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Columna


La brecha público – privada
Por el Doctor Ignacio Katz

“La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver qué pasa”
Albert Einstein

 
La contingencia es compleja en el área de la salud –en su significado más profundo– y es ella la que nos señala la necesidad de priorizar la solidaridad y el progreso, a fin de evitar (y revertir) las desigualdades que ocasiona el aumento de la brecha entre lo público y lo privado. Esto solo se alcanza a través de un diálogo propositivo y una negociación acordada.
No bastan las fórmulas matemáticas para resolver la actual situación, que por demás es conocida, pero -a mi entender- debemos extender su comprensión mediante un método que enlace la teoría y la acción. Si se logra que interconectemos los componentes existentes, se habrá construido una red asistencial que incremente su potencia y eficiencia.
Las rupturas políticas permanentes que ha sufrido la vida institucional del país, han tenido su correlato en la consolidación de un campo sanitario fragmentado, en donde los lineamientos nacionales se diluyen en pocos años, o ni siquiera llegan a instrumentarse. De este modo, cada distrito actúa como puede, a ciegas en muchos casos, despilfarrando recursos y tiempos; cuando con una política en salud mancomunada entre la Nación y las provincias, se podría ayudar a revertir décadas de atraso.
Las asimetrías que son evidentes entre distintos puntos geográficos refuerzan las desigualdades sociales preexistentes. Así, una persona empobrecida en lo económico sufre además otra inequidad cuando está en una zona con baja calidad sanitaria. Esta mala atención a su vez potencia esa carencia original, a través de enfermedades que se detectan tardíamente y que incapacitan a la persona afectada, al mismo tiempo que la sumerge en una serie de gastos extra en medicamentos y traslados a los centros de atención.
Cabe recordar que un 36 % de la población argentina sólo cuenta con el hospital público para resolver sus problemas de salud. Esto significa que algo más de 14 millones de personas deben confiar en el Estado, en sus distintos niveles (nacional, provincial y municipal) para tratar sus enfermedades. Por lo tanto, cualquier demora en lograr un verdadero Sistema Federal Integrado de Salud a nivel país, más que un atraso es una falta de compromiso social.
Hegel, el gran pensador alemán, ha expresado lo que él denominaba “la astucia de la razón” en la historia. Esto es precisamente de lo que se trata a nivel país, ser lo suficientemente astutos como para poder construir una estructura sanitaria nueva y, fundamentalmente racional.
Ya en La fórmula sanitaria publicada por EUDEBA en 2003, explicaba la necesidad de arribar a un Acuerdo Sanitario que contemple los cambios demográficos, económico-sociales, la biodiversidad acentuada por el envejecimiento de la población, y la innovación tecnológica, que tornaban difícil la sostenibilidad de un accionar que a todas luces se revelaba anacrónico. Dada la importancia y la complejidad de este tema es que no debemos soslayar la preocupación constante en la búsqueda de encaminar su solución. No se trata de imperfecciones del sistema. Se trata de su ausencia, cuyo síntoma más saliente es la fragmentación y dilución de responsabilidades que esto conlleva.
Hoy considero que el acuerdo es urgente no sólo por ser una “obligación moral”, sino una “necesidad social” perentoria, que tenga como meta la atención sociosanitaria.
A la fragmentación se la combate con la verdadera federalización. Esta última palabra no implica un Estado nacional que decida absolutamente todo, y de manera inconsulta. Por el contrario, un verdadero federalismo tiene una guía central, orientada desde la Nación, y luego cada provincia aplica y adapta esos lineamientos a su realidad territorial, sanitaria, económica y cultural. Pero esa aplicación tiene que ser efectiva, estructural, y no una simple expresión de deseos, mediante la cual las autoridades regionales se desentienden de cualquier compromiso de cumplimiento de las políticas públicas nacionales. Pero “federalizar” es imposible sin un marco básico de normativas, postulados y objetivos que deben cumplir todos los protagonistas del Sistema.
Proponer un Acuerdo debe servir, por un lado, para que el sector privado no sea el que defina la política de salud en el país, basándose en una idea de “cliente” en vez de “ciudadano”. Por el otro, establecer claramente los roles que debe cumplir también el sector público, e involucrar activamente a las universidades en la interacción con otras instituciones públicas y privadas, para que vuelquen sus saberes en pos de un mayor bienestar social.
Es ensamblando el accionar público y privado a partir de una planificación estratégica que paute intereses y finalidades comunes, que podremos coincidir con lo recomendado por la OPS (Organización Panamericana de la Salud) cuando señala la necesidad de una reforma integral del sistema y una rejerarquización del rol del gobierno nacional, que posibilite una articulación y coordinación activa, en correspondencia a nuestra condición actual.
Con este fin, se hace imprescindible apuntar a consolidar un verdadero “Acuerdo Sanitario”, mediante el cual los distintos actores de dicho campo interactúen entre sí, asuman sus responsabilidades legales y sociales, y se articulen unos con otros, guiados por las orientaciones emanadas desde el Estado.
No se trata de discusiones entre tecnócratas, sino de poder entablar un lenguaje llano que exprese en una agenda pautada, funciones y finalidades de aquellos que componen el complejo campo de la salud, a fin de saber su costo real y garantizar su financiamiento.
Este Acuerdo debe servir para que todos los componentes del futuro sistema sanitario compartan objetivos y políticas básicas, a cumplir con la tarea que a cada uno le toca.
Si cada jurisdicción no toma medidas homogéneas y articuladas bajo la guía de la Nación, la población seguirá padeciendo las inequidades que actualmente observamos a diario.
Es tiempo de decisión política y responsabilidad colectiva. No hay que esperar que la crónica periodística nos ocupe con algún escándalo relacionado con la medicina, o que alguna epidemia, real o exagerada por los medios, inquiete a la población. Cuando los cambios se producen a las apuradas, suelen ser contraproducentes.
No esperemos a que sean las noticias las que nos obliguen a tomar las medidas necesarias para crear el verdadero sistema de salud integrado, federal y solidario. Que el futuro nos depare un orden más justo, en especial para aquellos millones de pacientes que muchas veces, más que pacientes son sufrientes, por ausencia de un concreto sistema sanitario.

Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA)
Autor de: “En búsqueda de la Salud Perdida” (EDULP, 2006). “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la salud” (Edhasa, 2004). “La Fórmula Sanitaria” (Eudeba, 2003)
 

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