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Para alcanzar la meta de producir salud y consumir
atención médica de calidad para todos, hay que recorrer
un genuino sendero atravesando distintas postas. La
primera de todas debe ser un real acuerdo entre todos
los sectores del campo sanitario, un verdadero pacto
entre sus múltiples actores, una negociación entre sus
diversos intereses. No un mero diálogo ni un vacío
consenso de buenas intenciones. Un acuerdo sobre
cuestiones concretas, cediendo posiciones e intereses,
comprometiendo deberes y acciones.
Todo lo cual, desde luego, sólo puede ser articulado
desde el Estado Nacional, con participación de los
gobiernos locales, las universidades, los colegios
médicos, los sanatorios, las prepagas, las obras
sociales, los laboratorios, y también otros actores que
sin ser específicamente del área de la salud,
contribuyen a ella (o deberían hacerlo). El producto del
Acuerdo debe ser la construcción de un verdadero Sistema
Federal Integrado de Salud, el cual implica varias
postas más en el camino hacia la meta final.
Para ello debemos recordar que si bien somos libres para
discriminar entre distintos caminos, no nos rige una
libertad incondicional. El hombre se encuentra siempre
en una situación determinada y puede elegir –debe
elegir– a partir de una correcta evaluación de esa
situación que lo determina. Sólo existe la libre
elección de aquello por lo cual el hombre es
responsable, y la dilución de responsabilidad, por
ignorancia o por cobardía, conduce a la decadencia. Es
justamente el componente de responsabilidad el que
permite distinguir que si se hace algo no es “a causa
de” sino “para”. Desplazarnos desde la supuesta
fatalidad de las causas a la dirección intencional de
los nuevos objetivos es el primer paso para transformar
nuestra situación sanitaria.
El debate sobre qué modelo sanitario queremos –y
necesitamos– siempre termina centrándose en cuestiones
relacionadas con el déficit presupuestario, y de allí se
desencadena un tramado de réplicas y contrarréplicas.
Cuando en verdad economistas como el premio Nobel Joseph
Stiglitz advierten que en el campo médico, el eje no
pasa por límites en el déficit monetario, sino por
recurrir a la lógica racional sostenida por el
conocimiento científico y por el aporte de la técnica
informática.
En rigor de verdad, el recurso prioritario a ejercer es
la racionalidad en la totalidad de la cosmogonía
prestacional, secundada por la “caja de herramientas”
con la que cuenta la gestión, a partir de un
observatorio de salud en el que claramente se
diferencien los indicadores teóricos –es decir, aquellos
que exteriorizan los problemas a resolver– de los
indicadores críticos –que señalan las alteraciones a
evitar por perturbaciones u omisiones en el despliegue
de conductas saludables. Es a través de este replanteo
que puede tenderse a una nueva configuración sanitaria
más racional y equitativa, capaz de afrontar los retos
actuales y futuros de la salud de los habitantes de
nuestro país.
Vale a este respecto traer a colación la distinción que
realiza Jon Elster entre razón y racionalidad.
Distinción, sin embargo, que no significa oposición. La
razón responde al bien común, es objetiva, mientras que
la racionalidad corresponde a un entendimiento subjetivo
de la acción individual, que puede o no oponerse a la
razón. Para aclarar con un ejemplo, desde la razón uno
puede sostener, por caso, que el voto de todos los
ciudadanos es la expresión de la soberanía popular y el
pilar de la democracia, mientras que desde la
racionalidad la misma persona puede considerar que su
voto individual no tiene virtualmente peso alguno en el
resultado final de los comicios y por tanto abstenerse
de votar.
Ciertamente, la suma de racionalidades parciales no hace
necesariamente a una razón colectiva, sobre todo en la
medida en que se privilegien intereses particulares. En
contra del liberalismo más burdamente utilitario, “no
pensar más que en sí mismo y en el presente” no conduce
a un mercado armónico. Hace falta considerar a los otros
y al futuro, y por ello hace falta coordinar las
racionalidades parciales (algo así sería el acuerdo
sanitario), pero también es necesario aplicar un
criterio de racionalidad en el propio funcionamiento del
sistema integrado de salud.
Al mismo tiempo, esta racionalidad, esta organización
del propio sistema no debe relegar su razón de ser, la
salud. De lo que se trata es de volver a colocar en el
centro a la persona, en tanto ciudadano, con los
derechos que le corresponden, como el tan meneado
“derecho a la salud”. Sin el ser humano como eje, ningún
sistema sanitario tiene finalidad, coherencia ni
viabilidad.
La gestión del sistema, con todas sus complejidades
(logísticas, financieras, informáticas, políticas,
etc.), no debería relegar el aspecto de oficio médico,
así como la aplicación rigurosa, racional y reflexiva de
la tecnología no debería opacar el aspecto artesanal de
dicho oficio. Que la burocracia y la tecnología no
asfixien el aspecto humano, la relación central de la
atención médica. No transformar al paciente en un
cliente, ni al médico en un autómata, o en un mero
técnico. No fraccionar al paciente en un conjunto de
órganos y patologías, ni al saber médico en un plexo de
especialidades y estudios.
Del viejo médico de cabecera al actual especialista o
técnico, cambian los métodos, la amplitud del servicio y
rendimiento. Quizá sea en la medicina donde el avance
tecnológico, aplicada de manera ciega, irreflexiva y
hasta irracional, más haya trastocado la relación entre
las personas. El médico depende cada vez más de la
maquinaria moderna, sin la cual se sentiría inerme.
Igualmente inerme se ve el paciente, reducido a la
constante espera de un diagnóstico y de indicaciones
producto de un resultado externo y no de un vínculo
humano del que forma parte.
Como decía Erich Fromm, “producimos máquinas que son
como hombres y hombres que son como máquinas”. La
contracara del conocimiento científico parece ser la
reducción de la comprensión de los hombres. La ciencia
implica conocimiento, mientras que el arte involucra
reflexión, experiencia, exploración. El médico debería
acercarse menos a la figura del especialista que a la
del baqueano. Alguien que tiene conocimientos teóricos
específicos sobre áreas específicas, pero además tiene
un saber práctico, fruto de la experiencia (la propia
acumulada y la transmitida por sus maestros) que lo
habilitan a una mirada amplia sobre múltiples aspectos
que afectan la salud de sus pacientes.
El camino hacia la meta de salud de calidad para todos
es sin dudas complejo e intrincado. Pero una cosa es
segura, el recorrido del sendero será genuino si se
mantiene siempre presente el sentido, o la razón, que
nos impulsa a emprender el viaje: la dignidad de la vida
humana.
Y este permanente diálogo de debate, reflexión y
propuesta, hoy nos lleva a celebrar un nuevo aniversario
de la Revista Médicos, que desde hace 18 años nos invita
a participar en esta verdadera tribuna pluralista.
Director Académico de la Especialización en
Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud
Universidad Nacional del Centro (UNICEN).
Autor de: “Claves jurídicas y asistenciales para
la conformación de un Sistema Federal Integrado
de Salud”
(Eudeba, 2012) |
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