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La salud de las organizaciones ha comenzado, en las
últimas décadas, a formar parte de las preocupaciones de
las sociedades en la era del conocimiento. No es extraño
escuchar a trabajadores hablando de carpetas
psiquiátricas, burnout, acoso, mobbing o simplemente
desinterés por el cargo que se ocupa o la tarea que se
realiza. Parece que la abulia laboral ha pasado a formar
parte del diagnóstico de problemas de nuestras empresas.
Las organizaciones sean públicas o privadas, forman
parte de la vida de todos, de una manera u otra,
generando satisfacción o desánimo por no asumir la
responsabilidad social que le compete para con sus
empleados y la comunidad circundante.
Muchas de éstas han aprendido, crecido, llevado adelante
una vida sana para todos dentro y fuera de ella. Por el
contrario, otras que no lo han logrado, lucen
estresadas, enfermas o fuera de forma. Lamentablemente y
yendo aún más lejos, algunas son capaces de enfermar y
de matar.
¿Su organización está en alguna de estas fases?
Entonces, prestemos atención.
Hoy muchas organizaciones, las cuales eran vistas como
una fuente de estatus y placer, donde se invirtió para
su crecimiento y aprendizaje, se han transformado en un
centro de esclavitud implícita para muchos de sus
propietarios y empleados. Estas son las empresas que
matan. Enferman administrativamente hablando,
transmitiendo esta enfermedad, a quienes la viven día a
día.
Con el pasar del tiempo las formas irresponsables de
actuar de quienes llevan adelante la organización, se
degeneran de tal manera que arruinan todo intento de sus
profesionales por llevar adelante innovaciones que sean
un beneficio para todos. Ni siquiera los nuevos talentos
empleados en la organización podrán con esto. El
problema se instala en la cultura de la organización,
por haber dejado persistir el error en el tiempo.
Esta problemática provoca una sensación de estancamiento
matando toda propuesta de mejora y muchas veces,
también, a quienes se atreven a pensar en el cambio. El
miedo al cambio no se genera, como solemos escuchar, en
el personal subalterno sino en los mandos medios y
superiores que encubren su temor con discursos ambiguos.
En las organizaciones enfermas, a medida que los años
pasan, los sueños y expectativas del personal van
decayendo dada la constante desmotivación que reciben
implícitamente, frente a las extensas jornadas, a la
presión por producir más en un entorno caótico,
resolviendo sólo el día a día y desestimando el
crecimiento futuro por un presente seguro.
El trabajo en equipo se va convirtiendo en un elemento
cada vez más circunscripto a los círculos de confianza,
ya que el personal y las diferentes áreas no se
encuentran cómodas debatiendo con colegas extraños. La
falta de alineamiento entre los objetivos y los magros
resultados generan desconfianza entre los miembros de un
mismo equipo y más aun con los demás. El resultado es
una disminución drástica en la comunicación, elemento
crucial para el correcto desarrollo de una organización,
en la motivación y en el compromiso personal.
El trabajo que se extiende superando la frontera de la
jornada laboral programada, tiene una doble raíz
igualmente negativa: jefes poco competentes que asignan
tareas más allá de las capacidades de los miembros del
equipo y la falta de competencias para poder concluir
adecuadamente y en tiempo las tareas asignadas, por
parte de los empleados. Y suceden toda clase de desvíos:
horas extras para completar el trabajo, productos de
escasa calidad, servicios rutinarios, ausencia de
evaluación de metas, desmotivación y buenas ideas que
quedan enunciadas en un anhelo de los que siguen
pensando en hacer las cosas bien. Esto comienza a
fagocitar la vida personal y social de los empleados y
colaboradores, no permitiéndoles descansar, realizar
otras actividades o despejar la mente luego del trabajo
diario. Los clientes perciben el cambio y empiezan a
hablar de un pasado mejor.
El identificarse con una organización monstruo, se
vuelve impensado, ya que ésta no les devuelve nada a sus
empleados como para sentirse parte de la misma.
Todas estas prácticas que se han degenerado
involuntariamente a través del tiempo terminan por
lesionar la cultura y la visión de la misma, generando
malas prácticas en toda la organización.
Una cultura lesionada por el descrédito provoca
innumerables problemas y conflictos a toda la
organización, visualizados en la imposibilidad de
alcanzar metas y objetivos, resultados económicos en
decadencia, productos o servicios de mala calidad y
ausencia de autocrítica. También deteriora la
comunicación y la motivación, genera confusión y
desorientación, así como pérdida de personal calificado,
y mala imagen interna y externa.
La cultura organizacional es el elemento más difícil de
modificar, pero no imposible.
Para comenzar un cambio cultural lo primero que se debe
hacer es detectar si su organización es una Empresa que
mata.
Las organizaciones que matan suelen contar con fuerte
renombre en el mercado y una fuerte historia en el
pasado cercano. Generalmente la toma de decisiones y
responsabilidades mayores recae en una o dos personas.
Dan la sensación de fuertes y responsables empresas, muy
organizadas y bien dirigidas, dados los impactantes
espacios modernamente decorados y el alto nivel de
tecnificación. Pero esto es sólo una máscara, ocultando
el vacío que hay dentro.
Detectan y aprovechan la necesidad de su personal de
estabilidad económica, y seguridad de ingreso,
autorrealización y crecimiento, para someterlos a
presiones anormales, horarios desmedidos, y demás
maltratos disfrazados como “obligación laboral”.
Esto último provoca un alto grado de rotación, en todo
nivel, situación difícil de explicar para los altos
mandos.
¿CÓMO SUPERAMOS ESTO?
Debemos cambiar la fórmula del hacer por la del saber
hacer. Sabemos que, si ésta es nuestra realidad, el
trabajo será difícil, pero no imposible.
Lo primero será darse cuenta y aceptar que nuestra
organización está enferma, para luego poder crear una
visión a la cual se quiera llegar una vez comenzado el
cambio. Es importante compartir esta visión con todos en
la organización, transmitiéndola para que todos la hagan
propia.
A esta visión habrá que ponerle objetivos, con plazos
claros y precisos para ser cumplidos.
Para llegar a los objetivos debemos plantear cuál será
la estrategia, el plan de acción para llegar a ellos.
Las iniciativas de cambio deberán ser llevadas adelante
por líderes que tengan credibilidad y sean capaces de
proyectar un ejemplo positivo. El temor al cambio se
vence haciendo las cosas bien desde un comienzo en lugar
de juzgar a los que erraron al final del ciclo.
Será crucial hacerle ver a todos los beneficios que
tendrán las nuevas formas de hacer, ya que, si no se ve
el beneficio, no se entiende porque cambiar, además de
generar incertidumbre, miedos y resistencia al cambio.
Luego aplicar a pequeña escala el plan de acción
elegido. Realizar las mediciones necesarias de la
prueba, para poder ajustar detalles antes de la
aplicación definitiva.
Una vez ajustado todo en el plan de acción, el mismo se
aplicará en toda la organización.
Para saber si los objetivos planteados al inicio han
sido realmente alcanzados en tiempo y forma, debemos
medirlos y compararlos con los resultados obtenidos.
Recordemos que lo que no se mide no se mejora. Si no
medimos, no sabemos dónde estamos situados, y menos aún
podremos decidir a dónde ir.
Una vez obtenidos los primeros resultados reales, se
compararán con los ideales y se estudiarán los desvíos y
las fallas, y se aplicarán las correcciones necesarias.
Finalmente, de esta manera continuar monitoreando para
asegurarse que estas nuevas formas de hacer queden
correctamente afianzadas a la cultura organizacional.
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(*)
Presidente de ProSanitas BSC. Presidente de
la Asociación Argentina de Auditoría y Gestión
Sanitaria-SADAM. Directora del Posgrado en Dirección
Estratégica de RRHH y del Curso de Cuadro de Mando
Integral y docente de las Maestrías y de la
Licenciatura en Administración de la Universidad
ISALUD. Email:
patriciadaste@yahoo.com.ar
y
www.prosanitas.com.ar
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