|
La Argentina es el único país de la
región que no cuenta con una Ley
rectora de su sis-tema de salud.
Este hecho parece haber pasado
desapercibido hasta el momento.
Pero: ¿Es necesaria una ley? Desde
el año pasado, un conjunto de
sanitaristas, nos venimos reuniendo
de forma periódica para debatir esta
cuestión y aún no hemos conseguido
llegar a una conclusión. Sin
embargo, advertimos el riesgo de que
aparezcan nuevas propuestas de ley
que resulten más problemáticas y nos
alejan de la solución.
En estas líneas propongo una
reflexión respecto al horizonte del
sistema de salud argentino, bajo la
forma de un conjunto de hipótesis
como imperativos categóricos que el
sistema de salud debería cumplir.
1. El sistema de salud debe
construir ciudadanía. El sentido
de las políticas de salud es la
integración de la sociedad. La salud
es una conquista social. Concretar
derechos es más que combatir
enfermedades y ganar años de vida.
El fin último de las políticas de
salud no se limita a que la gente
viva más y más sana. Al fin y al
cabo las medidas respecto a cuánto
es vivir mucho y cuánto es vivir
poco no dejan de ser artificiales.
El animal humano está preparado para
vivir en condiciones naturales poco
más de 30 años. Hoy, en media, los
argentinos alcanzan dos veces y
media esa cantidad. Pero ese logro
no resulta suficiente ni genera
satisfacción. Porque resulta
inaceptable perder una sola vida
humana antes de tiempo. Además de
evitar las muertes, tanto como sea
posible, hace falta darle vida a los
años ganados. El sector salud no
garantiza esto pero contribuye
evitando y reduciendo la enfermedad
y sus secuelas. En otras palabras se
trata de ganar tanto cantidad como
calidad de vida para que los
argentinos se realicen y concreten
sus derechos. De eso se trata
construir protecciones sociales en
salud.
2. El sistema de salud debe
promover la equidad. Si vamos a
consolidar la salud como un derecho
universal, es necesario avanzar
garantizando cuidados de calidad
homogénea. Es decir, semejantes para
todos, independientemente de la
capacidad de pago de las personas.
Un derecho universal no debe
segregar ni social ni
territorialmente. No debemos
perpetuar un modelo sanitario con
una salud pobre para pobres y una
salud de calidad para ricos. En un
sistema equitativo el acceso a los
cuidados debe ser independiente del
ingreso o condición social del
ciudadano. Siendo la salud un bien
común cuyo acceso en condiciones de
calidad homogénea es garantizado por
el Estado, la política sanitaria se
debe inspirar en un principio de
justicia redistributiva que, a
través del financiamiento colectivo,
permita al acceso a bienes y
servicios de calidad aun para
aquellos ciudadanos que carecen de
medios para pagar por las
prestaciones que reciben.
Claramente, esto significa que
quienes tienen capacidad
contributiva deben colaborar con
aquellos que no la tengan, por lo
cual el principio es que cada uno
contribuye de acuerdo a sus recursos
y recibe de acuerdo a sus
necesidades sanitarias.
Sin embargo, es imprescindible
recordar que la equidad en la
financiación es un medio, no es el
fin. Sí es un fin evitar que las
desigualdades sociales y económicas
se consoliden en los cuerpos de
nuestra población.
3. El sistema de salud debe
producir salud. El enfoque de
derechos centrado en protecciones
(primer mandamiento) y el enfoque de
equidad (segundo mandamiento) no nos
eximen de producir salud. Las
políticas y los servicios no sirven
si no hacen que la gente esté más
sana. Si lo olvidamos corremos el
riesgo de repetir el discurso de las
dos últimas décadas, donde la
reforma del sistema era más
importante que los resultados de
salud y mientras gastábamos recursos
en programas (y a veces nos
endeudábamos para ello) aparecían
enfermedades reemergentes y se
retrocedía en algunos logros
sanitarios. En otras palabras,
producir salud es indispensable, es
necesario, aunque no suficiente.
4. En un sistema que funciona
bien resulta claro quién es el
responsable por la salud de cada
ciudadano. La enfermedad sólo
avanza cuando no hay organización y
la organización comienza con la
responsabilidad. La fragmentación
que aqueja a nuestro sistema de
salud se manifiesta bajo la forma de
disolución de responsabilidades. El
problema no es que haya muchos
actores sino que no haya un
responsable concreto por la salud de
cada ciudadano.
El antídoto contra la fragmentación
comienza implantando modelos de
atención con responsabilidad
nominada en el primer nivel de
atención. Pero también con
evaluación de desempeño no sólo de
los profesionales y servicios, sino
también de las instituciones
financiadoras responsables por
garantizar la salud de las personas.
5. En un sistema de salud
adecuado la salud involucra
derechos, pero también deberes.
El constituirse en un bien social
involucra que los resultados de
salud tienen una alta
interdependencia. La salud se
produce de forma colectiva y ningún
argentino tiene capacidad por sí
solo de garantizarse un futuro
saludable mientras no lo tenga el
resto de los ciudadanos. Esto exige
que profesionales y servicios
ajusten su accionar y sigan, en
forma progresiva, guías y esquemas
terapéuticos. Pero también es
requisito el compromiso del
paciente. Los cuidados de salud no
son un bien de consumo que el
paciente puede usufructuar a su
criterio y entendimiento. Para que
todos los argentinos sean más sanos,
hace falta que cada paciente siga un
camino de cuidados de complejidad
creciente, entrando por una puerta
definida al sistema de salud,
comprometiéndose con los cuidados y
la adhesión a los tratamientos y a
las acciones de promoción y
prevención.
Es razonable y hasta deseable, que
un sistema de salud tenga
consideración respecto a la legítima
expectativa de acceder en tiempo y
forma a un turno con un médico pero
no parece igualmente recomendable
que sea el usuario del sistema quien
defina qué cantidad de “chequeos”
anuales necesita o si hace falta una
tomografía computada para estudiar
su cefalea. Es aquí donde suelen
colisionar demanda con necesidad,
dos conceptos muchas veces asumidos
como uno solo y que pueden no sólo
generar sensaciones de
insatisfacción por parte del
paciente sino también, conducir a
resultados no deseados en salud.
Existen múltiples definiciones para
entender la diferencia entre ambos
conceptos pero basta mencionar que
“necesidad” se refiere a aquello que
se precisa para alcanzar un objetivo
determinado mientras que “demanda”
es sólo la sensación subjetiva de
dicha necesidad. Muchas veces ambos
conceptos coinciden pero otras
tantas no es así, por lo cual es
recomendable que sean consideradas
las expectativas de los pacientes
que no se refieran a temas
estrictamente técnicos.
6. El sistema de salud debe
promover una división del trabajo y
competencias entre actores y
servicios que resulte adecuado y
funcional. El sistema es bueno
cuando cada uno hace lo que tiene
que hacer. Ni lo que puede, ni lo
que quiere. Producir salud es como
hacer música desde una sofisticada
orquesta. Si no hay un director, si
cada músico no afina su instrumento
en concordancia con los demás, si no
respeta la partitura que le
corresponde; entonces sólo se genera
ruido. Excelentes hospitales
haciendo lo que no tienen que hacer
no sólo es un desperdicio, es un
crimen social.
Como corolario de este mandamiento
podemos postular al menos otros
seis:
a) La Nación no debe hacer
asistencia médica ni tener
efectores. Debe hacer lo que ningún
otro hace, diseñar y coordinar el
modelo de salud. Por ejemplo,
construir un mapa sanitario para
fijar prioridades de inversión,
incorporación y desarrollo de
Recursos Humanos y de tecnología.
b) Las provincias deben consolidarse
como el eje que integre
territorialmente al sistema. Es muy
interesante el compromiso que asumió
el actual gobierno de España de
lograr definir un conjunto de
cuidados y acciones de salud que
cada autonomía se compromete a
concretar. Brasil hizo lo mismo al
definir pisos básicos de asistencia
y antes lo hizo Canadá. Es un error
asumir que nuestra constitución
federal impide avanzar hacia un
modelo más organizado y equitativo
de salud. El papel de las provincias
es insustituible. Necesitamos
resistir la tentación de
nacionalizar las respuestas porque
va contra la esencia de nuestra
configuración institucional. El
espacio de autonomía de las
provincias debe crecer, no
reducirse. El COFESA debe
convertirse en el órgano rector
superando su carácter meramente
consultivo.
c) Los municipios no deben ser
provincias pequeñas. La función
principal de los municipios debe
estar centrada en la promoción y en
la atención primaria. Cuando
comienzan a incorporar hospitales y
buscan mayor complejidad, lejos de
solucionar sus problemas de salud
tienden a complicarse en el ámbito
fiscal. Porque, por un lado, el
hospital se lleva todos los recursos
y se plantea una puja distributiva
con los centros de salud y las
acciones de promoción. Por otro
lado, si el hospital funciona bien
tiende a captar demanda de otros
municipios y esto ocasiona un
conjunto de dilemas. Además, el
gasto hospitalario siempre se
expande más rápido que los ingresos
locales, de modo que el hospital
resulta una bomba de tiempo.
d) Los hospitales no deben hacer
atención primaria. A nadie se le
ocurriría poner a Messi a atajar
penales. A nadie se le ocurriría
mandar a un niño de cinco años a
estudiar en una universidad. Pero
solemos poner a los servicios de
salud de mayor complejidad a
resolver demandas que no les
corresponden.
e) Los CAPS no deben ser salas de
primeros auxilios. Su función es
desplegar una atención programada y
continua. Anticiparse a la
enfermedad, salir a buscar al
paciente y enrolarlo en acciones
preventivas y de promoción.
f) Los promotores de la salud no
deben estar adentro de los
servicios. Un promotor de salud no
es administrativo ni un auxiliar
menor calificado. Un promotor de
salud tiene la misión insustituible
de salir (o mejor dicho de entrar) a
la comunidad a transformar las
necesidades en demandas. He
escuchado recientemente a un
secretario municipal afirmar con
orgullo que tiene promotores
especializados trabajando en el
hospital. Considero que eso es tener
capacidad y habilidad para hacer lo
que no se debe hacer.
7. El sistema de salud debe
ampliar los espacios de decisión y
participación. Producir salud es
una tarea política y social. Se
produce salud con estetoscopios, con
medicamentos, con recursos humanos,
con servicios. Pero más salud se
conquista con poder. Negar esto es
no entender de salud. Sería una
actitud negligente. La salud es una
construcción política y la
transformación sanitaria comienza,
se activa, cuando hay voluntad
política. Sin ella no hay cambio. Si
la organización de la salud no
ingresa a la agenda de políticas
públicas es porque no hay voluntad
política de cambiar la forma de
producir salud en el país.
El primer objetivo a conquistar para
construir un modelo argentino de
salud será, entonces, construir esa
voluntad de cambio. Y si no hay
voluntad de cambio es claro que hay
voluntad de preservar los problemas,
las necesidades, las enfermedades y
la exclusión. Pero en una sociedad
democrática la voluntad política no
surge del gobierno sino de la
sociedad. Una transformación
compleja cobra vida cuando los
ciudadanos perciben que la necesitan
y la convierten en una demanda.
Un vez que se logre la voluntad
política indispensable, comenzará la
construcción de la viabilidad. Un
proyecto resulta viable cuando los
actores involucrados alinean sus
objetivos e intereses atrás de
objetivos comunes. La viabilidad es
sincronía de objetivos y requiere
sensibilizar y capacitar a los
actores, a los trabajadores de la
salud, a la comunidad, a los medios
de comunicación, a las estructuras
de gobierno de otros sectores e
incluso a los partidos políticos.
El tercer paso de esta construcción
política será conquistar la
sostenibilidad. La misma no tiene
nada que ver con el presupuesto. Una
política es sostenible cuando el
costo político de discontinuarla
resulta demasiado alto.
Estos tres pasos, voluntad,
viabilidad y sostenibilidad, sólo se
concretan abriendo espacios de
decisión. Los proyectos que se
repliegan, que se hacen opacos y
herméticos no resultan sostenibles
en el tiempo. La única vacuna que se
ha inventado contra las
arbitrariedades y malos humores
políticos es justamente más
política. Más actores comprometidos
en más procesos.
8. El sistema de salud debe
optimizar el uso de los recursos
disponibles. Los recursos
siempre serán escasos en comparación
con las necesidades. A mayores
conquistas epidemiológicas se
corresponden mayores desafíos. Las
metas a conquistar serán cada vez
más duras y esto exigirá aprendizaje
organizacional permanente para
mejorar junto con los recursos
humanos, tecnológicos y financieros
disponibles. Por ejemplo, un
hospital que todos los años hace lo
mismo en cantidad y calidad
resultaría cada vez menos eficiente.
Esto es porque el costo de los
factores se incrementa solo. Los
insumos siempre se encarecen e
incluso el costo salarial se
incrementa, aunque más no sea por la
antigüedad de los agentes. En
conclusión, no alcanza con hacer las
cosas bien, hará falta que cada día
se hagan mejor.
9. El sistema de salud funcionará
bien cuando el gasto de bolsillo de
las familias baje. Este es un
buen termómetro del funcionamiento
de nuestra organización. Si la gente
debe gastar más de sus propios
recursos será señal que nuestros
esfuerzos fracasaron. Aún con
conquistas en términos
epidemiológicos resulta
imprescindible que el gasto privado
disminuya porque esto es indicativo
de que la salud se constituye en un
bien social y deja de ser un bien de
consumo.
No hay fuente de financiación
sanitaria menos eficiente y
equitativa que el gasto de las
familias. Insisto, lo primero es
construir ciudadanía y producir
salud; pero si esto se logra a costa
de incrementar (e incluso de
mantener) los niveles actuales de
gasto de bolsillo, no habremos
avanzado nada. Es importante no
perder esto de vista porque reformas
que apuntan a sistemas únicos a
veces terminan generando, como
efecto colateral, un éxodo masivo de
sectores medios y altos hacia la
medicina privada. Y esto en lugar de
aumentar la equidad, la deteriora.
10. El sistema de salud funciona
bien si se acaban las
peregrinaciones médicas.
Mientras el sistema permanezca
centralizado los pacientes,
trabajadores y directivos de
servicios deberán recurrir a la
capital provincial o a la Capital
Federal cada vez que enfrenten un
problema. La cantidad de trámites
que se resuelven en la capital, así
como la cantidad de pacientes que se
deriven fuera de la provincia o de
la región puede ser tomado como otro
indicador del funcionamiento del
sistema. Así como hace falta generar
cada vez más espacios de
participación y más instancias de
aprendizaje para hacer las cosas
mejor, también es imprescindible
hacer de la descentralización un
proceso permanente. |