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Para el desprevenido, la irrupción del virus del zika
produce alarma y preocupación, mientras los gobiernos
ensayan algunas medidas. Pero la alarma tuvo
antecedentes en múltiples alertas que no se unificaron
en una interpretación cabal para la anticipación y
preparación necesaria para mejorar las medidas
gubernamentales con tiempo y coordinación.
Existe un doble peligro que conduce igualmente a la
pasividad: la inacción del estupor frente a un alarmismo
apocalíptico y la indiferencia rutinaria frente a las
alertas. Ni resignarse al fatalismo, ni desentenderse
del asunto. Se trata, en cambio, de adquirir la
prudencia de la sagacidad (virtud que no se corresponde
con el vicio perverso de la astucia al servicio del
propio interés).
Lo cierto es que a veces las alertas son detectadas,
pero no se toman en serio por los responsables
políticos. La Organización Mundial de la Salud (OMS)
advirtió a Europa y al mundo sobre el ébola, pero la
mayoría de los gobiernos abandonaron a África a su
suerte, obviando que las fronteras no son muros sino
membranas. La alerta epidemiológica es una
responsabilidad sanitaria indelegable de los Estados,
pero en la cual la colaboración internacional resulta
indispensable. La Directora General de la OMS, Margaret
Chan, además, auguraba ya en octubre pasado otra
epidemia: “La interrelación entre humanos y animales es
tan cercana debido a la deforestación y otras causas que
va a seguir habiendo nuevas infecciones emergentes”.
Efectivamente, las pandemias no responden al azar, sino
que están vinculadas a un uso de la naturaleza que
genera su destrucción, pero sobre todo a un peligro para
la propia vida humana. Por ello debe actuar la constante
vigilancia sanitaria como control de riesgo que preserve
la vida comunitaria y con ello la vida misma. No se
trata sólo de una ética solidaria, pues en el área de la
salud la solidaridad no alcanza. Se trata de un problema
intrincado y complejo, de reales nudos gordianos que
implican en forma simultánea a sectores que afectan a la
ciencia, a la tecnología, a la producción, al comercio y
al respeto a la vida humana.
La sociedad contemporánea informa sobre sus productos
industriales, pero oculta sus procesos ecológicos, como
señala W. I. Thompson parafraseando a Gregory Bateson
cuando señala las Implicaciones de la nueva biología. Se
celebra el crecimiento del PBI como si equivaliera al
progreso mientras que se desentiende de la
contaminación, o se la trata como un esquivo efecto
colateral sin responsables directos. Lo que existe es
una agresión planetaria que abarca, sin pretender
exhaustividad:
a) el cambio climático, con el crecimiento del dióxido
de carbono (CO2)
b) el desmonte (en nuestra región principalmente por el
crecimiento de la soja)
c) la minería, que obliga a un control del impacto
ambiental por ser una actividad de alto riesgo
d) el petróleo, que incrementa el efecto invernadero
e) las radiaciones (con su efecto estocástico, es decir,
a mediano y largo plazo)
Pero no se trata de “cuidar la tierra” como simple
residencia de una abstracta especie humana, sino de
preservar la vida humana que constituye una unidad con
la naturaleza. Si imaginamos, con Isaac Asimov (en su
libro Fundación), un planeta sustituto para continuar la
humanidad, pero en el cual se perseverase en el mismo
sistema de vida, se reproduciría el problema.
Los biólogos James Lovelock y Lynn Margulis plantearon
en la década de 1980 la “hipótesis Gaia”, que considera
al planeta como una unidad viviente, a “la tierra como
una construcción biológica”. La idea nos ayuda a
comprender que los parásitos, los desechos, los metales,
el calentamiento global, los animales, las personas, los
ríos, todo está conectado y resulta poroso. No podemos
detener el fluir de la vida, pero sí, en parte,
regularlo, y sobre todo no destruirlo.
Tenemos, por caso, las inundaciones que en la Argentina
se deben en gran medida a la deforestación de los
últimos 25 años, que nos ubica entre los diez países que
más han desmontado en dicho período, alcanzando en
nuestro caso la pérdida de 7,6 millones de hectáreas.
Además, según especialistas locales, este año El Niño
podría causar la peor inundación en 30 años, provocando
más de 100.000 evacuados y tres millones de hectáreas
inundadas en seis provincias.
El insumo básico para el desarrollo humano es, antes que
nada, el pensamiento. “Si queremos vivir en armonía con
los demás seres vivos del planeta debemos aprender a
pensar cómo piensa la Naturaleza”, nos enseña Bateson.
En este sentido, frente a la pandemia, podemos
identificar tres niveles:
I. microcosmos ----------------------
virus
II. mesocosmos ----------------------
hombre
III. macrocosmos -------------------- planeta tierra
En biología, a la inversa que, en la física, se procede
de los efectos a las causas, con lo cual tenemos el
determinante, el condicionante y el predisponente. Pero
ante la contingencia de cada nueva epidemia, volvemos a
observar la incoherencia social y la falta de
precauciones indispensables como la aplicación de
cuarentenas (que en estos casos alcanza con 7 días). En
nombre de la libertad y el individualismo no se puede
caer en un libertinaje irresponsable y egoísta de
pretender un libre arbitrio y circulación. Los gobiernos
deben exigir las medidas necesarias para preservar la
salud de sus habitantes.
Ciertamente, como sostiene Chan, “la salud no debería
ser sólo preocupación de los médicos”, pero éstos
tampoco son un actor más, no pueden renunciar a su
responsabilidad profesional y ética debido a la
asimetría de sus conocimientos. Podemos, en principio,
aprender de la historia de las pandemias. La cuarentena
es una medida de prevención y control indispensable,
cuya aplicación data nada menos que de 1377. En el
dominio veneciano de Dubrovnik, en la actual Croacia,
ante la Peste Negra, los ingresantes debían permanecer
cuarenta días aislados. Como resultado, esa zona no
sufrió el azote de la peste que se cobró la mitad de la
población europea.
La pandemia se define por ser una enfermedad epidémica
que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos
los individuos de una localidad o región. Entre las más
letales de la historia se encuentran: la Gripe Española
(1918-1919), que se cobró 50 millones de muertos, el VIH
Sida que asciende a unos 25 millones, la mencionada
Peste Negra del siglo XIV, la viruela, hoy ya
controlada, el cólera del siglo XIX que pervive aún en
nuestros días, la Gripe asiática de 1957 y la Gripe de
Hong Kong 1968-69, que se cobraron unas decenas de miles
de muertos, y las más recientes Influenza AH1N1 2009, la
gripe aviar de 2003, y el síndrome de la vaca loca de la
década de 1990.
En nuestro país, el dengue avanzó a partir de la segunda
mitad de la década de 1990, si bien existen antecedentes
ya en 1780. A partir de 2003 comenzó a expandirse por
todo el territorio nacional hasta llegar en la
actualidad a Tierra del Fuego. Es decir que, más que
cualquier “comité de crisis”, se necesita conformar un
verdadero “gabinete de acción” permanente, con un
“tablero de comando”, siempre al servicio de una
planificación estratégica integrada.
Albert Camus afirmaba que el siglo XVII fue el de las
matemáticas, el XVIII el de las ciencias físicas, el XIX
de la biología, y que el XX era el siglo del miedo. Que
este siglo XXI no sea el de la negligencia.
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Ignacio Katz.
Doctor en Medicina (UBA).
Director Académico de
la Especialización en Gestión Estratégica de
Organizaciones de Salud Universidad Nacional del
Centro (UNICEN).
Autor de: “Claves jurídicas y asistenciales para la
conformación de un Sistema Federal Integrado de
Salud” (Eudeba, 2012) |
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