal Integrado
de Salud a nivel país, más que un atraso es una falta de
compromiso social.
Hegel, el gran pensador alemán, ha expresado lo que él
denominaba “la astucia de la razón” en la historia. Esto
es precisamente de lo que se trata a nivel país, ser lo
suficientemente astutos como para poder construir una
estructura sanitaria nueva y, fundamentalmente racional.
Ya en La fórmula sanitaria publicada por EUDEBA en 2003,
explicaba la necesidad de arribar a un Acuerdo Sanitario
que contemple los cambios demográficos,
económico-sociales, la biodiversidad acentuada por el
envejecimiento de la población, y la innovación
tecnológica, que tornaban difícil la sostenibilidad de
un accionar que a todas luces se revelaba anacrónico.
Dada la importancia y la complejidad de este tema es que
no debemos soslayar la preocupación constante en la
búsqueda de encaminar su solución. No se trata de
imperfecciones del sistema. Se trata de su ausencia,
cuyo síntoma más saliente es la fragmentación y dilución
de responsabilidades que esto conlleva.
Hoy considero que el acuerdo es urgente no sólo por ser
una “obligación moral”, sino una “necesidad social”
perentoria, que tenga como meta la atención
sociosanitaria.
A la fragmentación se la combate con la verdadera
federalización. Esta última palabra no implica un Estado
nacional que decida absolutamente todo, y de manera
inconsulta. Por el contrario, un verdadero federalismo
tiene una guía central, orientada desde la Nación, y
luego cada provincia aplica y adapta esos lineamientos a
su realidad territorial, sanitaria, económica y
cultural. Pero esa aplicación tiene que ser efectiva,
estructural, y no una simple expresión de deseos,
mediante la cual las autoridades regionales se
desentienden de cualquier compromiso de cumplimiento de
las políticas públicas nacionales. Pero “federalizar” es
imposible sin un marco básico de normativas, postulados
y objetivos que deben cumplir todos los protagonistas
del Sistema.
Proponer un Acuerdo debe servir, por un lado, para que
el sector privado no sea el que defina la política de
salud en el país, basándose en una idea de “cliente” en
vez de “ciudadano”. Por el otro, establecer claramente
los roles que debe cumplir también el sector público, e
involucrar activamente a las universidades en la
interacción con otras instituciones públicas y privadas,
para que vuelquen sus saberes en pos de un mayor
bienestar social.
Es ensamblando el accionar público y privado a partir de
una planificación estratégica que paute intereses y
finalidades comunes, que podremos coincidir con lo
recomendado por la OPS (Organización Panamericana de la
Salud) cuando señala la necesidad de una reforma
integral del sistema y una rejerarquización del rol del
gobierno nacional, que posibilite una articulación y
coordinación activa, en correspondencia a nuestra
condición actual.
Con este fin, se hace imprescindible apuntar a
consolidar un verdadero “Acuerdo Sanitario”, mediante el
cual los distintos actores de dicho campo interactúen
entre sí, asuman sus responsabilidades legales y
sociales, y se articulen unos con otros, guiados por las
orientaciones emanadas desde el Estado.
No se trata de discusiones entre tecnócratas, sino de
poder entablar un lenguaje llano que exprese en una
agenda pautada, funciones y finalidades de aquellos que
componen el complejo campo de la salud, a fin de saber
su costo real y garantizar su financiamiento.
Este Acuerdo debe servir para que todos los componentes
del futuro sistema sanitario compartan objetivos y
políticas básicas, a cumplir con la tarea que a cada uno
le toca.
Si cada jurisdicción no toma medidas homogéneas y
articuladas bajo la guía de la Nación, la población
seguirá padeciendo las inequidades que actualmente
observamos a diario.
Es tiempo de decisión política y responsabilidad
colectiva. No hay que esperar que la crónica
periodística nos ocupe con algún escándalo relacionado
con la medicina, o que alguna epidemia, real o exagerada
por los medios, inquiete a la población. Cuando los
cambios se producen a las apuradas, suelen ser
contraproducentes.
No esperemos a que sean las noticias las que nos
obliguen a tomar las medidas necesarias para crear el
verdadero sistema de salud integrado, federal y
solidario. Que el futuro nos depare un orden más justo,
en especial para aquellos millones de pacientes que
muchas veces, más que pacientes son sufrientes, por
ausencia de un concreto sistema sanitario.
Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de: “En búsqueda de la Salud Perdida” (EDULP,
2006). “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la
salud” (Edhasa, 2004). “La Fórmula Sanitaria” (Eudeba,
2003) |
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