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Pensar Buenos Aires Saludable en el Siglo XXI implica
definir que la salud es un verdadero derecho que se
construye, vive y disfruta en el contexto de lo
cotidiano, y no una simple concesión del Estado. Y que
surge de un proceso continuo centrado en las familias y
no sólo en los individuos, que prioriza actividades de
promoción de la salud así como se preocupa en evitar la
enfermedad entregando herramientas para favorecer el
cuidado y autocuidado. Especialmente de los más
vulnerables, no sólo física sino socialmente. Obliga en
consecuencia a plantear un escenario donde concurra la
interacción entre actores sociales, sanitarios y
disciplinas científicas, poniendo énfasis en políticas
de salud más orientadas a lo colectivo que a lo
individual.
Cada sociedad tiene sus propios conflictos y
contradicciones, que generan avances, desvíos y
estancamientos. La Política Sanitaria también los tiene,
y requiere orientar una dinámica con frecuencia
divergente y conflictiva entre los actores que la
componen a fin de lograr una transición ordenada hacia
un cambio real en el modelo integral de cuidado de la
salud. El problema es la dicotomía entre “lo político”
(lo pragmático de responder a las urgencias de la
coyuntura) y “lo sanitario” (la necesidad de avanzar en
una profunda modificación del vetusto modelo de gestión
hospitalario y de la anarquía de la Atención Primaria,
tanto como sobre sus inequidades y distorsiones).
Corresponde advertir que pensar una Política Sanitaria
tampoco es centrarse en “lo Público Estatal”, es decir
en un conjunto de servicios en particular, una forma de
propiedad institucional o un tipo determinado de
problemas. Es establecer un amplio espacio de análisis y
debate entre todos los actores del sistema, cuyo valor
agregado sea construir un puente entre el pasado y el
futuro del modelo de gestión y atención de la salud,
pero adecuadamente relacionado a las necesidades
esenciales de la comunidad en su conjunto.
La noción de entramado social en el cual interacciona lo
sanitario es lo que permite poner en valor la capacidad
real del Estado para priorizar, decidir, regular y
gestionar la política sectorial, que responda a
problemas percibidos por los actores del sector. De allí
que precisa la vinculación operativa con ellos para
llevarla adelante. Y también para asociar la dimensión
política a las variables del entorno social,
especialmente en la forma que los ciudadanos entienden y
atienden sus problemas de salud. La familia, en
cualquiera de sus etapas vitales, influye en la salud y
la enfermedad de sus miembros del mismo modo que la
salud de cada uno influye en el sistema de salud en su
conjunto. Son las múltiples interacciones entre las
personas y el sistema de salud lo que expresa esa
dinámica. Pero existen características propias a cada
persona que pueden considerarse factores protectores o
condición de riesgo, y deben ser priorizados en el
contexto en que viven y se reproducen si lo que se
procura es construir mejor salud para una comunidad
saludable.
Cambiemos el eje de análisis. Salud, por definición
trasciende los simples aspectos de financiación,
organización asistencial y atención médica. Obviamente
que el Estado asume un rol político, al intervenir en la
dinámica del sistema sanitario. Garantizar protección de
la salud resulta una responsabilidad social ineludible
del Estado y no del gobierno como administrador natural
de las necesidades de la población en un contexto
temporal de mandato popular. Pero es la propia sociedad,
desde sus elecciones conceptuales, éticas y morales,
quien a partir de su participación declarada y no
declamada puede y debe contribuir a mejorar los
determinantes sociales de la salud.
La configuración que adopta a lo largo del tiempo la
organización sanitaria es resultado del juego de
intereses entre la sociedad civil, los actores del campo
sanitario y el Estado. Estos tres componentes precisan
como mediador natural al sistema político, quien al
representar las expectativas y demandas de la propia
sociedad o de grupos de poder, las transforman en objeto
de pensamiento y construcción de políticas de salud. En
ese contexto, el pensamiento sanitario, si bien no es
aséptico a las interpretaciones ideológicas, no debe
perder de vista los problemas económicos, sociales y
medioambientales desde una visión colectiva y no
individual, a fin de promover mejores instrumentos para
resolver el permanente conflicto entre salud -
enfermedad.
Estas cuestiones, a lo largo de la historia reciente,
han sido percibidas por la sociedad bajo diferentes
formas, influidas por la coyuntura de determinado
momento histórico. Así también la Política Sanitaria,
como disciplina que debiera partir del análisis de las
cuestiones generales a fin de poder interpretar hechos
individuales, fue gestionada por cada gobierno en
función de su visión coyuntural de cómo resolver las
necesidades de los individuos que se enferman. Así, a lo
largo de un siglo, existió una fuerte tensión entre dos
paradigmas de pensamiento que caracterizaron el
conflicto entre la salud, la enfermedad y su
significado. Uno se expandió al ritmo de la
medicalización, de la innovación tecnológica y de la
presión de grupos corporativos con intereses específicos
en el campo sanitario. El otro se fundamenta en un
criterio más amplio de la salud desde lo colectivo,
señalando el peso de la evolución histórica del país,
donde lo social condiciona fuertemente lo biológico
dando lugar a muchos de los conflictos que hacen a la
complejidad de la cuestión salud - enfermedad. Es el
enfoque sistémico de la salud en el contexto de
cuestiones políticas, sociales y económicas cambiantes
que influyen sobre los determinantes.
Generar una discusión sobre qué camino tomar para
alcanzar Buenos Aires Saludable en el Siglo XXI no es un
ejercicio retórico. Implica ampliar el reduccionismo de
la cuestión sanitaria coyuntural, integrando ambas
visiones sin que una eclipse a la otra para orientar la
política sanitaria hacia un modelo integral e integrado.
No se trata de relativizar la incorporación de nuevas
terapias y tecnologías médicas innovadoras como parte de
la mejora operativa del Sistema de Atención en
particular. Se trata de prepararse para enfrentar los
nuevos desafíos epidemiológicos, demográficos, sociales,
tecnológicos y culturales que vienen amenazando
aceleradamente la salud en general. Seguramente parecerá
utópico el planteo, pero venimos corriendo detrás de las
noticias. Vamos ya cerca de dos décadas de entrado el
Siglo XXI, y el sistema de salud, su organización, sus
hospitales y su dinámica parecen moverse al mismo ritmo
que a su inicio.
Edificar las bases para plantear una sociedad más
saludable requiere lograr conciencia que la
autorresponsabilidad –no sólo individual, sino familiar
o comunitaria– es requisito indispensable para mejorar
los niveles de prevención de la salud. Pero esto debe
estar permanentemente acompañado de la gestión
innovadora de un Estado activo y regulador. Utilizar el
eje conceptual del entorno y de los factores sociales no
es más que recuperar la visión holística tradicional de
la medicina sanitaria y social. Hace más de sesenta años
Carlos Alvarado, un discípulo de Carrillo responsable de
la erradicación de la malaria en el norte argentino y
creador del agente sanitario, se anticipó a Alma Ata
dejando una frase que mantiene notable vigencia: “A la
enfermedad no hay que esperarla pasivamente en los
hospitales. Hay que ir a buscarla allí donde vive,
trabaja y se reproduce la gente”.
Hoy, el discurso sanitario ha centrado al ciudadano como
posible responsable de ciertas nuevas epidemias. Como si
las enfermedades fueran resultado de un único factor. Se
soslaya que el mayor desafío es rectificar el peso de
los determinantes sociales y medioambientales que tanto
en lo rural como en lo urbano-marginal permiten a
agentes y vectores existir. Desigualdades sociales, un
sistema público de salud frágil y la ausencia de
saneamiento básico con menos de la mitad de la población
sin acceso a agua potable y cloacas urgen acciones que
hagan de la comunidad un espacio de interacción social
permanente con el Estado. ¿Por qué las cuestiones de
salud pública reciben tan poca inversión, si se las
compara con lo que se gasta en la atención de la
enfermedad? ¿Cómo pueden diseñarse políticas en el campo
sanitario que sean saludables, si el dispositivo
asistencial es hegemónico y la participación social
insuficiente? Preguntas complejas. La salud se gana o se
pierde en terrenos distantes al del consultorio
asistencial.
Alvarado puso el marco lógico a la idea que más y mejor
salud sólo se dará en el propio espacio de la comunidad,
y no esperando al individuo ya enfermo o en curso de
serlo en los establecimientos asistenciales. ¿Hemos
aprendido poco? Posiblemente. Este análisis de la
sociedad y el peso de su entorno, que enmarca el
conflicto entre salud y enfermedad, sólo parece estar
presente en la teoría, pero difusamente visible en la
práctica sanitaria cotidiana. Cuando se habla de
políticas de salud, parece circunscribirse a la
referencia en los servicios de salud y los dispositivos
que estos disponen para cuidar enfermos. Sin embargo,
hablar de política de salud integral es garantizar
condiciones para que las personas y sus familias
efectivamente puedan llegar a estar más sanas. No es
ninguna novedad. Los servicios sanitarios resultan
imprescindibles para dar respuesta a las cuestiones
individuales de enfermedad en particular. Pero la mejora
de la salud de la población en general requiere reforzar
la acción conjunta de Estado y comunidad para revertir
el peso de los determinantes sociales. En la práctica
esto no parece reflejarse.
Hacer de Buenos Aires una provincia saludable en el
Siglo XXI puede sonar a utopía. Pero la utopía, al decir
de Galeano, permite caminar. Y caminar es avanzar. De lo
contrario, nos asiste el inmovilismo. O cierto
gatopardismo sanitario de que todo cambie para que nada
cambie. Hay que transformar el pensamiento y la acción
cristalizada de las instituciones del Estado, que son
las que subsisten al tiempo más allá de los gobiernos
para lograrlo. La política es válida para ello, pero
también es necesario ajustar la técnica. En dosis
adecuadas. Suena bien en el final parafrasear al gran
Leonardo Da Vinci. “La técnica sin la política es manca,
pero la política sin la técnica es ciega”.
(*) Profesor Titular
- Cátedra de Análisis de Mercado de Salud -
Magister en
Economía y Gestión de la Salud - Fundación
ISALUD.
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