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La Medicina en el Cine


 Autor: José Moviola - jose.moviola@yahoo.com.ar

 
El cáncer en el cine III*

Imaginario social y filmografía


Para hablar de la presencia del cáncer en el cine es útil rastrear algunos textos ficcionales que, a partir de cierta época, pusieron al cáncer como una enfermedad grave y pasible de configuración dramática.
Hollywood, la gran “fábrica de películas”, tardó alrededor de diez años en incorporar está problemática al cine sonoro. En efecto, sólo en 1939 Edmond Goulding en la Warner se atrevió a filmar Amarga victoria/ Dark Victory y a instancias de la actriz Bette Davies.
Ella había asistido años antes (1932) a la representación de la obra teatral homónima en Broadway e insistió ante Max Warner para que la filmaran y hacerse cargo del papel protagónico, Judith una heredera caprichosa, activa e independiente, que de pronto debe reconocer que está enferma. En realidad, hacia 5 meses que sufría frecuentes jaquecas y un par de semanas con dificultades en la visión, pero se negaba a reconocerlas. Aceptar esos síntomas hubiera significado aceptar que podía enfermarse y, por tanto, sus debilidades.
Un accidente, mientras cabalgaba a su caballo Preferido, pone en evidencia su estado. La atiende el doctor Steeler (George Bent), quién está a punto de cambiar la medicina y el quirófano por el gabinete de investigación, en tanto le cuesta soportar que muchos de sus pacientes mueran sin que él pueda evitarlo. Trata de esquivar el caso de Judith, pero la muchacha no le resulta indiferente y la atiende.
Hay una brecha importante hasta que los estudios cinematográficos norteamericanos, cuya producción alcanzaba ya a todos los rincones del planeta, se arriesgara a hablar nuevamente del tema: Sublime obsesión/ Magnificient obssesion (1954) de Douglas Sik, sólo deja entrever que la pérdida visual de la viuda del Dr. Williams no fue consecuencia de un accidente en la calle, sino que obedece posiblemente a un tumor cerebral, nunca mencionado con claridad en la película. El argumento, por otra parte, está armado de tal manera que el culpable no intencional de la muerte del marido y del mencionado accidente automovilístico callejero, sea luego el cirujano que le devuelve la vista a la mujer.
Con esta trama melodramática al extremo, el director expone que Ronert, a partir de esos “accidentes”, se ha curado del cáncer moral que lo aquejaba: ser un heredero despilfarrador que sólo pensaba en enamorar mujeres, emborracharse, pasarla bien. Todo muy pudoroso y acorde con el moralismo del código que regía la producción norteamericana todavía en esa época.
Desde ahí, el imaginario respecto de ciertas enfermedades como el cáncer fue modificándose a consecuencia, sin duda, de múltiples factores. He ahí uno de los tópicos instalados en la relación entre cáncer e imaginario social, pues la enfermedad está asociada con unos tratamientos que resultan gravosos para el cuerpo, que son muy dolorosos, que afectan de una u otra manera la identidad del paciente. Eso puede ser aceptado parcialmente, pero uno de los objetivos de la mencionada fundación. Apostar a la vida es convencer al paciente de que los tratamientos cumplen el rol de salvarlos. Y que, para salvarse, a veces, hay que perder algo. En la película estadounidense Elegy (2008) de Isabel Coixet, basada en un relato (The Dying Animal/ El animal moribundo) del laureado escritor norteamericano Phillip Roth (1933), Consuela (Penélope Cruz) le pide a su profesor y ex amante David (Ben Kingsley) que la fotografié de frente y desnuda antes de la mastectomía. Está convencida de que él amaba ese cuerpo y que, por eso mismo, no tendrán relaciones amorosas en el futuro. Sin embargo, la película concluye con una escena durante la cual, en la habitación donde ella se repone de la operación, David la abraza y besa con mucho cariño.
Transcurrió medio siglo entre ambas secuencias narrativas, la de aquella novela y la de esta película, pero eso mismo da cuenta de que el esquema corporal con frecuencia está en peligro cuando se declara la enfermedad y que tal esquema es un componente fuerte de identidad y tratamos todo lo posible de conservarlo o de recibir asistencia psicológica cuando las deflagraciones corporales son inevitables. (Continuará)

Referencias
1. Romano, E.: Cáncer, imaginario social y filmografía. Rev. Med- Cine. 2016; 12 (1): 33-46,

* El autor agradece el valioso aporte de E. Romanol (ref.1)
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