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Imaginario
social y filmografía
Para
hablar de la presencia del cáncer en el cine es útil
rastrear algunos textos ficcionales que, a partir de
cierta época, pusieron al cáncer como una enfermedad
grave y pasible de configuración dramática.
Hollywood, la gran “fábrica de películas”, tardó
alrededor de diez años en incorporar está problemática
al cine sonoro. En efecto, sólo en 1939 Edmond Goulding
en la Warner se atrevió a filmar Amarga victoria/ Dark
Victory y a instancias de la actriz Bette Davies.
Ella había asistido años antes (1932) a la
representación de la obra teatral homónima en Broadway e
insistió ante Max Warner para que la filmaran y hacerse
cargo del papel protagónico, Judith una heredera
caprichosa, activa e independiente, que de pronto debe
reconocer que está enferma. En realidad, hacia 5 meses
que sufría frecuentes jaquecas y un par de semanas con
dificultades en la visión, pero se negaba a
reconocerlas. Aceptar esos síntomas hubiera significado
aceptar que podía enfermarse y, por tanto, sus
debilidades.
Un accidente, mientras cabalgaba a su caballo Preferido,
pone en evidencia su estado. La atiende el doctor
Steeler (George Bent), quién está a punto de cambiar la
medicina y el quirófano por el gabinete de
investigación, en tanto le cuesta soportar que muchos de
sus pacientes mueran sin que él pueda evitarlo. Trata de
esquivar el caso de Judith, pero la muchacha no le
resulta indiferente y la atiende.
Hay una brecha importante hasta que los estudios
cinematográficos norteamericanos, cuya producción
alcanzaba ya a todos los rincones del planeta, se
arriesgara a hablar nuevamente del tema: Sublime
obsesión/ Magnificient obssesion (1954) de Douglas Sik,
sólo deja entrever que la pérdida visual de la viuda del
Dr. Williams no fue consecuencia de un accidente en la
calle, sino que obedece posiblemente a un tumor
cerebral, nunca mencionado con claridad en la película.
El argumento, por otra parte, está armado de tal manera
que el culpable no intencional de la muerte del marido y
del mencionado accidente automovilístico callejero, sea
luego el cirujano que le devuelve la vista a la mujer.
Con esta trama melodramática al extremo, el director
expone que Ronert, a partir de esos “accidentes”, se ha
curado del cáncer moral que lo aquejaba: ser un heredero
despilfarrador que sólo pensaba en enamorar mujeres,
emborracharse, pasarla bien. Todo muy pudoroso y acorde
con el moralismo del código que regía la producción
norteamericana todavía en esa época.
Desde ahí, el imaginario respecto de ciertas
enfermedades como el cáncer fue modificándose a
consecuencia, sin duda, de múltiples factores. He ahí
uno de los tópicos instalados en la relación entre
cáncer e imaginario social, pues la enfermedad está
asociada con unos tratamientos que resultan gravosos
para el cuerpo, que son muy dolorosos, que afectan de
una u otra manera la identidad del paciente. Eso puede
ser aceptado parcialmente, pero uno de los objetivos de
la mencionada fundación. Apostar a la vida es convencer
al paciente de que los tratamientos cumplen el rol de
salvarlos. Y que, para salvarse, a veces, hay que perder
algo. En la película estadounidense Elegy (2008) de
Isabel Coixet, basada en un relato (The Dying Animal/ El
animal moribundo) del laureado escritor norteamericano
Phillip Roth (1933), Consuela (Penélope Cruz) le pide a
su profesor y ex amante David (Ben Kingsley) que la
fotografié de frente y desnuda antes de la mastectomía.
Está convencida de que él amaba ese cuerpo y que, por
eso mismo, no tendrán relaciones amorosas en el futuro.
Sin embargo, la película concluye con una escena durante
la cual, en la habitación donde ella se repone de la
operación, David la abraza y besa con mucho cariño.
Transcurrió medio siglo entre ambas secuencias
narrativas, la de aquella novela y la de esta película,
pero eso mismo da cuenta de que el esquema corporal con
frecuencia está en peligro cuando se declara la
enfermedad y que tal esquema es un componente fuerte de
identidad y tratamos todo lo posible de conservarlo o de
recibir asistencia psicológica cuando las deflagraciones
corporales son inevitables. (Continuará)
Referencias
1. Romano, E.: Cáncer, imaginario social y filmografía.
Rev. Med- Cine. 2016; 12 (1): 33-46,
* El autor agradece el valioso aporte de E. Romanol
(ref.1).
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