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El debate mundial sobre el precio de nuevos medicamentos
destinados a tratar ciertas patologías crónicas y/o
neurológicas específicas ha puesto sobre el tapete
algunas cuestiones que tienen que ver por un lado con el
perfil que va adquiriendo la industria farmacéutica y
por otro con cierta necesidad de regular el mercado
sanitario para evitar la dinámica expansiva que muestra
el gasto de dicho sector. En medio de este dilema,
muchas políticas de salud quedan condicionadas a la
acción e intereses económicos de las propias empresas o
de sus respectivos lobbies, a partir de las expectativas
de ventas derivadas de productos con elevado precio de
comercialización. Una simple píldora cuyo valor sea de
u$s 1.000 es algo completamente alejado de lo razonable
que puede resultar el costo en I+D asociado al gasto
requerido para su posicionamiento en el mercado. Pero
también lo suficientemente atractivo como para generar -
a nivel de los inversores no directamente relacionados
con la farmoquímica o la biotecnología - una importante
revalorización de activos en el contexto de la naciente
burbuja especulativa que los atrae. El problema es que
esta lógica se vuelve absolutamente contradictoria con
la oportunidad de acceder al tratamiento por parte de
los pacientes afectados, y de financiar sus costos.
Lo que antes fue innovación farmoquímica ha ido
reduciendo lentamente su campo de acción, para trasladar
las prioridades de investigación al campo de las
moléculas biotecnológicas, cuya ventaja esencial es la
ausencia de genéricos. Cabría preguntarse si lo que se
investiga y desarrolla son fármacos novedosos destinados
a una mejora estadísticamente significativa en la salud,
o simplemente la cuestión es posicionar un producto que
rápidamente alcance el billón de dólares en ventas y se
transforme en blockbuster. Según un trabajo de The
Lancet, entre 1975 y 2004 sólo el 1.3% de 1.556 nuevas
moléculas en desarrollo se destinaron al tratamiento de
enfermedades poco frecuentes. Pero de allí en adelante,
el objetivo se enfocó en encontrar una terapéutica
efectiva para la Hepatitis C, el Alzheimer o la
Esclerosis Múltiple, sumando al amplio campo de la
oncología. Voces de la salud más duras pero
científicamente autorizadas han sugerido que a las Big
Pharma no les interesa encontrar cura para las
enfermedades denominadas catastróficas. El Premio Nobel
de Medicina 1993 Richard Roberts sostiene que “curar de
una vez y para siempre no es rentable, y por eso no hay
desarrollos de ese tipo por parte de las empresas y sí
en cambio en el campo de las moléculas cronificadoras de
dolencias que se consumen en forma serial”. El problema
reside en hasta donde resulta éticamente sostenible que
las compañías farmacéuticas se rijan por idénticos
principios y metodologías que el mercado capitalista, y
procuren sortear regulaciones o directamente
controlarlas para ampliar sus ingresos. Si sólo se
piensa en los beneficios, se deja de lado cualquier
preocupación por las personas.
Como negocio lucrativo, la producción de fármacos se ha
transformado en una industria de inversión permanente,
guiada por las expectativas que estos generan tanto en
el sistema de salud como en la bolsa de valores o en los
beneficios de sus accionistas. Once principales Big
Pharma mundiales generaron entre 2003 y 2012 ganancias
por u$s 711,4 billones. Según datos de la Comisión
Europea (2012), la industria farmacéutica -
biotecnológica es el primer sector empresarial del
mundo, con el 17.7% del total de la inversión industrial
a nivel global.
El sostenido crecimiento del gasto farmacéutico a nivel
mundial agudiza dos problemas para la regulación
pública, en relación al costo de oportunidad que resulta
del uso de otros recursos del sistema de salud. Uno es
la magnitud que alcanza en alguno de ellos y cuál debe
ser su dimensión óptima para que los recursos
disponibles puedan ser distribuidos eficientemente junto
al resto de las tecnologías sanitarias, más allá de las
imperfecciones del mercado. Un peso del orden del 30%,
como posee nuestro país, resulta francamente “anómalo”,
si se lo considera frente al gasto europeo. El otro es
si los nuevos medicamentos de alto costo aportan algún
valor terapéutico agregado en relación a fármacos ya
disponibles en el mercado. En tal caso, correspondería
que la utilidad marginal o incremental del nuevo
producto fuese equivalente o superior al costo marginal
que posee, a fin de maximizar las ganancias de salud
para un determinado gasto. En pocas palabras, definir si
el medicamento en cuestión “vale lo que cuesta”.
En este contexto, se vuelve necesidad estratégica para
nuestro sistema de salud rever las carencias
regulatorias sobre el mercado farmacéutico, punto donde
la farmacoeconomía resulta instrumentalmente útil no
sólo para determinar qué y cuántos medicamentos
justifican su ingreso al mercado en términos de
beneficio terapéutico auténticamente novedoso. También
para fundamentar decisiones políticas respecto del
financiamiento y ayudar a definir el posicionamiento
terapéutico de determinado producto en relación a su
precio. La ausencia de una Agencia paraestatal de
Evaluación de Tecnologías que específicamente aborde
esta problemática, debilita cualquier posible esquema
regulador, especialmente dada la profusión de
medicamentos en el mercado. Se suma a ello la fragilidad
política del marco legal de aplicación de la
prescripción por nombre genérico destinada a disciplinar
el crecimiento del gasto, que ha hecho fracasar el
intento de impactar sobre los precios del sector. La
aplicación del análisis fármaco económico permitiría
asociar a la política de medicamentos una cuarta
garantía o barrera operativa a las tres básicas de
calidad, seguridad y eficacia.
La cuestión central para incorporar un esquema de cuarta
garantía al marco regulatorio se basa en el
requerimiento a la industria farmacéutica de evidencia
económica y terapéutica que avale el ratio
costo/efectividad de los medicamentos que produce. De
esta forma es posible abordar en forma transparente la
encrucijada entre los objetivos del regulador y las
aspiraciones de la industria y decidir sobre el
financiamiento tanto como incidir sobre la prescripción.
Las evaluaciones de posicionamiento terapéutico para el
uso del fármaco pasan a ser científicamente rigurosas
sobre la base no sólo de la información que provee el
fabricante sino también de la evidencia empírica
procedente de análisis o metanálisis. Si se decide la
inclusión de un medicamento al mercado farmacéutico en
base de un ratio aceptable, el regulador podrá tomar el
precio utilizado en la evaluación económica como eje de
la negociación.
Las publicaciones del sector señalan que las Big Pharma
razonan y toman sus decisiones empezando a pensar en
términos estrictamente financieros, y que los beneficios
ya no son puestos como inversión al servicio de la
producción industrial. Y también que la industria
farmacéutica registrara un crecimiento a tasas anuales
inferiores al 4% mientras el gasto global en medicamento
rondara los u$s 1.2 trillones en 2016 a la par del
crecimiento de la población y la mayor indicación de
nuevas moléculas. Especialmente las biotecnológicas, que
llegaran a transformar la evolución de un amplio
espectro de enfermedades con altas tasas de cura y
escasos efectos colaterales. Para las compañías
farmacéuticas, aumentar enormemente sus precios sería
una manera fácil de expandir la facturación sin tener
que atravesar años de costosa y arriesgada investigación
para obtener nuevos desarrollos. Para los hospitales y
las administradoras de salud, tener que absorber cada
vez mayores costos y poder sostenerlo pasará a ser una
gran preocupación. El dilema de la salud pública en la
próxima década no se limitará sólo a la posibilidad de
disponer de una cura para determinada enfermedad, que en
muchos casos ya existe. Teniendo en cuenta que lo que
puede ser costo/efectivo para la sociedad no resulta
necesariamente igual para los financiadores, el dilema
consistirá en saber si es posible regular los precios de
los medicamentos – distinguiendo las innovaciones
costo/efectivas a través de la farmacoeconomía - y más
importante aún, poder pagar la cuenta del tratamiento.
(*) Doctor en Medicina.
Magister en Administración de Servicios de Salud UCES,
Posgrado en Economía para No Economistas - Cámara
Argentina de Comercio. Diplomado en Economía de la
Gestión Sanitaria CIESS México DF. Profesor Titular de
la Cátedra Análisis de Mercados Sanitarios - Maestría en
Economía de la Gestión Sanitaria Universidad ISALUD.
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