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Ante la reflexión que cabe frente al Bicentenario de
nuestra Independencia, desde el campo de la salud no
podemos más que lamentar la ausencia de un sistema
sanitario nacional consolidado. En vez de ello, existe
el consabido plexo fragmentado de subsistemas e
intereses particulares, y la característica que acaso
sea su más trágica nota irracional: la carencia junto al
derroche.
Para tomar un solo caso de muestra: si comparamos la
cantidad de Unidades de Cuidados Intensivos Neonatales
(UCIN) de nuestro país con otros de la región y del
mundo, observaremos que su proporción con respecto a la
población es mucho mayor. Pero ello no redunda en
mejores indicadores de mortalidad materno-infantil, sino
lo contrario. Así, mientras hay una UCIN cada 42.000
habitantes en la Argentina, en Chile hay una cada
536.000 y en Canadá una cada 1.450.000. Sin embargo, la
mortalidad infantil argentina es de 13 por mil (nacidos
vivos) y de 8,5 de mortalidad neonatal, mientras que en
Chile es de 8 por mil y de 5 por mil, respectivamente, y
en Canadá de 4 y 3.
Como se ve, la proporción entre mortalidad y cantidad de
tecnología es inversa, lo cual sólo se entiende debido a
una mejor utilización de los recursos, más otros
factores que complementan el resultado. Y el panorama
empeora si consideramos que la mortalidad infantil
aumentó en los últimos años, tanto en la Ciudad como en
la Provincia de Buenos Aires (“Preocupa aumento de los
casos de mortalidad materna”, La Nación, 12/04/16).
También podríamos reparar en el índice de esperanza de
vida promedio, en el cual la Argentina pasó de liderar
el ranking regional en 1990, con 73 años, al séptimo
puesto actual, con 76,3 años. Es decir, un nivel de
crecimiento muy por debajo del de otros países de la
región (“Argentina ocupa el séptimo puesto de Sudamérica
en esperanza de vida”, Clarín, 19/05/16).
Como solemos remarcar, el primer paso indispensable para
un sustento profundo de las reformas es un Acuerdo
Sanitario, que al buscar, en definitiva, enfrentar
conflictos y disminuir muertes, podemos llamarlo también
una Pax Sanitaria.
Se debe establecer una agenda que podrá controlarse en
su cumplimentación en tiempo y forma; también se debe
superar el esquema de oferta y demanda, ya que en salud
se trata de necesidad y producción. Todo esto se logra
ladrillo a ladrillo, sin inmediatismos mágicos. No es
cuestión de recetas milagrosas, sino de un riguroso
esquema terapéutico.
Tampoco se trata de reproducir la frontera entre
“medicina privada” y “caridad pública sanitaria” como si
se tratara de dos países distintos, sino de construir
una Red Sanitaria de Utilización Pública (sin distinción
de titularidad jurídica). Dentro de dicha red, todos
tienen que poder acceder a los servicios de salud, con
la diferenciación de cada caso, pero nadie puede quedar
excluido a propósito de disputas sobre responsabilidad
jurisdiccional.
Para lograr todo eso, vale la pena detenerse en el
término de política pública, que debería ser la
principal herramienta para el cambio profundo y
sostenido. Política refiere al arte y ciencia de
gobernar, mientras que lo público referencia al pueblo.
La política pública como concepto significa medios para
resolver problemas sociales. Son entonces acciones de
gobierno de interés público que buscan maximizar o
reducir aspectos sustentados en diagnósticos y análisis
de factibilidad y que cuentan con participación
ciudadana, al menos si se suponen democráticos.
Transformar instituciones débiles en sólidas, en esto
consiste tener Políticas Públicas que posibiliten
transformar la forma de vida de los habitantes de una
nación. Abarca un conjunto de métodos que permite
descomponer la compleja esfera de la acción pública en
diferentes actividades, separables analíticamente. Tiene
un valor descriptivo del propio entramado político
administrativo, en tanto y en cuanto permite la
observación de los procesos de elaboración de políticas
y de programas de actuación pública, y facilita la
identificación de los distintos actores que intervienen
en el proceso de las políticas públicas.
Pero además, la aproximación a la realidad
administrativa del análisis de políticas públicas tiene
un valor prescriptivo, en el sentido que ofrece un
instrumental de análisis desarrollado para conseguir la
mejora de la gestión de las administraciones públicas y
para conocer el impacto de determinadas decisiones en el
entorno.
Las políticas públicas constituyen, en síntesis, una
metodología que permite un mejor control sobre la
función de producción de las autoridades públicas,
tratando de que los productos generen los efectos
esperados o al menos previniendo y reduciendo las
desviaciones.
Dentro de las políticas públicas, se conceptualiza a la
política social como el conjunto de directrices,
orientaciones, criterios y lineamientos conducentes a la
preservación y elevación del bienestar social, así
procura que los beneficios del desarrollo alcancen a
todas las capas de la sociedad con la mayor equidad.
Algunos autores la definen como la forma que tiene el
Estado para construir una sociedad cohesionada y
equitativa. En una perspectiva de mayor integración
social, la política tiene como fin principal facilitar
la convergencia entre los intereses individuales y los
intereses comunes de la sociedad.
En este sentido, las políticas de salud son o deberían
ser una política social, no entendidas como
asistencialismo, sino como un conjunto de políticas
públicas que tiene como objetivo la equidad e
integración social de los individuos en un marco
comunitario solidario.
La formulación de una buena política pública está
compuesta de cinco etapas:
1. el establecimiento de la agenda política;
2. la definición de los problemas;
3. la previsión;
4. el establecimiento de objetivos;
5. y la selección de la opción.
El último punto requiere de una fuerte determinación en
el marco de un amplio acuerdo de acción, pero no por
ello irreversibilidad ni obstinación. De hecho, con el
paso siguiente, que es la implementación, se debe operar
una permanente revisión y evaluación de la continuidad o
la rectificación del rumbo.
Por último, para ser exitosa una política pública, debe
cumplir los requisitos de oportunidad, calidad,
transparencia y apropiación social. Efectivamente, entre
las distintas características que debe cumplir una buena
política pública, y sobre todo una política social, está
la transparencia, la participación y el control, que
posibilite forjar una comunidad de destino en tiempos de
integración.
En este sentido, cuando hablamos del pacto o acuerdo
sanitario, si bien la negociación de los actores clave
dentro del campo sanitario es vital, y la
responsabilidad no es la misma para todos los ciudadanos
dada la asimetría del conocimiento –por lo cual los
médicos tenemos una cuota adicional de responsabilidad–,
se trata de una reforma sanitaria que compete a toda la
sociedad, y trasciende un mero acuerdo de cúpulas. Por
el contrario, debe establecerse su total transparencia,
debate y participación popular.
Director Académico de la Especialización en
Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud
Universidad Nacional del Centro (UNICEN).
Autor de: “Salud y Políticas públicas” (UNICEN
2016) |
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