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Columna


La enseñanza de la medicina en el siglo XXI

““Seamos padres del futuro y
no solo hijos del pasado”
Miguel de Unamuno

Por el Doctor Ignacio Katz

 
EL ESTADO COMO FARO: PREGUNTAS PARA UN OBJETIVO

El Estado como gran orientador y responsable de la política sanitaria cumple un rol esencial en toda reformulación solidaria y equitativa del campo de la salud en la Argentina, del cual es garante. Para lograrlo es necesario resolver ciertos interrogantes que ayudan a ir organizando un plan estratégico, a saber: ¿cómo superar un pasado aún presente en las instituciones, algunas con niveles de autonomía que impone al conjunto formas y contenidos anárquicos? ¿Cómo superar estadios en los que los gobiernos han cedido a los colegios profesionales la matriculación sin integrarlos a la gestión asistencial como miembros activos? ¿Cómo demandarle al Estado actitudes a concertar con las facultades y las escuelas médicas, para que agreguen a sus currículos los requisitos médicos nacionales, regionales y locales que respondan a las pautas que surjan de un observatorio de salud? Finalmente, ¿cómo lograr que el Estado asuma su rol de garante-responsable del derecho a la salud? Las respuestas a estas preguntas deben servir como guía para consolidar al Estado como faro que ilumina el campo sanitario nacional.
Como respaldo a esta función surge la necesidad de diseñar y construir un verdadero observatorio de salud. Los criterios básicos de su finalidad están dados por identificar a la población que abarca en su accionar, diferenciando la enferma de la vulnerable, y al mismo tiempo segmentándola según su biodiversidad, tecno-diversidad y aquellas otras diversidades que se encuentran en relación con las distintas regiones de procedencia. Esto permite formular “nuevas formas de asociación de política operacional”, con el objetivo de examinar y explorar interacciones que hagan posible el mejor aprovechamiento de los recursos disponibles. Su elaboración implica inteligencia y capacidad de construcción suficiente para responder sin ambigüedades a una realidad manifiesta.
El segundo aspecto del análisis se basa en potenciar los espacios formativos de los médicos, creando nuevos lazos institucionales y pedagógicos. A esto se refiere Edgar Morin al decir: “No se puede reformar la institución sin haber reformado previamente las mentes, pero no se pueden reformar las mentes si no se reforman previamente las instituciones”. El cambio, entonces, debe ser simultáneo en las conciencias y en las normas por medio de una transformación en las políticas estratégicas para recuperar una cosmovisión optimista.
El proceso actual de evolución científico-tecnológico en el campo médico muestra tal acumulación de información que obliga, en parte, a descripciones difíciles de conocer y comprender, y por otra a redefinir las “capacidades esenciales” que se requieren para ejercer la labor médica. Estas capacidades deberán responder en forma conjunta a los contenidos curriculares dictados por las facultades de medicina y al mismo tiempo a las enseñanzas recogidas en las escuelas médicas, representadas por las tareas propias del hospital, el cual, en épocas atrás, cumplía cabalmente con dicha finalidad. Tanto una como la otra tienen que estar enlazadas a fin de responder a las necesidades que precisan y requieren los responsables del área sanitaria del ámbito gubernamental.

DE LA INFORMACIÓN DE CONOCIMIENTOS A LA FORMACIÓN INTEGRAL

Para abordar el proceso educativo centremos el análisis, en primer término, en las Facultades de Medicina. Son ellas las que deben aportar graduados capaces de integrar la comprensión de la enfermedad, el tratamiento de la misma como así también la promoción de la salud y la prevención, además de trabajar proponiéndose lograr estos objetivos en equipos multidisciplinarios, para alcanzar las metas que faciliten conductas saludables de vida. En ese ámbito, las facultades deben promover estándares de conocimiento, valores profesionales de ética y moral que impacten positivamente en la cultura ciudadana. Un profesional de cualquier área, pero especialmente de la médica, sin valores humanistas que sostengan su práctica, es un graduado incompleto, un “analfabeto ético”. Los requisitos globales mínimos necesarios que se deben alcanzar son capacidades resultantes de un proceso de educación médica, en que el Estado Nacional está implicado a partir de los requerimientos profesionales que él mismo debe demandar, a fin de cumplir con las metas de equidad y bienestar social que el derecho a la salud representa. Sin una orientación por parte de las autoridades, los saberes médicos se alejan de las verdaderas preocupaciones sanitarias de la sociedad en donde intervienen estas casas de estudios.
La función esencial de las facultades de Medicina, recién, se mostrará completa si ellas se articulan con las escuelas médicas y con aquellos centros de actividad médica hoy llamados “privados” (por no ser del Estado, aunque su función es tan pública como la de aquél). Por avatares políticos y económicos diversos, dichos centros se encuentran mejor equipados y son los que funcionan con mayor nivel de eficacia (aunque no con eficiencia). De ahí la necesidad de una organización educacional innovadora público-privada, que integre ambos sectores.

RECUPERAR E INNOVAR: LA MEDICINA COMO CIENCIA-ARTE

Pasemos a las escuelas médicas, que son las que permiten traducir los conocimientos de la ciencia médica básica en experiencias clínicas y habilidades, siendo por sobre todo espacios de reflexión, núcleo esencial para discernir conocimientos, conductas habituales, errores y valores éticos profesionales. En estas escuelas se desarrolla la experiencia basada en la educación médica continua. No se trata de enseñanzas separadas sino de pedagogías conjuntas.
La escuela médica en sí, tiene su basamento en la interacción médico-paciente. Es la que sustenta el aprender, enseñar y capacitar en forma simultánea, como única manera de controlar la desactualización que el devenir conlleva. Se trata del sitio donde el que aprende imprime un rol activo al que enseña, y así acompaña la evolución de la institución.
Hasta no hace mucho tiempo estas escuelas eran los hospitales públicos, verdaderos “nidos de maestros”, espacios de incubación y desarrollo de profesionales de la salud capacitados para la atención de las necesidades sanitarias de la población. Hoy, más allá de desear su recuperación en su triple función asistencial, docente y de investigación clínica, se precisan innovadoras asociaciones con el sector privado a fin de salvar las grietas que los hospitales poseen. Estas fisuras, de hecho, impiden la formación sólida que requieren los propios maestros. Esa recuperación implicaría revivir el legado de aquellos que hicieron viable alcanzar el nivel que la Argentina poseía en atención médica. Se trata de un dilema médico, ético y moral que nos impulse a dejar de lado la parálisis o la inercia organizacional, y bregar por actualizar estructuras, estrategias y culturas que posibiliten la construcción de un Sistema Federal Integrado de Salud.
Son estas escuelas las que pueden brindar experiencias educativas que otorguen, revisen, y refuercen conocimientos, de manera de lograr actividades en correspondencia a la ciencia-arte que significa el oficio médico en permanente evolución, en donde reconocemos que “el error” juega un rol destacado. Vale recordar a Georges Canguilhem, quien expresaba que “equivocarse es humano; perseverar en el error es diabólico”. Esto nunca es más cierto que en el campo de la salud.

Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA).
Director Académico de la Especialización en Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud Universidad Nacional del Centro (UNICEN).
Autor de: “Claves jurídicas y asistenciales para la conformación de un Sistema Federal Integrado de Salud” (Eudeba, 2012)

 

 

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