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Así como en 1958, de la mano y pluma de Graham Green, el
mundo conoció a Jim Wormold, un inglés vendedor de
aspiradoras en la Cuba de los tiempos de Batista, que
decide ser espía para los servicios secretos británicos
como forma de pagarle los estudios a su hija (“Nuestro
Hombre en la Habana”), tres años más tarde y con la
publicación del libro del mismo autor “A Burn Out case”
(Un caso acabado) se conoció el perfil del hombre con
burnout, a través del protagonista, descripto como un
hombre depresivo, que se sentía totalmente frustrado
personal y profesionalmente, es decir estaba “quemado”.
A partir de allí se presume que tanto H.B. Bradley, en
1969, como Herbert Freudenberger, en 1974 y la psicóloga
social Christina Maslach, tomaron la denominación del
síndrome de burnout o síndrome de desgaste profesional,
para describir lo que los franceses denominaban ya
surmenage.
El psicólogo Freudenberger realizó un estudio de campo
con personal sanitario; en particular y describió los
estados físicos y psicológicos que él y otros colegas
sufrían al trabajar con gran cantidad de jóvenes
drogadictos.
En 1980, este profesional estadounidense, decía en su
libro, “Burn Out: The High Cost of High Achievement.
What it is and how to survive it” que éste síndrome
provoca deterioro, cansancio excesivo progresivo,
reducción drástica de energía y pérdida de motivación,
todo lo cual afecta las actitudes, los modales y el
comportamiento general.
En definitiva todos coinciden en describir al fenómeno
como un agotamiento emocional, despersonalización y baja
realización personal, que ocurre entre sujetos que
trabajan en contacto directo con clientes o pacientes.
El síndrome de burnout, muy frecuente en personal
sanitario, hace que el médico afectado tenga un fuerte
sentimiento de impotencia, se sienta cansado, antes de
empezar sus tareas, por las condiciones en que debe
desarrollarlas y vea limitado el ejercicio de su
actividad.
Este síndrome se debe a múltiples causas, como ser alto
contacto con personas, horarios de trabajo excesivos por
la necesidad de cubrir varios puestos de trabajo,
remuneración inadecuada, recibir maltrato y/o agresiones
sin motivo y las deficientes condiciones y medio
ambiente del trabajo. (CyMAT)
El objeto de estas líneas es llamar la atención sobre
una de las causas, por el crecimiento exponencial que
tiene en estos tiempos en nuestro país: El maltrato y
las agresiones físicas y violentas al médico, por el
paciente o parientes, o amigos del mismo o incluso
terceros, en ocasión del ejercicio de curar.
Esto, a más de ser absolutamente reprochable, tiene
relación directa con el contrato de seguro ya que, por
un lado, los agresores, en el momento que deciden ser
tales, ya consideran al profesional culpable de algo
iniciándose así el camino a los reclamos económicos y
por otro porque el profesional agredido queda más
expuesto a malas prácticas.
Así, luego de la violencia física, pueden aparecer los
casos de litigios tanto con causa como carentes de
sustento con los consabidos costos aun cuando los
juicios, luego de varios años, sean ganados por los
médicos.
Con la agresión física al médico se inicia el vicioso
círculo que provocará, burnout, mala praxis, litigios,
medicina defensiva y vuelta al comienzo, en un proceso
de degradación social.
El problema no es exclusivo de nuestro país y ha
merecido la instrumentación de medidas, como las tomadas
en España, luego del asesinato de la médica residente
Dra. María Eugenia Moreno (34 años) en Murcia, donde se
creó un sistema de seguimiento de los casos, que incluso
insta la actividad judicial rápida, expeditiva y
ejemplarizante, a través de las Fiscalías y de las
administraciones comunales.
Este método que propicia el principio de “tolerancia
cero” ha logrado el compromiso del ámbito sanitario y
judicial y promueve una mayor concientización de la
sociedad sobre el problema.
También se reportan casos de maltrato psicológico y
agresiones físicas a los médicos en Canadá, Nueva
Zelanda y Estados Unidos, país donde estudios realizados
arrojan que los afectados refieren pesadillas, estar en
un estado de guardia permanente y haber modificado el
estilo de las prácticas médicas. (Conf. Dres. Randy A.
Sansone, Lori Sansone y Michael W.Wiederman),
condiciones que agravan el riesgo de incurrir en mala
praxis.
La legislación norteamericana (Ley de Seguridad y Salud
en el Trabajo/1970) ordena a los empleadores generar un
lugar de trabajo libre de riesgos que causen o puedan
causar la muerte o daños físicos graves y la Oficina de
Estadísticas Laborales (BLS) anualmente reporta datos
estadísticos sobre los hechos de violencia contra
médicos.
Según información brindada por USA TODAY, en octubre de
2013, también China se encontraba diseñando la seguridad
de sus hospitales para evitar la muerte de los médicos y
enfermeras, pero anticipando que los ataques están
motivados por los costos y la calidad de la atención. En
hospitales urbanos se utilizan cascos y chalecos
anti-arma blanca, por cuanto el uso de armas de fuego es
infrecuente.
En la realidad de nuestro país, donde la atención
profesional tiene, a pesar de las condiciones en que se
ejerce, uno de los niveles más altos, observamos que
entre los agresores, están los familiares del paciente;
pacientes no programados, pacientes programados,
usuarios del centro donde se producen las agresiones y
terceros que no han ido a requerir atención.
Entre las causas principales de las agresiones, están la
descomposición social, la dificultad en el acceso a la
prestación de salud, la obsolescencia tecnológica,
problemas edilicios, escasez de recursos humanos, el
cuestionamiento a la atención médica; el tiempo en ser
atendido; no recetar el medicamento pretendido; emitir
informes médicos no acordes con las exigencias del que
lo pide; el reclamo de atención prioritaria de
delincuentes heridos.
Debe tenerse presente que los médicos agredidos en
hospitales públicos, son los mismos que atienden en
Clínicas y Sanatorios Privados y llevan a todo su obrar
las consecuencias de la agresión, con lo cual lo que se
encuentra afectado es el sistema de salud en general y
la cobertura de seguro en particular.
Para el contrato de seguro, la existencia de bullying y
de agresión física contra los médicos aumenta el riesgo,
por cuanto la agresión incide en la capacidad de
concentración y de respuesta del profesional a la
práctica médica generando condiciones de posibles malas
praxis.
Abordar la violencia y la agresión requiere un enfoque
integrado y multidisciplinario que proteja y cuide a los
profesionales de la salud, con efectivas medidas de
prevención y represión del delito en el marco de una
política sostenida de seguridad, sin que se agote en
entregar chalecos antibalas o en poner policías públicas
y/o privadas.
Sin duda alguna el sector asegurador está convocado a
tal integración, por cuanto sus políticas de gestión de
riesgo deben incluir soluciones para suprimir la
agravación del riesgo que genera la agresión a nuestros
médicos.
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