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Aunque parezca retórico, la salud del futuro depende del
futuro de la salud. Y más concretamente del sistema que
se organiza para mantenerla. El concepto de
salud–enfermedad, las políticas de gobierno, la
actividad pública y privada que las enmarcan y la
práctica profesional han sufrido una evolución radical
en los últimos 30 años. En un contexto federal donde
cada provincia es responsable de las acciones de salud
sobre su población, resulta imperioso redefinir un
modelo sanitario acorde a los tiempos económicos,
sociales y políticos que -aun con claroscuros- vienen
modificando el esquema del país a lo largo de esta
primera etapa del siglo XXI. Pero también es necesario
hacerlo con la mirada puesta en los próximos veinte
años. La prevalencia de enfermedades crónicas va en
aumento debido a una multiplicidad de factores, sea por
propias cuestiones derivadas de la mejora del nivel
económico social que incrementan la esperanza de vida o
por los hábitos personales, un campo donde la dieta
hipercalórica y rica en grasas, el consumo de tabaco y
el sobrepeso inciden fuertemente sobre la prevalencia de
enfermedades cardiovasculares, respiratorias
obstructivas, oncológicas, neurodegenerativas y
mentales.
Cuando a un paciente se le diagnostica una enfermedad
crónica que puede asociarse a discapacidad presente o
futura, surgen en forma obligada cambios respecto de sus
actividades rutinarias previas, de la percepción de sí
mismo, de la readaptación al entorno social, de la
redefinición del papel que como persona pasa a
representar en la sociedad y de la necesidad de
otorgarle protección a su propia identidad ante la
amenaza de la pérdida de oportunidades. El problema es
que el esquema tradicional de servicios asistenciales
reactivos centrados en contactos episódicos agudos -que
pueden requerir internación- no resultan ser lo más
adecuado para un paciente portador de una dolencia
crónica. Se soslaya o directamente se omite el peso de
la enfermedad sobre el contexto social y familiar, sus
costos directos y la ausencia de contención entre las
fases de intercurrencia de los episodios agudos.
La respuesta al paso hacia la cronicidad de una
determinada patología requiere un enfoque integral que
incluye intervenciones preventivas sobre eventuales
complicaciones, con coordinación intersectorial
socio-sanitaria e implicancia activa del paciente, del
cuidador/a y de su familia. En ese punto, el sistema
sanitario hace agua. Nada más sencillo de advertir que
la atención clásica brindada a un enfermo crónico
-basada excluyentemente en el episodio agudo
intercurrente- resulta insuficiente para prevenir las
complicaciones derivadas de la propia secuencia natural
de la enfermedad, y el impacto sobre el costo total de
la atención.
Lo que ya vienen organizando los países europeos hace
tiempo -la atención de este tipo de pacientes en un
entorno integrado- debe llamar la atención a las
autoridades sanitarias nacionales y provinciales.
Hacerse cargo de la realidad exige un impulso
prioritario en el nivel de decisión política para
planificar estrategias que contengan propuestas claras
de coordinación y continuidad asistencial según la
complejidad requerida en cada etapa de estas
enfermedades. Cada vez hay más conciencia respecto de
reconocer que la salud de las personas no depende sólo
de las bondades de los servicios que se prestan, y que
las acciones proactivas individuales tampoco resultan
suficientes para mejorar el nivel de salud de una
comunidad socialmente responsable. La voluntad política
debe estar puesta en afrontar el reto de la atención a
la cronicidad por parte de los diversos financiadores y
prestadores del sistema como lo que es: una asignatura
pendiente. Es necesario definir claramente competencias
y roles de todos los prestadores y profesionales
involucrados, incorporar tecnologías de información y
comunicación (TICs) a distancia que permitan monitorear
la evolución del paciente y aplicar un modelo de gestión
clínico basado en la evidencia.
En nuestro sistema de salud no se ha empleado aún –como
sería necesario– el concepto de seguimiento de la
persona y su salud a lo largo de su dolencia. Somos
expertos en otorgar cuidados a enfermos agudos en los
hospitales, pero no en la coordinación entre estructuras
sociales y sanitarias ni entre dispositivos
hospitalarios y extrahospitalarios para pacientes
crónicos. Y esto puede provocar un discurrir de ellos
por la red asistencial sin sentido ni objetivos a
mediano y largo plazo, sumando intervenciones que se
vuelven descoordinadas entre sí y agregan costos
innecesarios. El problema ya no es tecnológico sino
organizativo, y lo que está en juego no es la eficacia
de los tratamientos sino el costo de la salud. Hay que
procurar centrar el problema no en la dolencia sino en
la persona que la padece y efectuar una “trazabilidad“
respecto de la evolución de su salud y su calidad de
vida a lo largo del tiempo, a partir de conocer el
estado del paciente en su entorno habitual de la vida
diaria. Hoy un “Smartphone” es capaz de recoger
información y retransmitirla al médico o al hospital de
referencia para su incorporación a la Historia Clínica
Electrónica del paciente, ofreciendo niveles de
movilidad y comodidad nunca conseguidos y dibujando en
su casa un escenario de hospital sin barreras
virtualmente situado en el entorno del propio paciente.
Y a éste como responsable de su autocuidado.
A
menos que se influya fuertemente sobre los factores que
condicionan la evolución de la enfermedad crónica y se
programen intervenciones que cubran de manera más
inclusiva otras necesidades afines a la salud, el
espacio socio–sanitario y medioambiental de la familia y
la comunidad permanecerá ausente. Y si el sistema de
salud persiste en la búsqueda de “beneficios” inmediatos
relativizando la planificación a mediano y largo plazo,
la alternativa de continuar con el modelo actual es un
camino al fracaso. La expansión acelerada de la oferta
sanitaria como respuesta de causa/efecto a la demanda es
un ejemplo de ello. Más costos y menos efectividad.
También complejiza el horizonte la falta de
profesionalización de la gestión y el despilfarro que
supone tener profesionales sin el conocimiento acabado
del reto de la cronicidad y de la necesidad de responder
a la mayor edad de sobrevida. Todos sabemos lo que
ocurre con un paciente añoso portador de una
pluripatología crónica cuando se descompensa.
Sin
detección temprana de su deterioro, se multiplican los
efectos adversos y los costos derivados de atenderlos. Y
se pierde calidad de vida.
Estas son las razones que hacen de la política sanitaria
un espacio de reflexión para nuevas definiciones, frente
a un presente rápidamente cambiante que requiere la
capacidad de anticipar lo que la sociedad y su mayor
expectativa de vida van delineando a futuro. Se habla de
redes, de Agencias de Tecnología, de expansión de la
oferta, pero no se habla del problema de fondo, el costo
futuro de la atención de las enfermedades crónicas con o
sin discapacidad asociada. ¿No es el Alzheimer acaso, o
el Parkinson o las enfermedades mentales, el nuevo
concepto de riesgo epidemiológico que plantea la OMS?
Este debate sobre un cambio necesario y profundo para el
sistema de salud que exprese una alternativa mixta
sanitaria y social para el seguimiento y atención de las
patologías crónicas no está aún en la agenda política
como tema prioritario. Como tampoco lo está en el
entorno social. Es cierto que la importancia que tiene
la salud para las personas y para la política es
relativa, si nos basamos en el viejo aforismo de Becque
que sugiere que “la salud es como la libertad, no se la
valora sino cuando se la pierde”. De allí su distante
lugar en las encuestas respecto de las prioridades de
las personas. Y como las perspectivas coyunturales y de
corto plazo se transforman en imperativas, pensar a
largo plazo se hace cuanto menos difícil. Más aun
respecto de hacerlo sobre un futuro al que sin darnos
demasiada cuenta ya hemos ingresado aceleradamente. Es
necesario contar con una buena dosis de creatividad e
innovación para superar los avances sanitarios
obtenidos, que ya comienzan a ser obsoletos dado el
tiempo transcurrido y los nuevos fenómenos sociales.
Nadie duda que por lo general los tiempos políticos son
más breves que los técnicos, que el pragmatismo se ha
apoderado del pensamiento de los decisores y que muchas
veces el costo político de pretender impulsar cambios en
la organización y funcionamiento de los servicios de
salud lleva a bloquear las mejores intenciones de
promover cambios. Más cuando frente al dilema de
resolver las necesidades del sistema o las demandas
inmediatas de la población, se pierde de vista que
cualquier reforma requiere ser complementada - para
mantener su coherencia y sustentabilidad - con
intervenciones sobre el modelo de atención, gestión y
financiamiento. Introducir pequeñas modificaciones
marginales, expansiones de oferta asistencial o ajustes
burocráticos sobre un Sistema de Salud que ya viene
mostrando deficiencias e incoherencias en su
organización resulta insuficiente, si lo que se propone
es mejorar realmente la eficiencia, calidad, efectividad
y sobre todo la equidad en el campo sanitario.
La longevidad es independiente del avance médico. La
enfermedad crónica no. Pero esta cuestión aún no se
considera prioritaria, como tampoco que exista
desigualdad social respecto de morir por enfermedades
que pueden ser médica y farmacéuticamente controladas.
Estas cuestiones, quizás entre otras de similar
complejidad, son los que obligan a repensar un sistema
de salud capaz de anticiparse a los problemas e impulsar
fuertemente políticas y estrategias de promoción de la
salud y prevención de las enfermedades. Pero esto sólo
se logrará involucrando a otros actores gubernamentales
en la resolución de los determinantes sociales de la
salud, que la condicionan desde fuera del sistema
asistencial.
Quizás el mayor problema para con la equidad es que la
sociedad, a la vez más informada y exigente, ha
incrementado frente a la salud una cierta desigualdad de
oportunidades. Para superarla se requiere un esfuerzo
integral e integrador. El perfil de los pacientes está
cambiando, y el patrón de enfermedades también.
Y como
el sistema de salud no aparece sincronizado con las
prioridades ni las necesidades, el desfase entre lo que
se hace y lo que se necesita es cada vez mayor. Si no
recuperamos la esencia de una auténtica Atención
Primaria basada en el seguimiento longitudinal
permanente, la interdisciplinaridad, la coordinación
entre niveles y la mejora en las competencias y
especialidades profesionales, pensar la continuidad de
la atención se dará de bruces con los límites
disciplinarios y organizativos. Un modelo de cuidados de
enfermedades crónicas en atención primaria requiere el
marco organizativo basado en mejorar la movilización de
recursos de la comunidad, desarrollar programas de autocuidados y educación al paciente y rediseñar el
sistema de prestación para garantizar la continuidad de
la atención. Para esto es fundamental asegurar que los
profesionales dispongan de sistemas de apoyo a la
decisión terapéutica, se desarrollen sistemas
tecnológicos de comunicación e información y se promueva
la utilización del modelo en todo el sistema de salud,
marcando objetivos claros para todas las disciplinas en
función de las competencias y perfiles profesionales y
con los incentivos adecuados.
Sin coordinación entre niveles resultará difícil lograr
algunos de los objetivos básicos de seguimiento de las
enfermedades crónicas, como la continuidad de cuidados,
la mejora continua de la calidad asistencial, la
resolución de problemas en el nivel adecuado, la equidad
en los cuidados ajustados según necesidad y la
eficiencia en el uso adecuado de los recursos. El
problema es complejo. Hay que poner manos a la obra y
recorrer los caminos organizativos y estratégicos
necesarios. Todavía estamos a tiempo. Antes que se
enciendan las alarmas.
(*) Doctor en Medicina.
Magister en Administración de Servicios de Salud UCES,
Posgrado en Economía para No Economistas - Cámara
Argentina de Comercio. Diplomado en Economía de la
Gestión Sanitaria CIESS México DF. Profesor Titular de
la Cátedra Análisis de Mercados Sanitarios - Maestría en
Economía de la Gestión Sanitaria Universidad ISALUD.
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