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Columna


El desafío de envejecer
  "No se tarda nueve meses sino sesenta años
en formarse un hombre y cuando está hecho,
la sociedad impone su exclusión.
Este despilfarro debe ser revertido" 

André Malraux
La condición Humana 
 

Por el Doctor Ignacio Katz

El 1 de octubre es el Día Internacional de las Personas de Edad, lo cual nos lleva a reflexionar sobre una paradoja: el envejecimiento creciente de la población supone un triunfo de la medicina y de las condiciones de vida, a la vez que requiere de distintas condiciones socioeconómicas, éticas y sanitarias.
Efectivamente, por un lado, se extiende cada vez más la expectativa y calidad de vida de las personas mayores, al punto que se habla ya de una cuarta edad (para mayores de 80 años) y una juvenilización de los de tercera edad (mayores de 60 años). Pero precisamente este envejecimiento poblacional, acompañado de una baja en la natalidad, implica el desafío de sostener una pirámide demográfica que se angosta en su base y se ensancha en las alturas. En nuestro país, que junto con Uruguay, Cuba y Costa Rica se encuentra entre los de mayor envejecimiento poblacional de la región, hay más personas mayores de 70 años que menores de 10.
El desafío es doble. Por un lado, el envejecimiento como proceso biológico universal, y por el otro, la problemática demográfica y económica del envejecimiento poblacional. Pero precisamente, ambas dimensiones pueden abordarse de manera sinérgica con unas mismas estrategias, al menos en algunos puntos esenciales.
Lo primero a tener en cuenta es que la vejez no es una enfermedad sino una etapa de la vida que supone un mayor estado de vulnerabilidad, es decir, una mayor exposición a determinados factores de riesgo. Así como la pobreza expone más a las personas a determinantes de enfermedades, con la longevidad ocurre algo similar. Por ejemplo, la disminución de la flexibilidad física y psíquica como consecuencia del habitual sedentarismo, la soledad y la pasividad que muchas veces se acompaña de desnutrición (ya que comer no siempre significa nutrirse) que predispone a contraer infecciones y situaciones que a la vez se potencian con el descuido y la dependencia, y hasta la denigración (engaño, fraude, estafa, sometimientos físicos y farmacológicos). Estos son algunos de los males que acechan a la vejez.
Pero estos problemas pueden afrontarse. Tanto el cuerpo como la mente pueden postergar su merma con actividad física y cognitiva. Y desde una perspectiva amplia, la medicina debe distinguir, como dijimos, entre población enferma y población vulnerable, pero además entre necesidades y problemas, entre requerimientos y demandas explícitas e implícitas, y en definitiva, entre problemas reales y problemas aparentes de adaptabilidad.
Debe advertirse que para el “adulto mayor urbano” –un ciudadano que vive en aislamiento y soledad en plena ciudad– muchas veces la enfermedad, real o aparente, resulta una compañía, una forma de sentirse vivo, y una posibilidad de pertenecer a un grupo social: el de los enfermos. Excluido del sistema laboral, ignorado por gran parte de la comunidad y sufriendo la pérdida de seres queridos de su misma edad, el adulto mayor siente entonces que el estar o sentirse enfermo es una manera de formar parte de la sociedad.
Separadas del mundo del trabajo, la inserción legitimada de las personas mayores queda limitada al espacio privado: las redes familiares y los amigos. Deviene así la edad del rol sin rol. La soledad y el aislamiento social constituyen un factor de riesgo equiparable a una enfermedad. Según un estudio del Departamento de Psicología de la Universidad Brigham Young sobre más de tres millones de personas, la soledad acorta la esperanza de vida un 30%, y el mismo Papa Francisco afirmó recientemente que el abandono de los ancianos constituye una “eutanasia disimulada”. Y agregó: “los abuelos son como árboles vivos, que en la vejez no dejan de dar frutos”.
Vale señalar una encuesta reciente realizada por Observatorio de la Deuda Social Argentina, la cual dice que 5 de cada 10 personas mayores sienten que no son valoradas.
En la ciudad japonesa de Okinawa, que concentra proporcionalmente la mayor población centenaria del mundo y con mayor autonomía, el secreto consiste en que los mayores se mantienen activos y que los más jóvenes los reconocen como útiles para la comunidad.
Este punto es clave. El retiro laboral no significa, ni debiera significar, el retiro de la vida. El trabajo es un factor de realización personal, además de producción y de integración social. Hay que superar la visión que pesa sobre los adultos mayores como una “clase pasiva” (a sabiendas de que toda pasividad lleva a la atrofia) al margen del sistema productivo y, por lo tanto, como “inútil” para los tiempos que corren. La jubilación debería honrar su etimología y ser motivo de júbilo, no de decadencia. Una nueva etapa, pero con una transición y no una ruptura traumática.
Las políticas públicas no deben convertir a los adultos mayores en objeto de asistencia, sino en sujetos de derecho. Superar ser “objeto pasivo” y pasar a ser “sujeto de dignidad”, transformándose en agentes de producción. Deben elaborarse programas y proyectos que no sean exclusivos para la tercera edad, sino programas y proyectos concretos elaborados en conjunto entre distintas entidades y grupos etarios. Es decir, verdaderos Proyectos Productivos Intergeneracionales. Para ello, se requieren unidades de gestión intergeneracionales y de multioficios entendidos como espacios de aprendizaje y de producción, donde las personas mayores puedan enseñar y en forma simultánea aprender conocimientos, saberes, prácticas y oficios con personas de otras edades, y percibiendo retribuciones económicas por esas tareas. De esta forma se mantiene al adulto mayor en el esquema productivo, se lo valora como persona útil, se fomenta la transmisión de conocimientos entre generaciones y se contribuye a una mejor calidad de vida. Se trata de consolidar su pertenencia a la estructura social cumpliendo con la finalidad de un envejecimiento sin crisis.
La sustentabilidad primaria de estas unidades debe estar garantizada por la acción combinada de ANSES, Pami y Universidades, a lo que sería enriquecedor agregar el sector productivo privado dentro del marco de lo que se llama Responsabilidad Social Empresaria, y a las Organizaciones No Gubernamentales, cumpliendo así con el principio de fusión de fines.
Se logra de esta manera el doble objetivo mencionado al comienzo: un incremento de la vitalidad para los mayores y un aporte a la sociedad de la que forman parte, con la transmisión de saberes y capacidades que de otra forma caerían en el olvido. De esta manera se trata de evitar el despilfarro de la experiencia y la jubilación del talento, que año a año abarca a un porcentaje creciente de las sociedades.
El inciso 23 del artículo 75 de nuestra Constitución Nacional consagra la igualdad real de oportunidades y establece la obligación de instrumentar “acciones positivas” en caso de grupos postergados, como los longevos. En definitiva, se trata de la legitimidad del imperativo moral de los derechos humanos básicos, como lo es la dignidad de una vida plena e integrada a la comunidad en todas sus etapas. Envejecer debe encararse como un desafío. Ni edad pasiva, ni mera trasmisión de experiencia fosilizada, sino una continua estimulación de nuevos saberes y experiencias al capital vital ya adquirido. Dice Silvina Ocampo, en su cuento Los retratos apócrifos, que “nadie acepta ser viejo porque nadie sabe hacerlo”. Tal vez debamos aprender entre todos
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Director Académico de la Especialización en Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud Universidad Nacional del Centro (UNICEN).
Autor de: “Salud y Políticas públicas” (UNICEN 2016)
 

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