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La batalla que se libra entre gigantes de la industria
farmacéutica por dominar el lucrativo y creciente
mercado de tratamientos para la hepatitis C, con un
potencial de infectados en el mundo de 170 millones de
personas (1.5 a 2% de la población), va camino a
convertirse en un enfrentamiento comercial y legal sin
precedentes. Y la causa de esa batalla es claramente el
market share y el dinero, y no consideraciones clínicas.
Las perspectivas de que los fármacos para combatir la
enfermedad puedan alcanzar ventas de u$s 20.000 millones
anuales para el fin de la década está llevando a los
laboratorios a permanentes escaramuzas con tal de
posicionarse en el mercado y quedarse con una tajada del
negocio. El problema de esta guerra es que se ha vuelto
cada vez más despiadada, con los ciudadanos - pacientes
como rehenes.
El tratamiento de la HVC es complejo, ya que el virus
muta y se replica rápidamente requiriendo curación en un
intervalo temporal limitado. El lanzamiento del
sofosbuvir (Sovaldi®) de Gilead Sciences Inc. en 2013,
de una sola toma diaria sin efectos secundarios y
respuesta viral sostenida (RVS) del 98% a 12 meses no
sólo revoluciono el pronóstico sino que escaló
rápidamente a ventas cercanas a u$s 5.000 millones en el
primer semestre de 2014. Esto significó el debut
comercial más exitoso de un medicamento bajo receta y
abrió el fuego para la guerra comercial. Pero también la
puerta a la inequidad. Noventa días de tratamiento con
esta droga cuestan en EE.UU. entre u$s 70.000 y 85.000,
es decir u$s 1.000 dólares (728 euros) cada comprimido,
por lo cual y dado que el 80% de los infectados por el
virus vive en países de renta media a baja, la
posibilidad de contar con esta terapia por parte de sus
sistemas sanitarios ha llevado a hacer sonar las
alarmas.
Un tratamiento de un año equivaldría a más de 265.000
euros, cifra que da vértigo. Algo similar a lo ocurrido
originalmente con los retrovirales y los pacientes
infectados con HIV en 1990 en África. El precio final de
la droga para la HVC resulta 1.100% más alto que el
medicamento que la misma empresa posee para el HIV. Cabe
preguntarse si es lógico este precio de acuerdo al costo
de desarrollo del producto y de una rentabilidad
“razonable” de la empresa, cuando el costo de producción
se estima entre u$s 219 a u$s 469, es decir que cada
pastilla no supera 2.5 euros. Gilead Sciences es el
mismo laboratorio multinacional dedicado a la
comercialización de antivirales que bajo la conducción
de Donald Rumsfeld - ex Secretario de Defensa de EE.UU -
obtuvo enormes ganancias gracias a las grandes compras
de Oseltamivir (Tamiflu®) - luego vendido a Roche con
acuerdo de comercialización común - a partir de la
alarma generada primero por la gripe Aviar y luego por
la Gripe A H1N1. La compra masiva por parte del ejército
de EE.UU. llevó a un aumento significativo del precio de
la droga, y con ello la suba de las acciones de Gilead.
Este laboratorio comercializa el ya mencionado Sovaldi®
en base a una patente obtenida tras la adquisición del
laboratorio Pharmasset en 2011 por u$s 11.000 millones.
Varias empresas como Roche Holding y Merck & Co.
iniciaron medidas legales para reclamar ante la FDA que
Sovaldi® no es una molécula inventada, es decir una
“innovación técnica” desde el punto de vista químico
sino una innovación terapéutica, lo cual no merece el
monopolio de la patente.
Estimando que Gilead lograra aumentar sus beneficios un
457% en los próximos años en base a las ventas de sus
productos, estas potenciales ganancias han llevado a
otros jugadores a una puja por ganar parte de este
mercado. Tal el caso de AbbVie, subsidiaria de Abbot,
que acaba de obtener de la FDA autorización para
comercializar su compuesto Viekira Pak®, un cóctel de
dosis fija de tres antivirales (ombitasvir, dasabuvir y
ABT-450/ritonavir). Administrado por vía oral y
destinado al tratamiento de HVC con genotipos 1 o 1b,
demostró en Fase III de investigación una RSV a 12
semanas de 95 a 100% (cura), así como de 97.1% en
receptores de trasplante hepático y del 92% en
coinfectados con VIH. De precio similar al sofosbuvir
(u$s 84.000) este medicamento que incluye un inhibidor
de NS5a, un inhibidor de proteasa NS3/4A y un inhibidor
no nucleosido de la polimerasa NS5B que rompe el proceso
de replicación del virus requiere tomas de 4 a 6
píldoras una o dos veces por día, lo que disminuye
adhesión al tratamiento y le da cierta desventaja en el
mercado frente a la dosis única de Sovaldi®.
Para enfrentar esta debilidad terapéutica, AbbVie
realizó una jugada comercial negociando descuentos
significativos del 30 al 35% con una de las mayores
aseguradoras de salud americana (Express Scripts),
profundizando la guerra de precios. Esta estrategia
implicó para Gilead una caída accionaria del 14%, la
peor desde 2001. Además AbbVie planteó legalmente que
patentó la idea de combinar dos medicamentos propiedad
de Gilead (sofosbuvir y ledipasvir) y aprobados por la
FDA para su comercialización bajo el nombre Harvoni®
también de una sola toma diaria, lo cual le daría
derecho a recibir una indemnización. Siendo más caro que
Sovaldi®, con un precio por comprimido de u$s 1.125 (u$s
94.500/tratamiento de 12 semanas), Harvoni® no requiere
de drogas adicionales y puede mostrarse eficaz en 8
semanas, lo cual haría bajar su precio a u$s 63.000. Si
bien desde el punto de vista legal AbbVie no puede
comercializar sofosbuvir + ledipasvir, ya que no cuenta
con las patentes ni los compuestos subyacentes, es legal
que busque y obtenga patentes que describen un «método
de uso» particular de productos aunque no le
pertenezcan.
El Armagedón entre Gilead y AbbVie se ha vuelto
virulento. EL dominio de las patentes es crucial para
blindar los beneficios. Y relacionado con la Hepatitis C
existen 21 patentes diferentes. Gilead demandó a AbbVie
y su ex empresa matriz, Abbott Laboratories, afirmando
que realizaron un “complot fraudulento” al informar a la
Oficina de Patentes y Marcas Registradas de EE.UU. (PTO)
que inventaron métodos para tratar la hepatitis C, en
realidad propiedad de Gilead y Pharmasset Inc. El propio
Abbott había solicitado ambas patentes en 2011 y la PTO
se las concedió a AbbVie a mediados de 2013. A su vez un
tercero en discordia, Roche, asegura que tiene derechos
sobre Sovaldi® debido a una colaboración de
investigación de 2004 con Pharmasset, la empresa que
desarrolló el fármaco y que Gilead compró en 2012 por
más de u$s 11.000 millones buscando un fallo que
demuestre que tiene una licencia exclusiva sobre
Sovaldi® y que Gilead infringe tales derechos.
Pero Gilead no se quedó quieta. Tras las impugnaciones a
las patentes acordó con siete industrias farmacéuticas
de India efectuar transferencia de tecnología para
permitir la venta de versiones genéricas de sofosbuvir
(solo o en su combinación con ledipasvir) a 91 países de
bajos recursos, lo cual además de eludir el conflicto de
la legislación de patentes India le permitiría controlar
al primer fabricante de genéricos del mundo reduciendo
la competencia. Dicho acuerdo excluyó la
comercialización a 51 países de medianos ingresos como
Brasil, China, Turquía, México, Perú y la Argentina
entre otros, que son los más interesantes en
rentabilidad ya que acumulan 70% de los infectados a
nivel mundial. En éstos, el medicamento será negociado
exclusivamente por Gilead con precios diferenciados de
país en país asegurando cuotas de venta. Tal el caso de
Egipto, con un 10 a 14% de infectados y originalmente
excluido del listado, quien en 2014 negocio la
farmacéutica un acuerdo de suministro vía fabricantes
indios con un descuento de 99%, bajando el costo de
tratamiento a cerca de u$s 1.800, pero bloqueando
automáticamente cualquier posibilidad de fabricación
como genérico por parte de las industrias locales de
rechazarse la patente. Pero nada es beneficencia. Más
allá del descuento, el costo sigue siendo elevado para
la sustentabilidad del sistema egipcio de salud.
Esta guerra de patentes y precios ha traído nuevas
dinámicas al mercado farmacéutico, a partir de la
expectativa futura de beneficios que crea la naciente
“burbuja biotecnológica”. Por un lado el conflicto de
los Estados y sus sistemas de salud por la compleja
negociación con las farmacéuticas en torno a precios de
cuasi monopolio. Por otro, la problemática de tensión
entre los pacientes y sus Estados en cuanto a acceso
oportuno y equitativo al tratamiento. Si un medicamento
salva vidas, pero su precio y la patente lo hacen
inaccesible, y si la industria se niega a bajar el
arbitrario precio de los fármacos a valores razonables,
los Estados deben proteger los intereses sanitarios de
sus ciudadanos y hacer uso de diferentes estrategias
enfrentando los supuestos derechos esgrimidos que en
ningún caso son ilimitados. Ganancias por un lado, años
de vida perdidos por otro no es una opción éticamente
admisible. Fallos de mercado groseros como éstos deben
corregirse ya sea otorgando una licencia obligatoria
como genérico – cuestión ya establecido por el TRIPS de
la OMC en base a argumentar necesidad de salud pública -
o forzando la competencia con otros productos para
romper posiciones de monopolio. También rechazando la
patente como hace el Gobierno de India o formando
bloques regionales para compras coligadas y hasta
negociar con otros países la cesión o compra de patente
por parte del fabricante. En cualquier caso, la lucha
por romper las desigualdades sanitarias no puede
limitarse a razones económicas o científicas sino que
debe pasar por la preservación del derecho de los
pacientes a la salud y a la vida. Y en ese caso, la
política sanitaria y sus decisiones se vuelven una
necesidad.
(*) Doctor en Medicina.
Magister en Administración de Servicios de Salud UCES,
Posgrado en Economía para No Economistas - Cámara
Argentina de Comercio. Diplomado en Economía de la
Gestión Sanitaria CIESS México DF. Profesor Titular de
la Cátedra Análisis de Mercados Sanitarios - Maestría en
Economía de la Gestión Sanitaria Universidad ISALUD.
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