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EL ESTADO COMO FARO:
PREGUNTAS PARA UN OBJETIVO
El Estado como gran orientador y responsable de la
política sanitaria cumple un rol esencial en toda
reformulación solidaria y equitativa del campo de la
salud en la Argentina, del cual es garante. Para
lograrlo es necesario resolver ciertos interrogantes que
ayudan a ir organizando un plan estratégico, a saber:
¿cómo superar un pasado aún presente en las
instituciones, algunas con niveles de autonomía que
impone al conjunto formas y contenidos anárquicos? ¿Cómo
superar estadios en los que los gobiernos han cedido a
los colegios profesionales la matriculación sin
integrarlos a la gestión asistencial como miembros
activos? ¿Cómo demandarle al Estado actitudes a
concertar con las facultades y las escuelas médicas,
para que agreguen a sus currículos los requisitos
médicos nacionales, regionales y locales que respondan a
las pautas que surjan de un observatorio de salud?
Finalmente, ¿cómo lograr que el Estado asuma su rol de
garante-responsable del derecho a la salud? Las
respuestas a estas preguntas deben servir como guía para
consolidar al Estado como faro que ilumina el campo
sanitario nacional.
Como respaldo a esta función surge la necesidad de
diseñar y construir un verdadero observatorio de salud.
Los criterios básicos de su finalidad están dados por
identificar a la población que abarca en su accionar,
diferenciando la enferma de la vulnerable, y al mismo
tiempo segmentándola según su biodiversidad,
tecno-diversidad y aquellas otras diversidades que se
encuentran en relación con las distintas regiones de
procedencia. Esto permite formular “nuevas formas de
asociación de política operacional”, con el objetivo de
examinar y explorar interacciones que hagan posible el
mejor aprovechamiento de los recursos disponibles. Su
elaboración implica inteligencia y capacidad de
construcción suficiente para responder sin ambigüedades
a una realidad manifiesta.
El segundo aspecto del análisis se basa en potenciar los
espacios formativos de los médicos, creando nuevos lazos
institucionales y pedagógicos. A esto se refiere Edgar
Morin al decir: “No se puede reformar la institución sin
haber reformado previamente las mentes, pero no se
pueden reformar las mentes si no se reforman previamente
las instituciones”. El cambio, entonces, debe ser
simultáneo en las conciencias y en las normas por medio
de una transformación en las políticas estratégicas para
recuperar una cosmovisión optimista.
El proceso actual de evolución científico-tecnológico en
el campo médico muestra tal acumulación de información
que obliga, en parte, a descripciones difíciles de
conocer y comprender, y por otra a redefinir las
“capacidades esenciales” que se requieren para ejercer
la labor médica. Estas capacidades deberán responder en
forma conjunta a los contenidos curriculares dictados
por las facultades de medicina y al mismo tiempo a las
enseñanzas recogidas en las escuelas médicas,
representadas por las tareas propias del hospital, el
cual, en épocas atrás, cumplía cabalmente con dicha
finalidad. Tanto una como la otra tienen que estar
enlazadas a fin de responder a las necesidades que
precisan y requieren los responsables del área sanitaria
del ámbito gubernamental.
DE LA INFORMACIÓN DE
CONOCIMIENTOS A LA FORMACIÓN INTEGRAL
Para abordar el proceso educativo centremos el análisis,
en primer término, en las Facultades de Medicina. Son
ellas las que deben aportar graduados capaces de
integrar la comprensión de la enfermedad, el tratamiento
de la misma como así también la promoción de la salud y
la prevención, además de trabajar proponiéndose lograr
estos objetivos en equipos multidisciplinarios, para
alcanzar las metas que faciliten conductas saludables de
vida. En ese ámbito, las facultades deben promover
estándares de conocimiento, valores profesionales de
ética y moral que impacten positivamente en la cultura
ciudadana. Un profesional de cualquier área, pero
especialmente de la médica, sin valores humanistas que
sostengan su práctica, es un graduado incompleto, un
“analfabeto ético”. Los requisitos globales mínimos
necesarios que se deben alcanzar son capacidades
resultantes de un proceso de educación médica, en que el
Estado Nacional está implicado a partir de los
requerimientos profesionales que él mismo debe demandar,
a fin de cumplir con las metas de equidad y bienestar
social que el derecho a la salud representa. Sin una
orientación por parte de las autoridades, los saberes
médicos se alejan de las verdaderas preocupaciones
sanitarias de la sociedad en donde intervienen estas
casas de estudios.
La función esencial de las facultades de Medicina,
recién, se mostrará completa si ellas se articulan con
las escuelas médicas y con aquellos centros de actividad
médica hoy llamados “privados” (por no ser del Estado,
aunque su función es tan pública como la de aquél). Por
avatares políticos y económicos diversos, dichos centros
se encuentran mejor equipados y son los que funcionan
con mayor nivel de eficacia (aunque no con eficiencia).
De ahí la necesidad de una organización educacional
innovadora público-privada, que integre ambos sectores.
RECUPERAR E INNOVAR: LA
MEDICINA COMO CIENCIA-ARTE
Pasemos a las escuelas médicas, que son las que permiten
traducir los conocimientos de la ciencia médica básica
en experiencias clínicas y habilidades, siendo por sobre
todo espacios de reflexión, núcleo esencial para
discernir conocimientos, conductas habituales, errores y
valores éticos profesionales. En estas escuelas se
desarrolla la experiencia basada en la educación médica
continua. No se trata de enseñanzas separadas sino de
pedagogías conjuntas.
La escuela médica en sí, tiene su basamento en la
interacción médico-paciente. Es la que sustenta el
aprender, enseñar y capacitar en forma simultánea, como
única manera de controlar la desactualización que el
devenir conlleva. Se trata del sitio donde el que
aprende imprime un rol activo al que enseña, y así
acompaña la evolución de la institución.
Hasta no hace mucho tiempo estas escuelas eran los
hospitales públicos, verdaderos “nidos de maestros”,
espacios de incubación y desarrollo de profesionales de
la salud capacitados para la atención de las necesidades
sanitarias de la población. Hoy, más allá de desear su
recuperación en su triple función asistencial, docente y
de investigación clínica, se precisan innovadoras
asociaciones con el sector privado a fin de salvar las
grietas que los hospitales poseen. Estas fisuras, de
hecho, impiden la formación sólida que requieren los
propios maestros. Esa recuperación implicaría revivir el
legado de aquellos que hicieron viable alcanzar el nivel
que la Argentina poseía en atención médica. Se trata de
un dilema médico, ético y moral que nos impulse a dejar
de lado la parálisis o la inercia organizacional, y
bregar por actualizar estructuras, estrategias y
culturas que posibiliten la construcción de un Sistema
Federal Integrado de Salud.
Son estas escuelas las que pueden brindar experiencias
educativas que otorguen, revisen, y refuercen
conocimientos, de manera de lograr actividades en
correspondencia a la ciencia-arte que significa el
oficio médico en permanente evolución, en donde
reconocemos que “el error” juega un rol destacado. Vale
recordar a Georges Canguilhem, quien expresaba que
“equivocarse es humano; perseverar en el error es
diabólico”. Esto nunca es más cierto que en el campo de
la salud.
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Ignacio Katz.
Doctor en Medicina (UBA).
Director Académico de
la Especialización en Gestión Estratégica de
Organizaciones de Salud Universidad Nacional del
Centro (UNICEN).
Autor de: “Claves jurídicas y asistenciales para la
conformación de un Sistema Federal Integrado de
Salud” (Eudeba, 2012) |
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