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El sector salud se conforma por dos
tipos de actores: los financiadores
y los prestadores. Los financiadores
son los que reciben los recursos
para la salud (aportes de seguridad
social y pago de bolsillo de las
familias por planes privados) y
tienen la responsabilidad de
administrar esos recursos atendiendo
las necesidades de atención médica
de la población bajo su cobertura.
Los prestadores son los
profesionales de la medicina,
instituciones de diagnóstico y
tratamiento ambulatorio, farmacias,
clínicas y sanatorios. Éstos
invierten en recursos humanos,
conocimiento e infraestructura para
brindar atención médica.
Los financiadores contratan a los
prestadores para que éstos le
brinden atención médica a sus
afiliados a cambio del pago de
aranceles médicos que no están
regulados, sino que se determinan
por libre negociación de
financiadores y prestadores. Sin
embargo, muchos financiadores
también actúan como prestadores,
teniendo la posibilidad de atender a
sus afiliados con infraestructura
médica propia y, al resto, con los
prestadores que contrata.
La estructura de mercado está
caracterizada por la concentración
de financiadores y la dispersión de
prestadores.
Las obras sociales pueden ser de
tres tipos: obras sociales
nacionales, Pami y obras sociales
provinciales. Dentro de las obras
sociales nacionales (que administran
casi 2 de los 4,5 puntos
porcentuales –pp– del PBI) hay
aproximadamente 230 instituciones
pero sólo 10 concentran a más del
50% de la afiliación total,
representando a 7 de 13 millones de
personas; Pami (que administra más
de un 1 pp del PBI) es un prestador
monopólico que aglutina a otras 5
millones de personas; y las obras
sociales provinciales (que
administran otro punto del PBI) son
una por provincia aglutinando entre
25% y 35% de la población de cada
provincia.
Las empresas de medicina prepaga
(que administran casi 1,2% del PBI)
son aproximadamente 700, pero sólo 6
aglutinan al 60% de los afiliados (Osde,
Swiss Medical, Galeno, Omint, Medife
y Medicus), o sea que suman 3,6
millones de personas.
Estos números permiten ver que las
obras sociales y las empresas de
medicina privada administran
prácticamente la mitad de los
recursos en salud del país para 29
millones de personas, pero sólo 10
obras sociales sindicales, Pami, la
obra social provincial (en cada
provincia) y los 6 prepagos grandes
concentran a 20 millones de
personas, o sea, a dos tercios de la
población con cobertura social y
privada.
Por el lado de los prestadores, la
estructura de mercado es la opuesta.
Hay una enorme heterogeneidad y
dispersión entre hospitales privados
e instituciones de salud; algunos de
gran envergadura y una innumerable
cantidad de pequeños y medianos
prestadores. Según datos del
Ministerio de Salud, habría en la
Argentina 1.600 prestadores privados
con internación, con un tamaño
promedio de 36 camas, y 8.000
prestadores más dedicados a
servicios de laboratorio, imágenes y
tratamiento.
Financiadores cuasi-monopólicos, con
prestadores en régimen de
competencia y sin diferenciación de
producto, necesariamente llevan a
que la competencia entre los
prestadores médicos sea por bajo
precio.
Financiadores grandes que justifican
sus bajos aranceles en el hecho de
que pagan regularmente y en corto
plazo; que imponen aranceles basados
en que, de no ser aceptados, sus
afiliados serán derivados a los
prestadores propios; que trasladan
porcentajes de reconocimiento de
inflación sólo en la medida que
ellos reciban autorización de
aumentos en sus planes de salud.
El 76% de los costos de los
prestadores están vinculados a
recursos humanos. Por ello, un actor
decisivo en la determinación de los
costos de un prestador es el
sindicato de la sanidad. Desde 2005,
debido a un contexto benigno con los
sindicatos, los aumentos salariales
del sector han estado por encima del
30% anual.
Como la estructura de mercado de los
prestadores es de alta competencia,
no tienen facilidad para trasladar
estos mayores costos a los
financiadores. Sólo pueden hacerlo
mediante la negociación de aranceles
médicos. Pero el aumento de
aranceles implica el aumento de
precio de los planes de salud, los
cuales están regulados por la
Superintendencia de Servicios de
Salud. De aquí que los prestadores
quedan sujetos a negociaciones con
el Ministerio de Trabajo y el
sindicato (por los salarios), los
financiadores (por los aranceles) y
las autoridades (por el precio de
los planes de salud para que
destrabe el aumento de aranceles).
Los números sustentan este desgaste.
Los aumentos de salarios de convenio
en los últimos diez años fueron
consistentemente superiores a los
incrementos de aranceles otorgados
por las empresas de medicina
prepaga. Estas diferencias de tasas
de crecimiento implican que a
diciembre del 2016 los salarios
habrán crecido un 18% más que lo que
lo hicieron los aranceles.
Mientras que el aumento a los
financiadores es automático, ya que
para las obras sociales la
recaudación se hace sobre la masa
salarial y para las prepagas 2/3 de
sus afiliados provienen de la
derivación de aportes de la masa
salarial, no es así para los
prestadores. El prestador otorga la
prestación en un mes dado, factura
al mes siguiente y cobra entre los
60 y 90 días posteriores, generando
una dilación de no menos de 120 días
entre la ejecución del gasto y el
cobro de lo facturado. Con alta
inflación, esta demora implica un
sobrecosto financiero para el
prestador de entre 6% y 8%, que se
traduce en un beneficio para el
financiador.
En este marco de alto estrés
financiero, los únicos gastos que
pueden ser demorados son las cargas
sociales, ya que los salarios y los
insumos no pueden dilatarse sin
poner en riesgo el proceso de
atención de los pacientes. De aquí
que nunca se haya podido finalizar
la emergencia sanitaria, vigente
desde 2002, manteniendo las
ejecuciones fiscales paralizadas.
Como agravante, los financiadores
están excentos de IVA por lo que los
prestadores no pueden descargar sus
créditos fiscales. Como los
prestadores son muy demandantes de
insumos e inversiones en tecnología
médica, generan altos saldos a
favor. Como el fisco no los
reintegra ni reconoce para la
cancelación de otros impuestos, se
acumulan como costos.
Para estabilizar estructuralmente en
una ecuación económicamente viable a
los prestadores, que permita cumplir
cabalmente con las obligaciones e
invertir sustentablemente en calidad
médica, se necesita:
a) reducir sustancialmente la
inflación.
b) poner en funcionamiento un
sistema de certificación de calidad
que dé pie a establecer
diferenciación de aranceles basados
en calidad.
c) establecer pautas de aranceles
acordes a los costos médicos medidos
en base a criterios de certificación
de calidad.
d) igualar en 17% la alícuota pagada
por los empleadores en concepto de
cargas sociales independientemente
del nivel de facturación.
e) habilitar a que los saldos a
favor de IVA de los prestadores sean
utilizados como saldos de libre
disponibilidad para cancelar
contribuciones patronales.
f) establecer un plan de pagos
específico para salir de la
emergencia sanitaria.
(*)
Asociación de Clínicas, Sanatorios y
Hospitales Privados de la República
Argentina.
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